lunes, 6 de junio de 2022

 

SANTÍSIMA TRINIDAD (CICLO C)


En este primer domingo después de Pentecostés celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Es una fiesta muy especial.  La fiesta de la Santísima Trinidad, es un misterio difícil de comprender.  Imposible, si no es por la fe.  Este misterio es uno de los más importantes de nuestra fe cristiana.  Esta celebración es, en esencia, la fiesta de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Es bueno dedicar un día a admirar el misterio divino, que, por otra parte, está muy presente en toda nuestra vida. Toda celebración cristiana la hacemos en nombre de la Trinidad. El cristiano que viene a Misa, y trata de vivirla, observará que desde el comienzo, cuando nos santiguamos diciendo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, hasta que el sacerdote nos da la bendición trinitaria final, constantemente invocamos a la Santísima Trinidad.

Hemos sido bautizados en su nombre y empezamos el día invocándola con la señal de la Cruz; todo lo hacemos en su nombre y por su gloria.

Decir Trinidad es decir amor. Si no existiese la Trinidad, no existiría el amor.  Creemos que el mundo y los hombres se han desentendido de Dios, porque no creen en un Dios amor. Tal vez creemos en un Dios aislado de nosotros, en un Dios casi como que se desentiende de nuestras angustias y de nuestras tribulaciones. Pero, gracias a Dios, Cristo nos muestra a un Dios que vive con nosotros, un Dios vivo, un Dios que está implicado en la historia de los hombres.  Un Dios que va con nuestra historia.

Un Dios que se preocupa de la esclavitud de los hombres para hacerlos libres. Un Dios que vive con los pueblos subdesarrollados para que se desarrollen en la verdadera imagen que Él quiso hacer de cada rostro humano. Un Dios que se preocupa de nosotros.

Dios no es un ser aislado, solitario. Cristo nos ha revelado que Dios es comunión, que Dios es tres personas. 

Dios es Padre y Creador: la creación es la obra amorosa de Dios.  El hombre es la criatura más perfecta por Dios creada, pero a su vez pequeña ante la inmensidad de la creación.

El Padre, el Dios amor es el que da origen a todo lo que vive. Él es la fuente de todo y del que nace todo lo bueno, lo bello y misericordioso. En Él comienza todo lo que es vida y amor. El Padre no sabe sino darse y dar gratuitamente y sin condiciones.

Creer en un Dios Padre es saberse acogido. Dios me acepta como soy. Sólo quiere mi vida y mi felicidad eterna. Puedo vivir con confianza y sin temor. No conoceré la experiencia más terrible e insoportable para un ser humano: sentirse rechazado por todos, no ser aceptado por nadie. Dios es mi Padre. Nunca seré un extraño para Dios, sino un hijo.

Dios es Hijo, que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, que se hizo hombre para enseñarnos  a querernos como hermanos. Nos muestra que sólo es feliz aquél que es capaz de darse al otro, de perdonar una y otra vez como Él nos perdona.

El Hijo es acogida, respuesta perfecta al Padre, reflejo fiel de su amor.  El Hijo es nuestro hermano mayor, el que nos revela el rostro verdadero del Padre y nos enseña el camino hacia Él.

Creer en un Dios Hijo es saberse acompañado. No estamos solos ante Dios, perdidos y desorientados, sin saber cómo situarnos ante su misterio. El Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir acogiendo y difundiendo el amor del Padre. Injertados en Cristo no conoceremos la experiencia destructora de la soledad. Quien no sabe recibir amor, no sabe lo que es vivir. Quien no sabe dar amor, se muere.

Dios es Espíritu que nos fortalece y nos da su aliento. Ahora es el tiempo del Espíritu. Con Él viviremos nuestra fe, porque no es cuestión de doctrina, sino de vivencia. Decía San Juan que “sólo el que ama conoce a Dios”.  El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, no lo echemos en saco roto, aprovechemos el regalo que se nos hace en abundancia.

Dios es comunidad: Dios es amor y amor entre personas.  El Espíritu Santo es comunión del Padre y el Hijo, amor compartido, entendimiento mutuo. El Espíritu Santo es comunicación de amor, fuerza creadora y renovadora, energía amorosa que lo transforma todo.

Creer en Dios Espíritu Santo es saberse habitado por el amor. No estamos vacíos e indefensos ante nuestro propio egoísmo. Nos habita el Espíritu del amor. El Espíritu nos mantiene en comunión con el Padre y con el Hijo. Él nos consuela, nos renueva y mantiene vivo en nosotros el deseo de Dios reinando en un mundo más humano y fraterno.

Celebramos a la Trinidad siempre que los hombres nos esforzamos, mucho o poco, por construir una sociedad en la que las personas vayamos aprendiendo a convivir, compartir y dialogar.

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