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martes, 2 de julio de 2019

XIV DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
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XIV DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
Las lecturas de este domingo nos invitan a seguir a Jesús y dar testimonio de su Reino.
 
La 1ª lectura del libro del profeta Isaías invita al pueblo de Israel a la alegría y a la esperanza. Los israelitas vuelven del exilio y se encuentran con su país destruido e invadido por otros pueblos.  El profeta Isaías invita a los israelitas a unirse en la reconstrucción de su pueblo y a confiar en Dios.
 
Casi nunca estamos satisfechos del momento presente y de cómo lo vivimos.  Siempre estamos pensando en el futuro y alimentamos la esperanza de que el mañana será mejor.  El niño pequeño desea ser grande; el adolescente desea ser mayor de edad; el universitario desea terminar su carrera y encontrar trabajo; el soltero desea formar una familia; el casado desea su primer hijo; el campesino espera la buena cosecha; el enfermo desea la salud.
 
La vida del creyente, también se alimenta de esperanza basada en la promesa de Dios que nos dice: “alegraos”, confiad en Mí, “como una madre consuela a su niño, así os consolaré yo”. 
 
Que importante es que tengamos en cuenta siempre estas palabras porque puede que haya momentos difíciles en nuestra vida o en nuestra familia o en nuestro pueblo o en el mundo entero.  El miedo y las preocupaciones no pueden ser nuestros compañeros de viaje, porque el amor y la bondad de Dios nos acompañan, nos consuela y hace amanecer para nosotros, todos los días, un mundo nuevo de vida en plenitud.
 
Hoy podemos llevar luto, pero con la gracia de Dios podemos reconstruirlo todo.  Necesitamos no dejarnos tentar por la increencia, resistir al mal, trabajar con fe, con esperanza y con la confianza puesta siempre en nuestro Padre Dios.
 
La 2ª lectura de San Pablo a los Gálatas nos recuerda que el encuentro personal de San Pablo con Cristo fue decisivo en su vida y que desde entonces todo lo demás ha dejado de tener importancia en su vida.
 
Como cristianos tenemos que unirnos a la cruz de Cristo.  Esto quiere decir que seremos blanco de persecuciones, de críticas y esto nos debe alegrar porque significa que llevamos en nosotros la marca del Señor y que lo servimos con lealtad hasta la muerte si fuera necesario.
 
En cambio quien sólo reciba halagos, alabanzas y aplausos de los hombres, por su forma de hablar de Cristo, quiere decir que no es un auténtico apóstol de Señor.  Que nuestra gloria no sean las recompensas humanas, sino la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
 
El Evangelio de San Lucas nos muestra a Jesús enviando a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva del Evangelio y a anunciar la paz.
 
La invitación a vivir en paz es parte del mensaje del Señor.  La paz a la que nos invita Jesús se apoya en el amor a los hermanos.
 
Todo cristiano, cada uno de nosotros, somos enviados por Jesús para anunciar el Evangelio, para difundir su paz.
 
Cuando hablamos de paz solemos pensar casi siempre en la paz social, en los grandes problemas que tiene nuestra sociedad y nos olvidamos de otros espacios en los que también hemos de preocuparnos de que haya paz verdadera.
 
En primer lugar, para poder sembrar paz, es necesario vivir en paz con nosotros mismos, alcanzar la paz interior.  La persona egoísta, indiferente, no trabaja por la paz.
 
Hay que, en segundo lugar, llevar paz a la familia y con los amigos.
 
La paz en nuestras familias es necesaria porque en las familias muchas veces se da el olvido, el egoísmo y hasta la violencia.  La paz en nuestras familias nos lleva a pensar, que el encuentro de quienes viven en familia, necesita, a veces de calma, de tranquilidad para vivir con más plenitud la generosidad del afecto, la comprensión mutua y el apoyo mutuo de todos sus miembros.
 
Es necesario, dentro de la familia, el encuentro de padres e hijos para ayudar a la formación de la personalidad, de la educación y de la conciencia de los hijos, y si no hay paz, difícilmente se darán estos encuentros.
 
Hemos de esforzarnos para que haya un buen entendimiento, respeto y disposición de ayuda entre los amigos y entre todas las personas con las que convivimos diariamente.
 
Pidamos al Señor que siempre confiemos en Él, que nuestra gloria sea la cruz de Cristo y que nos llenemos de la paz que El Señor nos da hoy y siempre.