III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)

A partir de este 3er. domingo de Cuaresma y hasta el final de la Cuaresma, la liturgia nos presenta unas catequesis bautismales dirigidas a los catecúmenos que se preparaban para celebrar su bautismo en la gran fiesta de Pascua.
En la 1ª lectura del libro del Éxodo hemos escuchado cómo el pueblo de Israel, en medio del desierto, camino hacia la libertad, duda de la presencia de Dios en medio de ellos. Pero Dios no abandona a su pueblo, a pesar de las murmuraciones.
Nosotros, creemos en Dios, pero muchas veces la vida se nos complica. Y cuando las cosas no salen como nosotros queremos se nos puede derrumbar la fe y podemos, como el pueblo de Israel darle la espalda a Dios y dudar de Él creyendo que nuestra sed de felicidad la podemos saciar al margen de Dios e incluso podemos llegar a blasfemar de Dios y reclamarle a Dios diciéndole que se ha olvidado de nosotros.
Estamos equivocados si pensamos que Dios nos ha abandonado en algún momento de nuestra vida. A pesar de nuestras infidelidades, el Señor permanece siempre fiel y nos busca para manifestarnos su amor incondicional. Dios no nos ha abandonado nunca.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Romanos, nos dice también que Dios siempre nos acompaña a pesar de nuestros pecados y de nuestras infidelidades.
Hay personas que viven con indiferencia respecto a Dios, a su amor y sus propuestas. Muchas personas se preocupan más de los resultados del futbol, de los resultados de quien quedó en tal o cual concurso de baile o de canto, de cuál es la canción de moda o dónde va a ser el próximo baile que de Dios y de su amor.
Estamos en Cuaresma, este es un tiempo ideal para que redescubramos a Dios que nos ama tanto, y que quiere darnos la felicidad verdadera y plena. Este es un tiempo especial para que aceptemos y vivamos el camino que nos conduce hacia Dios. Unámonos a Cristo como una rama está unida al tronco y vivamos ya desde ahora de la felicidad plena que Dios nos ofrece.
El Evangelio de san Juan nos ha presentado la primera catequesis bautismal con el episodio de la samaritana.
En los tiempos modernos hay muchos adelantos en medicina, en libertades políticas y en tantas cosas. El nivel de vida ha mejorado. Sin embargo, no somos felices a pesar de tanto adelanto, a pesar del consumismo y a pesar de que, al parecer, todo nos está permitido. La felicidad es el agua viva de la que nos habla el Evangelio de hoy.
Todos los seres vivientes tenemos sed de felicidad. No es que seamos infelices, no; pero es relativamente fácil encontrarse con personas que buscan más, que quieren más, que sienten una insatisfacción no del todo precisada, pero ahí está.
Los pozos y las fuentes eran, cuando no había agua corriente, lugar de encuentro. “Ir al pozo”, era el lugar más común de hacer amistades. Allí todos llegaban con la misma necesidad, con la misma búsqueda.
Los pozos y las fuentes de hoy quizá son otros. El agua la tenemos en casa. Damos al grifo y ya está ahí. No tenemos que ir a buscarla. Pero seguimos saliendo de casa en busca de algo o de alguienporque el hogar no lo da todo, sobre todo cuando estamos vacíos. Hay hogares que no lo dan todo, ni siquiera dan lo esencial. Te dan pan, pero desprovisto de gestos de ternura. Por eso, algunos van al bar, al café, a las tiendas o simplemente “a dar la vuelta para ver gente”
El pozo del corazón humano es muy profundo y no podemos llenarlo con las pequeñas felicidades que encontramos en la vida. Si tenemos una casita queremos tener un palacio. La samaritana del Evangelio, había tenido cinco maridos. Y fueron cinco sueños o, mejor dicho, cinco fracasos. El que ahora tenía no era su marido. Sin embargo, ella, una y otra vez, intentaba ser feliz. Y todos, una y otra vez, intentamos ser felices y nunca estamos satisfechos. Y aunque tuviéramos todo lo que deseáramos, lo cual es imposible, todo lo podríamos perder en unos segundos.
La samaritana es una mujer en busca de felicidad. Nada se le pone por delante para ser feliz. Pero tiene que descubrir, ayudada por Jesús, que el lugar de la felicidad no está donde ella creía que estaba. Hay que desplazarse hacia el manantial de agua que viene de Dios.
Los creyentes sabemos que la felicidad depende de “arrimarnos” a Jesús, fuente de verdadera felicidad.
Hagamos hoy nosotros como la samaritana, acerquémonos a Jesús y digámosle: “Señor, dame de esa agua que nos da la felicidad en plenitud”
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