lunes, 3 de junio de 2024

 

X DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas que acabamos de proclamar nos hablan de la existencia del pecado desde el origen de la humanidad y la urgencia que tenemos de luchar contra el mal, con la confianza de que Cristo es más fuerte que el mal y ya lo ha vencido.

La 1ª lectura del libro del Génesis nos presentaba al pueblo de Israel preguntándose cómo había comenzado el mal en nuestro mundo.

El mal y el pecado existen en nuestra vida y en nuestra sociedad.  La tentación y el pecado es una experiencia que todos tenemos: niños y mayores, religiosos y laicos.  El mal existe en nuestra vida y todos caemos en él.  A veces, le echamos la culpa a los demás o al ambiente, sin embargos somos nosotros los que hacemos una opción libre por el mal.  Somos débiles, y ante el programa que Jesús nos ofrece, preferimos otros programas que las “serpientes” en turno nos van ofreciendo con sutiles argumentos.

En nuestra sociedad y en nuestro mundo existe el pecado a pesar de todos los avances tecnológicos. Esta situación de pecado es una experiencia que tenemos todos: niños y mayores.El mal existe en nuestra vida y todos caemos en él.

Ante el mal no podemos quedarnos indi­ferentes o desanimados. Somos invitados a resistir, a trabajar para que el mal no triunfe en este mundo ni en nosotros mismos.

La 2ª lectura de la 2ª carta de san Pablo a los Corintios nos narraba cómo es la vida de un apóstol y de una comunidad.

En la vida de un cristiano hay momentos de dificultades que a veces nos desaniman.  Ante estas dificultades, de las que san Pablo tiene amplia experiencia, hay una respuesta: los esfuerzos que se hagan para superar esas dificultades tienen sentido, “todo es para nuestro bien”.  A veces, vale la pena sufrir un poco porque ese sufrimiento puede ser fecundo: “la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria”, nos decía san Pablo.

Pero hay también otro “enemigo” que amenaza nuestra fidelidad: nuestra caducidad y el pensamiento de la muerte.  Hay personas que piensan que como ya les queda poco tiempo de vida ya no vale la pena seguir trabajando.  San Pablo nos recuerda que siempre debemos trabajar por el Reino de Dios porque así en nuestra vida y en nuestra muerte nos unimos a Cristo: “sabiendo que quien resucitó a Jesús también nos resucitará a nosotros”

El Evangelio de san Marcos nos hablaba del único pecado que no se puede perdonar: “todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”.  Ese “pecado contra el Espíritu” es no querer ver la luz y la llamada de Cristo, es ignorar a Dios.

También Jesús nos ha hablado hoy de quién es su verdadera familia. 

No basta dar la vida, tener los lazos de la carne y de la sangre, o como dicen los israelitas, “ser de los mismos huesos”, se necesita mucho más para ser familia: “El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”.

Para ser familia no basta estar juntos y tener la misma sangre, se requiere cumplir con la misión para la que hemos sido creados: diálogo, encuentro en relación, disposición para asumir que sólo con el otro estamos completos; ser imagen del mismo Dios.

Cuando no tenemos tiempo para la relación, cuando rehusamos mirarnos a los ojos, cuando negamos nuestra mano al hermano, no bastan los lazos de la carne para ser hermanos. Por el contrario, cuando asumimos nuestra relación como hijos del verdadero Dios y miramos a Cristo como nuestro hermano que nos amplía los horizontes, descubrimos que la fraternidad no se cierra entre cuatro paredes, sino que se abre para recibir a todos los hombres y mujeres que cumplen la voluntad del Padre.

En lugar de negar a la familia, le está dando Jesús mayor fortaleza, mayor seguridad y bases más seguras.

Es pues muy importante que descubramos la fraternidad en nuestras familias, y formar nuevas familias siempre abiertas a recibir otros miembros, más allá de la sangre, que la enriquezcan y la lleven a construir el Reino, sueño de Jesús para todos los hermanos. Las relaciones en casa deben superar nuestros egoísmos y educarnos para una vida en fraternidad en todos los ámbitos. Miremos nuestras familias, miremos nuestra sociedad y preguntémonos si estamos siendo fieles a la misión o si nos hemos extraviado por los caminos. ¿Cómo es la vida en familia y cómo construimos relaciones de amistad, comprensión y amor dentro de ella?

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