DOMINGO DE RAMOS (CICLO B)
Empezamos hoy la Semana Santa. Un tiempo especial para contemplar los misterios de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y empezamos la Semana Santo con el domingo de Ramos en el que celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
La Pasión de San Marcos nos ha presentado las conspiraciones de los fariseos y sacerdotes; el juicio contra Jesús, lleno de calumnias y mentiras; la negación de Pedro y el miedo de los discípulos; el horror de la tortura, la angustia y el sufrimiento de Jesús.
Cuando vemos todo esto que sucedió, uno se pregunta: ¿Cómo es posible que todo esto sucediera en unos pocos días? ¿Cómo es posible que nadie saliese en defensa de Jesús? ¿Dónde estaba toda aquella gente que lo aclamaba y vitoreaba a la entrada de Jerusalén? Esa misma multitud que hoy lo vitorea es la que a los pocos días pedía a gritos su crucifixión. ¿Cómo pudieron olvidar tan pronto todo el bien que Jesús había hecho?
Pero el problema de la Pasión de Jesús es que se sigue repitiendo hoy día. Todo lo que sucedió entonces, sigue sucediendo hoy. Aquellos protagonistas somos hoy nosotros. También hoy, como aquella multitud de entonces, somos capaces de vitorear a Jesús, pero sólo cuando nos conviene: cuando nos viene una enfermedad o ante un problema grave, entonces buscamos el milagro fácil. Pero con mucha facilidad somos capaces de negar a Jesús, de rechazarlo cuando nos damos cuenta que lo que Él quieres es servicio y no poder ni privilegios; coherencia y no apariencia; solidaridad y no egoísmo. También nosotros hoy, nos podemos convertir en fariseos cuando con la excusa de defender la ley, humillamos y despreciamos a los demás.
La negación de Pedro se repite hoy, cuando no queremos complicarnos la vida con compromisos con la Iglesia; y el miedo de los discípulos está presente en nosotros cuando huimos del compromiso con la justicia y con los más necesitados de nuestro mundo y permitimos que se siga hoy crucificando a todos aquellos que pide justicia y compasión.
La Cruz nos recuerda que este mundo sigue rechazando a Dios. Pero la Cruz también nos recuerda cómo es Dios. Y el Dios que muere en la Cruz es el Dios que nos ama, es el Dios que abre sus brazos en la Cruz para reconciliarnos con nosotros mismos y con Dios.
Dios sigue cargando sobre sus espaldas todo el horror y la maldad que los seres humanos somos capaces de hacer y sin embargo sigue apostando por nosotros. Jesús ha dejado en este mundo una esperanza para todos los pobres y desheredados de este mundo, nos ha dicho que hay que seguir trabajando por la dignidad humana para que nadie más sea crucificado en este mundo.
El relato de la Pasión acababa con el testimonio de un centurión, un pagano, un testimonio proveniente del que menos cabía esperarlo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Este sí es el verdadero personaje con el que tenemos que identificarnos. Después de haber colaborado en dar muerte al Señor, desde nuestra miseria y pecado, todavía podemos reconocerle a Él como el verdadero Hijo de Dios. Y desde este reconocimiento, volver nuestro corazón hacia todos los crucificados de la tierra para evitar que se levanten nunca más nuevas cruces.
Celebremos muy de verdad estos días santos. Que nuestra participación en las celebraciones de esta semana santa sea una participación activa, ya que para vivir esta semana, nos hemos estado preparando durante toda la Cuaresma.
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