V DOMINGO ORDINARIO
Las
lecturas de este domingo nos hablan del problema del mal y el dolor.
La 1ª
lectura, del libro de Job, nos presenta lo inútil que puede ser esa lucha diaria por vivir una
vida vacía y llena de sufrimientos.
Job representa a todas esas personas que sufren y no son felices.
Hay muchas personas que en algún momento de su vida pasan por la misma
experiencia de Job. En el mundo hay
muchas personas que sufren las consecuencias del hambre; otras
muchas sufren las consecuencias de las guerras; otras sufren las
consecuencias de las catástrofes naturales; hay muchos niños que
viven en la calle en condiciones infrahumanas; no podemos desconocer que
hay muchos jóvenes desorientados por no encontrar un lugar en la
sociedad; muchos indígenas que viven marginados y en situaciones
inhumanas; hay muchos trabajadores que son explotados en sus
puestos de trabajo; hay explotación sexual; hay muchos enfermos
de sida, cáncer; hay muchos sin trabajo, pobres; hay tantos ancianos
abandonados y mal cuidados; hay tanta gente que ha perdido la esperanza y
el rumbo de su vida y no saben para qué vivir así.
Ante tanto sufrimiento y desgracias podríamos llegar a preguntarnos: ¿Por
qué Dios no hace algo para solucionar todo esto? Y Dios nos responde: “Ya he hecho algo, te
he hecho a ti para solucionar y no aumentar más el sufrimiento humano”. Como cristianos no podemos ser indiferentes
ante tanto sufrimiento y no hacer nada.
Sin Dios, efectivamente, no hay respuestas al dolor y al sufrimiento
del hombre y la vida carece de sentido.
Hemos de confiar en Dios y desde nuestra oración pedirle a Dios que no
nos desampare en esos momentos de dolor o sufrimiento.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos
decía: “¡Ay de mi, si no anuncio el Evangelio!”.
Esta es la misión del cristiano, anunciar el
Evangelio. Pero llevar
el Evangelio a los demás no es sólo contarles lo que Jesús ha hecho por
nosotros, sino dar pan a quien tiene hambre, enseñar a quien lo necesita,
cuidar a los ancianos, visitar al que se encuentra solo. Anunciar el Evangelio es liberar del mal a
quien vive esclavo del pecado.
La misión de evangelizar debemos realizarla cada día de la semana. No podemos ser evangelizadores solo un
ratito a la semana. Muchos de los
males que existen en nuestra sociedad, mucha de la maldad que existen en
algunas personas es porque muchos cristianos, por miedo o porque se avergüenza
de su fe, han dejado de dar testimonio, han dejado de evangelizar y creen que
con venir a misa el domingo y portarse bien aquí en la Iglesia ya es más que
suficiente.
Evangelizar puede traernos problemas, dificultades. San Pablo los tuvo, pero a pesar de los
problemas, él supo seguir a Cristo y cumplir la misión que le fue
encomendada. Actuemos como lo hizo san
Pablo, sigamos su ejemplo. Recordemos: “¡Ay
de mí, si no anuncio el Evangelio!”
El Evangelio de San Marcos, nos
presenta lo que hacía el Señor en un día normal en su vida.
Jesús comienza el día haciendo oración, es el momento de
poner ante Dios Padre todos los proyectos e ilusiones, es el momento de pedir
la ayuda de Dios para el día que comienza.
Luego, el Señor, con sus discípulos, anuncia la Buena Nueva, comienza
a evangelizar. Más tarde cura a la
suegra de Pedro y cuando llega la noche, Jesús busca otro rato de
soledad para encontrarse con su Padre, para darle gracias por todos
los acontecimientos del día, para renovar su confianza en Dios.
Pero veamos como son nuestros días, esos días que pasan entre el
trabajo, el cuidado de la casa, la atención a los hijos, etc. Cada uno de nuestros días debe ser una
oportunidad para realizarnos como personas, para ganarnos la eternidad. Un día que podemos, como Jesús, comenzar al
levantarnos por hacer oración para que todos nuestros pensamientos y acciones
del día los pongamos en las manos de Dios y para que aquello que no podamos
solucionar nos dé fuerza y ayuda para encontrar una salida justa y cristiana.
Luego viene el trabajo, la casa, la escuela, los vecinos, la compra, el
cuidado de los hijos, la visita a los amigos y familiares, todos estos momentos
son ocasiones para que anunciemos con nuestro testimonio que creemos
en Jesús, es decir son momentos para evangelizar.
Y por la noche, buscar de nuevo un rato de soledad y silencio
para dar gracias a Dios por todo lo vivido en el día. Cada día, Dios nos invita a dar lo mejor de
nosotros, a vivir con confianza, a que pase lo que pase, Él está con nosotros
porque somos sus hijos.
Ojalá que salgamos de la misa con una ilusión renovada por vivir, por
vivir cada día con toda ilusión porque estamos llevando a cabo el proyecto de
Dios y estamos trabajando por nuestra salvación.