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martes, 14 de agosto de 2018


XX DOMINGO ORDINARIO 

Las lecturas de hoy nos invitan a estar atentos y dispuestos a escuchar a Dios, para vivir el presente de manera positiva; es decir, que abandonemos la ignorancia y busquemos el camino del conocimiento y de la verdadera sabiduría de la vida. 

La 1ª lectura, del libro de los Proverbios, nos hace una invitación para que optemos por la “sabiduría”.  En la Biblia, la sabiduría es el arte de vivir y nos ayuda para orientarnos en este mundo y así vivir y actuar mejor.  Por lo tanto optar por la sabiduría significa acoger la vida, la felicidad, la realización como persona; optar por la ignorancia es escoger la muerte, la infelicidad, el fracaso.   

Hay que saber elegir: sabiduría o ignorancia.  Si queremos triunfar en la vida, si queremos realizarnos plenamente como personas y alcanzar la felicidad hay que escoger la sabiduría.  Sin embargo, muchas veces buscamos nuestra realización plena y nuestra felicidad al margen de Dios y sus valores, al margen de esa sabiduría de Dios y Dios no puede ser excluido de nuestra vida si queremos tener éxito y ser felices.  No podemos llegar a nuestra realización plena ignorando a Dios y a sus propuestas. 

La sabiduría que procede de Dios es fuente de experiencia, y la experiencia, a su vez, es fuente de prudencia. 

La sabiduría sale a nuestro encuentro, pero cada uno es libre de aceptarla o no.  Quien la acepte será un hombre prudente y vivirá una mejor vida, quien la desprecie seguirá por el camino de la imprudencia. 

La Sabiduría es saber vivir, es saborear la vida, es encontrarle gusto a lo que somos y hacemos, y disfrutar con las personas con quienes compartimos la existencia. 

La 2ª lectura, de san Pablo a los Efesios, nos invita a ser sensatos y actuar con sensatez.   

La insensatez es caer y seguir cayendo en los mismos errores.  Si caemos y no aprendemos, perdemos dos veces.  Si caemos y aprendemos de nuestros errores, ganamos.  El problema no es caer en los errores sino seguir cayendo en los mismos errores y por las mismas circunstancias. 

La insensatez nos lleva al libertinaje; la sensatez, en cambio, es estar cerca de Dios.  Sólo la persona insensata se aparta de Dios y de esa sabiduría que procede de Dios. 

Cuando nos alejamos de Dios nos comportamos como imprudentes e insensatos; cuando nos acercamos a Dios andamos por los caminos de la sabiduría y de la sensatez.

El alejamiento de Dios lleva a la insensatez. La vida cerca de Dios nos hace vivir una vida más en plenitud, más feliz. 

En el Evangelio de san Juan, nos invita Jesús a comer su carne y a beber su sangre. 

Se dice que nuestro cuerpo se compone de lo que uno come.  Pues algo parecido pasa con nuestra vida espiritual.  Si nosotros nos alimentamos de rencores, egoísmos, envidias, etc., no podremos vivir una vida de felicidad profunda ni plena. 

Jesús hoy se nos presenta como el verdadero alimento para esta vida y para la vida eterna.  Él mismo es ese alimento.  Comulgar o comer a Cristo significa no sólo alimentarnos de Él, sino también vivir comprometidos con nuestra felicidad y la de los otros; salir de nuestros egoísmos y mirar a ver a nuestro alrededor; dejar la indiferencia y tomar las riendas de nuestra vida; significar perdonar como Jesús perdonó; orar como Él oro, y amar como Él nos lo enseñó. 

La Eucaristía no puede ser solamente un rito más en nuestra vida al que asistimos por obligación, sino que es un encuentro con Cristo que viene a nosotros para ofrecernos la vida plena y definitiva. 

Celebrar la Eucaristía es identificarse con Jesús, es vivir en unión con Él, es tener los mismos sentimientos que Él.  No podemos celebrar la Eucaristía y sembrar divisiones, envidias, conflictos e indiferencias ante las necesidades de los hermanos.  Si hacemos esto, entonces, la Eucaristía que celebramos y participamos se convierte en una mentira.   

Comer la carne de Jesús y beber su sangre significa que tenemos que comprometernos con el mismo proyecto que Jesús llevó a cabo a lo largo de su vida. 

Nadie puede dar lo que no tiene; por eso alimentémonos de Jesús, verdadero alimento de vida eterna, para poder así nosotros junto con Él, y guiados por el Espíritu dar frutos que perduren, frutos de vida eterna.