XVII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XVII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
La liturgia de este domingo nos habla
sobre la oración y la actitud que
nosotros como cristianos debemos tener cuando oramos a Dios.
La 1ª lectura del libro
de Génesis nos
presenta a Abraham dialogando y regateando
con Dios para salvar a Sodoma y Gomorra de su destrucción.
Con Abraham nos damos cuenta que el deseo de salvar de Dios es mucho más fuerte que la decisión de castigar. En realidad, son los habitantes de ambas
ciudades que por los excesos de su vida
corrompida no dejan a Dios otra salida; ellos mismos se han autocondenado.
Si nos fijamos en la historia de las grandes
civilizaciones, hallamos épocas de gran poder, construidas a veces sobre todo tipo de vicios, injusticias, falta de
ética y de corrupción a todos los
niveles, todas estas cosas han sido la ocasión para el derrumbamiento, el
hundimiento hasta la desaparición de aquellos imperios.
Hoy día tenemos
que tener los ojos abiertos y un espíritu crítico ante las deficiencias y pecados de nuestra sociedad. Estamos en un punto de nuestra historia
muy parecido a Sodoma y Gomorra. Comprobamos, con dolor, que cada día hay
más y más personas que ven el pecado como algo normal. Nada ven
como pecado.
Hay que rezar cada día para que esta
sociedad cambie y se acerque más a Dios.
La 2ª lectura de san
Pablo a los Colosenses es una catequesis
sobre el Bautismo.
Por el
bautismo nos incorporamos a la muerte y resurrección de Cristo: morimos al
pecado para renacer como hijos de Dios.
Nos incorporamos también a formar parte de una comunidad parroquial, ya
no somos seres aislados y solitarios formamos parte de la gran familia de los
hijos de Dios.
El Evangelio de san
Lucas nos presenta a los discípulos pidiéndole a Jesús que
los enseñe a orar.
Parecería extraña y fuera de lugar en nuestros
tiempos la súplica de los discípulos que piden: “Señor, enséñanos a orar”. ¿Por
qué orar en nuestros tiempos? ¿Tendrá sentido la oración en un mundo tan lleno
de ciencia y de técnica que parece que ya todo lo sabemos, todo lo podemos y
todo lo prevenimos?
Hoy más que nunca necesitamos hacer la misma
petición a Jesús: “Señor, enséñanos
a orar”. Y no tanto porque necesitemos oraciones o novenas que como
ritos mágicos nos alcancen el favor que estamos pidiendo; no padrenuestros
dichos corriendo para cumplir con las obligaciones de un rito.
Orar
es ponerme frente a Dios. Sin más preocupaciones. Nosotros que
tenemos tantas actividades y nos hemos llenado de preocupaciones y evasiones,
debemos aprender a “estar” calladamente delante de Dios que
sabemos que nos ama. No es posible vivir la fe cristiana ni nuestra vocación
humana sin orar.
Al rezar hemos de invocar a Dios como “Padre
nuestro”. Dios es ese Padre bueno
que siempre nos escucha. Pero además al
decir Padre nuestro estamos saliendo de nuestro individualismo, estamos reconociendo en
todo hombre la misma dignidad de ser hijos de Dios.
No podemos decir que Dios es Padre “nuestro”,
si damos la espalda y rechazamos la construcción del Reino de Dios que
se hace con todos los hermanos; no podemos pedir que se haga la voluntad del
Padre buscando injustamente sólo nuestros intereses a costa del dolor de los
hermanos.
Pedir
el pan es dejar a un lado las
ambiciones egoístas que nos llevan a esconder y acumular los bienes de todos,
haciendo sufrir y creando estructuras injustas que empobrecen a muchos hermanos
nuestros. Pedir el pan de cada día es confiar en la Providencia y tender
la mano abierta a compartir el pan que hoy Dios mi Padre me ha regalado.
Perdonar
y ser perdonados. No hay peor cosa que el rencor, la envidia,
la mentira, la injusticia y la venganza. Necesitamos purificar nuestro interior
y pedir que alcancemos la gracia de estar en paz tanto con los que nos
han ofendido como con aquellos a quienes hemos ofendido nosotros.
Hoy necesitamos aprender nuevamente el Padre
Nuestro, aprender a recitarlo y a vivirlo, hacer vida cada una de
las palabras contenidas en el Padre Nuestro.