XXIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo nos hablan de que el camino de la realización plena del hombre pasa por la obediencia a los proyectos de Dios, por la aceptación del dolor humano y el servicio a los hermanos.
En la 1ª lectura, el profeta Isaías nos habla de su confianza en la protección del Señor.
Muchas veces sentimos miedo. Tenemos miedo porque somos humanos y por lo tanto no tenemos por qué avergonzarnos de ello. Pero no podemos vivir bajo la autoridad del miedo. No podemos vivir escondiéndonos y ocultándonos toda la vida. Hay que proclamar, donde sea, que somos cristianos, porque quien confía en Dios y vive en fidelidad a los planes de Dios, no quedará defraudado.
No podemos pasarnos la vida inmersos en la cultura de la facilidad y de la comodidad. No podemos vivir encerrados en nosotros mismos. Es necesario adherirnos al proyecto de vida que Dios nos confía, incluso cuando lo que Dios nos pide vaya en contra de lo que dice el mundo; es necesario que asumamos el papel que Dios nos llama a desempeñar en esta vida y a comprometernos en la transformación del mundo.
Hay que confiar en Dios. Dios tiene que ser para nosotros esa piedra segura a la que nos podemos agarrar, incluso cuando parece que todo se hunde. Hay que vivir la vida con serenidad y confianza en Dios. El creyente que confía en Dios, se siente seguro y protegido, como un niño en los brazos de su madre. Sólo confiando en Dios, podremos vivir libres del miedo, con un corazón en paz, aceptando tranquilamente los planes que Dios nos mande.
La 2ª lectura del apóstol Santiago nos dice que la fe sin obras es una fe muerta.
Ser cristiano no es sólo cumplir unos ritos, ni estar anotado en el libro de bautismos. Ser cristiano es imitar a Cristo.
Si Cristo luchó por la justicia, por la verdad; denunció todo lo que esclaviza al hombre y le impide ser feliz; supo perdonar y dar paz y entregar su vida para salvarnos, nosotros si queremos seguir a Cristo tenemos que luchar contra todo lo que genera injusticias y opresión; tenemos que amar a los que la sociedad margina y rechaza; tenemos que estar en contra de la violencia y del odio y trabajar por la tolerancia y el amor.
Si queremos ser de Cristo no podemos quedarnos sólo en oración y misa o en la construcción de Iglesias o salones parroquiales, o en colaborar en las rifas parroquiales.
No podemos venir a misa y luego en la vida diaria cometer injusticias, pactar con la corrupción, tratar con poca caridad a los que viven a nuestro lado, ser indiferentes a las necesidades y dolores de nuestros hermanos, marginar a los que no nos caen bien, etc.
Si queremos ser de Cristo no puede haber una separación entre la vida y la fe. Este es el mensaje importante que hoy nos transmite Santiago: coherencia entre fe y estilo de vida.
El Evangelio de san Marcos nos ha presentado a Jesús haciendo una doble pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Y vosotros, ¿quién decís que soy?
¿Quién es Jesús para nosotros? También nosotros, muy frecuentemente, pensamos como hombres, no como Dios, y creemos que Cristo es el que tiene que resolvernos nuestros problemas particulares y los problemas del mundo entero.
Acudimos a Cristo como el que acude al médico, o al banco, o al psicólogo, para que nos arregle nuestros problemas de salud, y de dinero, y nuestras angustias y disgustos interiores. Y es natural, es muy humano que lo hagamos así, porque somos cien por cien humanos.
También nosotros, como Pedro, podemos decir: “¡Tú eres el Mesías!”. Tenemos a Alguien en quien creer y que da sentido a nuestra vida. Jesús es el Señor y el amigo, es la luz y la fuerza, es Aquel en quien hemos puesto toda nuestra esperanza. Sabemos con quién podemos contar y que nunca nos fallará.
Pero Cristo nos dice que Él no ha venido al mundo para eliminar milagrosamente la enfermedad, o el dolor, o el hambre y la miseria. Él vino al mundo para enseñarnos a luchar y a vencer la enfermedad y el dolor y las miserias y debilidades psicológicas y humanas, con sufrimiento, y con valor, y sobre todo con un amor inmenso y sincero.
El seguimiento de Jesús no consiste en un camino de rosas. Para seguir sus pasos es necesario negarse uno a sí mismo, tomar nuestra propia cruz y acompañarlo.
Jesús nos dice hoy: “El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por Mí y por el Evangelio la salvará”.
Tratemos hoy de pensar quién es Cristo para cada uno de nosotros.
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