lunes, 16 de enero de 2023

 

III DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

La liturgia de este domingo, nos hace ver que Jesús es la luz que quiere brillar en nosotros y en nuestro mundo, para ello, debemos dejar a un lado las divisiones y trabajar todos unidos por el proyecto del Reino de Dios.

La 1ª lectura del profeta Isaías es un canto de esperanza para el pueblo de Israel que está desalentado, dominado y desesperanzado.  Un pueblo que ha sido obligado a emigrar hacia la esclavitud, pero que regresa fortalecido y unido porque Dios está con este pueblo, porque Dios es la luz que los guía.

¡Cuántas veces, no hemos deseado que surja una gran luz que quite las tinieblas que se han apoderado de nuestro mundo!

Echando una mirada al mundo, nos encontramos con guerras, con egoísmos en el corazón de muchas personas, que sólo buscan la satisfacción de sus propios deseos e intereses, a costa de pisotear los derechos de los demás; cuántas desgracias hay actualmente en nuestro mundo, y muchas veces lo único que hacemos es quejarnos pero no somos capaces de manifestar una amor solidario por los que sufren.

Muchas personas viven una vida sin sentido y esto hace que perdamos las ilusiones, las esperanzas de cambiar nuestro futuro por uno más prometedor para todos.

En medio de todas estas angustias y tristezas, en medio de una vida que ha perdido el rumbo del amor, la alegría y la paz, el Señor se hace presente en medio de nosotros para iluminar nuestra vida y darle un sentido nuevo a nuestra existencia, para hacernos solidarios, para trabajar en la solución de los males que aquejan a nuestro mundo.  Sólo Dios es la luz que nos puede guiar a mejorar nuestra situación, a mejorar nuestro mundo.

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios es una exhortación a eliminar las divisiones dentro de la comunidad cristiana. 

San Pablo pide, en nombre de Jesucristo, que nos pongamos de acuerdo y no andemos divididos.  Es lamentable las discordias y las divisiones dentro de una comunidad porque le damos más importancia a los servidores del Evangelio que al Evangelio mismo.

Por eso, hay que preguntarnos: ¿Qué es más importante para mí, el mensajero o el mensaje del Señor? Hay personas que vienen a la Iglesia no a escuchar el mensaje de Cristo, sino a ver a la persona que presenta el mensaje del Señor; hay personas que no les importa el mensaje del Señor, sino que son seguidoras, no del Señor, sino del que presenta el mensaje.

No podemos seguir a nadie, a ninguna persona, sino sólo a Jesús, sólo el Señor es quien tiene que ser nuestro guía y maestro.  No puede ser que vengamos a la Iglesia por simpatía o no con las personas que nos presentan el mensaje del señor.

Como miembros del Cuerpo de Cristo, nuestra unión es la cruz de Cristo.  Tenemos que ser personas que hagan equipo con todos, que seamos lazos de unión.  Hemos de buscar siempre la unidad, hemos de seguir a Cristo y hemos de ser de Cristo y de nadie más.

El evangelio de San Mateo, nos ha presentado los comienzos de la vida pública de Jesús. 

“Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”, nos decía hoy Jesús.  La conversión comienza por reconocer esa presencia de un Padre amoroso en nuestra vida. No es cuestión sólo de intentar hacerlo mejor, sino de sabernos envueltos y acogidos por esa misericordia grande de Dios en todos los momentos de nuestra vida. Si reconocemos este amor entonces las tinieblas se trasformarán en verdadera luz que nos permitirá caminar en justicia y en verdad.

Convertirse implica cambio, pero no un cambio superficial y puramente exterior, se trata de poner a Dios en el corazón, de dejarnos amar por Dios; entonces comenzaremos a limpiar nuestro egoísmo y nuestros intereses mezquinos y dejaremos de someternos al dinero y al poder.

Convertirse es descubrir que nuestro origen y nuestro destino es Dios, que nuestra misión es el amor y nuestra tarea el servicio alegre y entusiasta. Todos necesitamos conversión y nunca es tarde para hacerla actual.

Jesús viene a traer luz y a darnos esperanza para nuestra vida. Inicia así la construcción del Reino de los Cielos. Pero no lo hará  solo, inmediatamente se pone a buscar a sus colaboradores: Pedro y Andrés; Santiago y Juan, tú y yo… No nos parecerían los mejores candidatos, pero a todos llama Jesús y en todos confía. También en nosotros pequeños e inadecuados. Ciertamente andamos “enredados” en mil negocios, pero ahí está la invitación entusiasta de Jesús para ir a construir su Reino. Se requiere dejar nuestras redes y enredos, nuestros egoísmos y vacilaciones, para lanzarnos a seguir a Jesús.

No es fácil, ¡pero es una tarea importantísima! ¡Es Jesús quien lo pide! Jesús no es selectivo, no pone requisitos, invita a todos, solamente pide disposición, corazón abierto, coherencia y ¡amor!

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