IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
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IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
La liturgia de este domingo es una
invitación a que todos los bautizados nos comprometamos a anunciar el
Evangelio a toda persona, especialmente a los más alejados.
La 1ª lectura del profeta Jeremías nos presenta cómo Dios escoge a Jeremías para consagrarlo y
constituirlo profeta. Jeremías
tendrá que soportar todo tipo de dificultades en su misión, pero no abandonará
la tarea que Dios le ha encomendado.
¿Quiénes son hoy los profetas? Los profetas no son una
clase especial de personas, sino que profeta es todo aquel que ha sido
bautizado. Dios se sirve de los
profetas para seguir interviniendo en el mundo.
El profeta es el hombre que vive con los
ojos puestos en Dios y en el mundo. El profeta es
el hombre que habla en nombre de Dios.
Cuando lo que dice nos gusta, es de nuestro agrado, recibimos bien su
mensaje, pero si lo que nos tiene que decir el profeta contradice nuestras
opiniones, nuestros criterios o nuestros deseos, entonces no aceptamos con
facilidad lo que nos dice e incluso lo rechazamos. Quienes han hablado en
nombre de Dios como auténticos profetas, no han gozado nunca de buena acogida
entre sus oyentes.
No tengamos nunca miedo de dar testimonio
de nuestra fe, de proclamar sincera y verdaderamente el mensaje de Dios, porque
Dios está siempre al lado del auténtico profeta.
La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos ha presentado el himno al amor.
La palabra “amor” está en labios de
todos. Ahora bien, no todos se refieren
a lo mismo cuando pronunciar esta
palabra. Cada quien entiende la
palabra amor a su gusto. ¡Cuántas veces decimos “te amo” en esta
vida!
¡Conque facilidad prometemos amor! ¡Y con qué
facilidad esas palabras de amor, en muchas ocasiones, se las lleva el
viento! ¿Cuántos corazones hemos roto en
nuestra vida cuando hemos prometido amarlos y les hemos dado la espalda tan
fácilmente?
San Pablo nos dice hoy cómo es el verdadero
amor. El amor es comprensivo: es la capacidad de ponerme en el lugar del
otro; es servicial: se demuestra en el bien hecho al otro; no tiene
envidia: es el defecto de muchas personas y consiste en ponerme triste
porque al otro le va bien; no es presumido: no presume del bien que hace
a otra persona; no es grosero ni egoísta: no podemos estar toda la vida
mirando nada más a nuestro ombligo, pensando solamente en nosotros mismos; no
se irrita ni guarda rencor: todos tenemos como un cuaderno en el que vamos
apuntado todo lo que nos han hecho los demás, o lo que pensamos que nos han
hecho; el amor olvida todo eso, no lo tiene en cuenta; no se alegra con la
injusticia: el amor quiere que todo “se ajuste” a la voluntad de
Dios, así todo será más justo; se goza con la verdad: sin verdad no
puede haber amor.
El verdadero amor tiene que tener también
las siguientes cualidades, aún en momentos difíciles: disculpa sin límites,
confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. En
el amor no se debe buscar culpables en los conflictos, sino disculpar al otro;
debe haber confianza mutua; saber soportar las dificultades y no buscar caminos
fáciles a los problemas.
Así debe ser nuestro amor, un amor
válido para toda la vida.
El Evangelio de san Lucas nos presenta a Jesús despreciado por los habitantes de Nazaret.
A todos nos gusta que nos alaben y nos
molesta que nos critiquen. Pero es necesario
recibir con humildad tanto las alabanzas por nuestros aciertos, como las
críticas por nuestros desaciertos. Es necesario reconocer el trabajo de la
gente, valorarlo y estimularlo, y hacer una crítica seria y constructiva,
cuando sea necesario, aunque no nos miren bien. Generalmente alguien nos
molesta cuando nos dice nuestras verdades, cuando denuncia nuestros errores y
no nos ayuda a seguir en nuestros vicios.
El camino del profeta es un camino en el
que hay que luchar, muchas veces, con la incomprensión de la gente, con la
soledad, con el riesgo, porque no siempre puede uno decir lo que le agrada
a la gente. Sin embargo, es un camino al
que Dios nos llama y hay que ser fiel a su Palabra.
Como Jesús, nosotros también tenemos el
peligro de ser rechazados por predicar lo que nos propone el evangelio. Pero no
podemos renunciar frente al rechazo. Como el profeta, habrá que seguir
anunciando el perdón, el amor y la paz, aunque todos nos den la espalda. Si no
es para que los demás cambien, por lo menos para que ellos y sus costumbres, no
terminen por cambiarnos a nosotros.