CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS (CICLO C)
Celebramos hoy la conmemoración, la memoria, el recuerdo, de todos nuestros seres queridos difuntos. Queremos hoy como Iglesia, rezar por todos aquellos hermanos que ya han sido llamados por Dios, a estar en su presencia. Y podríamos decir, que este día es para nosotros, en primer lugar, como un día de recuerdo, un día de tristeza, un día en donde extrañamos la presencia física de aquellos que amamos. Pero también nos hemos reunido hoy para rezar por el eterno descanso de aquellos que ya partieron.
San Pablo nos dice: “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él”. Nuestros difuntos “viven con Cristo”, después de haber sido sepultados con Él en la muerte. Para nuestros difuntos el tiempo de la prueba ha terminado, para pasar al tiempo de la recompensa.
Nosotros aún estamos en el tiempo de la prueba. Durante la vida presente debemos llenar nuestras manos de obras buenas para merecer la recompensa de la vida eterna. Jesús nos dice “Es preciso que yo haga las obras del que me envió mientras es de día; cuando la noche llega, ya nadie puede trabajar” (Jn 9, 4). Aprovechemos el tiempo. Mientras es de día, es decir, ahora es cuando se puede trabajar en la viña del Señor. Con la muerte se acaba el tiempo de ganarnos la recompensa del cielo.
La muerte es una realidad que nos supera; la vemos rodeada de misterio. Una realidad que, lo queramos o no, nos lleva a pensar en Dios. Él es el único que puede iluminarnos para despejar este misterio, para dar sentido a esta realidad que, humanamente, no sabemos explicar. Ante el hecho de la muerte, nos preguntamos: ¿Dónde están los difuntos?; ¿qué pasa después de la muerte?; ¿volveremos de nuevo a la vida?; ¿existen el cielo y el infierno?; ¿qué valor tiene para nosotros la resurrección de Cristo?
El pensamiento de la muerte se ilumina con la muerte de Cristo. Ya que Cristo murió y venció la muerte, asimismo nuestra muerte ha sido vencida por la victoria de Cristo sobre la muerte. Cristo resucitó a la vida pasando por la muerte. Nosotros también, como creyentes en Cristo estamos llamados a la resurrección y a la vida eterna a través de la muerte. Para el hombre que muere con el alma en gracia la muerte es el momento del encuentro con Dios, es el principio de la vida que no tendrá fin.
Cristo murió por nosotros. En Cristo brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección. A pesar de la tristeza que nos causa la certeza de morir, tenemos el consuelo de la futura inmortalidad. La muerte es el paso de la vida terrena a la vida eterna. Después de la muerte comienza una eternidad de gloria para todas aquellas personas que, a pesar de su fragilidad y debilidad -propias de la condición humana-, amaron a Dios y cumplieron sus mandamientos.
Jesús, en su infinita misericordia, ha querido asociarse tanto al misterio de la humanidad, que ha querido ofrecer la vida por nosotros, y asociarse también al misterio del sufrimiento, de la muerte y del dolor, muriendo por todos. Y al contemplar a Jesús descubrimos que la muerte, no tiene la última palabra en la vida de aquellos que tenemos fe.
Dios nos ha creado para la vida, para la vida plena, para la vida resucitada, para compartir la gloria del cielo; como tantos, creemos hoy más que nunca, que nuestros seres queridos difuntos, asociados por la misericordia de Dios, al misterio de su cruz y de su muerte, también son asociados, por esa misma misericordia, a la Vida Nueva de la Resurrección.
Y hoy rezamos entonces, por los seres queridos difuntos, los que recordamos y también aquellos por los que nadie reza, para que estén gozando, de la plenitud, del gozo, de la vida eterna, del cielo, de la presencia para siempre junto a Dios.
Qué importante es que hoy también, todos nosotros, reunidos celebrando la Eucaristía, volvamos a creer aquello que proclamamos, cada vez que rezamos el credo, cuando decimos “creo en la comunión de los santos”. Creemos que nuestra vida se une a la vida de aquellos, que ya viven para siempre juntos a Dios.
Pidámosle al Señor en este día que aumente nuestra fe. Que esa fe sea para nosotros siempre consuelo, fortaleza, esperanza, y que esa fe también en el día a día nos anime a vivir, sabiendo que el cielo, lo empezamos a vivir aquí en la tierra, cuando amamos, cuando perdonamos, cuando ayudamos, cuando hacemos el bien.
Que hoy el Señor nos conceda la gracia de redescubrir, ese llamado que recibimos el día de nuestro bautismo, yo no te llamo a la vida para que mueras, sino que te llamo a la vida, para que junto a mí, vivas eternamente.