lunes, 20 de septiembre de 2021

 

XXVI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo nos hablan de que “Nadie tiene el monopolio de Dios”. Esto quiere decir que nadie controla a Dios, ni nadie tiene la exclusividad de Dios. Nadie tiene el monopolio de Dios, pero nadie puede hacer con Dios y su Iglesia lo que él quiera. Todo tiene que ser conforme a los valores del Evangelio.

La 1ª lectura del libro de los Números nos cuenta cómo Moisés tiene colaboradores, los 70 ancianos, para llevar a cabo su misión; pero Dios elige a dos, Eldad y Medad, que no estaban en la reunión.  Moisés no tuvo celos, ni envidia, ni miedo de aceptar que otras personas lo ayudaran en la misión que Dios le había encomendado. 

A veces, pensamos que sólo nosotros somos capaces de hacer las cosas bien y evitamos aceptar la ayuda de otras personas. Los celos representan un grave problema tanto en la convivencia familiar, como en las relaciones de trabajo, en las relaciones humanas.

Los celos hacen que nos dé tristeza todo aquello que los demás hacen bien; los celos nos impiden reconocer las capacidades del otro.  Por desgracia hay celos en lo deportivo, en lo político, en lo religioso.

Por celos caemos en fanatismos, en intransigencias e intolerancia e impedimos que otras personas, que pueden ser muy valiosas, nos ayuden al bien de la comunidad.  Por celos no dejamos que los demás nos ayuden, no compartimos el peso de la responsabilidad porque creemos que sólo nosotros somos capaces de hacer las cosas bien y evitamos aceptar la ayuda de otros.

¡Cuánto bien podríamos hacer por el bien común, por el bien de nuestra propia vida personal si no actuáramos por celos sino por el bien de la comunidad, compartiendo responsabilidades y no actuando por celos!

La 2ª lectura del apóstol Santiago nos hablaba de los ricos.  La acumulación de riquezas es un pecado que clama al cielo, porque esta riqueza acumulada implica que junto a ella se acumula al mismo tiempo pobreza y muerte.  Y el que tiene la riqueza como objetivo de su vida no puede al mismo tiempo seguir a Jesús: son incompatibles.

Pero cuando el apóstol Santiago nos dice que “el jornal de los obreros que segaron vuestros campos, el que vosotros habéis retenido, está gritando… a los oídos del Señor”, no solo se refiere a los ricos.  Porque no sólo los ricos, sino los medio ricos y los pobres también cometemos fraudes: cuando no damos las muestras de cariño y horas de convivencia al cónyuge y a los hijos, comentemos fraude contra la familia.

Cuando no trabajamos las horas estipuladas, comentemos fraude a quien nos paga; cuando pagamos menos de lo establecido, porque necesitan el trabajo, comentemos fraude contra los trabajadores; cuando el alumno no estudia lo suficiente, cometemos fraude contra nuestros padres; cuando no damos el cariño y la ayuda a los ancianos, comentemos fraude contra los ancianos; cuando no votamos o lo hacemos sin reflexionar, comentemos fraude contra nuestra patria; cuando no ayudamos y colaboramos en la Iglesia, comentemos fraude contra nuestra parroquia; cuando no educamos cristianamente a nuestros hijos, comentemos fraude contra nuestra fe.

El Evangelio de san Marcos nos presentaba a los discípulos enfadados porque otras personas expulsaban demonios en el nombre del Señor y se lo quisieron impedir. La respuesta de Jesús es una llamada a la tolerancia: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”.

Quitar demonios significa humanizar, liberar a las personas de los miedos, de la opresión, de las injusticias, de la violencia.  Es decir, de todo aquello que impide que el Reino de Dios se haga realidad en nosotros y en el mundo.

Nosotros como cristianos deberíamos valorar y apoyar a todas las personas y a todos los grupos que trabajan por la justicia, por el bien, desde la política, la economía o la vida social.  Nosotros, debemos colaborar, en la medida de nuestras posibilidades, apoyando a todos aquellos que realizan una labor social con autenticidad y verdad.

Los políticos que trabajan por una sociedad más justa, los periodistas que se arriesgan por defender la verdad y la libertad, los sindicatos que defienden a sus trabajadores, los educadores que se desviven por educar responsablemente a sus alumnos; en general, todo aquel que se esfuerza en su vida por trabajar por la justicia, por la verdad, aunque nos sean “de los nuestros”, como decían los discípulos, “están a favor nuestro”, como decía Jesús, si se esfuerzan por un mundo más humano.

Como cristianos debemos apoyar a todas esas personas, a todos esos grupos que aunque no sean de Iglesia, pero trabajan por el bien de nuestro mundo, por el bien del ser humano.

Jesús fue tolerante con todos aquellos que hacían el bien y trabajaban por un mundo mejor.  Seamos también nosotros tolerantes con todas aquellas personas que, aunque no sean de los nuestros, hacen el bien, trabajan por la justicia, la verdad y nos ayudan a quitar los demonios que nos deshumanizan cada día más.

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