LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (CICLO C)


Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor.  Esta fiesta nos invita a confesar nuestra fe en Cristo Resucitado, hoy proclamamos y celebramos que Cristo “está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso”.

La solemnidad de la Ascensión del Señor al cielo nos recuerda dos realidades fundamentales para nosotros los seres humanos: la tierra y el cielo. Ambas realidades, más que entenderlas como simples espacios, debemos contemplarlas como lugares teológicos, espacios donde nuestra relación con Dios adquiere un significado particular. Somos hombres y mujeres de fe, por ello aquí en la tierra sin ver a Dios, creemos en él y nos esforzamos en llevar una vida de acuerdo al Evangelio; en el cielo, en cambio, la fe ya no tendrá razón de ser, puesto que veremos a Dios, cara a cara, y disfrutaremos de su presencia por toda la eternidad. La tierra y el cielo, pues, están estrechamente vinculados: nuestra vida en la tierra depende del cielo y el cielo para nosotros depende de nuestra vida en la tierra.

La Ascensión es celebrar el final de la vida terrena de Jesús.  A partir de ahora ya no será posible la experiencia que los discípulos tuvieron de la proximidad inmediata y visible de Jesús.   Jesús se separa de los suyos.  Pero el resultado de esta separación “según la carne” no va a ser la pura y simple ausencia. 

Jesús es elevado al cielo, para ser entronizado junto a Dios.  Para compartir su gloria y su poder sobre todas las cosas, para recibir un nombre sobre todo nombre.

Nosotros tenemos que mirar al cielo y a la tierra. Tenemos que mirar al cielo, porque el cielo es nuestra felicidad. La felicidad sólo la encontramos en Dios.

Algunos buscan la felicidad en las riquezas, pero las riquezas son como el agua salada, que cuanto más se bebe da más sed. También, cuantas más riquezas se tienen, más se quieren.  Algunos parecen que lo tienen todo,  y, sin embargo, se sienten vacíos. Buscan la felicidad donde no está y, al no encontrarla, a veces caen en la desesperación, en los vicios, en el crimen o en el suicidio.

Nosotros, además de mirar al cielo, tenemos que mirar a la tierra. Jesús ha dicho que no todos los que dicen “Señor, Señor” entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que una persona egoísta se haga una persona que ame a los demás. 

Cristo, en su Ascensión, ya ha alcanzado lo que nosotros esperamos: el gozo de estar con Dios.  Si queremos seguir su camino, hemos de procurar la fraternidad y no el odio, la justicia y no la injusticia, la paz y no la guerra, lo que nos une y no lo que nos separa.

Para seguir el camino de Cristo, tendremos que remar contra corriente. Pero vale la pena, porque el pez que está muerto es el que se lo llevar la corriente, no el pez que está vivo.  No es fácil remar contra corriente, pero no estamos solos. Jesús nos acompaña: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.  Como cristianos sabemos que podemos contar con Jesús resucitado como compañero único de nuestra vida.  Día a día, Él está con nosotros quitando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien próximo y cercano a cada uno de nosotros.

Él está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza. Él nos contagia la seguridad. Él nos ofrece esperanza. Él nos ayuda a descubrir la verdadera alegría en medio de una civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué es lo que verdaderamente nos puede hacer felices.

La fiesta de la Ascensión nos revela cómo se va a acabar nuestro destino y como ha de terminar el mundo: ¡con una ascensión!

Todos sentimos curiosidad por nuestra vida: ¿cómo va a acabar?, ¿qué pasará al final?, ¿cómo va a terminarse todo esto?  Todo esto nos interesa.  La respuesta es que el final será una ascensión.

Algún día nos encontraremos todos en el cielo.  Todos los que nos encontramos aquí, y todos nuestros vecinos nos reuniremos en el último día, lo mismo que estamos reunidos ahora. 

El Señor no ha subido al cielo más que para abrirnos las puertas, para “prepararnos allí el sitio”.  Y lo mismo que estamos hoy todos aquí reunidos para celebrar la fiesta de la ascensión, también veremos a Cristo, todos juntos, para reunirnos todos con el Señor.