II DOMINGO DE PASCUA (CICLO C)
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II DOMINGO DE PASCUA (CICLO C)
Estamos en el segundo domingo de Pascua,
celebrando la resurrección del Señor.
Este domingo se llama el domingo de la Divina Misericordia. En el Salmo Responsorial hemos repetido
varias veces la frase “porque es eterna su misericordia”.
La 1ª lectura del libro de los Hechos de los
Apóstoles
nos ha presentado los comienzos de la Iglesia naciente. Poco a poco se iban uniendo a la Iglesia nuevos
creyentes que abrazaban la fe que los apóstoles predicaban. Y así, quienes se
convertían a la fe en Jesús iban reuniéndose cada semana.
Se iba formando la primera comunidad
cristiana. ¿Qué características debe
tener una comunidad cristiana?
Una comunidad cristiana, tiene que ser una
comunidad de fe. La fe se vive en
comunidad y no por libre y en solitario.
Lo que mantiene al grupo cristiano unido a Cristo y a sus pastores, es
la fe en Cristo resucitado.
Otra característica que debe tener una comunidad
cristiana es ser una comunidad que vive de la Eucaristía y de la
oración. En la primera comunidad
cristiana eran constantes en la celebración de la Eucaristía o fracción del pan
y en las oraciones. Sin Eucaristía viva
y eficaz no puede haber una comunidad cristiana. En la Eucaristía culmina también la oración,
y la oración ha de ser parte importante de nuestro vivir diario.
Una tercera característica que debe tener una
auténtica comunidad cristiana es ser una comunidad misionera. Hay que evangelizar, y esto es una tarea de
todo bautizado: anunciar la salvación de Dios y el perdón de los pecados.
El libro de los Hechos de los apóstoles nos
decía que el número de los creyentes iba creciendo. Y hoy,
¿crecemos o disminuimos en número? ¿Será que nos vamos alejando cada vez más
del estilo de vida de las primitivas comunidades cristianas y por eso cada vez
son menos los que viven una fe comprometida?
La 2ª lectura del Apocalipsis de san Juan nos presenta la visión
que tiene san Juan de Cristo resucitado.
Cristo ya no es víctima de los soldados que lo
crucificaron. Ahora Cristo es “el
primero y el último, el que está vivo, el que murió pero ahora vive” Cristo es el que tiene “las llaves de la
muerte y del más allá”.
Nos llamamos y decimos que somos cristianos, es
decir, que creemos en Cristo, lo amamos y confiamos en Él. Y, sin embargo, muchas veces nos olvidamos
del Señor, vivimos como si no existiera, nos comportamos como si su persona
hubiera desaparecido para siempre. Y no
es así. Cristo está vivo, está
presente de modo real y verdadero en la Eucaristía. Esa lámpara al lado del sagrario nos recuerda
la presencia real de Cristo entre nosotros.
No cerremos nuestro corazón a la oportunidad
que Dios nos da de salvarnos y de vivir con Él eternamente.
El Evangelio de san Juan nos presenta la
primera de las apariciones de Jesús resucitado a sus apóstoles, pero faltaba
Tomás.
Tomas, es el que necesitaba ver para creer. A nosotros también nos cuesta creer, nosotros también quisiéramos ver y
tocar las heridas del Señor.
A veces nos puede parecer que el Señor es como
un fantasma que vive en nuestra imaginación.
Creer es difícil, por eso el Señor tuvo que decir: “Dichosos
los que crean sin haber visto”
Pero ¿cómo creer? ¿Cómo experimentar hoy en
nuestro corazón que el Señor está vivo?
El Evangelio nos dice que Tomás no estaba con
los discípulos cuando se presentó Jesús.
Aquí hay una llamada a no abandonar la comunidad. Hay que ver cómo está nuestra participación
en esta comunidad en la que vivimos, quizás estamos abandonando nuestra
participación en la misa y en los sacramentos, quizás no rezamos, quizás
nuestra vida moral deja mucho que desear.
El Evangelio nos dice que Tomás no creyó a
sus compañeros. Y nosotros no nos
tendremos que preguntar si a base de tanto criticar a los obispos, a los
sacerdotes, a los catequistas, a todos lo que hacen algo en la Iglesia, no
hemos terminado desconfiando de aquellos que nos trasmiten el mensaje
del Señor. Porque todos somos
criticables, ¿pero sabemos criticar con cariño?
El Señor invita a Tomás a tocar sus
heridas. El Señor también nos invita a
ver y tocar las heridas de todos los que sufren en nuestro mundo
para sanarlas.
Este es el camino para creer. Un camino que pasa por permanecer en la comunidad, confiar en el
testimonio de los apóstoles y de todos los que a lo largo de los siglos han
creído y nos han transmitido su fe, y por último salir a remediar el
sufrimiento de nuestros hermanos que sufren. Quizás entonces, Dios
tenga a bien revelarnos su rostro, dejarnos experimentar en el corazón la
alegría profunda del Resucitado, quizás entonces, como Tomás, saldrán también
de nuestra boca aquellas palabras de adoración y reconocimiento: ¡Señor mío
y Dios mío!