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lunes, 18 de diciembre de 2023

 

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)


Llegamos al final del Adviento.  A lo largo de estas semanas, la Iglesia ha querido prepararnos para la venida de Jesús en la Navidad y para su venida definitiva al final de los tiempos.

La Navidad no se improvisa, hay que prepararla. La Navidad no puede reducirse a preparativos ambientales de nacimientos, árboles, villancicos, luces, comidas, etc. Es también necesaria una preparación interior este es el sentido y la finalidad del Adviento que estamos concluyendo.

La 1ª lectura del segundo libro de Samuel, nos decía cómo el rey David quería construirle a Dios una casa.  El rey David tenía buen corazón y le daba pena que su Dios tuviera que vivir en una tienda de campaña, mientras él, el rey, vivía en un palacio de cedro.

David quería pagar de algún modo a Dios los dones recibidos. Y Dios no quiere que le paguemos ni con templos, ni con ofrendas, ni con sacrificios. El sacrificio que Dios quiere es un corazón contrito. La ofrenda que Dios quiere es nuestra misericordia.

Hoy, por desgracia, persiste en nuestros templos este culto mercantilista a Dios. No es cuestión de decirle a Dios: mira cuántas cosas he preparado para Ti, sino más bien: Mira, Señor, cuánto te quiero.

La casa que Dios quiere es vivir en nuestro corazón, hacerse presente en nuestra vida.

La 2ª lectura, de San Pablo a los romanos nos dice que  Dios tiene un plan de salvación que ofrecer a los hombres.

Dios se preocupa por nosotros y Dios nos ama, y ese amor no es un amor pasajero, sino que forma parte del ser de Dios y está siempre en la mente de Dios amarnos a todos sus hijos.  Por ello no olvidemos esto: no  somos seres abandonados a nuestra suerte, perdidos y a la deriva en un universo sin fin; sino que somos seres amados de Dios, personas únicas e irrepetibles que Dios conduce con amor a lo largo del camino de la historia y Dios tiene un proyecto eterno de vida plena, de fidelidad total, de salvación.

Prepararnos para la Navidad significa preparar nuestro corazón para acoger a Jesús, para aceptar sus valores, para comprender su manera de vivir, para adherirse al proyecto de salvación que, a través de Él, Dios Padre nos propone.

El Evangelio de san Lucas nos ha narrado la Anunciación a María.

Los días de Navidad  ya se acercan y Jesús busca casa donde nacer. No son muchas sus exigencias en cuanto a comodidades y riquezas, solamente pide corazones sencillos, compartidos y desapegados de lujos, de riquezas, de honores, y de ambiciones. Nosotros podemos ahora escuchar esa solicitud de Jesús: “Busco casa”, y apresurarnos a responder con la generosidad de María, con un  seguro y confiado, con un “fíat” que compromete y dispone, con un “yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, confiando en un amor mucho más grande que el nuestro.

No temamos, también para cada uno de nosotros son las palabras de Gabriel: “Alégrate. El Señor está contigo”. Claro que a nosotros no nos puede decir que estamos llenos de gracia, porque nuestros delitos nos abruman y nuestras miserias saltan a la vista. Pero el Señor es tan generoso que a pesar de nuestras miserias también nos escoge para pesebre, cueva, o casita, donde pueda nacer el Salvador.

No importan las apariencias externas, lo importante es la limpieza interior y la apertura de corazón para recibir a Jesús. No olvidemos que con Jesús llegan también los pastores, los pecadores, los enfermos, los despreciados… entonces, sí exige una puerta grande y noble para aceptar a todos como hermanos. No podemos poner a la entrada el consabido: “Nos reservamos el derecho de admisión”, porque Jesús llega acompañado de todos sus hermanos, sin hacer distinciones para todo el que acepte su invitación.

Así, que si de verdad queremos ofrecer nuestro corazón como casa, preparémonos para las consecuencias porque tendremos que vivir al estilo de Jesús y pasar una Navidad bajo sus condiciones, pero si no estamos dispuestos a todos estos riesgos, ¿por qué, entonces, nos seguimos llamando cristianos?

Son los últimos días de este Adviento y el contemplar tan cerca el nacimiento de Jesús nos obliga preguntarnos: ¿Cómo voy a acoger a Dios-Niño que se hace presencia viva y concreta en medio de nosotros? ¿Cómo voy a vivir y cómo voy a expresar a este Dios ternura que se acerca hasta convertirse en uno de nosotros? ¿Cómo voy a dar calor y compañía al recién nacido en mi corazón y en mi casa?

Hoy nos alegramos con María y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad que a lo largo de los siglos han dejado que Dios naciese en su corazón. Que María nos ayude a todos a vivir estas fiestas de Navidad saliendo con alegría de nosotros mismos al encuentro del Señor.


¡Feliz Navidad! Ningún saludo mejor para este día que el tradicional de estos días: ¡Feliz Navidad! Felicitémonos y comuniquemos a todos nuestra alegría. Y que estos buenos deseos, esta buena voluntad perduren siempre y se vayan haciendo realidad. Ninguna fiesta cristiana ha marcado como ésta la historia y posiblemente nuestra propia experiencia. La Navidad ocupa un puesto de excepción en el calendario y en la vida. En estos días nos sentimos especialmente contentos, y hasta nos parece descubrir sentimientos semejantes en los demás. El mundo y la vida nos parecen distintos. Las vacaciones, las fiestas, los regalos, las compras, las reuniones familiares y entre amigos… Todo contribuye a hacer de la Navidad una época maravillosa en el año.

Sin embargo, la noticia no saldrá en los periódicos, ni en la televisión.  Y sin embargo es la noticia más gozosa de toda la historia. Nos la ha anunciado el profeta Isaías: “Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que dice a Sión: Tu Dios es rey”.

Hoy los cristianos de todo el mundo sabemos muy bien por qué nos alegramos y qué es lo que celebramos.  Miles y miles de comunidades se están reuniendo en todo el mundo y celebran que Dios se ha hecho hombre, que ha querido nacer como uno de nuestra familia.

El profeta Isaías nos decía hoy: “Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.”

Nuestro Dios es un Dios que habla, no un Dios mudo, lejano.  Su Palabra es cercana.  Antes, durante siglos había hablado Dios por medio de profetas o había enviado ángeles como mensajeros.  Ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo.  Esto es lo que nos decía el autor de la carta a los Hebreos.

Y es también lo que lleno de entusiasmo nos ha proclamado San Juan en el prólogo de su evangelio: “la Palabra estaba junto con Dios, la Palabra era Dios, y la Palabra se hizo hombre, y habitó entre nosotros”.

La Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo-Jesús: el Hijo de Dios, que desde la primera Navidad es también hijo de los hombres.  Ese Niño que hoy adoramos es el Hijo de Dios.

Dios nos ha dirigido su Palabra.  Dios no es un Dios mudo.  Es un Dios que nos habla, y desde que nos ha enviado su Palabra, su Hijo, siempre es Navidad, porque siempre sigue viva y actual esa Palabra de Dios dirigida a nosotros en señal de amistad y de cercanía.

Este es el misterio que hoy celebramos y que nos llena de alegría. Pero es también un misterio que nos interpela.  Debemos acoger a ese Niño que es el Hijo de Dios y hermano nuestro.

¡Jesús, nacido en la pobreza de Belén, Cristo, el Hijo eterno que nos ha sido dado por el Padre, es, para nosotros y para todos, la Puerta!  ¡La Puerta de nuestra salvación!  ¡La Puerta de la vida, la Puerta de la paz!

Debemos confesar, sin embargo, que a veces la humanidad ha buscado fuera de Cristo la Verdad, que se ha fabricado falsas certezas, ha corrido tras ideologías falsas. A veces el hombre ha excluido del propio respeto y amor a los hermanos de otras razas o distintos credos, ha negado los derechos fundamentales a las personas y a las naciones.  Pero Cristo sigue ofreciendo a todos el Esplendor de la Verdad que salva.  Miremos a Cristo, Puerta de la Vida y démosle gracias por los prodigios con que has enriquecido a cada generación. 

A veces este mundo no respeta y no ama la vida.  Pero el Señor no se cansa de amarla, más aún, en el misterio de la Navidad viene a iluminar las mentes para que los legisladores y los gobernantes, hombres y mujeres de buena voluntad se comprometan a acoger, como don precioso, la vida del hombre.

Cristo nace para darnos el evangelio de la Vida.  Pongamos nuestros ojos en Cristo, Puerta de la Paz, mientras peregrinos en el tiempo, visitamos tantos lugares del dolor y de guerra, donde reposan víctimas de violentos conflictos y de crueles exterminios.  Cristo que nace, nos invita a abandonar el insensato uso de las armas, el recurso a la violencia y al odio que han marcado con la muerte a personas, pueblo y continentes.

Que no puedan decir de nosotros lo que san Juan ha dicho de los judíos de su tiempo: “En el mundo estaba… y, sin embargo, el mundo no lo conoció.  Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.  Después de siglos de espera, muchos de sus contemporáneos no supieron reconocer al enviado de Dios.  Por este salvador que nos ha nacido el mundo  tiene esperanza.  El futuro se presenta más prometedor.  Porque Él es para siempre Dios con nosotros.  Los que celebramos la Navidad no podemos vivir igual: tenemos que dejarnos ganar de la esperanza y del amor de Dios.

La Eucaristía de hoy la celebramos con una motivación especial.  El que nació de la Virgen María en la primera Navidad, hoy, como Señor glorioso y resucitado, se nos hace Pan y Vino, alimento para todos nosotros, para fortalecernos en nuestro camino.

No estamos celebrando una fecha, un aniversario.  Estamos celebrando a una persona que vive, que está presente: el Salvador.  Él es el Dios que se ha hecho hombre para darnos a todos la alegría de saber que Dios nos ha admitido a su familia como Hijos.

Celebremos la Navidad, porque celebrar la Navidad es, ante todo, creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios. En el corazón de estas fiestas en que celebramos al Dios hecho hombre, hay una llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar: “Cuando no tengas ya a nadie que te pueda ayudar, cuando no veas ninguna salida, cuando creas que todo está perdido, confía en Dios. Él está siempre junto a ti. Él te entiende y te apoya. Él es tu salvación”.

Si así lo creemos y hacemos, ¡Feliz Navidad! Y no será sólo un buen deseo, una expresión de buena voluntad, sino una hermosa y feliz realidad.

lunes, 11 de diciembre de 2023

 

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)


Este tercer domingo de adviento es conocido como el domingo de la alegría (Gaudete). La lecturas nos hablan de ello y la alegría se hace patente porque ya está muy cercana la Navidad, ese gran acontecimiento que llevamos preparando durante todo este tiempo de Adviento.

La 1ª lectura, del libro del profeta Isaías, nos presenta a Dios, a un Dios que se preocupa de los que sufren, de los desheredados de la tierra, de los excluidos, de los marginados.

Dios pregona el año de gracia del Señor: ¡Sólo es posible que la gracia llegue a todos si eliminamos la pobreza y sus causas injustas!  Es decir tenemos que trabajar por un nuevo orden internacional donde el hombre deje de ser explotado por el propio hombre.

Hoy seguimos, como en épocas pasadas, excluyendo a una parte importante de la población mundial del derecho a una vida digna.  La falta de justicia se manifiesta como una constante a lo largo de la historia y hoy se justifica esa falta de justicia mediante una sutil manipulación de las fuentes de información.  La exclusión, la pobreza, no sólo no disminuyen sino que van adoptado nuevas formas y se propagan con mayor velocidad. 

Por ello, Dios nos quiere liberar del mal que existe en nosotros, de nuestros pecados, del daño que causamos a los demás y del daño que nos causamos a nosotros mismos.  Hay que vivir en amistad con Dios para vernos libres de todas las esclavitudes y liberar también a este mundo.

La 2ª lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses, nos invitaba a preparar la llegada del Señor, y a vivir con alegría este acontecimiento.

No parece fácil mantener un ritmo de alegría y gozo en estos tiempos nuestros marcados por el desencanto, el desengaño y el pesimismo.

Podríamos preguntarnos: ¿Podemos hoy vivir alegres? ¿Tenemos derecho a estar alegres? Cuando pensamos en los problemas que nos rodean, cuando experimentamos la crisis económica y la inseguridad, cuando ha muerto una persona querida… ¿podemos estar alegres? Cuando muchas personas mueren de hambre, cuando muchos pueblos están en guerra, cuando es pisoteada la dignidad de tantas personas… ¿podemos estar alegres? Con todo, san Pablo nos ha dicho en la segunda lectura: “Estad siempre alegres”.  Esto significa que la alegría es posible. Los cristianos debemos reivindicar la alegría, porque creemos y tenemos esperanza. Los problemas que he dicho al principio son reales, existen de veras. Pero no nos podemos resignar a quedarnos sin hacer nada. Debemos aportar una solución.

Cuando trabajamos para que las relaciones entre las personas sean sinceras, cuando procuramos ser justos para con todos, cuando nos esforzamos por crear lazos de solidaridad, cuando colaboramos con personas que luchan por construir un mundo más justo, que luchan por la dignidad de la persona, entonces el mundo empieza a transformarse, empieza a mejorar.

En medio de los problemas podemos experimentar la alegría, porque el mundo puede cambiar. Armados con la fe, la esperanza y la alegría, podemos hacer mucho más de lo que podemos imaginar. Sí, una persona sola puede hacer muchísimo. Puede crear un clima distinto a su alrededor, porque cree en Jesús que le da fuerza.

El Evangelio de san Juan  nos presenta a Juan el Bautista como enviado por Dios, como testigo para dar testimonio de la luz.

Muchas veces en la vida nos encontramos como en un túnel de oscuridad y necesitamos el “guía” que nos muestre la pequeña lucecita que nos conduce a la claridad y a la libertad.

Hoy, la Palabra de Dios, nos invita a que nosotros nos convirtamos en testigos de la luz, en testigos de Jesús.  Para ser testigos se requieren varias condiciones.  En primer lugar es necesario reconocer y aceptar lo que somos y lo que no somos.  Nunca podremos ocupar el lugar de la luz, es decir, nunca podremos ocupar el lugar de Dios.  Juan lo dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”.  No podemos vivir de apariencias ni de títulos.

En segundo lugar, no podemos creernos más de lo que somos, creyendo que ya lo sabemos todo acerca de Jesús y de su Evangelio.  No podemos decir que conocemos a Jesús si le damos la espalda; no podemos decir que nos ha iluminado, aunque tengan mil luces artificiales nuestros nacimientos, si nuestro corazón sigue en tinieblas.

Hoy se necesitan testigos. Testigos de la verdad, de la luz, de la justicia, de la solidaridad, de la paz, de la alegría, del Evangelio, de Cristo, de Dios. Testigos firmes que no se doblen ante las dificultades o ante las promesas y los halagos. Testigos creíbles y responsables que hablen más con sus obras que con sus palabras. Testigos que sean una voz que anuncia buena nueva en medio de tantas falsedades. Testigos de la luz en medio de tanta oscuridad que nos ahoga y desanima. Testigos de Cristo.

La Navidad se presta mucho para decir que somos cristianos pero teniendo un conocimiento muy superficial de Jesús; se presta para organizar fiestas y tener pretextos para nuestras diversiones.  Sin embargo la Navidad es tiempo para conocer realmente a Jesús, para que su mensaje tenga repercusión en nuestra vida y marque nuestra conducta e ilumine nuestra historia.

En este domingo de la alegría debemos preguntarnos: ¿Quién soy yo, que digo de mí mismo? ¿Cuáles son mis valores? ¿Estoy anunciando a Cristo?  ¿Soy testigo de Cristo ante el mundo y ante mi familia?

lunes, 4 de diciembre de 2023

 

II DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)


Allanar el camino es la invitación que nos hace la liturgia este segundo domingo de Adviento, para dejar de lado nuestras perspectivas en la vida y aceptar las de Dios, al mismo tiempo que aceptamos la compañía que Dios nos ofrece.

La 1ª lectura, del profeta Isaías, nos hacía una llamada a la conversión; una llamada a preparar el camino al Señor y a quitar los obstáculos que dificultan o retrasan la venida del Señor.

Para ello se nos pide que abandonemos nuestros hábitos de comodidad, de egoísmo y de autosuficiencia y que aceptemos los retos que Dios nos presenta.

La primera lectura contiene un mensaje de consolación para todas aquellas personas que viven amargadas o desilusionadas.  Dios no nos ha abandonado ni nos ha olvidado.  Hoy podemos sentirnos hundidos y fracasados porque la violencia y el terrorismo llenan de sangre y sufrimiento la vida de tantas personas o porque los pobres y lo débiles son olvidados y no tenidos en cuenta, o porque la sociedad global se construye con egoísmo, con indiferencia.  Sin embargo Dios es fiel a los compromisos con nosotros sus hijos, Dios no está al margen de lo que nos ocurre.  Dios viene a nuestro encuentro y nos ofrece llevarnos con amor y solicitud al encuentro de la verdadera vida y de la verdadera libertad.

El Señor trae paz y justicia, pero espera nuestra colaboración.  Nuestra tarea es preparar el camino a nuestro Dios, y para ello hemos de rebajar el monte de nuestro orgullo.  El gran pecado del hombre actual es prescindir de Dios y creerse él mismo el todopoderoso. El Adviento es el tiempo favorable para que limpiemos los caminos de nuestra vida, de forma que Dios pueda nacer en nosotros y, a través de nosotros, liberar al mundo.

La 2ª lectura, de la carta de San Pedro,  nos invitaba a la vigilancia.  San Pedro responde a los incrédulos que se burlan de la venida del Señor, tantas veces anunciada y que no acaba de llegar. No debemos olvidar que Dios es eterno y que su grandeza trasciende todas las medidas humanas, que para Él un día es como mil años, y mil años como un solo día; esto es, que Dios no tiene prisa, Él, puede hacerlo todo en un instante. Si Dios tarda, no es porque le cueste mucho cumplir lo que promete. Es porque tiene misericordia y da tiempo a los que necesitan tiempo para convertirse.

Dios es grande y su misericordia infinita, su amor a los hombres inagotable. Lo que a nosotros nos parece tardanza no es otra cosa que paciencia y misericordia con los pecadores, pues “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.

Sin embargo, los hombres no debemos abusar de tanta misericordia y perder el tiempo que Dios nos da para convertirnos. Pues lo cierto es que el día del Señor llegará cuando menos se piense, repentinamente, como llega un ladrón sin dar aviso. Hay que vigilar en todo momento.

El Evangelio de san Marcos nos presentaba a Juan el Bautista.  Llama la atención su forma de vestir, su manera de alimentarse y sobre todo su forma de ser.  Invitaba a todo aquel que acudía a él a la conversión.

Juan usaba un vestido de pelo de camello.  ¿Cómo vestimos nosotros?  ¿Con la piel de la oración o con el vestido de la frialdad hacia Dios?  ¿Con qué nos alimentamos?  ¿Con la Palabra y la Eucaristía o, por el contrario, con todo aquello que es agradable a nuestros ojos, a la boca, al placer?

¿En qué dirección estamos caminando?  ¿Hacia la Navidad, preparándonos para recibir a nuestro Salvador o hacia la vanidad de disfrutar, gastar y derrochar en este tiempo de Navidad?

Juan el Bautista nos sitúa ante un dilema.  ¿Qué camino estamos construyendo para la llegada de Jesús?  ¿Estamos realmente preocupados por quitar de nuestra vida todo aquello que nos impide recibir y acoger a Cristo: envidias, orgullo, soberbia, malos modos, egoísmo, etc., todo estas cosas que hacen que nuestra fe sea algo irrelevante o simbólico?

En estos días se adornan las calles, las plazas, los centros comerciales e incluso nuestras casas con adornos navideños.  ¿Cómo vamos a adornar nuestra vida?  ¿Hasta dónde estamos dispuestos a iluminar el interior de cada uno de nosotros para que el Señor, cuando nazca pueda entrar en nuestra vida y nacer de verdad?

Ojala que en estos días que nos estamos preparando para la Navidad no nos dejemos seducir por todo aquello que ha hecho de la Navidad una fiesta comercial.  Desde ahora, hemos de comprometernos en hacer una profunda revisión de nuestra vida cristiana y enderezar todo lo que está torcido, iluminar lo que está oscuro, dejar atrás los caminos equivocados por los que hemos ido en la vida, agarrarnos al poder y fuerza de la oración para pedirle al Señor que nos ayude a convertirnos a Él, para optar por el amor y la paz que nos trae y nos da el Evangelio.

Es tiempo, antes de que celebremos la Navidad, de ver si nos hemos equivocado de camino para regresar al camino del Señor, no vaya a ser que Dios vaya por un camino y nosotros en dirección contraria.

lunes, 27 de noviembre de 2023

 

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)


Hoy empezamos a celebrar con toda la Iglesia el Adviento. El Adviento es un tiempo de espera y preparación para la venida de Jesús. A lo largo de estos cuatro domingos vamos a estar vigilantes para que no nos pase nada inadvertido. Vendrá alguien a anunciarnos una buena noticia y nos traerá un importante mensaje. Por fin, una joven israelita llamada María, será la elegida para el gran acontecimiento.

Tenemos que estar con los ojos muy abiertos y vigilar, vigilar mucho, no vaya a ser que la venida de Jesús se nos pase sin darnos cuenta.

La 1ª lectura del profeta Isaías es un clamor, un grito, una sentida oración que nace de lo más profundo del corazón. Los antiguos clamaron angustiados a Dios, conscientes de la necesidad en que se encontraban, y apurados por el dolor: “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas”. Se sentían huérfanos y perdidos y clamaron a Dios como padre, por un Salvador.

La pregunta que se plantea el profeta, en la primera lectura, seguro que nosotros también nos la hemos hecho en más de una ocasión, ante diferentes hechos, en nuestra vida. ¿Por qué permites que nos desviemos de tus caminos? ¿Por qué permites, Señor, tanta injusticia? ¿Por qué no arreglas de una vez este mundo, si todo lo puedes?

Dios es omnipotente, pero el amor sólo tiene efecto si es aceptado. El amor es oferta, no imposición. Querer forzar una respuesta de amor es hacerlo imposible, porque el amor supone la libertad de respuesta. Una persona puede amar a otra, pero si la otra permanece indiferente, el amor no puede realizarse. Un Dios-Amor no puede ser responsable de los males de la humanidad, muchos de los cuales son responsabilidad de los hombres, que no respondemos a este amor que nos viene. Por eso el mismo Isaías reconoce el pecado del pueblo (nuestra responsabilidad en el mal) y, por tanto, el disgusto de Dios.

Ahora bien, Isaías, nos recuerda que Dios es perdón que es el único Salvador y no hay otro; que Él es el que hemos de esperar. Por eso en medio de nuestras oscuridades, depresiones, angustias, hundimientos en la culpa… Dios nos ofrece nuevamente la recuperación, la paz, la reconciliación. Porque Dios es Padre fiel, y nos ha enriquecido ya con su amor.

La 2ª lectura de la 1ª carta de san Pablo a los Corintios, nos recuerda que Dios nos ha llenado de dones, nos ha comunicado su Espíritu. Pero todo estos dones, aunque Dios nos los ha dado para siempre, no es definitivo en nuestras manos. Nos cansamos, nos fatigamos y corremos el peligro de abandonarlo todo. Debemos reavivar la esperanza. No hay por qué desanimarse. Dios ha comenzado la obra; Él la llevará a buen término. Dios es fiel.

El evangelio de San Marcos, nos sitúa ante una certeza fundamental: “El Señor viene”.

Hay esperanza.  El Adviento es un tiempo para recuperar la esperanza.  Hoy los seres humanos necesitamos recuperar la esperanza.  Porque vivimos en un mundo en el que se han perdido los grandes ideales; donde los proyectos se ven más desde el dinero que uno se puede robar que desde el bien que puede hacer a la humanidad.

Desencanto, apatía, indiferencia, son palabras que expresan nuestra manera de vivir.  El único objetivo de la vida es pasarlo lo mejor posible, que no nos falte de nada y vivir lo más cómodamente posible. Sentimos indiferencia ante la formación humana y el compromiso social.

Por eso al comenzar este Adviento, este nuevo año cristiano, hemos de recuperar al menos nosotros los cristianos la esperanza.  Una esperanza que nos dice que el mundo, a pesar de todo, se dirige hacia el encuentro con Dios.  Una esperanza que nos dice que todavía es tiempo para mejorar las condiciones de vida humanas, de luchar para que se reconozcan la dignidad humana por encima de los intereses económicos, de partido o de grupos.

Una esperanza que nos dice que aunque sea poco, cada uno de nosotros puede aportar algo al proyecto del Reino de Dios.  Por eso la mejor actitud que podemos tener para recuperar la esperanza es la vigilancia: ¡Velad  porque nos sabemos ni el día ni la hora!

Vigilar porque estamos malgastado nuestra vida, nuestra realización como personas.  Hay que despertar de nuestra indiferencia e involucrarnos en la promoción del ser humano.

Miremos a nuestro alrededor para descubrir la presencia amorosa de Dios que denuncia nuestras injusticias y nos impulsa a salir de nuestra apatía.

Vigilemos lo que pensamos, lo que vemos, lo que decimos, lo que hacemos para que nuestro corazón no se corrompa con el virus de la indiferencia.

Pidamos a Dios, que la celebración de este Adviento nos permita recuperar la esperanza y despertar en nosotros la ilusión por un mundo, un pueblo y una familia mejores.

lunes, 20 de noviembre de 2023

 

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (CICLO A)


Con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, concluye el año litúrgico, que no coincide con el año civil.  El año litúrgico empieza el primer domingo de Adviento, y tiene su culminación en la fiesta que estamos celebrando hoy.

La fiesta de Jesucristo, Rey del Universo es la culminación de todas las fiestas del Señor que hemos celebrado a lo largo del año.

¿Cómo, dónde, cuándo tiene que reinar Jesucristo? Su reino no es de este mundo, por eso su forma de reinar es desde la humildad, desde la cruz… Su corona es de espinas, su cetro una caña rota, su manto un trapo de color púrpura, su trono la cruz. Reina en el corazón de cada hombre y cada mujer que se acerca a otro, descubre su necesidad y lo ayuda. Reina en aquél que descubre a Cristo en el necesitado. Cristo debe reinar en nuestro interior.

Cristo es Rey, pero Él no vino a dominar, sino a amar y a servir. Él no tiene soldados, ejércitos ni policías; tiene tan sólo la pobreza por defensa y el amor del Padre del cielo. Es el rey del amor.

La 1ª lectura del Profeta Ezequiel nos habla del momento en que “se encuentran dispersas las ovejas” y de cómo Jesús, el Buen Pastor atenderá a cada una y las apacentará.

Apacentarse a uno mismo, y no apacentar al pueblo, es provocar la corrupción política, económica…; apacentarse, y no apacentar, es buscar el lucro por encima del interés del pueblo, es dar puestos de trabajo al compañero del partido por encima de la valía de otras personas mucho mejor preparadas; apacentarse, y no apacentar, es engañar al pueblo sencillo prometiendo y no dando.

Apacentar es estar cerca del oprimido, del pobre, del que no puede devolvernos nada porque nada tiene. Apacentar es ayudar al marginado, al pobre que recorre nuestras calles para poder malvivir. Apacentar es salir en defensa del desvalido frente a los poderosos y prepotentes de la vida.

Jesús es el Buen Pastor, que sí sabe apacentarnos como nos dice el salmo Resposorial: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

El Evangelio de San Mateo es el famoso pasaje sobre el Juicio Universal o Juicio Final.

Nuestra suerte se decidirá a partir de nuestro comportamiento práctico ante el sufrimiento ajeno de los pobres, hambrientos, enfermos, encarcelados… Esa será la pregunta: ¿Qué has hecho tú ante ése hermano al que encontraste sufriendo en la vida?

Nosotros hemos querido resolver todo de una manera muy sencilla: dando dinero, aportando nuestra limosna y contribuyendo en las colectas.  Pero, las cosas no son tan sencillas.

El amor a los necesitados no puede quedar reducido a “dar dinero”, entre otras cosas porque no tiene sentido expresar nuestra solidaridad y compasión al necesitado con un dinero adquirido quizás de manera insolidaria y sin compasión de ninguna clase.

En la Biblia, la limosna se entiende como “justicia”.  “Dar limosna” equivale a “hacer justicia” en nombre de Dios a quienes no se la hacen los hombres.

Hoy como siempre se nos pide dar un vaso de agua a quien encontremos sediento. Pero se nos pide además, ir transformando nuestra sociedad al servicio de los más necesitados y desposeídos. Ante las injusticias concretas de nuestra sociedad, un cristiano no puede pretender una neutralidad, diciendo que no se quiere “meter en política”. De una manera o de otra, con nuestras actuaciones o con nuestra pasividad, todos “hacemos política”, los individuos y las instituciones.

Un creyente que escucha las palabras de Jesús, siga el partido que siga, sólo puede hacer una política: la que favorezca a los más necesitados y abandonados.

Nos decía hoy Jesús: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Sólo tienen un lugar reservado en el Reino aquellos que han amado, aquellos que han vivido la caridad: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Si queremos formar parte del Reino de Dios hemos de seguir el camino que Jesús nos propone.  Y, además, es tan enorme y grande el amor a los más necesitados que Jesús mismo se identifica con ellos, al decir: “conmigo lo hicieron”.

Basta con observar a nuestro entorno: nuestra familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, aquellas personas con las que me cruzo a diario y descubrir a las personas necesitadas. Todos son hermanos nuestros. Y los más necesitados, son los predilectos de Jesús, son Jesús mismo.

lunes, 13 de noviembre de 2023

 

XXXIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


La liturgia de este domingo nos recuerda que Dios confía en nosotros más de lo que quizás nosotros confiamos en nosotros mismos. 

La 1ª lectura, del libro de los Proverbios, nos ofrece hoy un canto a la mujer.

La igualdad entre el hombre y la mujer no es algo que ya vivamos.  En parte porque, en muchos sectores de la vida la mujer sigue ocupando un puesto secundario.  Tenemos que admitir que hombre y mujer somos iguales en dignidad, en derechos, en oportunidades, porque ambos somos seres humanos.

No podemos ignorar la marginación y la sumisión en que la mayoría de los países ha tenido y sigue teniendo a la mujer.  Es una pena que muchos hombres que se llaman cristianos han explotado a las mujeres a través de los siglos.  En la casa han mirado a las mujeres como objetos de deseo.  En el trabajo han pagado a las mujeres menos que a los hombres y a menudo han exigido más horas de trabajo que a los hombres,

Por eso podemos hablar de los pecados contra las mujeres que hemos cometido a lo largo de los siglos.  Hoy, se insiste en la igualdad del hombre y de la mujer, y esto es así, porque Dios ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza.  Ahora bien esta igualdad no ha de hacer que la mujer olvide el sentido de la maternidad que no está reñido con su desarrollo ni con un trabajo profesional.  La mujer debe tener en alta estima el ser madre, en ser transmisora de la vida.

Como cristianos debemos esforzarnos cada día para que la mujer crezca cada día más como personas, que sea cada día más ser humano y no sólo objeto de placer, que la mujer sea cada día más mujer.

La 2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses nos hace saber que lo importante no es conocer cuándo vendrá el Señor por segunda vez sino estar vigilantes y preparados.

A nosotros no nos debe importar la fecha de la segunda venida del Señor, sino cómo esperar y preparar ese momento.  San Pablo nos dice que hay que estar vigilantes.  “Estar vigilantes” no significa mirar hacia el cielo, sin hacer nada, y olvidarnos de las cosas del mundo y de los problemas de los hombres, sino que significa vivir, día a día, de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, esforzándonos por la transformación del mundo y la construcción del Reino de Dios.

Los creyentes, tenemos que ser hombres y mujeres de esperanza, abiertos al futuro, un futuro que tenemos que conquistar con fe y amor, pero sobre todo un con esperanza de que podremos estar con Dios para siempre.

El evangelio de san Mateo, nos presenta la parábola de los talentos.  Hemos recibido de Dios, los talentos, los valores. 

Los dones que hemos recibido no son nuestros, son dones recibidos, se nos han dado para que los administremos. La gracia de Dios no se nos da simplemente para “que vivamos en gracia”, sino para que la activemos y la hagamos fructificar.

La vocación del cristiano no es conservar. La vocación del cristiano es dar frutos, es florecer, es manifestar y revelar los dones de Dios. Por eso, el primer paso es reconocer los dones que Dios nos ha regalado porque quien no los reconoce tampoco es capaz de dar gracias por ellos. El segundo paso, es hacerlos florecer.

Los dones de Dios son para ponerlos en circulación, no para enterrarlos. Dios no quiere que se los devolvamos tal y como Él nos los ha dado, sino convertidos en nueva cosecha. El agricultor siembra sus granos de trigo no para recoger luego otro grano, sino para que cada grano le regale una espiga.

Esto nos obliga a preguntarnos no si tenemos fe, sino qué hacemos con nuestra fe. ¿La compartimos con los demás? No es cuestión de preguntarnos si tenemos esperanza, sino cómo compartimos nuestra esperanza para que también los demás sigan esperando. No es cuestión de preguntarnos si tenemos amor en nuestros corazones, sino a cuántos amamos y cuántos se sienten amados. No es cuestión de preguntarnos si somos Iglesia sino qué hacemos nosotros con la Iglesia. Si le damos vida a la Iglesia, creamos más Iglesia, hacemos más bella la Iglesia. No es cuestión de preguntarnos si creemos en Dios, sino qué significa Dios en nuestras vidas y que hacemos con Dios en nuestros corazones.

De los tres de la parábola, dos negociaron sus millones y uno se los guardó por miedo a perderlo. Dios no quiere cobardes que viven del miedo sino que viven arriesgándose cada día por Él. Dios no quiere cajas fuertes donde guardamos sus dones, sino cristianos que se arriesgan por Él. Dios no necesita de cobardes, Dios no necesita de cristianos momificados, sino de cristianos que viven, que se arriesgan y hacen fructificar los dones del Señor.

lunes, 6 de noviembre de 2023

 

XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)


La liturgia de este domingo es una fuerte llamada a la esperanza.  Sin embargo, esa esperanza la hemos de vivir desde la responsabilidad y la vigilancia, pues Dios no duerme y está viniendo a nuestro encuentro, sin avisar ni el día ni la hora de su llegada.

La 1ª lectura, del libro de la Sabiduría, hacía un elogio de la sabiduría y nos invitaba a buscar la sabiduría que ilumina nuestra vida y que nunca se apaga.

 La “sabiduría” de la que nos habla la primera lectura es distinta a lo que nosotros llamamos cultura o capacidad para conocer muchas cosas.

La “sabiduría” de la que nos habla la Palabra de Dios es la capacidad de descubrir a Dios en el mundo y en sus acontecimientos; es la “luz” que nos lleva a caminar hacia el Señor en medio de las oscuridades y desconciertos de la vida. Por eso es importante “buscarla” porque nos hace amigos de Dios y nos conduce al Reino.

Es sabio quien encuentra el camino que lleva a Dios y lo recorre sin confusión, aunque carezca de cultura humana. Esa sabiduría se alcanza abriendo el corazón a Dios y practicando sus mandatos, aunque no se tengan grandes estudios. Hay grandes sabios para las ciencias, pero perfectos ignorantes para Dios. Sin embargo, hay muchísimas gentes que carecen de conocimientos científicos y son los sabios para Dios.

La 2ª lectura, de san Pablo a los Tesalonicenses, nos habla de la esperanza y la confianza en el Señor.

La certeza de la resurrección nos garantiza que Dios tiene un proyecto de salvación y de vida para cada hombre; y que ese proyecto se hará realidad cuando nos encontremos definitivamente con Dios.

Nuestra vida presente no es, una vida sin sentido y sin finalidad; es un camino, aunque a veces, con sufrimiento y dolor, hacia la vida total con Dios.  Esto no quiere decir que ignoremos las cosas buenas de este mundo, viviendo solamente a la espera de alcanzar el cielo; nuestra vida presente debe ser, ya en este mundo, una búsqueda de la felicidad, por ello, no podemos conformarnos con todo aquello que nos roba la vida y nos impide alcanzar la felicidad completa.

No podemos vivir con miedo: tenemos que comprometernos en la lucha por la justicia y por la paz, sabiendo que la injusticia y la opresión no pueden poner fin a nuestra vida inmortal.  En la medida que nos comprometamos a hacer el bien y vayamos construyendo un mundo nuevo, estamos anunciando la resurrección de todos nosotros.

El evangelio de san Mateo, nos presentaba la parábola de las 10 jóvenes que van a la boda. Con esta parábola el Señor nos está llamando a la responsabilidad.

Hay cristianos que piensan que pueden vivir su fe al margen de la Iglesia y de los sacramentos. No participan de la Eucaristía, no celebran el sacramento de la confesión. No tienen un encuentro real con Cristo a través de los sacramentos; no viven según los valores de Dios. Por ello el Señor nos dice que si somos cristianos hemos de ser responsables al vivir nuestra fe.

Y la verdad es que esta llamada a la responsabilidad no es fácil hacerla en un mundo como el nuestro. Vivimos desencantados de tantas y tantas promesas que no se han cumplido.

Y mientras tanto nuestra fe se debilita poco a poco.  Hay personas que ya no saben lo que es pecado. Algunos piensan que no tienen pecado porque no han hecho mal a nadie o no han matado. Y no nos damos cuenta de los tres grandes pecados capitales de nuestro tiempo que todos cometemos: la insolidaridad, la intolerancia y la falta de compromiso tanto a nivel social como en la Iglesia.

Hay hambre en el mundo porque somos insolidarios; hay guerras porque somos intolerantes en las ideas; no hay un verdadero desarrollo sustentable porque no nos comprometemos con nada ni con nadie.

El Señor nos llama hoy al compromiso, a revitalizar nuestra fe, a redescubrir el sentido de la vida que quizás habíamos perdido, a responsabilizarnos todos de nuestra Iglesia.

Nuestra fe nos habla de que tenemos que estar preparados para el encuentro con el Señor porque no sabemos ni el día ni la hora, pero el Señor viene ya a nuestro encuentro aquí y ahora, invitándonos a mantener viva nuestra fe, a seguir en pie ante las dificultades, a comprometernos en la lucha por un mundo mejor, cada uno desde su lugar, con sus muchas o pocas posibilidades, pero con el corazón puesto en ese día feliz en que descansaremos en los brazos del Señor.

Que el Señor nos encuentre a todos vigilantes y preparados para entrar con Él en su Reino.