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martes, 29 de enero de 2019

IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
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IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
La liturgia de este domingo es una invitación a que todos los bautizados nos comprometamos a anunciar el Evangelio a toda persona, especialmente a los más alejados.
 
La 1ª lectura del profeta Jeremías nos presenta cómo Dios escoge a Jeremías para consagrarlo y constituirlo profeta.  Jeremías tendrá que soportar todo tipo de dificultades en su misión, pero no abandonará la tarea que Dios le ha encomendado.
 
¿Quiénes son hoy los profetas?  Los profetas no son una clase especial de personas, sino que profeta es todo aquel que ha sido bautizado.  Dios se sirve de los profetas para seguir interviniendo en el mundo.
 
El profeta es el hombre que vive con los ojos puestos en Dios y en el mundo. El profeta es el hombre que habla en nombre de Dios.  Cuando lo que dice nos gusta, es de nuestro agrado, recibimos bien su mensaje, pero si lo que nos tiene que decir el profeta contradice nuestras opiniones, nuestros criterios o nuestros deseos, entonces no aceptamos con facilidad lo que nos dice e incluso lo rechazamos. Quienes han hablado en nombre de Dios como auténticos profetas, no han gozado nunca de buena acogida entre sus oyentes.
 
No tengamos nunca miedo de dar testimonio de nuestra fe, de proclamar sincera y verdaderamente el mensaje de Dios, porque Dios está siempre al lado del auténtico profeta.
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos ha presentado el himno al amor.
 
La palabra “amor” está en labios de todos.  Ahora bien, no todos se refieren a lo  mismo cuando pronunciar esta palabra.  Cada quien entiende la palabra amor a su gusto. ¡Cuántas veces decimos “te amo” en esta vida!
 
¡Conque facilidad prometemos amor! ¡Y con qué facilidad esas palabras de amor, en muchas ocasiones, se las lleva el viento!  ¿Cuántos corazones hemos roto en nuestra vida cuando hemos prometido amarlos y les hemos dado la espalda tan fácilmente?
 
San Pablo nos dice hoy cómo es el verdadero amor.  El amor es comprensivo:  es la capacidad de ponerme en el lugar del otro; es servicial: se demuestra en el bien hecho al otro; no tiene envidia: es el defecto de muchas personas y consiste en ponerme triste porque al otro le va bien; no es presumido: no presume del bien que hace a otra persona; no es grosero ni egoísta: no podemos estar toda la vida mirando nada más a nuestro ombligo, pensando solamente en nosotros mismos; no se irrita ni guarda rencor: todos tenemos como un cuaderno en el que vamos apuntado todo lo que nos han hecho los demás, o lo que pensamos que nos han hecho; el amor olvida todo eso, no lo tiene en cuenta; no se alegra con la injusticia: el amor quiere que todo “se ajuste” a la voluntad de Dios, así todo será más justo; se goza con la verdad: sin verdad no puede haber amor.
 
El verdadero amor tiene que tener también las siguientes cualidades, aún en momentos difíciles: disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites.   En el amor no se debe buscar culpables en los conflictos, sino disculpar al otro; debe haber confianza mutua; saber soportar las dificultades y no buscar caminos fáciles a los problemas.
 
Así debe ser nuestro amor, un amor válido para toda la vida.
 
El Evangelio de san Lucas nos presenta a Jesús despreciado por los habitantes de Nazaret.
 
A todos nos gusta que nos alaben y nos molesta que nos critiquen. Pero es necesario recibir con humildad tanto las alabanzas por nuestros aciertos, como las críticas por nuestros desaciertos. Es necesario reconocer el trabajo de la gente, valorarlo y estimularlo, y hacer una crítica seria y constructiva, cuando sea necesario, aunque no nos miren bien. Generalmente alguien nos molesta cuando nos dice nuestras verdades, cuando denuncia nuestros errores y no nos ayuda a seguir en nuestros vicios.
 
El camino del profeta es un camino en el que hay que luchar, muchas veces, con la incomprensión de la gente, con la soledad, con el riesgo, porque no siempre puede uno decir lo que le agrada a la gente.  Sin embargo, es un camino al que Dios nos llama y hay que ser fiel a su Palabra.
 
Como Jesús, nosotros también tenemos el peligro de ser rechazados por predicar lo que nos propone el evangelio. Pero no podemos renunciar frente al rechazo. Como el profeta, habrá que seguir anunciando el perdón, el amor y la paz, aunque todos nos den la espalda. Si no es para que los demás cambien, por lo menos para que ellos y sus costumbres, no terminen por cambiarnos a nosotros.