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martes, 18 de diciembre de 2018

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
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IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 

Estamos ya finalizando el Adviento, a las puertas de la Navidad, y las lecturas de hoy nos hablan de que los deseos del hombre deben ser abrirnos a Cristo que llega para darse a nosotros.
 

La 1ª lectura del profeta Miqueas nos anuncia el origen humilde de Belén, donde nacerá el Mesías.  En un humilde pueblo, y no en la grandiosa ciudad de Jerusalén, nacerá el Mesías que nos trae paz y liberación.
Dios elige para salvar a su pueblo a la persona y el lugar más inesperados y desecha aquellos que humanamente parecían tener mayores garantías de éxito. Nosotros solemos quedar muy satisfechos si decimos que “hemos nacido en tal ciudad”, que “tenemos una casa de muchos metros”, que disponemos de un “coche de tal marca y modelo”. ¡Siempre a lo grande!
 
El profeta Miqueas, a las puertas de la Navidad, nos recuerda hoy: El Señor va por otros rumbos. Piensa en la gente sencilla y humilde, en los lugares poco importantes.
 
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos propone algo esencial en la fe: Dios no quiere ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, ni sacrificios, ni ofrendas. Dios no quiere tus cosas, Dios te quiere a ti, quiere que le digas: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.
 
“Aquí estoy para hacer tu voluntad” quiere ser el intento de la humanidad de corresponder al amor de Dios. Significa la disponibilidad y las ganas de colaborar con Dios, de dejarnos vencer por Dios para que en nuestra vida y en nuestro mundo puedan crecer el amor, la justicia, la libertad y la paz. Significa que en cualquier circunstancia, agradable o dolorosa, nos atrevemos a fiarnos de Dios.
El evangelio de san Lucas nos ha relatado el episodio de la Visita de María a su prima Isabel. 
 
Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber asistir a quien puede estar necesitando nuestra presencia.
 
Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino e ir aprisa junto a otra mujer que necesita en estos momentos su cercanía.
 
Hay una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en “acompañar a vivir” a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de toda alegría y esperanza de vida.
 
Estamos haciendo entre todos, una sociedad hecha sólo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.
 
Estamos fomentando lo que hoy llaman “el segregarismo social”. Reunimos a los niños en las guarderías, ponemos a los enfermos en los hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia...
 
Así, todo nos parece que está en orden. Cada uno recibirá allí la atención que necesita, y los demás nos podremos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Entonces procuramos rodearnos de personas cariñosas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convertimos la amistad y el amor en un intercambio mutuo de favores, y logramos vivir “bastante satisfechos”.
 
Sólo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Muchas personas, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tienen la impresión de que viven sin vivir y que la vida se les escapa monótonamente de entre las manos.
 
El que cree en la Encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra pobreza, se siente llamado a vivir de otra manera.
 
No se trata de hacer “cosas grandes”. Quizás sencillamente ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad y la desconfianza, estar cerca de ese joven que sufre depresión, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño solitario marcado por la separación de sus padres.
 
Este amor que nos hace tomar parte en las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor “salvador”.
 
Ahora que se acerca la Navidad, hemos de preparar nuestro corazón para celebrar con gozo y profundidad la venida del Salvador. Para ello, mientras mucha gente se preocupa únicamente de comprar, regalar, felicitar, arreglar su casa y adornarla, hacer comidas y viajar, nosotros, sin despreciar nada de todo eso, preparémonos nosotros mismos por dentro para recibir a nuestro Salvador.

 
 
 
 
 

 

martes, 11 de diciembre de 2018

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
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III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
Cada año, este tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría.  Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido este domingo como el Domingo “Gaudete”.  En este domingo, ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca.  
 

La 1ª lectura del profeta Sofonías, nos invita a la alegría.  La causa de esa alegría es que el Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.
 
Cuando nos pesan los problemas, las preocupaciones o los sufrimientos no es fácil tener serenidad, tranquilidad, paz y mucho menos alegría.  Sin embargo, la palabra de Dios, a medida que nos vamos acercando a la Navidad insiste en que vivamos en alegría.  Alegría fundada en el nacimiento de Jesucristo y en la certeza que Dios nos ama y está cercano a nosotros.
 
Hemos de sentir alegría porque Dios ha perdonado nuestras culpas y nuestras penas; porque “ha expulsado a tus enemigos.  Los enemigos que tenemos dentro de nosotros mismos y los de fuera: pasiones, seducciones, vicios, complejos y miedos.
 
Pareciera que el futuro no nos invita mucho al optimismo.  No tenemos garantía de que las cosas vayan a ir mejor.  Pero sí tenemos garantía de que Dios quiere salvar a este mundo y esta garantía hace que no perdamos la confianza y que nos pongamos en las manos de Dios para superar nuestros miedos, nuestros temores. 
 
Quizás nos preguntamos, en muchas ocasiones, ¿qué será de mí? ¿Qué será de mis hijos, de este mundo?  A nosotros nos corresponde confiar en Dios porque Dios se ha enamorado apasionadamente de ti.  Y aunque no seamos dignos de su amor, no importa.  Dios te ama.  Puedes olvidarte de Él, pero Él no se olvida de ti.  Dios te ama.  Por eso hay que estar alegres.
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses, insiste en que debemos estar alegres y nos invita una y otra vez: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”.
 
Las razones profundas de esa alegría es la presencia del Señor Jesús, y la alegría es fruto de la fe; es reconocer cada día su presencia de amistad, es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. Es descubrir cómo actúa Dios en nuestras vidas, oculto en la profundidad de los acontecimientos de cada día. Es tener la certeza que aunque todo falle, Él siempre permanece fiel a su amor. Es saber que jamás nos abandonará y dirigir nuestra mirada hacia Él.
 
Se hace uno de nosotros porque nos ama, se entrega en la cruz porque nos ama, resucita por amor. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. El cristiano jamás debería estar triste porque ha encontrado la razón de su vida, el tesoro escondido, la perla preciosa: El Señor Jesús que nos ama infinitamente hasta dar la vida por nosotros, y cuyo amor nunca nos faltará.
 
El Evangelio de san Lucas nos presentaba a las multitudes sedientas de felicidad que se acercan a Juan el bautista que le preguntan: ¿Qué debemos hacer para alcanzar la felicidad? ¿Qué debemos hacer para encontrar en lo profundo de nuestro corazón el amor de Jesús?  Las respuestas de Juan son claras y contundentes, no coinciden nada con las propuestas comerciales que nos llegan en esta Navidad.
 
Primeramente es la donación, la generosidad, el amor: encontrar la felicidad en el dar, en el darse al hermano, en el compartir. Así terminaríamos con toda esta cadena de corrupción y de ambiciones que tanto nos está destrozando. Dar como Jesús dio, dar con alegría, dar con prontitud. La alegría está íntimamente unida al amor, al amor constante, al amor fiel, al amor desinteresado.
 
Su segunda respuesta nos lleva por el camino de la justicia: “No cobrar de más”, y no se refiere solamente a los comerciantes, sino a todas las actitudes de nuestra vida que se rigen por la ley de la selva: cobrar más, exigir más, tener más. La ambición destruye la hermandad. La justicia construye la paz y la alegría. Sólo con la justicia crece la fraternidad y hay un vínculo muy estrecho entre fraternidad y alegría.
 
La respuesta final que nos ofrece San Juan en este pasaje está conectada con la verdad: no engañar, no extorsionar. La mentira nos corroe el corazón y nos hace infelices y desgraciados. No se puede vivir con una careta y encontrar la felicidad, pues tarde o temprano acaba por destruirnos la mentira.
 
Cada una de las respuestas que da San Juan a sus oyentes, son también respuestas que debemos escuchar, asumir y aplicar cada uno de nosotros. Son indicadores muy concretos del camino de la alegría, de nuestra conversión y de nuestro acercamiento al Señor. Son la mejor forma de encontrar al Señor: retomar la fraternidad, buscar la verdad y la justicia, construir un mundo de paz.
 
¿Dónde buscamos nuestra felicidad? ¿Estaremos alegres en esta Navidad? ¿Cómo podemos hacer nuestros los caminos que propone san Juan?
 
 
 
 
 
 

miércoles, 5 de diciembre de 2018

II DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
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II DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
Estamos en el segundo domingo de Adviento, tiempo que la Iglesia lo dedica a prepararnos a encontrarnos con Dios en nuestra vida.  La liturgia de este domingo es una llamada a la conversión, es decir, a que eliminemos todos los obstáculos que impiden la llegada del Señor a nuestro mundo y especialmente al corazón de los hombres.
 
La 1ª lectura del libro de Baruc nos ha descrito la ciudad de Jerusalén vacía y triste porque sus habitantes no están allí, sino en el exilio.  Pero el profeta invita a Jerusalén a alegrarse porque sus hijos desterrados volverán a la ciudad conducidos por Dios.
 
Hoy también hay mucha gente exiliada de la Iglesia, son todos aquellos que se han alejado de Dios.  El Adviento es un tiempo especial para que todas esas personas que viven bajo la esclavitud del pecado, alejados de Dios, vuelvan a recobrar la libertad, vuelvan a su tierra que es la Iglesia, y así recobren de nuevo la libertad de los hijos de Dios.
 
Hay que romper todas esas cadenas que nos atan al pecado, al vivir alejados de Dios y recorrer ese camino de regreso a Dios, a la Iglesia, un camino que está lleno de la bondad y de la ternura de Dios, por ello Dios va a allanar el camino para que podamos regresar  a la alegría y a la libertad de los hijos de Dios.  Por ello, examinémonos para ver cuáles son las esclavitudes que todavía nos tienen aprisionados y que nos impiden acoger al Señor que viene a nuestra vida y rompamos con esas ataduras.
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses nos habla de la alegría y de la esperanza que San Pablo tiene en la comunidad cristiana de los Filipenses.
 
Los cristianos formamos una gran comunidad que es la Iglesia, somos miembros de una gran familia extendida por todo el mundo.  Esto es una gran verdad.  Pero también es verdad que no todos viven con alegría su pertenencia a esa comunidad que es la Iglesia, ni todos se sienten gozosos de ser miembros de esa gran familia de Dios.
 
A veces en nuestras comunidades cristianas hay divisiones, hay murmuraciones, hay luchas de poder, deseos de manipular por intereses egoístas; hay personas que no aceptan a otras personas, que no se hablan.  ¿Cómo podremos hacer que el Señor venga a nuestra comunidad si estamos divididos y distanciados?
 
Hemos de superar todas esas barreras, todas esas divisiones, para que todos los alejados sientan la necesidad y la alegría de pertenecer a esta comunidad de Hijos de Dios y así, todos podamos acoger con alegría la venida del Hijo de Dios.
 
El Evangelio de san Lucas nos presenta la figura de Juan el Bautista, el precursor de Jesús.  El profeta que anuncia la venida del Mesías y que nos invita a la conversión del corazón para poder recibir y reconocer a Cristo.
 
Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor”.  Y esta voz sigue resonando en el desierto de nuestro corazón, en el desierto de nuestras relaciones rotas,  en el desierto de nuestra convivencia desgastada, en el corazón de nuestros rencores y miserias.   La voz de Dios que se manifiesta a través de nuestra conciencia sigue ahí, llamándonos a una vida nueva, invitándonos a dejar las actitudes que  matan y destruyen.   
 
Todos deseamos  realizarnos en esta vida.  Todos buscamos la felicidad o al menos la posibilidad de vivir con alegría y paz.   En el mundo encontramos muchas ofertas,  sólo Dios nos ofrece una oferta que es capaz de llenar todos nuestros deseos de felicidad.   Sólo Dios nos ofrece vivir la vida como relación que día a día se hace en la alegría del encuentro entre dos que se aman.   Esa relación y ese encuentro implican necesariamente cambiar de vida,  cambiar nuestras actitudes.   Un cambio que comienza por volvernos a Dios.  Volver toda nuestra mente y nuestro cuerpo hacia Él.  Recuperar la conciencia de que somos sus hijos.   Gozar de la confianza que da el sabernos amados por Él.  
 
Hay que escuchar la voz de Dios para dejarnos corregir por Él cuando nos desviamos del camino.
 
Convertirnos a Dios significa esto, comenzar a considerar a Dios como alguien importante en nuestras vidas,  no como al juez que nos condena en cuanto caemos en el pecado, sino como el Padre cariñoso que nos invita a levantarnos una y otra vez, y nos impulsa a colaborar con Él para que este mundo sea cada día un poco más humano, más fraterno, más solidario.  
 
Y si Dios es alguien importante eso significa que tenemos que dedicarle tiempo para escuchar su palabra, tiempo para encontrarnos con Él en la oración y en la eucaristía,   tiempo para reflexionar sobre nuestras actitudes y en qué estamos fundamentando nuestra vida. E intentar allanar la montaña de nuestro egoísmo y levantar el valle tenebroso de nuestra tristeza:   Dios está viniendo ahora y siempre a cada uno de nosotros, detrás de cada palabra, detrás de cada acontecimiento, esperando siempre el momento para que le abramos nuestro corazón y unirse a nosotros en un abrazo de amor que no termine nunca.  
 
Reavivemos en nosotros en este tiempo de Adviento, el deseo de encontrarnos con el Señor, el deseo de cambiar aquellas actitudes nuestras que le impiden darnos su alegría y su paz.   
 

martes, 27 de noviembre de 2018

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
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I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
En este día, primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico, un nuevo año cristiano, antes de empezar el año civil.  Adviento significa “llegada”. 
 
El Adviento es un tiempo de preparación para recordar la primera venida, es decir, el nacimiento de Jesús en Belén; pero también sirve para prepararnos a la segunda y definitiva venida al final de los tiempos de Jesús, nuestro Señor.  Dios vino a nuestra historia en Belén, viene a nosotros en cada momento de nuestra vida, y vendrá al final de los tiempos.
 
La 1ª lectura de profeta Jeremías, nos recuerda que Dios cumple sus promesas.  “Dios no se olvida de su pueblo; el Señor cumplirá su promesa y suscitará un Salvador que impondrá justicia y derecho sobre la tierra”.
 
El ambiente en el que vivimos potencia, tantas veces, el miedo, el desengaño, la negatividad, la inseguridad, el pesimismo, que por ello, la primera lectura nos invita a la esperanza. 
 
No es el hombre el que puede fabricar el futuro, sino que el futuro, nos es dado por Dios.  Dios es el Dios del futuro, el que estará siempre al lado nuestro, compartiendo nuestras experiencias, buenas y malas.  Aunque uno pueda pensar a veces que no hay futuro, que todo se ve muy negro, Dios es el único que es capaz de abrirnos caminos y encontrarnos una salida ante cualquier situación desesperada.  Dios pues nos asegura hoy que vendrán tiempos mejores, en los que podremos vivir en paz y en prosperidad.
 
La 2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, nos decía: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo”
 
El amor es una dimensión fundamental para encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se pone él como el centro de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como personas que tienen sus propias iniciativas, sino como instrumentos para conseguir lo que uno se propone.  La persona egoísta nunca podrá tener un encuentro personal con otros seres humanos porque no reconoce a los demás como personas, como iguales. Si no se puede encontrar con los demás, tampoco con Jesús.
 
Sin embargo, la persona que ama está viendo al otro como una persona distinta de uno mismo y distinta de los demás objetos, la está reconociendo como un igual con el que se puede relacionar de tú a tú. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que se ama, sin amor no hay encuentro personal.
 
La santidad a la que nos invita san Pablo es a vivir en el amor.  No se trata de hacer cosas extraordinarias ni raras sino de vivir la vida animada por el amor para que nos podamos encontrar con los demás y con el mismo Dios.
 
El Evangelio de san Lucas, nos presenta unos signos catastróficos para anunciar la venida de Dios.
 
Nos decía el evangelio: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.” Cristo viene a liberarnos de los males que nos afligen, viene a salvarnos, a sacarnos de las situaciones a las que nos ha llevado nuestro propio pecado y de las que no podemos salir por nosotros mismos. Eso es motivo de esperanza.
 
El Señor también nos invita a la vigilancia, una actitud muy propia para este tiempo de Adviento.  Ante la venida de Jesús, el evangelio nos dice: Tened cuidado: no se os embote la mente  Esto quiere decir que los problemas de la vida, los vicios no nos desvíen del camino.  Debemos hace un buen uso de las cosas y tener confianza en el Señor para que las preocupaciones no nos esclavicen.
 
Esta actitud es una llamada también de atención no para vivir intranquilos, con ansiedad, sino que es una invitación a estar conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos, de lo que somos; a vivir responsablemente; a estar dispuestos a recibir a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida, pues Él está esperando cualquier momento para entrar en nuestra vida y ocupar el centro.
 
Debemos huir de la tristeza, ya que Cristo es nuestra esperanza. Por eso nuestros miedos, nuestros males, la inseguridad de cara al futuro, el miedo a la muerte, el malestar que nos produce la conducta de alguien querido, la soledad que nos encoge el corazón, el sufrimiento por el mal que nos rodea y nuestro sufrimiento; todo esto, Jesús lo acoge con afecto y ternura y lo vive con nosotros. Vivamos el presente con confianza y esperemos con fe el futuro. Así viviremos conscientemente y prepararemos nuestro corazón para recibir al Señor.
 
Cristo viene a nuestro encuentro, pero sólo nos encontraremos con Él en la medida en que nosotros salgamos a buscarlo.