XX
DOMINGO ORDINARIO
Las lecturas de hoy nos
invitan a estar atentos y dispuestos a escuchar a Dios, para vivir el
presente de manera positiva; es decir, que abandonemos la ignorancia y
busquemos el camino del conocimiento y de la verdadera sabiduría de la vida.
La 1ª lectura, del
libro de los Proverbios, nos hace una invitación para que optemos por
la “sabiduría”. En la Biblia, la
sabiduría es el arte de vivir y nos ayuda para orientarnos en este mundo
y así vivir y actuar mejor. Por
lo tanto optar por la sabiduría significa acoger la vida, la felicidad, la
realización como persona; optar por la ignorancia es escoger la muerte, la
infelicidad, el fracaso.
Hay que saber elegir: sabiduría
o ignorancia. Si queremos triunfar
en la vida, si queremos realizarnos plenamente como personas y alcanzar la
felicidad hay que escoger la sabiduría.
Sin embargo, muchas veces buscamos nuestra realización plena y nuestra
felicidad al margen de Dios y sus valores, al margen de esa sabiduría de
Dios y Dios no puede ser excluido de nuestra vida si queremos tener éxito y
ser felices. No podemos llegar a nuestra
realización plena ignorando a Dios y a sus propuestas.
La sabiduría que
procede de Dios es fuente de experiencia, y la experiencia, a su vez, es fuente
de prudencia.
La sabiduría sale a
nuestro encuentro, pero cada uno es libre de aceptarla o no. Quien la acepte será un hombre prudente y
vivirá una mejor vida, quien la desprecie seguirá por el camino de la imprudencia.
La Sabiduría es saber vivir, es saborear la vida, es
encontrarle gusto a lo que somos y hacemos, y disfrutar con las personas
con quienes compartimos la existencia.
La 2ª lectura, de san
Pablo a los Efesios, nos invita a ser sensatos y actuar con
sensatez.
La insensatez es caer y
seguir cayendo en los mismos errores. Si caemos y no aprendemos, perdemos dos
veces. Si caemos y aprendemos de
nuestros errores, ganamos. El problema
no es caer en los errores sino seguir cayendo en los mismos errores y por las
mismas circunstancias.
La insensatez nos lleva
al libertinaje; la sensatez, en cambio, es estar cerca de Dios. Sólo la persona insensata se aparta de
Dios y de esa sabiduría que procede de Dios.
Cuando nos alejamos de Dios nos comportamos como imprudentes e
insensatos; cuando nos acercamos a Dios andamos por los caminos de la sabiduría
y de la sensatez.
El alejamiento de Dios lleva a la insensatez. La vida cerca de Dios nos
hace vivir una vida más en plenitud, más feliz.
En
el Evangelio de san Juan, nos invita Jesús a
comer su carne y a beber su sangre.
Se
dice que nuestro cuerpo se compone de lo que uno come. Pues algo parecido pasa con
nuestra vida espiritual. Si nosotros nos
alimentamos de rencores, egoísmos, envidias, etc., no podremos vivir una vida
de felicidad profunda ni plena.
Jesús
hoy se nos presenta como el verdadero alimento para esta vida y para la vida
eterna. Él mismo es
ese alimento. Comulgar o comer a Cristo
significa no sólo alimentarnos de Él, sino también vivir
comprometidos con nuestra felicidad y la de
los otros; salir de nuestros egoísmos y mirar a ver a nuestro alrededor; dejar
la indiferencia y tomar las riendas de nuestra vida; significar perdonar como
Jesús perdonó; orar como Él oro, y amar como Él nos lo enseñó.
La Eucaristía no puede
ser solamente un rito más en nuestra vida al que asistimos por obligación, sino que es
un encuentro con Cristo que viene a nosotros
para ofrecernos la vida plena y definitiva.
Celebrar
la Eucaristía es identificarse con Jesús, es vivir en unión con Él, es tener los mismos sentimientos que Él. No podemos celebrar la Eucaristía y sembrar
divisiones, envidias, conflictos e indiferencias ante las necesidades de los
hermanos. Si hacemos esto, entonces, la
Eucaristía que celebramos y participamos se convierte en una mentira.
Comer la carne de Jesús y beber su sangre significa que tenemos que comprometernos con el mismo proyecto que Jesús
llevó a cabo a lo largo de su vida.
Nadie puede dar lo que
no tiene; por eso alimentémonos de Jesús, verdadero alimento de vida
eterna, para poder así nosotros junto con Él, y guiados por el Espíritu dar
frutos que perduren, frutos de vida eterna.