XXVII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XXVII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
Las lecturas de este domingo nos invitan a crecer en la fe para
que en nuestra vida demos frutos abundantes.
La 1ª lectura del
profeta Habacuc nos muestra al profeta
pidiéndole a Dios que intervenga en el mundo para poner fin a la
violencia, a la injusticia y al pecado.
Con frecuencia encontramos personas que dicen: si Dios existe, ¿Por
qué hay injusticias? ¿Por qué hay gente que muere de hambre? ¿Por qué existen
las enfermedades? ¿Por qué los buenos sufren y a los malos les va bien en la
vida? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué las guerras, los terremotos?
Cuantas veces, nosotros mismos, nos hemos quejado y enfadado con
Dios, al ver todas las desgracias que hay en el mundo. Cuantas veces, a pesar de pedir y pedir a
Dios, las cosas no nos salen bien o nos salen mal. Cuantas veces no hemos dicho: ¿Por qué
permite Dios esto?
En primer lugar, hemos de saber, que los planes de Dios superan
nuestra manera pequeña de ver las cosas. Nunca podremos entender los planes de Dios, ya
que los caminos de Dios no son iguales a los nuestros. Dios tiene su propia manera de actuar,
y la manera de actuar de Dios no es con impaciencia o de prisa.
En segundo lugar, necesitamos aprender a confiar en la bondad Dios,
a ponernos en sus manos, a sentir que Él es un Padre que nos ama como a hijos y
que hará todo, para que alcancemos vida y felicidad.
Dios nos llama a
denunciar todo lo que impide la realización plena del proyecto de vida y
felicidad que Él tiene para los hombres. Dios intervendrá en la historia del mundo,
¿Cuándo? Solamente Dios sabe cuando.
Lo que a nosotros nos toca es tener paciencia y saber sobre todo que
Dios no nos abandona. No debemos
temer. A cada uno le llegará su día
y quien saldrá vencedor será el que se ha mantenido fiel al Señor. Como nos decía hoy el profeta Habacuc: “Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe
vivirá”.
La 2ª lectura de San
Pablo a Timoteo, nos invita a renovar
cada día nuestro compromiso, como cristianos, con Cristo y el Reino de Dios.
Hemos ido llenando nuestra vida de tantas ocupaciones, que esas
ocupaciones nos alejan de servir a Dios y vivir los valores del Evangelio. Por eso, San Pablo, nos invita hoy a vivir
con entusiasmo nuestra fe, nuestra entrega y servicio a Dios y al prójimo. Nos invita a dejar de lado la flojedad, la
comodidad, el “no tengo tiempo para las cosas de Dios” y a no avergonzarnos, a no tener miedo de dar
la cara por Dios, porque quien se avergüence del Señor y de servirlo, también
Dios se avergonzará de él.
El Evangelio de San
Lucas nos habla de la fe.
“La fe mueve
montañas”. Cuando decimos esto, estamos diciendo que la
fe tiene tal fuerza y poder que es capaz incluso de hacer lo imposible.
Pero, ¿Qué es la fe? La
fe no es sólo creer que existe Dios, ni creer que Jesucristo es el Hijo de
Dios, ni tampoco creer en la Iglesia o en la vida eterna. La fe es sobre todo encuentro, relación y
experiencia con Dios.
¿De qué nos sirve creer que existe Dios, si no nos relacionamos con
Él? Hay personas que dicen tener más fe
que nadie, pero no vienen a la Iglesia.
Estas personas ponen la fe al servicio de sus caprichos y además tienen
que saber que la fe no es cosa sólo de ello, sino que es cosa de dos: Dios y
la comunidad cristiana. El Señor ha
querido que vivamos nuestra fe en comunidad, no en solitario.
Hay persona que viven la fe como una costumbre social: se
bautizan, hacen la primera comunión, se casan y entierran a sus difuntos,
porque así es costumbre.
Podemos venir todos los domingos a misa, podemos rezar mil rosarios,
podemos tener muchas devociones. Pero si
no nos relacionamos con Dios en la oración, si no hemos aceptado en nuestras
vidas el mensaje de Jesús, y si no hemos hecho un esfuerzo por cambiar de vida,
todo es inútil.
Hay personas que ante una desgracia, ante un problema, piensan que Dios
los ha abandonado y se alejan de Dios. Esta
es una fe débil y falsa. Otros le
echan la culpa de todo lo malo a Dios y se alejan de Él. Esta es una fe inmadura e infantil.
La fe, es ante todo, encuentro con Dios, y no una barita mágica
para resolver todos nuestros problemas, sino para vivir la vida al estilo del
Señor. Sólo así podremos entender que
ser cristiano no es por afán de recompensas o por lo que podamos conseguir sino
por hacer lo que debemos hacer.
Ante Dios sólo somos siervos.
Por ello, como los apóstoles, pidámosle a Jesús: “Auméntanos la fe”