lunes, 24 de julio de 2023

 

XVII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


La liturgia de este domingo nos invita a tomar conciencia sobre qué cosas son importantes en nuestra vida, qué valores son los que rigen nuestra existencia.  Para el cristiano, la vida, la tenemos que construir sobre los valores que nos propone Jesús.

La 1ª lectura del primer libro de los Reyes nos presenta al Rey Salomón pidiéndole a Dios una sola cosa: sabiduría.  Salomón no pide bienes personales, tampoco pide poder.  Pide lo que más necesita un gobernante: sabiduría para distinguir el bien del mal y así gobernar rectamente a su pueblo.

Salomón ha preferido los bienes espirituales a los materiales.  Él es un buen ejemplo para todos nosotros que tantas veces pedimos a Dios bienes materiales y nos olvidamos que los bienes espirituales son más importantes que los materiales.

Esta lectura de hoy, es también una llamada de atención para nuestros gobernantes.  ¡Qué fácil es decir que la autoridad debe fundamentarse en el servicio a los ciudadanos!, pero en la práctica el poder lleva consigo la tentación de ser utilizado para otros fines o para fines personales.  De ahí la famosa frase: “el poder corrompe”.

Servir desde el poder es fundamentalmente comprender y escuchar a las personas.  Ya no puede ser válido ese dicho: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.  Nuestros gobernantes deben también pedirle sabiduría a Dios para tener una verdadera actitud de servicio y que el poder que tienen no sea para la realización de sus propios planes personales, sino para el bien de toda la comunidad, para la realización del bien común.

¿Qué le pedimos a Dios en nuestra oración de cada día?

La 2ª lectura de San Pablo a los romanos nos recuerda que Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros a cumplir una misión en la vida: imitar a Cristo en su escala de valores, en su estilo de vida.

Desde toda la eternidad, Dios pensó en cada uno de nosotros con amor.  Tenemos que tomar conciencia de ese amor que Dios siente por nosotros.  Dios viene continuamente a nuestro encuentro, nos señala el camino para que tengamos vida plena y verdadera y nos invita a formar parte de su familia.

El Evangelio de san Mateo nos exhorta a “vender”, a “dejar” todo aquello que nos impida alcanzar el verdadero tesoro: Dios y su reino.

Podemos aparentar que somos gente muy segura, que sabemos muy bien a dónde vamos, que todo lo tenemos resuelto o que nos sentimos a gusto con nuestra vida, pero la verdad es que dentro guardamos muchos miedos, muchas inseguridades y muchas carencias. Tenemos sed de Dios, y esa sed no es fácil taparla con otras cosas.

Podremos dedicamos a ganar dinero, a acumular bienes materiales de todo tipo, a disfrutar de la vida, pero, aunque llenáramos nuestra vida de cosas, nos seguiría a todas partes esa sed de Dios.

¿Qué buscamos en Dios? ¿Qué nos puede dar? Dios no nos proporciona éxitos mundanos, ni dinero, ni vida cómoda, ni negocios prósperos, pero nos pone paz en el corazón, nos da confianza para vivir, nos inunda de fuerza para construir un mundo nuevo y experimentamos la esperanza, la alegría y la ternura de Dios.

Sentir en el alma que Dios nos quiere y nos acoge con cariño es una experiencia inolvidable. Esa sed honda de Dios es lo que nos hace venir a la iglesia. Podríamos estar en casa, con nuestros amigos o haciendo tareas atrasadas, pero acudimos a nuestra iglesia.

Para quien sienta esa sed en el corazón es muy hermoso disfrutar de la cercanía amorosa de Dios. Es como un hallazgo inolvidable y feliz. De esto nos habla el evangelio de este día.

Jesús nos dice que es como encontrar un tesoro escondido o una perla de gran valor.

Lo mismos que para los primeros cristianos el encuentro con Jesús fue el comienzo de algo maravillo en sus vidas porque encontraron el tesoro escondido por el que lo demás perdía valor, así también para nosotros Jesús tiene que ser ese tesoro que al encontrarlo cambie radicalmente nuestra vida.  Porque cualquier cosa de este mundo pierde valor frente a Jesús.

Pidamos al Padre la gracia de disfrutar del gran don de la fe. Y no nos olvidemos que Jesús, en cada eucaristía, se nos ofrece como el tesoro escondido del que está sedienta nuestra vida.

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