lunes, 25 de enero de 2021

 

IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo son una invitación a escuchar la Palabra de Dios y a evangelizar nuestro mundo. 

La 1ª lectura del libro del Deuteronomio nos habla de la institución de los profetas por parte de Dios.

Hay muchas personas que recurren a la brujería, a los adivinos y a la magia para conocer su futuro o lo que Dios desea de uno.  Cuánta gente que se dicen adivinos se aprovecha de la ignorancia de la gente y se enriquecen a costa de ellos.  Por eso Dios no acepta y prohíbe la práctica de toda brujería, adivinación o hechicería.  Si queremos conocer los designios y deseos de Dios, Dios mismo ha instituido a los profetas.

El profeta no es un adivino, sino alguien que habla en nombre de Dios.  Ser profeta no es una vocación que uno elige, sino que se es profeta porque Dios lo llama a uno a ser profeta.  Es Dios el que lo elije, es Dios el que lo envía.  El profeta es un instrumento a través del cual Dios actúa en el mundo.

Ser profeta no es un pasatiempo ni un compromiso para los ratos libres; no es cruzarse de brazos y dejar que todo siga igual.  No se es profeta para beneficio propio, ni para venderse a los poderes del mundo, ni para sacar beneficio, ni para ser admirado, ni para conseguir fama, ni para obtener aplausos.

El profeta tiene que estar siempre al servicio de Dios, de los planes de Dios, de la verdad de Dios, y no al servicio de planes personales, interesados y egoístas de nadie. Por eso el verdadero profeta resulta incómodo muchas veces, porque señala todo aquello que está mal, porque critica la injusticia, la desigualdad, los atropellos a la dignidad humana, la opresión y el abuso de los fuertes sobre los débiles; porque denuncia el conformismo y la apatía.

Los que escuchan el mensaje de un profeta, los que escuchan su palabra tienen que acogerla como palabra del mismo Dios; por su parte el profeta debe ser fiel a lo que Dios le dice; jamás hablar en nombre propio ni de otros intereses.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios desarrolla una catequesis sobre los diferentes estados de vida en los que el cristiano puede vivir plenamente su fe en el Señor.

La comunidad de Corinto, preocupada por opiniones adversas al matrimonio, le pregunta al apóstol Pablo: ¿Sería preferible no casarse? Para Pablo lo importante es que cada persona de la comunidad cristiana se sienta a gusto y motivada para servir.  Los hombres y las mujeres tienen pleno derecho de elegir libremente entre ambos estados de vida: matrimonio o celibato.  Ambos son, igualmente, dones de Dios.

El Evangelio de san Marcos afirma por dos veces que Jesús enseña con autoridad.

Jesús convence porque habla, no de memoria, sino de corazón, con sinceridad, sintiendo lo que dice, siendo fiel a Dios que los inspira.  Jesús enseña con autoridad porque nos dice las verdades, por dolorosas que éstas sean y porque nos revela la verdad de Dios Padre.  Solo se puede hablar con autoridad si somos fieles a la verdad que Dios quiere que proclamemos.

No podremos convencer a nadie si sólo decimos palabras pasajeras.  Como Jesús tenemos que proclamar la verdad revelada por Dios aunque esa verdad vaya contra corriente en un mundo que no quiere oír la Palabra de Dios.  Como Jesús, debemos acompañar las palabras con obras concretas que muestren el amor de Dios.  Sólo así podremos hablar con autoridad.

A todos, de alguna manera nos toca ser educadores, sea en la familia, en la escuela, en la Iglesia, etc., pero la pregunta es: ¿Cómo enseñamos?

Los jóvenes necesitan maestros que transmitan un mensaje válido, un mensaje que no sea sólo palabras sino que vaya acompañado con el testimonio de nuestra vida, sólo así podremos enseñarles con autoridad.

¿Puede tener autoridad quien se limita a repetir lo que ha leído o escuchado sin hacerlo suyo en su propia vida?  ¿Qué autoridad pueden tener muchos papás, maestros, religiosos o políticos si sus palabras no están acompañadas de un testimonio de honestidad y de responsabilidad personal? 

Qué triste es que los jóvenes no encuentren maestros con autoridad a quienes poder escuchar, de quienes poder aprender lecciones de vida.  Qué triste que la enseñanza sólo sea para transmitir datos, cifras, teorías, técnicas y que no ofrezcamos respuestas a las preguntas más inquietantes del ser humano.

Educar es ante todo tarea de los padres, sobre todo en una sociedad con unos medios de comunicación con un poder increíble de seducción, de manipulación. La familia es así la mejor escuela para el afianzamiento de la personalidad de los hijos, para “enseñar con autoridad”, autoridad no sinónimo de imposición, de violencia, sino de respeto, de verdadero aprecio.

Que lo que enseñemos nosotros sea también algo que brote de lo más sincero de nuestra persona. Así enseñaremos también con autoridad.

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