lunes, 27 de septiembre de 2021

 

XXVII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo presentan, como tema principal, el proyecto ideal de Dios para la mujer y para el hombre: formar una comunidad de amor, estable e indisoluble, que les ayude mutuamente a realizarse y a ser felices.

La 1ª lectura del libro del Génesis nos dice que Dios creó al hombre y a la mujer para que se complementen, para que se ayuden, para que se amen.

Dios no ha creado al hombre para vivir en soledad, sino en relación, en compañía. La compañía de los animales es buena, pero es insuficiente, no basta para el hombre. Es una relación de dominio, es una relación desigual, que no da plenitud de realización y de gozo al ser humano. La única relación plena, satisfactoria, regocijante, es la relación con quien es igual que él, “carne de su carne”. “No es bueno que el hombre esté solo”, dice Dios. Es una bella forma de decir que estamos hechos no para la soledad y el individualismo, sino para la relación, la comunicación, la comunión.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos, nos recuerda el amor tan grande que Dios tiene por nosotros.  Dios ama tanto a los hombres, que envió al mundo a su Hijo único para salvarnos.

Por eso, nosotros tenemos que vivir escuchando y obedeciendo a Dios, porque cuando prescindimos de Dios y queremos vivir según nuestros proyectos y nuestros caminos, nos convertimos en personas ambiciosas, orgullosas, injustas e inhumanas.

Sin embargo, cuando escuchamos y acogemos a Dios en nuestra vida, aprendemos a amar de verdad, a compartir, a perdonar y nos convertimos en fuente de bendición para todos aquellos con los que compartimos la vida.

El evangelio de Marcos nos invita a pensar en una realidad actual, ante la que los cristianos no podemos cerrar los ojos: los matrimonios separados o los divorciados. Entre nosotros encontramos cada vez más personas, que han fracasado en su primer matrimonio y se han vuelto a casar civilmente o viven en unión libre. Es una realidad compleja, delicada, con frecuencia muy dolorosa. No podemos ser indiferentes ante esta realidad.

Cada vez parece más normal romper con la pareja, buscarse un nuevo amor y volver a empezar. Todo parece así más fácil y llevadero. Sin embargo, detrás de cada separación hay casi siempre mucho sufrimiento y desilusión. Hay a veces humillación. ¿No es posible vivir en pareja de manera más estable?

Lo primero, es no confundir el amor con los sentimientos y el deseo erótico. Por lo general, la primera atracción del amor es muy intensa pero casi nunca se mantiene así. El deseo cambia y evoluciona. Quien identifica el amor con la atracción se dedica a enamorarse una y otra vez de alguien distinto. En cada comienzo disfruta. Luego, sufre y hace sufrir.

Es importante también recordar que, si no hay una decisión y compromiso por buscar el bien del otro, no hay todavía amor. Por eso, es un error continuar una relación de pareja de manera apresurada, si no estamos dispuestos a hacer feliz al otro. En esto no hay que mentirse ni mentir. ¡Cuántos sufrimientos se hubieran evitado si no se hubiera pronunciado nunca un “te amo”, que no era verdad!

Tampoco hay que olvidar que “amar es fundamentalmente dar, no recibir”. Por eso sólo el amor sin condiciones es duradero. Si cada uno vive buscando sólo lo que el otro le puede dar, el futuro de la pareja está en peligro. Nunca la persona amada responde perfectamente a lo que desearíamos. El amor crece cuando uno es feliz haciendo feliz al otro.

El mayor error es ignorar que amar significa respetar a la persona amada, no sentirse el dueño. Cuando no se respeta la manera de pensar, de sentir y de ser del otro, se está arruinando el amor. Sólo amando con respeto se le ayuda al otro a crecer y a dar lo mejor que hay en él. Por el contrario, cuando hay manipulación y utilización interesada, la pareja se está ya separando.

Pero hoy también, hemos de entender con más serenidad la posición de la Iglesia ante el divorcio y ver con claridad que la defensa de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio no ha de impedir nunca una postura de comprensión, acogida y ayuda para con los divorciados o separados.

Los cristianos no podemos rechazar ni marginar a esas parejas, víctimas muchas veces de situaciones enormemente dolorosas, que están sufriendo o han sufrido una de las experiencias más amargas que pueden darse: la destrucción de un amor que realmente existió.Y muchos de ellos necesitan ayuda, de Dios y de los hombres y esa ayuda hemos de estar dispuestos a ofrecérsela los que nos decimos seguidores de Jesús.

Como todos los demás cristianos, también ellos tienen derecho a escuchar la palabra de Dios, a tomar parte en la asamblea eucarística, a colaborar en diferentes apostolados y a recibir la ayuda que necesitan para vivir su fe, para educar cristianamente a sus hijos.

Sin embargo, la Iglesia, hoy, sigue diciéndonos que el ideal del matrimonio no es separarse, sino llegar a “ser una sola carne”. Lo decía Jesús hoy.

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