XXVII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

La Eucaristía de este domingo es una invitación para que en nuestra vida de cristianos demos frutos abundantes.
La 1ª lectura del profeta Isaías nos habla de todos los cuidados de Dios por nosotros, pero a pesar de todos los cuidados de Dios por nosotros, no sabemos darle los frutos que le corresponde.
Esta lectura es toda una historia de amor, una historia que no termina porque Dios continúa derramando sobre nosotros, todos los días, su amor, su bondad y su misericordia. Pero es una historia de amor no correspondido. Cada uno de nosotros somos cuidados por Dios. Dios nos ha dado la vida, una familia, un hogar, una casa, una educación, nos ha hecho sus hijos, nos da su gracia.
La mayoría de nosotros hemos sido, desde niños, elegidos por Dios; en nuestra familia empezamos a aprender las primeras oraciones. Tenemos la suerte de poder haber ido a la escuela y tener, por medio de la catequesis, una educación cristiana. Nos prepararon bien para recibir a Cristo en la primera comunión. Posteriormente siguieron educándonos en la fe para recibir la confirmación y así reafirmar nuestra fe, pero llegamos al bachiller o nos vamos a la Universidad y ahí se acabó toda nuestra vivencia religiosa, todo nuestro compromiso con Dios. Por eso, hoy, hay que preguntarse: ¿Por qué habiendo recibido tantos cuidados de parte de Dios, damos frutos malos?
La 2ª lectura de San Pablo a los Filipenses nos dice cómo debemos actuar para que nuestra respuesta a Dios dé frutos sabrosos.
En muchas ocasiones solemos escuchar, y también lo decimos nosotros, que ahora no se sabe lo que es bueno ni lo que es malo porque ¡todo ha cambiado!
Por ello, es muy importante poner en práctica lo que San Pablo recomendaba a los cristianos de Filipo. Como cristianos debemos vivir en el mundo, pero todo lo que hagamos tiene que tener un sentido cristiano.
El Señor no pide a la Iglesia hacer cosas sorprendentes y raras, sino hacer, sencillamente, lo que es bueno, lo que es justo, sentirse solidarios con todo lo que es verdadero y noble.
El evangelio de San Mateo nos presentaba la parábola de los viñadores asesinos.
Todos nosotros formamos parte de este “viñedo divino”, de este Pueblo del Señor, y como parte de él estamos llamados a dar frutos.
¿Cuáles son los frutos amargos que estamos dando en nuestros días?
El afán de poseerqueva configurando normalmente un estilo de hombre insolidario, preocupado casi exclusivamente de sus bienes, indiferente al bien común de la sociedad. El resultado es una sociedad estructurada en función de los intereses de los más poderosos, y no al servicio de los más necesitados.
Por otra parte, el deseo ilimitado de adquirir, conservar y aumentarlos propios bienes, va creando un hombre que lucha egoístamente por lo suyo y se organiza para defenderse de los demás. Va surgiendo así una sociedad que separa y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia, y no hacia la solidaridad y el mutuo servicio.
El deseo de poder quehace surgir una sociedad asentada sobre la agresividad y la violencia, y donde, con frecuencia, sólo cuenta la ley del más fuerte y poderoso. No lo olvidemos. En una sociedad se recogen los frutos que se van sembrando en nuestras familias, nuestras escuelas, nuestras instituciones políticas, nuestras estructuras sociales y nuestras comunidades religiosas.
Dios nos ha bendecido con toda clase de dones, materiales y espirituales, ahora nos toca a nosotros regresarle a Dios su parte. Entreguemos lo que Dios nos pida con alegría, con gratitud.
El Señor nos dice que nos ha elegido para que demos fruto y nuestro fruto permanezca. Así quiere que cada uno de nosotros seamos una viña fructífera que dé buenos frutos.
En nuestra Parroquia hay grupos y actividades en las que los miembros de la comunidad pueden colaborar. La pasividad y la apatía son desastrosas para la Iglesia. Has recibido un carisma por parte de Dios, no lo entierres miserablemente, sé generoso. La mayoría de edad del laico dentro de la Iglesia debe manifestarse dando testimonio en medio del mundo, que es el lugar donde se desenvuelve su actividad. Dejemos que cada cual aporte su granito de arena en la construcción del Reino.
Que la Eucaristía que estamos celebrando nos ayude a descubrir el sentido de nuestro trabajo y nos anime a ser generosos y a hacerlo todo con alegría y esperanza.
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