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lunes, 24 de noviembre de 2025

 

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)



Comenzamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento.  Adviento significa “llegada”. 

El tiempo de Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros en Belén y nos preparamos para recibirlo en Navidad, nos recuerda también que el Señor vendrá al final de los tiempos para juzgar al mundo y nos recuerda también que el Señor viene a nosotros en cada momento de nuestra vida.

Por ello, las lecturas de este primer domingo de Adviento nos advierten que no debemos instalarnos en la comodidad, en la pasividad, en la rutina, sino que debemos caminar, siempre atentos y vigilantes, preparados para recibir al Señor que viene y para responder a sus desafíos.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos dice que hay esperanza para el pueblo, hay esperanza para todos los pueblos de la tierra: llegará la paz de la mano de la justicia, por ello Dios nos pide que trabajemos por la paz para que se instaure la justicia.

Con la venida del Salvador, los instrumentos de guerra serán transformados en instrumento de trabajo y de paz.  Tenemos que trabajar por convertir la industria -improductiva y agresiva- de la guerra en una industria que construya una sociedad productiva para todos, una sociedad donde el alimento sea un bien para todos.

El profeta Isaías nos invita, pues, a la esperanza y a la fe.  Es la fe y la esperanza de que un día el bien, la justicia y la paz triunfaran sobre el mal.  Y será el Señor quien hará realidad esta profecía.  Por lo tanto, si estamos agobiados por noticias tristes: de luchas y enfrentamientos, de guerras y atentados, de secuestros y sufrimientos, es porque “no caminamos bajo la luz del Señor”.

El Adviento nos invita: “a subir a la casa del Señor”, a “preparar los caminos de Dios”, que son caminos de paz y de esperanza.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos decía: ya es hora de despertaros del sueño”…  “dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz

Muchas veces, a pesar de que queremos ser buenos, es posible que el cansancio, la monotonía, la pasividad, la indiferencia nos gane; es posible que dejemos correr las cosas, es posible que ante los problemas metamos la cabeza en un hoyo como hace el avestruz.  Huir de los problemas lo único que hace es que los problemas se hagan más grandes y se compliquen más.  No podemos dejar correr las cosas y que nos olvidemos de los compromisos que un día asumimos con Jesús y su Reino.

Por eso nos dice san Pablo hoy: ¡despertad! Renovad vuestro entusiasmo por los valores del Evangelio; es necesario estar preparados, estar siempre dispuestos, para acoger al Señor que viene.

El Evangelio de san Mateo no nos invita solamente a estar preparados para la hora de la muerte, sino a estar preparados para cada momento de la vida.  No nos manda estar sólo vigilantes para recibir la llegada del Señor a la hora de nuestra muerte, sino para recibirlo en cada momento de nuestra vida.

¿Qué cosas nos impiden acoger al Señor que viene a nuestra vida? 

Hay personas que piensan que  la vida es sólo para gozarla, y por lo tanto no tienen tiempo para compromisos (cuanta gente, el domingo tienen todo el tiempo del mundo para dormir y divertirse, pero no tienen tiempo para venir a misa).

Cuantas personas viven obsesionadas con el trabajo, olvidando todo lo demás (cuánta gente trabaja 12 horas al día y olvida que tiene una familia y que los hijos necesitan amor).

Cuanta gente viven adormecidas, sin importarles lo que pasa a su alrededor, encogiéndose de hombros ante el sufrimiento de los demás y diciendo que no pueden hacer nada que es el gobierno el que tiene que hacerlo todo.

Preguntémonos cada uno de nosotros: ¿y a mí, qué es lo que me distrae de lo importante, y me impide, tantas veces, estar atento al Señor que viene a mi vida?

En este tiempo de preparación para la celebración del nacimiento de Jesús, estamos invitados a reorganizar nuestra vida en lo esencial, a redescubrir aquello que es importante, a estar atentos a las oportunidades que el Señor, todos los días, nos ofrece, a recordar los compromisos que asumimos para con Dios y para con los hermanos, a comprometernos en la construcción del “Reino”. Esa es la mejor forma -mejor aún, la única forma- de preparar la venida del Señor.