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martes, 11 de diciembre de 2018

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
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III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)
 
Cada año, este tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría.  Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido este domingo como el Domingo “Gaudete”.  En este domingo, ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca.  
 

La 1ª lectura del profeta Sofonías, nos invita a la alegría.  La causa de esa alegría es que el Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.
 
Cuando nos pesan los problemas, las preocupaciones o los sufrimientos no es fácil tener serenidad, tranquilidad, paz y mucho menos alegría.  Sin embargo, la palabra de Dios, a medida que nos vamos acercando a la Navidad insiste en que vivamos en alegría.  Alegría fundada en el nacimiento de Jesucristo y en la certeza que Dios nos ama y está cercano a nosotros.
 
Hemos de sentir alegría porque Dios ha perdonado nuestras culpas y nuestras penas; porque “ha expulsado a tus enemigos.  Los enemigos que tenemos dentro de nosotros mismos y los de fuera: pasiones, seducciones, vicios, complejos y miedos.
 
Pareciera que el futuro no nos invita mucho al optimismo.  No tenemos garantía de que las cosas vayan a ir mejor.  Pero sí tenemos garantía de que Dios quiere salvar a este mundo y esta garantía hace que no perdamos la confianza y que nos pongamos en las manos de Dios para superar nuestros miedos, nuestros temores. 
 
Quizás nos preguntamos, en muchas ocasiones, ¿qué será de mí? ¿Qué será de mis hijos, de este mundo?  A nosotros nos corresponde confiar en Dios porque Dios se ha enamorado apasionadamente de ti.  Y aunque no seamos dignos de su amor, no importa.  Dios te ama.  Puedes olvidarte de Él, pero Él no se olvida de ti.  Dios te ama.  Por eso hay que estar alegres.
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses, insiste en que debemos estar alegres y nos invita una y otra vez: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”.
 
Las razones profundas de esa alegría es la presencia del Señor Jesús, y la alegría es fruto de la fe; es reconocer cada día su presencia de amistad, es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. Es descubrir cómo actúa Dios en nuestras vidas, oculto en la profundidad de los acontecimientos de cada día. Es tener la certeza que aunque todo falle, Él siempre permanece fiel a su amor. Es saber que jamás nos abandonará y dirigir nuestra mirada hacia Él.
 
Se hace uno de nosotros porque nos ama, se entrega en la cruz porque nos ama, resucita por amor. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. El cristiano jamás debería estar triste porque ha encontrado la razón de su vida, el tesoro escondido, la perla preciosa: El Señor Jesús que nos ama infinitamente hasta dar la vida por nosotros, y cuyo amor nunca nos faltará.
 
El Evangelio de san Lucas nos presentaba a las multitudes sedientas de felicidad que se acercan a Juan el bautista que le preguntan: ¿Qué debemos hacer para alcanzar la felicidad? ¿Qué debemos hacer para encontrar en lo profundo de nuestro corazón el amor de Jesús?  Las respuestas de Juan son claras y contundentes, no coinciden nada con las propuestas comerciales que nos llegan en esta Navidad.
 
Primeramente es la donación, la generosidad, el amor: encontrar la felicidad en el dar, en el darse al hermano, en el compartir. Así terminaríamos con toda esta cadena de corrupción y de ambiciones que tanto nos está destrozando. Dar como Jesús dio, dar con alegría, dar con prontitud. La alegría está íntimamente unida al amor, al amor constante, al amor fiel, al amor desinteresado.
 
Su segunda respuesta nos lleva por el camino de la justicia: “No cobrar de más”, y no se refiere solamente a los comerciantes, sino a todas las actitudes de nuestra vida que se rigen por la ley de la selva: cobrar más, exigir más, tener más. La ambición destruye la hermandad. La justicia construye la paz y la alegría. Sólo con la justicia crece la fraternidad y hay un vínculo muy estrecho entre fraternidad y alegría.
 
La respuesta final que nos ofrece San Juan en este pasaje está conectada con la verdad: no engañar, no extorsionar. La mentira nos corroe el corazón y nos hace infelices y desgraciados. No se puede vivir con una careta y encontrar la felicidad, pues tarde o temprano acaba por destruirnos la mentira.
 
Cada una de las respuestas que da San Juan a sus oyentes, son también respuestas que debemos escuchar, asumir y aplicar cada uno de nosotros. Son indicadores muy concretos del camino de la alegría, de nuestra conversión y de nuestro acercamiento al Señor. Son la mejor forma de encontrar al Señor: retomar la fraternidad, buscar la verdad y la justicia, construir un mundo de paz.
 
¿Dónde buscamos nuestra felicidad? ¿Estaremos alegres en esta Navidad? ¿Cómo podemos hacer nuestros los caminos que propone san Juan?