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martes, 31 de julio de 2018


XVIII DOMINGO  ORDINARIO

La liturgia de este domingo nos dice que Dios está empeñado en ofrecernos el alimento que nos da la vida eterna y definitiva. 

La 1ª lectura del libro del Éxodo nos habla de la solicitud y del amor con el que Dios acompaña nuestro caminar durante todos los días de nuestra vida. 

Muchas veces ante las dificultades y las necesidades se prefiere lo que es seguro, aunque esto implique no ser libres. 

En la primera lectura, hemos visto cómo el pueblo de Israel ante las dificultades tiene miedo de seguir adelante, abandona la lucha y protesta contra quien le ha dado la libertad, incluso prefiere la muerte a seguir adelante a través del desierto: desear la muerte es enfrentarse con Dios que quiere la vida, que quiere que el pueblo viva esta experiencia de libertad.   

Vivir la libertad es un riesgo, es ser responsables con otros, como pueblo, esta posible experiencia de solidaridad.   

La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios nos dice que ser cristiano significa un cambio radical en nuestra vida. 

El cristiano es, antes de nada, alguien que ha encontrado a Cristo, que ha escuchado su llamada, que se ha adherido a su propuesta. La consecuencia de esa adhesión es pasar a vivir de una forma diferente, de acuerdo con valores diferentes, y con otra mentalidad.  

El momento de nuestro Bautismo no fue un momento de folklore religioso o una ocasión para cumplir con un rito cultural cualquiera; sino que fue un verdadero momento de encuentro con Cristo, de compromiso con Él y el inicio de un camino que Dios nos llamó a recorrer, con coherencia, por la vida, hasta que lleguemos al hombre nuevo.

El Evangelio de san Juan Jesús se presenta como el “pan” de vida que baja del cielo para dar vida al mundo. 

El camino que recorremos en esta tierra, es siempre un camino marcado por la búsqueda de nuestra realización, de nuestra felicidad, de una vida plena y verdadera. Tenemos hambre de vida, de amor, de felicidad, de justicia, de paz, de esperanza y procuramos, de mil formas, saciar esa hambre; pero continuamos siempre insatisfechos, tropezando con nuestra finitud, en respuestas parciales, en tentativas fallidas de realización, en esquemas equívocos, en falsas expectativas de felicidad y de realización, en valores efímeros, en propuestas que parecen seductoras pero que sólo generan esclavitud y dependencia. En verdad, el dinero, el poder, la realización profesional, el éxito, el reconocimiento social, los placeres, los amigos son valores efímeros que no llegan a “llenar” totalmente nuestra vida y a darle un sentido pleno.  

Jesús de Nazaret es el “pan de Dios que baja del cielo para dar vida al mundo”. Es esta la cuestión central que el Evangelio de este Domingo nos propone. Es en Jesús y a través de Jesús como Dios sacia el hambre y la sed de todos los hombres y les ofrece la vida en plenitud.  

¿Qué es preciso hacer para tener acceso a ese “pan de Dios que baja del cielo para dar la vida al mundo”? De acuerdo con el Evangelio de este Domingo, la repuesta es clara: es preciso adherirse (“creer”) a Jesús, el “pan” que el Padre envió al mundo para saciar el hambre de los hombres. Unirse a Jesús es escuchar su llamada, acoger su Palabra, asumir e interiorizar sus valores, seguirle por el camino del amor, del compartir, del servicio, de la entrega de la vida a Dios y a los hermanos.

Se trata de una adhesión que debe ser consecuente y traducirse en obras concretas.  

Hay que optar por Jesús y optar por Jesús es trabajar por el pan que dura para siempre: la solidaridad.  La solidaridad se basa en una experiencia de amor. 

Jesús nos dice que hay que romper con el individualismo, con el pan que perece.  Jesús dice yo soy el pan de vida.  ¿Por qué no nos arriesgamos por Jesús?  ¿Por qué no optamos, decidimos por Jesús?