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jueves, 22 de marzo de 2018
lunes, 19 de marzo de 2018
HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RAMOS, JUEVES SANTO, VIERNES, SANTO, VIGILIA PASCUAL Y DOMINGO DE RESURRECCIÓN.
DOMINGO DE RAMOS (CICLO B)
Con la celebración del
Domingo de Ramos entramos en la Semana Grande de los cristianos, la Semana
Santa, en la que vamos a vivir los últimos días de la vida de Jesús en la
tierra, es decir, vamos a vivir los acontecimientos centrales de nuestra fe: la
Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En estos días vamos a contemplar hasta dónde
es capaz de llegar el amor de Dios por nosotros.
Con el domingo de Ramos
empezamos conmemorando la entrada de Jesús en Jerusalén, entrada desde
la humildad y la entrega total a los proyecto de Dios.
Celebrar la Pasión y
muerte del Señor es contemplar a un Dios que nos ama. Por amor vino a nuestro encuentro, asumió
nuestras limitaciones y fragilidades, experimentó hambre, sueño, cansancio,
tentaciones, miedo a la muerte, sudó sangre.
Por amor fue tirado por tierra, aplastado contra la tierra, traicionado,
abandonado, incomprendido. Esta es la
más grande historia de amor que es posible contar.
Hemos de mirar la cruz
porque es ahí donde se manifiesta el amor y la entrega de Jesús. Hemos de asumir la misma actitud de Jesús y
solidarizarnos con aquellos son hoy crucificados en este mundo: los que
sufren violencia, los que son explotados, los que son privados de sus derechos
y de su dignidad.
Hay que mirar la cruz
de Jesús para denunciar todo lo que genera odio, división, miedo. Hay que dejar de seguir crucificando a los
hombres; hay que entregar la vida pero por amor.
Hoy Cristo se sigue
haciendo presente en nuestro mundo para denunciar la cultura de la muerte y
anunciar la vida, para denunciar la injusticia, la violencia y la mentira de la
sociedad. Pero nosotros podemos caer
en la trampa de ser como los habitantes de Jerusalén cuando crucificaron a
Jesús y pensar que los líderes de entonces lo que estaban haciendo no estaba
mal, era lo correcto y no hacer nada nosotros por defender a Jesús, por
defender la causa de la justicia.
¿No nos estaremos
engañando nosotros mismos también? Cuando ignoramos a quien sufre y está cerca
de nosotros; cuando justificamos nuestras agresiones a otros “porque se las
merecen”; cuando vivimos tranquilos sin perdonar a quien nos ha ofendido;
cuando limitamos nuestro amor a quien nos “caen bien”; cuando hacemos
alguna “trancilla” justificándonos en que así todos lo hacen; etc.
¿Dónde está el amor, dónde el perdón y la comprensión; dónde está la justicia y
la honestidad? Nosotros también hemos rechazado el plan de Dios con nuestras
vidas; hemos sido cómplices o inclusive agentes activos en la ineficacia del
sufrimiento de Cristo.
Nosotros hoy no podemos
dimitir de nuestras responsabilidades y de nuestros compromisos con el Señor
por construir un mundo nuevo. Un mundo
donde podamos compartir la alegría de ser hijos de Dios.
Con la lectura de la
Pasión hemos entrado a la Semana Santa, de nosotros depende cómo queremos
entrar en la Pasión de Cristo: como el Cirineo que se acerca a Jesús y
hombro con hombro quiere ayudar a cargar la cruz; como las hijas de Jerusalén
que lloran al ver pasar al condenado; como el centurión que se golpea el pecho
y reconoce que el crucificado verdaderamente es el Hijo de Dios; como María
silenciosa junto a la cruz de su hijo o como Judas, o Pedro, o Pilato o como la
multitud que mira desde lejos simplemente para ver cómo termina la tragedia.
JUEVES SANTO
(CICLO B)
Esta tarde, con la
Eucaristía, damos comienzo al Triduo Pascual. En esta Eucaristía de Jueves Santo confluyen
varios elementos, todos enlazados por el mismo tema: el Amor. Hoy es el día de la institución de la
Eucaristía y del sacramento del sacerdocio y celebramos también el Día del Amor
Fraterno, recordando el mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros como
yo los he amado”.
Igual que Jesús dio
inicio a su Pasión con la Cena de despedida, en que instituyó la Eucaristía,
también nosotros iniciamos el Triduo Pascual, donde vamos a celebrar la muerte
y resurrección del Señor, con la Eucaristía.
En este día de Jueves
Santo recordamos intensamente y piadosamente, las palabras y gestos de Jesús, lo
mucho que Él nos amó y lo mucho que nos tenemos que amar nosotros. El testamento espiritual de Jesús insiste en
la exigencia de este amor como signo de que somos sus discípulos. Por eso hoy celebramos también el Día el
Amor Fraterno.
El Jueves Santo fue el
día de la primera comunión de los apóstoles, cuando, sentados a la misma mesa,
Jesús quiso compartir con ellos la cena y la palabra, el cuerpo y la
sangre, el amor y el espíritu. Compartir hasta la comunión. Hoy nos
sentamos muchos a la mesa del Señor, pero son muchos también los que faltan,
porque todos están invitados.
Los Judíos celebraban y
siguen celebrando cada año, el memorial de su Pascua, de su Éxodo de Egipto
a la libertad. Fue un gran acontecimiento, fundamental para su historia. En
esta fiesta agradecen a Dios su cercanía e intervención poderosa para
liberarlos de la esclavitud. La primera lectura del Éxodo nos ha descrito como
celebraban esta fiesta.
San Pablo nos describía
la institución de la Pascua cristiana donde el Señor instituye la
Eucaristía. La Eucaristía es siempre el
sacramento de esa entrega de Cristo en la Cruz.
Una entrega en la que participamos bajo las especies del pan partido y
del vino compartido: el Cuerpo del Señor entregado por nosotros, la Sangre
de Cristo derramada para nuestra redención. Y en esa noche del Jueves Santo el Señor les
encargó a sus discípulos que celebraran la Cena del Señor hasta que vuelva de
nuevo.
A nosotros, en cada Eucaristía, esta misma tarde tan
memorable, nos dirá de verdad el Señor: “Tomad y comed”. Cómanme. Que es
mi “Cuerpo que se entrega por ustedes”. No sólo que se entregó, sino que
se está entregando. Y ese “ustedes” somos hoy nosotros y
los hombres y mujeres de todos los siglos.
La Iglesia vive gracias
a la Eucaristía. Vivimos gracias a la Eucaristía. La Iglesia nunca ha
dejado de celebrar la Eucaristía. Sería su muerte. No seríamos la Iglesia de
Jesús. Causa pena grande la incomprensible devaluación que muchos de nosotros
hacemos de la Eucaristía. ¿Comprenden lo que he hecho? ¿Valoramos la
Eucaristía? ¿Qué más puedo hacer, además de dejarme comer?
Hoy este encargo de
Jesús de celebrar la Cena del Señor, lo actualizan y perpetúan los
sacerdotes al celebrar la Santa Misa, al consagrar el pan y el vino, los
sacerdotes proporciona los bienes espirituales para la vida de los cristianos.
Los sacerdotes aseguran la Eucaristía, y renuevan el sacrificio redentor y el
banquete pascual y ponen también sobre la mesa el pan abundante de la Palabra.
¿Comprenden lo que he hecho? ¿Comprenden que necesitan sacerdotes? ¿Comprenden
que es responsabilidad de todos que haya sacerdotes?
Junto a la Eucaristía y
la institución del ministerio sacerdotal, Jesús nos dio, también para siempre,
una expresiva lección de caridad y servicialidad, con el lavatorio de los
pies. En verdad demostró que estaba en medio de los apóstoles “como el
que sirve”. El encargo que les dio a continuación es claro: hagan
ustedes otro tanto, lávense los pies los unos a los otros. O sea, ser
serviciales los unos para con los otros.
Quien cree que su vida
está sólo para su propio servicio, se equivoca. El que así piensa no puede ser
de la comunidad de Jesús. El discípulo se comporta como su Maestro. Por eso
Jesús da ejemplo, para que todos nos sepamos poner al servicio de todos. Y
eso sólo será posible desde la renuncia de uno mismo, pues sólo así podremos
vencer el orgullo, la soberbia, la vanidad, que nos alejan de los hermanos.
El gesto del lavatorio
de los pies es decisivo si queremos seguir a Jesús. Es importantísimo si queremos comulgar con el
Señor. Si no te lavo, no tendrás parte conmigo, le dice el Señor a Pedro.
Entonces, para poder ser de Jesús, hay que dejarse lavar los pies, hay que
dejarse servir, hay que dejarse amar, para hacer después lo mismo. Pero no
basta repetir un gesto más o menos aprendido, más o menos ritual, sino hacerlo
vida. Quien no entra en la dinámica del servicio no tiene nada que ver con
Jesús.
Si no queremos un culto
vació, tenemos que aprender a lavar los pies, a curar heridas, a cuidar
enfermos, a acompañar a los pobres, a trabajar y luchar por la justicia.
Hacerlo como lo haría Cristo y viendo en ellos al mismo Cristo.
Esta tarde Jesús nos
hace una propuesta nueva: En vez de armas, agua para lavar
los pies; en vez de dominio, servicio generoso; en vez de ambición, compartir;
en vez de odio, amor sincero.
VIERNES
SANTO (CICLO B)
“Jesús, inclinando la
cabeza, entregó su espíritu”. Así nos
comunicaba la lectura de la Pasión el final de la existencia humana de
Jesús. Ha muerto el Justo. Lo han asesinado de un modo cruento.
En esta tarde de
Viernes Santo lo central es la Cruz de Cristo. El color litúrgico es
rojo: color de sangre, color de amor y entrega. Cristo ha querido cargar sobre sí mismo
nuestros pecados. Y desde esa Cruz se ha
sellado de una vez para siempre la Nueva Alianza del hombre con Dios.
En este día, el mundo queda
en ausencia de Jesús, en ausencia de Dios. Sin embargo, es el día del amor, del
amor entregado, del amor sin límite, del amor perfecto. Es el día que queda demostrado que el amor
que se da es más fuerte que el egoísmo, que el bien de todos, vale más que el
bien de uno solo, que la muerte es semilla de eternidad y de gloria. En una palabra que es posible el amor.
Ese “Siervo” del
que nos hablaba el profeta Isaías, y que se refiere a Jesús, ha cargado con los
pecados de la humanidad y nos ha obtenido la salvación. Él ha pagado por todos nosotros la deuda que
la humanidad tenía con Dios Padre, deuda que habíamos contraído por el pecado.
La Cruz se ha vuelto
para nosotros en símbolo de nuestra salvación, lugar de entrega y de
amor. La Cruz es el signo del amor más
grande: el que da la vida por el amigo.
Jesús muere en la Cruz por
causa de la violencia y de la injusticia de los hombres. Son los hombres
quienes descargan todo su odio sobre Jesús por su forma de predicar y por su
manera de actuar; por su crítica hacia las autoridades civiles y
religiosas. Jesús podía haber evadido la
muerte, pero no lo hace, podía haberse defendido pero tampoco lo hace, sino que
acepta que hagan con Él lo que quieren: llevarlo a la cruz y a la muerte. En Él
no hay odio ni rencor, ni una sola palabra de condena hacia sus verdugos.
Hoy seguimos
crucificando a Cristo y lo hacemos en tantas personas que llevan una cruz
injusta, una cruz que otros las han impuesto a la fuerza con violencia e
injusticia.
Hoy llevan la Cruz de
Cristo todos aquellos a los que no les reconocemos su dignidad de persona,
provocando dolor y muerte. Y Cristo
sigue hoy muriendo en todas estas personas.
El desamor de nuestra
sociedad ocupa cada día las primeras páginas de los periódicos y las portadas
de las noticias en radio y televisión. Son hombres y mujeres torturados,
muertos, asesinados, ultrajados, maltratados. Los vergonzantes abusos a
personas en las cárceles, la anulación de los derechos humanos, la violación de
la libertad y de la dignidad humana, las persecuciones religiosas en tantos
países de África y Asia, el terrorismo, los atentados de los grupos radicales
islamistas, los asesinatos selectivos en Oriente Próximo, la violencia
doméstica y el maltrato a mujeres, la prostitución infantil y el turismo
sexual, los abusos sexuales a niños, las redes de tráfico con seres humanos,
los que mueren víctimas de sus atracadores, los muertos de las guerras. El llanto y el dolor de cualquier hombre o
mujer que es herido, abandonado, maltratado, olvidado, reducido, abusado por
otro ser humano. En todos ellos sigue
hoy sufriendo y muriendo Jesucristo.
Y Dios espera que todos estos seres humanos que causan dolor y muerte se
arrepientan y se conviertan. Si queremos
transformar este mundo hay que empezar por transformar el corazón del hombre.
Que el ejemplo de la entrega generosa de Jesús lleve a todas las personas
a hacer una opción por la vida, una opción por el hombre, una opción por el
amor. Entonces la cruz de Cristo habrá
sido causa de salvación. Entonces habrá, en
verdad, un mundo mejor.
VIGILIA
PASCUAL (CICLO B)
La Iglesia nos invita
en esta noche solemne a alegrarnos y a hacer gran fiesta. ¡Cristo ha resucitado! Hoy es noche de gozo y de alegría porque
Jesucristo ha roto las cadenas de la muerte.
Ya no tenemos que tener miedo porque el Señor es nuestra luz y nuestro
salvador y podemos confiar plenamente en Él.
En esta noche hemos
cantado el Gloria, hemos cantado el Aleluya, la oscuridad se ha convertido
en luz, las campanas han anunciado con su sonar la fiesta más solemne. Es la Pascua, el paso del Señor por nuestras
vidas, el paso del Señor de la muerte a la vida.
Con la bendición del
fuego, hemos pasado de fuera de la Iglesia adentro de la Iglesia, el Cirio
Pascual ha entrado procesionalmente con solemnidad a la Iglesia para indicarnos
el paso de la oscuridad a la luz, hemos cantado el Pregón Pascual y las
lecturas nos han recordado la Historia de la Salvación, el paso del Señor
por nuestras vidas, por nuestra historia.
En esta gran noche, al
igual que el ángel le dijo a las mujeres: “No teman”, a nosotros también
se nos dice: “No teman... buscan a Jesús el Crucificado... no está aquí: ha
resucitado”. Esta es la noticia que
da sentido a nuestra vida. La convicción
de que Cristo Jesús, aunque no lo veamos, está vivo y que nos acompaña
en nuestro camino. Nosotros como
cristianos no seguimos una doctrina, ni a un muerto que existió y fundó un
movimiento. Nosotros creemos y
seguimos a una persona que vive.
Tenemos esperanza: vivir
para siempre y esto no es una utopía, no es un sueño, sino que nuestra
esperanza de vivir para siempre se fundamenta en esta noche de Pascua, en la
resurrección de Jesús y sus promesas de vida eterna. Por ello esta noche es la noche gozosa, noche
santa, noche iluminada, noche para la vida.
Todos los símbolos de esta noche nos conducen y nos hablan de vida: el
fuego, el cirio, el agua, las flores, el incienso, etc. Todo tiene relación con el misterio de esta
noche. Y el misterio es la Pascua, el
paso de Dios entre nosotros para conducirnos a la vida.
Cristo es nuestra
Pascua. Cristo es el Dios que ha pasado
entre nosotros para salvarnos, es el Dios que ha luchado a favor nuestro, que
nos ha liberado de nuestros enemigos, y muriendo, ha vencido a la muerte y nos
ha devuelto la inmortalidad. ¡Cristo es nuestra
vida!
Cristo ha resucitado
para convertirse en el agua que sacia la sed de vida que todos tenemos
ante un mundo que nos da tantas y tantas experiencias de muerte. Cristo ha resucitado para ser también
nuestra luz porque gracias a Él podemos ver muchos más allá de lo que ven nuestros
ojos.
Hoy, esta noche, Jesús,
también, como el fuego, como la luz, y como el agua, a través del signo visible
de su resurrección, nos dice que Él es nuestra resurrección y nuestra vida.
Que la resurrección de
Jesucristo llene de alegría sus corazones, el de sus familias, el de nuestro
pueblo, el de nuestros amigos y el de todas las personas de buena voluntad.
Hermanos, Cristo ha
resucitado y su alegría llena la tierra. Que Él les conceda una alegría
duradera en esta vida para que puedan entrar en la Pascua definitiva, en la
felicidad que no tiene fin, en la resurrección que Jesús nos ha obtenido a
todos los que creemos en Él. Feliz Pascua de Resurrección para todos.
DOMINGO DE
RESURRECCION (CICLO B)
Hoy se nos invita a
alegrarnos con la Iglesia del mundo entero, para celebrar la más importante
de todas las fiestas. La fiesta de
hoy es la base para nuestra fe, y es la razón de nuestra vida y el motivo de
nuestra esperanza: ¡Jesús ha resucitado y está vivo! La muerte no ha vencido a Jesús, sino que Él
ha salido victorioso del sepulcro y ahora es el Señor de todos.
En este día culmina la
misión para la que Cristo había venido al mundo. En este día llega a la
culminación su entrega y su sacrificio. En este día, Jesús es revestido de
gloria resucitando de entre los muertos.
Con Cristo, la muerte ha sido vencida. Ha sido necesario
someterse a ella para poderla vencer. Así, aunque la muerte ha hablado, la
última palabra la ha dicho el Padre resucitando a Jesús. La entrega generosa de
su vida, la ofrenda de toda su vida hecha al Padre por nosotros, ha sido la
semilla necesaria para la gloria, para la resurrección.
San Pablo, nos decía:
“Han muerto; y su vida está escondida con Cristo en Dios.” Ese morir es la superación del pecado.
Ese morir es dejar atrás lo que veníamos pensando o haciendo al margen de Dios.
Esa superación ha hecho de nosotros unas personas mejores, unos hombres y
mujeres más acordes con la voluntad de Dios; ha supuesto un renunciar algo más
a nosotros mismos para dejar que Dios habite en nuestros corazones. Eso nos ha
renovado y ha hecho que, en ese aspecto concreto, hayamos podido unirnos a
Cristo en su resurrección, en una vida nueva.
Creer
en el Resucitado es creer que Jesús está vivo, que vive hoy junto a nosotros.
Nosotros
nos preguntamos, ¿qué es la resurrección? Para Jesús, la resurrección,
significa que su muerte en la cruz no fue lo último, sino que Él sigue vivo
en la propia vida de Dios; y aunque de un modo distinto, continúa presente
en la comunidad cristiana y en la historia humana.
Para
nosotros
significa, que el destino de Jesús ilumina el nuestro. En su
resurrección el Dios de Jesús se declara como “el Dios de vivos”, que
así como resucitó a Jesús, resucita también a todos los muertos. Con la
resurrección de Jesús se abre un nuevo camino de vida más allá de nuestra
muerte: la vida con Dios, que no puede ser rota ni por el dolor, ni por las
desgracias de esta vida, ni por la muerte. La resurrección de Jesús pide y
hace posible para nosotros una vida que es ya “vida eterna”.
La
fiesta de hoy nos invita a vivir con esperanza nuestra fe en Jesús resucitado,
porque con la resurrección de Jesús se nos abre una puerta de esperanza de
participar un día con Él de su nueva vida, de la vida de resucitado.
Con
la resurrección de Cristo, se abre una puerta para nosotros que nadie la puede
cerrar. Hoy podemos sentir que ningún
poder de este mundo, nada ni nadie podrá cerrar esa puerta abierta para
encontrarnos con Dios el día que termine nuestra vida, el día que dejemos
nuestra condición mortal, las miserias en las que vivimos, para entrar en el
mundo de paz y de amor de Dios.
Nuestra
fe en Jesús resucitado es creer que Jesús vive, que camina con nosotros, es
creer en Jesús lleno de fuerza y creatividad, que impulsa la vida de la
humanidad hacia su último destino, hacia la configuración del Reino de Dios. Es
creer que Jesús presente entre nosotros nos escucha “cuando hay dos o tres
reunidos en mi nombre”, y que nuestra oración no es un monólogo sino un
diálogo con alguien, que junto a nosotros nos comprende y nos quiere.
Creer
en Jesús resucitado es encontrarnos con Jesús vivo, cercano a nuestras vidas,
que nos enseña a ver la vida de otra manera, que nos da su espíritu capaz de
cambiar nuestras vidas, de resucitar todo lo bueno que hay en nosotros e
irnos liberando de todo lo que mata nuestra libertad.
Creer
en Jesús resucitado es tener la experiencia personal de que hoy todavía aunque
siguen en nuestro mundo la tortura, la extorsión, la crueldad y la injusticia,
la última palabra la tiene el Resucitado, Señor de la vida y de la muerte, que
vela por todos y nos exige justicia, paz, hermandad.
Jesús
resucitado es nuestra esperanza, y es también quien pide nuestro compromiso, el
poner nuestra persona, nuestra vida por los ideales que Él vivió, como Él puso
la suya. Él es quien da verdadero sentido a nuestra vida. Tenemos un mismo
destino con Él.
Hermanos, feliz pascua de Resurrección a todos, feliz, sí, felicidad
para todos, porque hoy sí tiene sentido hablar de felicidad y de alegría. Sobre
todo alegría, que la alegría del Señor Resucitado y de todos sus amigos que han
sido, son y serán, inunde nuestro corazón.
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