XIV DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XIV DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
Las lecturas de este domingo nos invitan
a seguir a Jesús y dar testimonio de su Reino.
La 1ª lectura del libro
del profeta Isaías invita al pueblo de Israel a la alegría y a la
esperanza. Los israelitas vuelven del exilio y se encuentran con su país
destruido e invadido por otros pueblos.
El profeta Isaías invita a los israelitas a unirse en la reconstrucción
de su pueblo y a confiar en Dios.
Casi nunca estamos satisfechos del
momento presente y de cómo lo vivimos.
Siempre estamos pensando en el futuro y alimentamos la esperanza
de que el mañana será mejor. El niño
pequeño desea ser grande; el adolescente desea ser mayor de edad; el
universitario desea terminar su carrera y encontrar trabajo; el soltero desea
formar una familia; el casado desea su primer hijo; el campesino espera la
buena cosecha; el enfermo desea la salud.
La vida del creyente, también se
alimenta de esperanza basada en la promesa de Dios que nos dice: “alegraos”,
confiad en Mí, “como una madre consuela a su niño, así os consolaré yo”.
Que importante es que tengamos en cuenta
siempre estas palabras porque puede que haya momentos difíciles en nuestra vida
o en nuestra familia o en nuestro pueblo o en el mundo entero. El miedo y las preocupaciones no pueden ser
nuestros compañeros de viaje, porque el amor y la bondad de Dios nos acompañan,
nos consuela y hace amanecer para nosotros, todos los días, un mundo nuevo de
vida en plenitud.
Hoy podemos llevar luto, pero con la
gracia de Dios podemos reconstruirlo todo.
Necesitamos no dejarnos tentar por la increencia, resistir al
mal, trabajar con fe, con esperanza y con la confianza puesta siempre en
nuestro Padre Dios.
La 2ª lectura de San
Pablo a los Gálatas nos recuerda que el encuentro personal de San Pablo con
Cristo fue decisivo en su vida y que desde entonces todo lo demás ha dejado de
tener importancia en su vida.
Como cristianos tenemos que unirnos a
la cruz de Cristo. Esto quiere decir
que seremos blanco de persecuciones, de críticas y esto nos debe alegrar
porque significa que llevamos en nosotros la marca del Señor y que lo
servimos con lealtad hasta la muerte si fuera necesario.
En cambio quien sólo reciba halagos,
alabanzas y aplausos de los hombres, por su forma de hablar de Cristo, quiere
decir que no es un auténtico apóstol de Señor.
Que nuestra gloria no sean las recompensas humanas, sino la cruz de
nuestro Señor Jesucristo.
El Evangelio de San
Lucas
nos muestra a Jesús enviando a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva del
Evangelio y a anunciar la paz.
La invitación a vivir en paz es parte
del mensaje del Señor. La paz a la que
nos invita Jesús se apoya en el amor a los hermanos.
Todo cristiano, cada uno de nosotros,
somos enviados por Jesús para anunciar el Evangelio, para difundir su paz.
Cuando hablamos de paz solemos pensar
casi siempre en la paz social, en los grandes problemas que tiene nuestra
sociedad y nos olvidamos de otros espacios en los que también hemos de
preocuparnos de que haya paz verdadera.
En primer lugar, para poder sembrar paz,
es necesario vivir en paz con nosotros mismos, alcanzar la paz interior. La persona egoísta, indiferente, no trabaja
por la paz.
Hay que, en segundo lugar, llevar paz a
la familia y con los amigos.
La paz en nuestras familias es necesaria
porque en las familias muchas veces se da el olvido, el egoísmo y hasta la
violencia. La paz en nuestras familias
nos lleva a pensar, que el encuentro de quienes viven en familia, necesita, a
veces de calma, de tranquilidad para vivir con más plenitud la
generosidad del afecto, la comprensión mutua y el apoyo mutuo de todos
sus miembros.
Es necesario, dentro de la familia, el
encuentro de padres e hijos para ayudar a la formación de la personalidad, de
la educación y de la conciencia de los hijos, y si no hay paz, difícilmente se
darán estos encuentros.
Hemos de esforzarnos para que haya un
buen entendimiento, respeto y disposición de ayuda entre los amigos y
entre todas las personas con las que convivimos diariamente.
Pidamos
al Señor que siempre confiemos en Él, que nuestra gloria sea la cruz de Cristo
y que nos llenemos de la paz que El Señor nos da hoy y siempre.