martes, 6 de febrero de 2018


VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo son una invitación a que no marginemos a nadie por ningún motivo ya que todos somos hijos de Dios.  Dios no excluye a nadie sino que nos acepta a todos y nos invita a formar parte de la comunidad cristiana.

La 1ª lectura del libro del Levítico, nos presenta, según la ley, la manera como trataban a los leprosos.  A partir de una imagen desfigurada de Dios, de una imagen falsa de Dios, de una imagen de Dios hecha a nuestro antojo, los hombres somos capaces de inventar leyes que discriminen y excluyan en nombre de Dios a otros seres humanos de sus derechos más elementales.

No podemos crear un Dios a nuestra medida, un Dios que piense y actúe según nuestros criterios injustos, prepotentes que excluyen y marginan.  No debemos de creer en un Dios que actúe de acuerdo a nuestros esquemas mentales y prejuicios.  Tenemos que creer en un Dios que rompe toda nuestra manera de pensar y de actuar y que a veces o quizás muchas veces no actúa según nuestra lógica ni nuestra manera de actuar.

Esta lectura de hoy nos invita a repensar nuestras actitudes y comportamientos hacia nuestros hermanos, ya que, a veces, por querer ser muy legales y muy justos estamos marginando o excluyendo a muchas personas de sus derechos.  En ocasiones, incluso, en nombre de Dios estamos alejando a las personas, condenándolas, catalogándolas de pecadoras, y así les estamos impidiendo que puedan llegar a tener una experiencia cercana de Dios o que se acerquen a la comunidad parroquial.

Nosotros como cristianos no podemos marginar a nadie por sus ideas, por su forma de pensar o actuar, sino que hay que acercarse a todos y tenderle la mano a todos como lo hizo Jesús con todo aquel que se encontraba en el camino de la vida.  Nosotros podemos tender siempre la mano generosa al marginado, cumpliendo la Ley suprema del amor cristiano.

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios, nos da un principio de conducta cristiana que, si lo llevásemos a la práctica, evitaríamos muchos problemas en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestra sociedad.  Nos decía san Pablo: “que nadie impongan su propio interés sino que tengamos presente el interés de los demás”.
 
Hoy reclamamos y exigimos el derecho a nuestra libertad, pero hemos de preguntarnos: ¿la libertad es un valor absoluto?  Hemos de buscar el bien común por encima del bien personal.

El hombre actual no está muy acostumbrado a sacrificar sus propios intereses por los de todos, sus propios gustos por el bien de los demás, sus propias conveniencias por las que convienen a todos. Antes bien, busca complacerse a sí mismo y a los de su grupo reducido, aun a costa del bien de todos. No es éste un planteamiento cristiano; el cristiano somete su voluntad a la voluntad de Dios, su propio bien al bien de la comunidad.

Cada cristiano debe ser capaz de prescindir de sus intereses y esquemas personales, a fin de dar prioridad a los proyectos de Dios; cada cristiano debe ser capaz de superar el egoísmo y la comodidad, a fin de hacer de su propia vida un servicio y una entrega de amor a los hermanos.

El cristiano sabe que, en ciertas circunstancias, puede ser invitado a renunciar a los propios derechos, a la propia libertad, a los propios proyectos porque la caridad o el bien de los hermanos así lo exigen. Aunque un determinado comportamiento sea legítimo, el cristiano debe evitarlo si ese comportamiento hace mal a alguien.

El Evangelio de san Marcos, nos presenta a Jesús compadeciéndose de un leproso y tendiéndole la mano y curándolo.  Jesús no discrimina a nadie.

Hoy existen leyes que discriminan y marginan a muchas personas.  Como cristianos no podemos estar de acuerdo con esas leyes y mucho menos pactar con ellas. 

La gran marginación de nuestra sociedad actual es la pobreza de muchos miles de millones de seres humanos.  Hay personas que dejan de comer para que no le suba el colesterol o porque están de dieta, mientras, hay otras muchas personas que tienen que comer la mitad de lo que comemos porque no tienen más, otros sólo comen una cuarta parte de lo que comemos y otros muchos no tienen que comer.

Esta es la realidad de nuestro mundo actual donde más de las tres cuartas partes de la población mundial pasa hambre. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que asegure su salud, su bienestar y el de su familia, especialmente en cuanto a alimentación, vestido, vivienda y atención médica y a los necesarios servicios sociales.

En la primera hora de la guerra del Golfo Pérsico se gastaron lo que las Naciones Unidas recogen para construir y dar vida en un año.

¡Qué caro es matar y qué barato es ayudar a vivir!  No sigamos discriminando a la pobreza a una gran parte de la humanidad, acojamos a todos, no discriminemos a nadie.

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