III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)
La liturgia
de este tercer domingo de Cuaresma nos habla de la eterna preocupación de
Dios por llevarnos hacia la vida nueva.
Por ello, la Palabra de Dios nos ofrece hoy algunas sugerencias para la
conversión y la renovación de nuestra vida.
La 1ª
lectura del libro del Éxodo, nos muestra la preocupación de Dios por llevar al pueblo por el buen
camino y para ello hace un pacto, una alianza con su pueblo y le entrega los
Mandamientos.
Los
Mandamientos son una serie de indicaciones para conducir nuestra vida por el
camino de la felicidad. Son indicaciones fundamentales
para nuestra existencia: nuestra relación con Dios y nuestra relación con
las personas.
Los
Mandamientos son preceptos que expresan el mínimo respeto que debemos
tener con los demás y son la base para una correcta relación entre los
hombres. La envidia, el falso
testimonio, el robo, el adulterio, matar, no respetar a los mayores, no son
solamente una falta grave contra el prójimo, sino que a partir de este momento,
son también un pecado contra Dios.
Los
primero tres Mandamientos, regulan las relaciones del pueblo con Dios: Dios será el único
Dios. Su nombre será respetado; se le
consagrará un día de descanso semanalmente a Dios.
Los
siete restantes Mandamientos regulan la convivencia con los seres humanos: respeto a los padres,
a la vida, al matrimonio, a los bienes y a la fama. Estos Mandamientos nos invitan a no ser
violentos, agresivos, intolerantes, indiferentes ante las necesidades de los
demás. Todo lo que atenta contra la
vida, la dignidad, los derechos de nuestros hermanos, es algo que genera
muerte, sufrimientos, esclavitud, para nosotros y para todos los que nos rodean
y no contribuye a que se haga realidad los proyectos de vida y felicidad que
Dios quiere para nosotros.
Los
Mandamientos no son para limitar nuestra libertad, sino que son “señales”
con las cuales Dios nos ayuda a recorrer el camino del bien, de la libertad y
de la vida verdadera. En este tiempo de
Cuaresma, somos invitados a volvernos hacia Dios y a descubrir su papel
fundamental en nuestra vida.
La 2ª
lectura, de San Pablo a los Corintios, nos invita a descubrir que la salvación, la
felicidad no se encuentra en el poder, en la riqueza o ser importantes ante el
mundo, sino en la aceptación de la cruz, es decir, en amar, en poner
nuestra vida al servicio de los sencillos y humildes.
Los seres
humanos buscamos, muchas veces, seguir a líderes vencedores, que se imponen a
la fuerza y que muestran su poder y su sabiduría, a veces incluso con
prepotencia; sin embargo, Dios se nos muestra en la figura de Jesús, abandonado
por sus amigos, condenado por las autoridades y muerto en la cruz. Dios nos ofrece un proyecto de vida y de
salvación que pasa por la muerte de la cruz.
La fuerza y la “sabiduría de Dios” se manifiesta en la fragilidad, en la
pequeñez, en la pobreza, en la humildad.
Si Dios se manifiesta así, no busquemos nosotros ser importantes, ni
tener autoridad, ni ser protagonistas; busquemos el escándalo de la cruz
para obtener la felicidad y la vida en plenitud.
El
Evangelio de san Juan
nos enseña hoy que el Templo debe ser un lugar de encuentro con Dios y de
oración.
¿Cuál es el
verdadero culto que Dios espera de nosotros?
El culto que Dios quiere es que en nuestra vida escuchemos las
propuestas que Dios nos hace y que esas propuestas las vivamos llevando una
vida de entrega, de servicio a nuestros hermanos. Que lo que celebramos y vivimos en la Iglesia
se traduzca en ayudar a los pobres, a los marginados, a los enfermos, es decir,
que hagamos vida lo que aquí celebramos.
Nosotros
también nos podemos convertir en mercaderes religiosos. Y lo somos cuando damos limosna, nos
confesamos y comulgamos pero para que nos salga bien un examen, un negocio, un
asunto cualquiera. Y ¡cómo nos
enojamos con Dios! cuando no nos concede lo que le pedimos. Y estos enojos nos separan del Señor.
Hay otro
mercantilismo religioso mucho peor que es cuando acudimos a la religión, o para
engañarnos a nosotros mismos, o para engañar a los demás. Cuando hay un rencor en nuestro corazón, o
una situación injusta en nuestros negocios y vamos a comulgar para tranquilizar
nuestra conciencia y no ver el verdadero problema que tenemos.
Cuantas
veces queremos que Dios sea nuestro cómplice cuando tratamos de
justificar desde la religión nuestras injusticias, dándole a Dios unas monedas
para su Templo o para los pobres, para poder continuar con nuestros asuntos
chuecos.
Cuantas
veces también nuestra celebración de los sacramentos no tienen un verdadero
sentido cristiano, y bautizamos por costumbre, y hacemos la primera comunión
porque todos lo hacen y nos casamos por la Iglesia porque es más bonita la
ceremonia. ¿No nos estaremos
convirtiendo en mercaderes del Templo con todo esto?