lunes, 11 de septiembre de 2023

 

XXIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


Las lecturas de este domingo nos hablan sobre el perdón y la misericordia.  Un tema que no está muy de moda en un mundo lleno de venganza y violencia.

La 1ª lectura del libro del Eclesiástico no dice que el rencor y el odio son sentimientos malos que no nos ayudan a alcanzar la felicidad y la realización como personas.

Todos los días, los medios de comunicación, nos presentan noticias de todos los lugares del mundo, de violencia y de muerte.  Para vengar ofensas reales o imaginarias, buscamos mecanismos de venganza que son responsables de la muerte de inocentes, de sufrimiento y de violencia sin límites.  ¿Este es el mundo que queremos?

Hay personas que piensan que sólo somos fuertes cuando respondemos con fuerza y agresividad ante las ofensas de los demás, sin embargo, el libro del Eclesiástico nos dice que el éxito y la felicidad del ser humano, no se obtienen alimentando sentimientos de odio y de rencor sino cultivando sentimientos de perdón y de misericordia.  La paz interior sólo la tendremos perdonando y siendo misericordioso como Dios lo es con nosotros.

La 2ª lectura de san Pablo a los romanos nos dice que “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor”.  El cristiano, tanto en la vida como en la muerte, pertenece al Señor resucitado que ha vencido la muerte y nos ha dado la vida.

Jesús es el Señor de vivos y muertos.  Si somos cristianos, tenemos que orientar toda nuestra vida hacia Dios y orientar nuestra vida hacia Dios significa que tenemos que vivir al estilo de Jesús, es decir, hay que amar al prójimo y vivir para el Señor, y esto no se puede separar.  Quien vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo porque en la vida y en la muerte somos del Señor.

El Evangelio de san Mateo nos presentaba a san Pedro preguntándole a Jesús: “si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?

Hay que reconocer que a los adultos nos cuesta perdonar y nos cuesta también pedir perdón.

Como cuesta perdonarse incluso entre miembros de una misma familia.  A veces surgen conflictos entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos que supuestamente se quieren.  En ocasiones esos conflictos son cosas pequeñas pero que al repetirse adquieren peso en la convivencia.    Convertimos el hogar en una especie de infierno, lo que tendría que ser lugar de descanso, un anticipo del paraíso.

Qué fácilmente surge el odio y el rencor ante una ofensa, ante una  acción injusta, ante quien nos hiere de alguna forma. Aunque a veces sea tan sólo por cosas sin importancia.  Cuánto enfado y mal humor se acumula en las carreteras, en las calles y plazas de nuestras ciudades. Cuánto insulto, cuánta palabra malsonante, medio reprimida o dichas, de modo incontrolado y conscientemente. En ocasiones, cuando estamos en la calle reprimimos nuestros enfados, pero al llegar a la casa damos rienda suelta a ese enfado amargándoles la vida a nuestros familiares.

En la amistad, en el trabajo, entre vecinos, quizá disimulamos nuestros odios, pero la relación a menudo se hace difícil, dura y cada vez menos cordial.  Hay personas que no se hablan incluso siendo familiares, o compañeros de trabajo, o vecinos.  Todos debemos reconocer que tenemos establecidos unos límites a  nuestra capacidad de perdón.  Cuando nos parece excesivo lo que nos han hecho, muchas  veces no somos capaces de perdonar.

A veces también otorgamos un perdón de escasa calidad: es lo que reflejan frase como “perdono pero no olvido”, “perdono pero que se vaya con cuidado”.  Esto es a nivel personal.  Pero sucede también a nivel colectivo: Los conflictos entre países  están basados en hechos reales, pero también hay una considerable dificultad para perdonar.

El Evangelio nos hablaba hoy del siervo malvado que tras recibir el perdón de su amo, es incapaz de perdonar a su compañero que le debía menos que lo que a él le perdono su amo.

¿No nos ocurre esto con frecuencia también a nosotros? Acudimos a Dios buscando el perdón ante nuestras faltas y, luego, somos capaces de humillar gravemente a nuestros hermanos ante faltas mucho menos graves.

¿Cómo puede Dios perdonarnos, si nosotros regateamos tanto nuestro perdón a los demás? No nos damos cuenta de que si no perdonamos al marido o a la esposa, al hijo al padre, al amigo, al compañero, al vecino, a quien sea, pedimos que Dios no nos perdone. 

El amor nos ayudará a entender y perdonar. Si somos capaces de perdonar, mejoraremos como personas y seremos también capaces de perdonarnos a nosotros mismos.

La “revolución” que trae Jesús al mundo, es precisamente el amor y el perdón.

Pidamos al Señor que nos ayude a perdonar como Él lo supo siempre hacer.

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