lunes, 23 de septiembre de 2024

 

XXVI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


Las lecturas de este domingonos hablan de que “Nadie tiene el monopolio de Dios”. Nadie controla a Dios, ni nadie tiene la exclusividad de Dios, pero nadie puede hacer con Dios y su Iglesia lo que él quiera. Todo tiene que ser conforme a los valores del Evangelio.

La 1ª lectura del libro de los Números nos cuenta cómo Moisés tiene colaboradores, los 70 ancianos, para llevar a cabo su misión; pero Dios elige a dos, Eldad y Medad, que no estaban en la reunión y Moisés no se siente celoso por eso.

Los celos representan un grave problema tanto en la convivencia familiar, como en las relaciones de trabajo, en las relaciones humanas.

Los celos nos vuelven egocéntricos y si una persona celosa es un peligro cuando se deja llevar por los celos, mucho más peligroso es un grupo social movido por los celos, con el agravante de que en esos grupos, todos se autoconvencen de tener y estar en la verdad absoluta.

Los celos hacen que nos dé tristeza todo aquello que los demás hacen bien; que no seamos generosos, que no reconozcamos las capacidades del otro. 

Por celos caemos en fanatismos e intolerancia e impedimos que otras personas valiosas, nos ayuden al bien de la comunidad.  Por celos no compartimos el peso de la responsabilidad porque creemos que sólo nosotros somos capaces de hacer las cosas bien y evitamos aceptar la ayuda de otros.

¡Cuánto bien podríamos hacer por el bien común, por el bien de nuestra propia vida personal si no actuáramos por celos sino por el bien de la comunidad, compartiendo responsabilidades y no actuando por celos!  ¡Cuántas cosas tendrá Dios que dejar de hacer porque por celos impedimos que se lleve a cabo la obra de Dios en el mundo!

La 2ª lectura del apóstol Santiago nos invita a no poner nuestra esperanza y nuestra confianza en el dinero porque éste se acaba.

Dios ha creado las riquezas para cubrir las necesidades de los hombres.  Lo que se denuncia en la lectura de hoy es el abuso de la riqueza y el poder e injusticia que lleva consigo.

Hacer dinero es el único objetivo en la vida para muchas personas. El dinero puede darnos satisfacciones inmediatas, y quizás hace que los demás nos vean como gente importante, pero todo esto no sacia nuestra sed de felicidad, de vida eterna.

No podemos, pues, acumular riqueza a costa de la miseria y de la explotación a los seres humanos.  El dinero mal adquirido nos aleja de Dios.  El dinero bien adquirido con nuestro trabajo y entrega, Dios lo hace crecer y lo multiplica, por ello atesoremos para Dios y evitemos la ambición de las riquezas.

El Evangelio de san Marcos nos presentaba a los discípulos disgustados porque otras personas expulsaban demonios en el nombre del Señor y se lo quisieron impedir. La respuesta de Jesús es una llamada a la tolerancia: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”.

Como cristianos no debemos presentar al mundo es escándalo de la desunión de las personas que hacen el bien.  Debemos alegrarnos cuando desde otros grupos y de modo diferente al nuestro se trabaja en favor de las personas, y por lo tanto en favor del reino de Dios.  Debemos sumar nuestros esfuerzos a los de todas las personas de buena voluntad, aunque no compartan nuestra misma fe.

Si todos buscamos la paz, la justicia, la igualdad y la fraternidad, ¿para qué pelearnos entre nosotros y vivir enfrentados? Esto lo podemos aplicar a todos los ámbitos de la vida: a la política, a la religión, a la convivencia social o familiar.

Los políticos que luchan por una sociedad más justa, los periodistas que se arriesgan por defender la verdad y la libertad, los obreros que logran una mayor solidaridad, los educadores que se desviven por educar para la responsabilidad, aunque no parezcan siempre ser de los nuestros, “están a favor nuestro” si se esfuerzan por un mundo más humano.

Hay muchos que están buscando el bien de nuestra patria, hay quienes se dicen dispuestos a grandes sacrificios, pero se necesita abrir el corazón y los oídos a las propuestas de los demás. Hay descalificaciones tan sólo porque no es de nuestro grupo y se cierran grandes posibilidades. La solución es la acogida, la escucha y la colaboración, más que imponer nuestras ideas por la fuerza. A veces es más fácil criticar que abrir el camino, descalificar que poner manos a la obra.

Cuando hay tantas cosas que nos unen, ¿por qué sembrar la división? 

No puede haber envidias porque otros hagan el bien ¡Lo importante es que se haga! Jesús nos hace una llamada a la tolerancia, al respeto, a la alegría por el bien hecho sin importar quién lo haga. El discípulo, de ayer y de hoy, ha de saber valorar y trabajar, hombro con hombro, con todo aquel que busque el bien y luche por un mundo más justo y fraternal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario