XVIII DOMINGO ORDINARIO
La
liturgia de este domingo nos dice que Dios está empeñado en ofrecernos el
alimento que nos da la vida eterna y definitiva.
La 1ª lectura del libro del Éxodo nos habla de la solicitud y del amor con el que Dios acompaña nuestro
caminar durante todos los días de nuestra vida.
Muchas
veces ante las dificultades y las necesidades se prefiere lo que es seguro,
aunque esto implique no ser libres.
En la
primera lectura, hemos visto cómo el pueblo de Israel ante las dificultades
tiene miedo de seguir adelante, abandona la lucha y protesta contra quien le ha
dado la libertad, incluso prefiere la muerte a seguir adelante a través del
desierto: desear la muerte es
enfrentarse con Dios que quiere la vida, que quiere que el pueblo viva esta
experiencia de libertad.
Vivir la
libertad es un riesgo, es ser responsables con otros, como pueblo, esta posible
experiencia de solidaridad.
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios nos dice que ser cristiano significa un cambio radical en nuestra vida.
El cristiano es, antes de
nada, alguien que ha encontrado a Cristo, que ha escuchado su llamada, que se
ha adherido a su propuesta. La consecuencia de esa adhesión es pasar a vivir de
una forma diferente, de acuerdo con valores diferentes, y con otra mentalidad.
El momento de nuestro
Bautismo no fue un momento de folklore religioso o una ocasión para cumplir con
un rito cultural cualquiera; sino que fue un verdadero momento de encuentro con
Cristo, de compromiso con Él y el inicio de un camino que Dios nos llamó a
recorrer, con coherencia, por la vida, hasta que lleguemos al hombre nuevo.
El Evangelio de san Juan Jesús se
presenta como el “pan” de vida que
baja del cielo para dar vida al mundo.
El camino que recorremos en
esta tierra, es siempre un camino marcado por la búsqueda de nuestra
realización, de nuestra felicidad, de una vida plena y verdadera. Tenemos
hambre de vida, de amor, de felicidad, de justicia, de paz, de esperanza y
procuramos, de mil formas, saciar esa hambre; pero continuamos siempre
insatisfechos, tropezando con nuestra finitud, en respuestas parciales, en
tentativas fallidas de realización, en esquemas equívocos, en falsas
expectativas de felicidad y de realización, en valores efímeros, en propuestas
que parecen seductoras pero que sólo generan esclavitud y dependencia. En
verdad, el dinero, el poder, la realización profesional, el éxito, el
reconocimiento social, los placeres, los amigos son valores efímeros que no
llegan a “llenar” totalmente nuestra vida y a darle un sentido pleno.
Jesús de Nazaret es el “pan
de Dios que baja del cielo para dar vida al mundo”. Es esta la cuestión central
que el Evangelio de este Domingo nos propone. Es en Jesús y a través de Jesús
como Dios sacia el hambre y la sed de todos los hombres y les ofrece la vida en
plenitud.
¿Qué es preciso hacer para
tener acceso a ese “pan de Dios que baja del cielo para dar la vida al mundo”?
De acuerdo con el Evangelio de este Domingo, la repuesta es clara: es preciso
adherirse (“creer”) a Jesús, el “pan” que el Padre envió al mundo para saciar
el hambre de los hombres. Unirse a Jesús es escuchar su llamada, acoger su
Palabra, asumir e interiorizar sus valores, seguirle por el camino del amor,
del compartir, del servicio, de la entrega de la vida a Dios y a los hermanos.
Se trata de una adhesión que
debe ser consecuente y traducirse en obras concretas.
Hay que
optar por Jesús y optar por Jesús es trabajar por el pan que dura para siempre:
la solidaridad. La solidaridad se basa en una experiencia
de amor.
Jesús
nos dice que hay que romper con el individualismo,
con el pan que perece. Jesús dice yo soy
el pan de vida. ¿Por qué no nos
arriesgamos por Jesús? ¿Por qué no
optamos, decidimos por Jesús?