lunes, 16 de septiembre de 2024

 

XXV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


El afán de superación, el deseo de ser el primero, de triunfo y éxito en la vida, parecen, en principio, aspiraciones legítimas del ser humano; el problema está en los medios que utilizamos para alcanzar esas metas.

La 1ª lectura del libro de la Sabiduría, nos presenta la eterna lucha entre el bien y el mal.

Para muchas personas la vida es para pasarla bien. Por lo tanto los que tienen una manera diferente de vivir la vida, aquellas personas que no comparten esa actitud y conducta nos resultan incómodos.

Al hombre justo lo queremos eliminar o al menos callar porque nos estorba. Como nos estorban todas aquellas personas que han levantado su voz profética a lo largo de la historia denunciando injusticias o tiranías.

Las personas que viven y quieren vivir en una sociedad de derecho, de justicia, de paz, de solidaridad y respetuosa con las leyes y valores; las personas que quieren vivir fieles a Dios, no son muy bien valoradas, sin embargo, hoy, para muchos jóvenes, las personas a imitar son aquellos que no tienen respeto por nada, que se burlan de la ley, que pisotean los derechos y la moral; para muchos el único fin de la vida es el éxito, el poder, el dinero y no se detienen ante nada ni nadie para obtener estas cosas, aunque tengan que chantajear, traicionar, asesinar o robar. Todo se vale si me hace feliz.

Por eso el hombre justo es, muchas veces, atacado, puesto a prueba en su fidelidad y ejemplaridad. Pero el hombre justo sale victorioso de las pruebas que le ponen los malvados porque Dios está con él.

La 2ª lectura del apóstol Santiago, nos enseña que hay personas que hacen el mal, y presumen de hacerlo y además no está dispuestos a aceptar ningún tipo de corrección.

Vivimos en una cultura competitiva: competencia para tener más que los demás; competencia en el saber, haber quien tiene más títulos; en el poder; en ser más influyentes, etc. A causa de esto, como nos dice Santiago, codiciamos lo que no podemos tener y acabamos asesinando. Desgraciadamente, nos llegan noticias a diario sobre asesinatos por estas causas, y las luchas y combates están al orden del día.

La mayoría de los males que ocurren en nuestra sociedad tienen su origen en querer tener mayor capacidad económica, ser más fuertes, ser más importantes, más respetados y no importa destruir todo lo que se interponga en nuestro camino para conseguir todo esto.

¡Cuidado, pues, con dejarnos invadir en la vida por la ambición, la codicia, el prestigio o el poder! Todo esto crea divisiones y destruye a la comunidad y a la persona.

En el Evangelio de san Marcos Jesús nos decía: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Qué diferencia entre los intereses de los discípulos y los de Jesús. Ante el solemne anuncio de Jesús, ellos discutían quién iba a ser el primero, quién era el más importante. Y eso sigue pasando en nuestro mundo, y entre nosotros. Y el mundo sigue por ese camino. Todo se resume en ser importante, figurar, ser alguien.

Para algunas personas servir a los demás, servir al pueblo se utiliza con frecuencia como un trampolín para buscar ante todo dinero o poder. Jesús no habla de este tipo de servicio sino de un servicio sin factura ni beneficios.

Los apóstoles – y nosotros, tantas veces – nos dejamos guiar según la mentalidad humana. Este es el criterio del mundo: ser más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores puestos, “salir en la foto”, prosperar nosotros, y despreocuparnos de los demás. Y eso pasa en la política, en la vida social, en la familia y en la comunidad eclesial.

Como sociedad hemos caído en el gran error de confundir éxito y triunfo individual con bienestar y felicidad social. Así vivimos, así luchamos y así educamos: desde los primeros años buscamos que los niños aprendan a competir, a ganar, al triunfo individual, a ser más que los demás, para que no sean unos fracasados e ineptos. Les decimos que si no pisan, serán pisados por los demás, que van a vivir en una sociedad competitiva… que miren a los otros como enemigos. Y así, creamos “monstruos sedientos de placer” que después son incapaces de servir, de ser generosos, de amar.

Los apóstoles, y nosotros también, creemos que para triunfar en la sociedad hay que estar necesariamente entre los primeros. Jesús nos enseña que debemos ser los últimos, disponibles, preocupados más de los demás que de nosotros mismos, servidores y no dueños.

No es extraño que los oyentes de Jesús – de entonces y de ahora – no entiendan y les “dé miedo” oír estas cosas: ser últimos.

Recordemos las palabras de Jesús hoy: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”

No hay comentarios:

Publicar un comentario