lunes, 9 de octubre de 2023

 

XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


Las lecturas de este domingo son una invitación de parte de Dios a que seamos felices, porque Dios lo que desea para todos es la felicidad y por eso cada vez que celebramos la eucaristía somos invitados al banquete festivo con su Hijo Jesús.

La 1ª lectura, del profeta Isaías, nos dice que la salvación es una realidad que se dará en el cielo.  La salvación consistirá en gozar eternamente de Dios y vernos libres de todos los males.  El cielo será como una gran fiesta, como una comida festiva permanente, donde Dios secará nuestras lágrimas y destruirá la muerte para siempre.

Hoy como ayer, en medio de un mundo que nos ofrece muchos remedios para ser felices y para salvarnos, la lectura del profeta Isaías es una llamada a la esperanza en Dios.    Es Dios el que nos va a salvar.  Nuestra vida no terminará con la muerte.  Hay esperanza más allá de la muerte para todos los hombres que buscan a Dios.  El Dios de la vida no puede permitir que los hombres y mujeres que Él ha creado tengan como destino final la muerte.

La 2ª lectura, de San Pablo a los Filipenses, es una llamada a la solidaridad en las necesidades básicas.

Dios nos recompensa ampliamente cuando ayudamos a los necesitados.  Hemos de compartir no sólo el Evangelio sino también nuestra ayuda material con los que menos tienen.

Nos decía también San Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Aunque tengamos problemas y tentaciones, podemos vencerlas porque tenemos con nosotros, en nosotros, a Jesucristo que es nuestra fuerza.

La fuerza de Cristo nos da el poder para cumplir con nuestras obligaciones diarias;  la fuerza de Cristo nos da la paciencia para soportar las adversidades.  Una persona que ama la justicia y la verdad tiene siempre que soportar adversidades de todo tipo; tiene que soportar incomprensiones y ataques de los enemigos.

La fuerza de Cristo nos da el valor para vencer nuestros miedos y desconfianzas.  No tenemos que tener miedo de luchar por el bien.  Con Cristo hay esperanza para nosotros y para nuestro mundo, para un mundo mejor.

La fuerza de Cristo nos da nos da las energías para cumplir con nuestra misión en la vida.  Cada uno tiene su propia misión en esta vida y no siempre sentimos la fuerza para llevarla a cabo y es Cristo el que nos fortalece  para no caer.  Todo lo podemos, si estamos unidos a Cristo.

El Evangelio de San Mateo nos habla del Reino de Dios y nos lo presenta bajo la figura de un banquete.

Para los judíos un banquete era signo de unidad y de fraternidad.  Ser invitado era un honor, no se invitaba a la gente por compromiso sino por amistad.

Tenemos que tener muy claro que es Dios quien toma la iniciativa de llamarnos a la salvación.  Invitarnos a participar en el Reino es un gesto de amor por parte de Dios. Dios ha puesto su mirada en nosotros y ha tomado la iniciativa de invitarnos porque nos ama. 

Dios nos invita y sin embargo a veces, hemos rechazado las invitaciones que Dios nos hace.

Ante las llamadas de Dios, preferimos encerrarnos en nuestros asuntos y no hacemos caso a lo que Dios nos pide. Le damos mucho más valor a las invitaciones que el mundo nos hace, aunque sean invitaciones para cosas sin importancia. Preferimos un programa de Televisión, un partido de fútbol, una fiesta con los amigos, cualquier cosa vale en vez de acoger la invitación que Dios nos hace. 

La violencia que se vive en el mundo es fruto del rechazo a las invitaciones de Dios. Nos viene del olvidarnos de Dios o de ponerlo en un segundo lugar. 

Nunca podremos llegar a ser verdaderas personas humanas mientras le demos las espaldas a Dios.

Toda persona humana, sin distinción alguna, está invitada a participar del Reino de Dios. Lo único que se necesita es aceptar la invitación de Dios. De nosotros depende aceptar o rechazar esta invitación. 

Pero nuestra respuesta debe ser en serio. No se trata de decirle sí al Señor y después vivir como se nos dé la gana. Debemos ser consecuentes con nuestra Fe. Vivir lo que creemos y creer lo que vivimos. Por eso es que no basta con decir que aceptamos a Cristo, sino que hay que manifestar en nuestras obras que lo hemos aceptado y que creemos en Él.  

A la invitación que nos hace el Señor hay que ir con el traje de fiesta que es revestirnos de Cristo, es decir, vivir la Caridad, vivir el perdón, ser constructores de la Paz, ser serviciales con los demás, vivir nuestra intimidad con Dios, rechazar el pecado y vivir en la gracia de Dios

No basta, pues, decir que somos cristianos y que pertenecemos a la Iglesia, hay que vivir revestidos de Cristo.

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