lunes, 5 de febrero de 2024

 

VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


Las lecturas de este domingo son una invitación a que no marginemos a nadie por ningún motivo ya que todos somos hijos de Dios.  Dios no excluye a nadie sino que nos acepta a todos y nos invita a formar parte de la comunidad cristiana.

La 1ª  lectura del libro del Levítico nos describe el proceso por el que un “leproso” era declarado impuro y separado de la comunidad de Israel. El leproso era un marginado, un excluido de la sociedad.

Los hombres somos capaces de inventar leyes que discriminen y excluyan en nombre de Dios a otros seres humanos de sus derechos más elementales.

Esta lectura de hoy nos invita a repensar nuestras actitudes y comportamientos hacia nuestros hermanos, ya que, a veces, por querer ser muy legales y muy justos estamos marginando o excluyendo a muchas personas de sus derechos.  En ocasiones, incluso, en nombre de Dios estamos alejando a las personas, condenándolas, catalogándolas de pecadoras, y así les estamos impidiendo que puedan llegar a tener una experiencia cercana de Dios o que se acerquen a la comunidad parroquial.

Nosotros como cristianos no podemos marginar a nadie por sus ideas, por su forma de pensar o actuar, sino que hay que acercarse a todos y tenderle la mano a todos como lo hizo Jesús con todo aquel que se encontraba en el camino de la vida.  Nosotros podemos tender siempre la mano generosa al marginado, cumpliendo la Ley suprema del amor cristiano.

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios, nos da un principio de conducta cristiana que, si lo llevásemos a la práctica, evitaríamos muchos problemas en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestra sociedad.  Nos decía san Pablo: “no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven”.

Pablo consigue con su exhortación dar una norma general importantísima para la conducta del cristiano: “hacedlo todo para gloria de Dios”. Todas nuestras acciones, posturas ante la vida, prácticas generales y hasta pensamientos todos deben ser para mayor gloria de Dios.

Pero no es fácil. Hay una tendencia a encerrar en la Iglesia algunas cosas y cuestiones, haciendo en la calle lo que hace la mayoría o está más de moda. Es decir solo queremos al prójimo en la Iglesia, pero al salir fuera seremos capaces de explotar o humillar a nuestros hermanos. Y si no lo hacemos directamente colaboraremos con empresas o situaciones que lo hacen. Además hacer todo por la gloria de Dios, quiere decir que todo lo creado es bueno.

Cada cristiano debe ser capaz de prescindir de sus intereses y esquemas personales, a fin de dar prioridad a los proyectos de Dios; cada cristiano debe ser capaz de superar el egoísmo y la comodidad, a fin de hacer de su propia vida un servicio y una entrega de amor a los hermanos.

El Evangelio de san Marcos nos presenta la actitud de Jesús con un leproso. Jesús “Compadecido, extendió la mano y lo tocó, diciendo:

«Quiero: queda limpio»”. Este gesto de Jesús pone de manifiesto que Dios no usa las enfermedades para castigar. Jesús se acerca a todos y deja que todos se acerquen a Él.

Cristo no admite divisiones, ni exclusiones. Algunas personas evaden a los marginados; les incomoda la presencia del enfermo, del pobre, del marginado. Preferimos que estén lejos, no queremos cerca el contacto directo con el dolor y la miseria, evitamos la relación y contacto con los que sufren. Existen entre nosotros muchas “lepras” que hacen infelices a los hombres y mujeres y los sitúan en el grupo de los marginados. Hay quienes nos incomodan, molestan, y preferimos no verlos y su única desgracia es sufrir injusticias y tragedias sociales.

Pero hay también otros, que sin pertenecer al mundo de la marginación social, incomodan, molestan, y preferimos no verlos; no piensan como nosotros, tienen otra visión de la organización de la vida cultural, social, económica, política.

Nos separamos, nos protegemos detrás de nuestra vida, de nuestras ideas, de nuestros intereses, de nuestras ideologías, y nos defendemos de sus ideas, de sus intereses, de sus ideologías. Así nuestra sociedad aparece dividida, separada en grupos cerrados, no se tiende la mano, los grupos tratan de ignorarse y si se hablan… a veces es casi mejor que guardaran silencio.

Se vive a la defensiva, excluyéndose mutuamente, cada vez más incapaces de romper distancias y de adoptar una postura de comprensión hacia los demás. Nos hemos acostumbrado a aceptar solo a los “nuestros”, a los demás los toleramos, o los miramos con indiferencia. Nosotros hemos de sabernos ante todo amados por Dios nuestro Padre. Sentirnos hermanos de todos los hombres y mujeres.

Jesús, curando al leproso nos enseña que el amor no margina a nadie.  No marginemos nosotros a nadie por su ideología, o su manera de pensar.

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