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lunes, 20 de diciembre de 2021

 

NOCHEBUENA, NAVIDAD Y SAGRADA FAMILIA

MISA DE NOCHEBUENA (CICLO C)

¡Feliz Noche!, ¡Feliz Navidad! Son las palabras más repetidas hoy. En medio de la noche, en la plenitud de los tiempos, ha aparecido la salvación de Dios. Esto, hermanos, se convierte esta noche, en el centro, la novedad y en la gran noticia que debemos dar al mundo: ha nacido Dios.

Navidad para los que no creen puede ser motivo de borrachera y vandalismo, para nosotros no. Navidad es Dios hecho carne de nuestra carne, como un hermano de sangre. Un hermano tan hermano de cada uno de nosotros que se toma la libertad de sentarse en la silla junto a la mía y decirme que es hermano mío, y que tiene otros hermanos que lo son también míos. Nos da su Padre, que lo es también mío.

En la oscuridad irradiando luz celeste, en un pesebre, encontramos la razón de estas fiestas. El amor de Dios nos hace reunirnos como familia; el amor de Dios nos hace preparar comida especial; el amor de Dios nos lleva a exteriorizar, en luces y estrellas, nacimientos y en árboles de navidad, la alegría que llevamos dentro: ¡Ha venido a nuestro encuentro el Señor! ¡Ha nacido el Salvador!

En la apariencia de un niño, un simple niño, Dios despliega el gran secreto que nos trae esta noche santa: un amor sin condiciones al hombre.

En la humildad de un pesebre, Dios, comparte también la pobreza del ser humano. Siendo rico quiso hacerse como uno de nosotros. Pudo presentarse en carroza; lo hizo en una fría cueva; pudo revelarse anticipado por trompetas y ejércitos celestiales, quiso hacerse presente, rodeado de un pequeño grupo de pastores.

Ese niño Dios que nace esta noche, toma nuestra condición, “se hace hombre para divinizarnos a nosotros”.  Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados. Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, lo rechazamos como fueron también rechazados José y María. Este el gran drama del hombre: el rechazo de Dios y del hermano.

Dios se hace hombre sin demasiada publicidad. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del nacimiento del Niño Dios fueron los excluidos de aquella época, los pastores.  Los que reciben la noticia del nacimiento de Jesús son los pastores, los cuales tenían muy mala fama en el Israel de tiempos de Jesús, casi se les consideraba delincuentes.

Mucha gente no se enteró de ese Nacimiento.  Y esa elección de los pastores ya marcaba el deseo de Dios de acercarse a los “malos” y hacerlos “buenos”. Siempre ha querido estar cerca de los humildes, de los pequeños, de la gente alegre que acepta sin reservas un mensaje de paz y alegría.

Hoy María y José siguen llamando a nuestra puerta.

Dios se acerca al hombre hasta el punto de hacerse uno de ellos. Pero sólo los humildes, los pastores, fueron capaces de descubrirlo. El misterio de la Encarnación, es el misterio del Amor de Dios al hombre. Demos gracias a Dios en este día de Navidad por el Niño-Dios hecho hombre por nosotros.

¿Sientes que ha nacido el Salvador por ti? ¿Sabes que Dios se hace pequeño por ti? ¿No te da escalofríos el pensar que Dios se ponga a tu misma altura?

Esta noche, es igual pero es distinta; parece como si las guerras se detuviesen. Como si los hombres, teniendo a Dios más cerca que nunca, entendiesen que hay más razones para el amor que para el odio; más para la justicia que para la injusticia; más para la paz que para la guerra.

¡Ha nacido el Salvador! Y, como los pastores, no podemos hacer otra cosa sino adorarlo. ¿Y cómo hacerlo? ¿De qué manera? Humillándonos. Dejando bien guardados los rebaños de nuestros egoísmos y egocentrismos; de nuestras envidias y luchas; de nuestras cobardías e incredulidades.

Lo que nos dice la Navidad es que Cristo, el Salvador, está aquí para nosotros. El misterioso mensaje del nacimiento de un Niño en Belén a quien se llamó –y es– “Salvador del mundo”

Esta noche, cuando nuestros corazones buscan abrirse para celebrar el nacimiento de Jesús, vale la pena preguntarnos qué fue lo que Dios vio, palpó y escuchó en el corazón humano que lo movió a hacerse como nosotros y traernos la salvación.


¿Qué vio Dios en nosotros? Dios vio en nosotros, mujeres y hombres, merecedores de su salvación. Dios vio en nosotros mujeres y hombres merecedores de Su Amor, de Su Vida, merecedores de ser amados y perdonados, merecedores de Su Vida Eterna. Dios nos vio, nos palpó y nos escuchó y de Su Corazón solo pudo salir un amor sin límites.

Celebramos esta noche que a pesar de que somos frágiles y débiles, somos merecedores del amor de Dios. Somos lo suficientemente buenos ante los ojos de Dios para que Él vuelva a nacer una vez más en nuestro ser.

¡Ha nacido el Salvador! Y, este gran misterio de Fe, lo hemos ido preparando en estas cuatro semanas de adviento. Ha sido un tiempo de esperanza, de vigilancia y de preparar nuestros sentimientos y nuestros corazones para que, el Señor, no pase de largo esta Navidad.

MISA DE NAVIDAD (CICLO C)

Hoy, hace 2021 años, en Belén de Judá, en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada, de María Virgen, esposa de José el Carpintero, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero. Él es el Salvador que los hombres esperaban.

Aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. No lo busquéis disfrazado con otros ropajes, ni en otros sitios que no lo vais a encontrar. Envuelto en pañales y en un pesebre, esa es la señal que dieron los ángeles. Un Dios pobre y que vive cercano a los pobres.

Hace 2021 el mundo vivió la primera Navidad.  El Mesías, anunciado por miles de años, había llegado por fin al mundo pero no mostrando su majestad y su poderío como se esperaba.  En vez de eso, llegó revestido de pobreza en un pesebre.  En ese momento de su nacimiento, ni siquiera las autoridades locales sabían que había llegado al mundo el Rey de Reyes.  

Desde entonces Dios vino a nuestra tierra, a caminar por nuestros caminos, a compartir el pan y las penas, las alegrías y tristezas, a contarnos historias que ayudan a vivir con sentido y a morir con esperanza, a pedirnos que seamos dichosos y felices, a decirnos que no somos esclavos, somos hijos del Padre Dios que nos quiere con locura.


Desde entonces, el amor de Dios sigue presente en el mundo entero, para cada hombre y cada mujer, cada anciano, cada niño, cada joven, que quiera aceptarlo.


Desde entonces, nosotros, cada uno de nosotros, somos llamados a dar testimonio de su amor en la familia y en el trabajo, en barrio y en el pueblo, en los grupos y asociaciones, y en la labor al servicio a los que sufren cerca de nosotros o en cualquier lugar del mundo.

Desde entonces, hace hoy 2021 años, el perdón, la misericordia, la salvación de Dios se sigue derramando inagotablemente sobre cada uno de nosotros y sobre toda persona.


Nosotros, que hemos experimentado la cercanía de Jesús en nuestra vida: hemos de ser mensajeros y testigos del amor nacido en Belén. Hemos de anunciar por los caminos de la vida esta Buena Noticia, para que el mensaje de la Navidad sea luz y salvación para todos.

Alegrémonos. Celebramos la Buena Noticia, la mejor noticia de toda la historia de la humanidad: el Nacimiento de Jesús de Nazaret. Que suene la fiesta, que nazca la paz y la alegría en el corazón de todos los hombres y mujeres de Buena voluntad, que canten los oprimidos, que se alegren los tristes, que se llenen de gozo los que andan perdidos en la noche de las penas y la angustia. Porque Dios está con nosotros, es un Dios cercano que ama y que nos salva y quiere que todos tengamos en Él vida plena.

Es cierto que las fiestas de Navidad son días de alegría para disfrutarlos y celebrarlos.  Pero también es cierto que siempre debemos recordar a quien debemos esta gran festividad, quien debe estar en el centro de esta fiesta.  Navidad es primeramente la celebración del nacimiento del Verbo Encarnado, el Príncipe de la Paz.  Y durante estas fechas tan señaladas, debemos tratar que en nuestras casas, entre nuestros familiares y entre nuestros amigos, reine la paz mucho más que la opulencia. 

En muchas casas, esta Navidad no estará Dios.  Para las personas que no celebran la Navidad con Dios, estos días pueden parecer vacíos y ruidosos.  No experimentarán la plenitud del amor y la paz que el nacimiento de Nuestro Señor entre nosotros debe traernos.  En una palabra, para esas personas  son fiestas tristes y aburridas.  Pero para nosotros, los cristianos, deben ser fiestas de oración y de unidad.  Nosotros sabemos que esas dos cosas son las que nos traen la verdadera felicidad y la paz duradera.

Solamente recordar que en un día como hoy, hace 2021 años nació nuestro Salvador, es suficiente motivo para alegrarnos.  La venida del Mesías constituye, en sí, el hecho central de las fiestas navideñas.  Cristo vino a traernos el regalo más precioso de la vida, la salvación. 

Hoy, lo irrelevante para el mundo (lo casi invisible), cobra importancia. El Dios de los cielos se deja tocar, acariciar, besar, adorar por todos nosotros. Para nosotros, este acontecimiento de la Navidad, no es algo del pasado. No ha quedado olvidado en un pesebre con telarañas de más de 2021 años. ¡Dios ha nacido! ¡Dios nace en cada persona que lo busca! ¡En las personas que, como los pastores, saben dejar algo de sí mismas y buscar al Dios escondido en la humilde figura de un niño recién nacido!

¿Dónde tienes tú a Dios? ¿Cómo lo vives? ¿Has hecho de tu corazón un pesebre para que Dios nazca?

Dios, que es amor, quiere un lugar donde vivir. Un rincón donde ese amor se pueda cuidar, crecer y prolongarse a través de nosotros en los demás. Esa habitación, ese pesebre es el corazón de los creyentes.

¡Sí, hermanos! ¡Feliz Navidad! Porque Dios se ha puesto a nuestra altura, a nuestro alcance para que comprendamos la gran vida que nos espera en el cielo.

Día de Navidad. Día de felicitar a Dios por el alumbramiento de su Hijo. Día de felicitar a María por darnos a Jesucristo, camino y garantía de salvación. Día de felicitarnos mutuamente porque un Niño se nos ha dado, porque contamos con un hermano que compartirá nuestros gozos y nuestras miserias, nuestros dolores y nuestros éxitos, nuestros sufrimientos y nuestras alegrías. ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Nacimiento de Cristo!

SAGRADA FAMILIA (CICLO C)

El domingo siguiente al día de Navidad, se celebra la fiesta de la Sagrada Familia.  José, María y Jesús son ejemplo para nuestras familias, por ello hoy las lecturas nos ofrecen indicaciones prácticas para ayudarnos a construir familias felices.

La 1ª lectura del libro del Eclesiástico nos habla de la bendición que trae consigo una buena relación entre padres e hijos.

Los hijos deben respetar, honrar y servir a sus padres, lo mismo que se debe hacer con Dios.  El respeto a los padres es fuente de las mejores bendiciones y gracias que Dios nos puede dar.

Los padres son instrumentos de Dios creador.  ¿Somos agradecidos con nuestros padres porque nos han dado la vida?  ¿Les demostramos nuestra gratitud?

Hoy se lucha mucho por los derechos humanos y la dignidad de las personas, pero hoy es cuando más personas ancianas se encuentran marginadas, abandonadas, solas, por la misma sociedad y por los mismos hijos.  ¿Cómo puede haber hijos que se “deshagan” de sus padres, de aquellos que fueron, para nosotros, instrumentos del Dios creador y fuente de vida?

Hoy como ayer, el respetar, honrar y ayudar a los padres es grato a los ojos de Dios.

La 2ª lectura de san Pablo a los Colosenses nos presenta la familia como el lugar donde debe existir la misericordia, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, la ayuda mutua, el perdón y el amor.

La familia, al igual que la comunidad cristiana, no tiene una vida sin problemas, sin faltas, sin pecados.  En la familia por ser humana existe esos defectos.  Pero ante los problemas y dificultades que puedan surgir en la familia hay que poner en práctica las virtudes cristianas del amor, la comprensión y el perdón como fuente de armonía y de paz entre todos los miembros de la familia.

Una familia en la que reine el amor, como en la familia de Nazaret, estará colaborando eficazmente en la formación de una sociedad más fraternal y pacífica.

El Evangelio de San Lucas nos presentaba el episodio del Niño Jesús perdido y hallado en el Templo.

La Sagrada Familia es ejemplo para nosotros porque supieron enfrentar las dificultades y los problemas buscando soluciones en el amor mutuo y en la fe en Dios.   

La familia cristiana tiene que recuperar hoy los valores familiares como son: fidelidad, obediencia, respeto mutuo entre los padres y los hijos.  Por desgracias estos valores familiares cristianos no se promueven mucho hoy ni en la familia ni en la sociedad.

La familia cristiana tiene el deber sagrado de transmitir la fe a sus hijos.  Los papás deben ser los primeros que enseñen a sus hijos a rezar, y a rezar juntos papás e hijos; deben ser los que acerquen a sus hijos a los sacramentos, a la vida de la Iglesia.

La familia es la estructura idónea para venir al mundo, para crecer, para educarse, y ello porque se hace en el amor, desde el amor y mediante el amor. La mejor manera de acoger a un niño que acaba de venir al mundo es por medio del amor. Su crecimiento y su progreso en el conocimiento y la educación son óptimos cuando tienen su fundamento en el amor. Su relación con los demás y con su entorno irá siendo más adecuado cuanto más enraizado esté en el amor que recibe de sus más allegados.

Psiquiatras y psicólogos coinciden en afirmar que un niño crece más sano y de adulto es más estable cuanto mayor es el amor que ha recibido desde su infancia hasta su adolescencia y juventud. Un niño sonríe cuando ha visto sonreír a su madre, cuando ha visto sonreír a los que lo rodean.

Educar sólo es posible desde el amor. El amor fue, es y será siempre el alma de la familia. Pero vivir el amor es una asignatura difícil de aprobar porque no consiste sólo en recibir, sino que es entrega y sacrificio para hacer feliz al otro. Y el espacio por excelencia para crecer en el amor es la familia.

Sin familia, no sabríamos convivir con nadie. Sin familia, los niños son unas víctimas de todas las crueldades de las que el ser humano es capaz.  Pero sin Dios, la familia crece sin un amor estable, duradero, fiel, entregado y sufrido. 

Este tiempo de Navidad cobra un especial protagonismo la Sagrada Familia como modelo y espejo donde deben mirarse las familias cristianas.

Que Dios bendiga en este día a todas las familias cristianas, que las haga crecer en el amor y vivir según el ejemplo de fidelidad de la Sagrada Familia. Que auxilie a los padres, les dé sabiduría y acierto con los hijos, unidad creciente ente ellos, un amor que no se acabe nunca, capacidad de entrega y de sacrificio y que les dé también el premio de ver recompensados sus desvelos.

lunes, 13 de diciembre de 2021

 

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)

Celebramos el último domingo de Adviento y la liturgia nos propone a María como modelo de fe y de esperanza en el Señor.  Igual que ella se preparó para recibir a Jesús, así nos tenemos que preparar nosotros.

La 1ª lectura del profeta Miqueas nos dice que del pueblito de Belén nacerá el Mesías que viene a traernos la paz y la liberación.

Ahora que se acerca la Navidad, hemos de preparar nuestro corazón para celebrar con gozo y profundidad la venida del Liberador. Para ello, mientras que mucha gente se preocupa únicamente de comprar, regalar, felicitar, preparar su casa y adornarla, programar comidas y viajes, nosotros, sin despreciar nada de todo aquello, pondremos nuestra determinación más generosa en prepararnos nosotros mismos por dentro, mientras pedimos con perseverancia al Señor que nos renueve y nos permita ver el resplandor de su mirada, para que seamos salvados.

A pesar del egoísmo y del pecado de los hombres, Dios continúa preocupándose por nosotros, queriéndonos indicar qué caminos recorrer para encontrar la felicidad.

La 2ª lectura de la carta a los hebreos nos propone algo esencial para vivir auténticamente nuestra fe: Dios ya no quiere ni holocaustos, ni sacrificios, ni víctimas expiatorias sino nuestra obediencia; no quiere nuestra “muerte” sino nuestra liberación; no quiere nuestra “sangre” sino nuestro amor hasta la sangre. Dios no quiere tus cosas, Dios te quiere a ti, que le ofrezcas tu persona, que le llegues a decir: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”

El Evangelio de San Lucas nos presenta el encuentro de dos mujeres embarazadas: María e Isabel.  Dos mujeres que se abrazan y se llenan de alegría por las maravillas que Dios ha hecho con ellas.

María va a la montaña a ayudar a su prima Isabel, que ya mayor, espera su primer hijo. En aquel encuentro emocionado en el que cruzan palabras tan bellas, Isabel  le dice: “dichosa, feliz tú porque has creído”.

Estamos en puertas de la Navidad y estamos inmersos en esta tensión de buscar regalos y compras y preparar la fiesta y desearnos felicidad en estos días. Tal vez nos preguntamos por qué, ¿por qué una sociedad cada día más secularizada celebra con tanto entusiasmo una fiesta cristiana, una de las más significativas de nuestra religión, cuando el hijo de Dios aparece hermano de los hombres, igual a nosotros? ¿No será que en el fondo deseamos y necesitamos ante todo ser felices y que esperamos serlo estos días con todo lo que damos y recibimos y el adorno de nuestras casas y la música y  todo eso?

Pero nosotros, que pretendemos ser cristianos, en víspera de la Navidad, es fácil que nos preguntemos si de verdad estamos celebrando la verdadera navidad y cómo celebrarla.

El evangelio de san Lucas que hemos escuchado nos sitúa en el verdadero camino. Estas dos mujeres son felices y proclaman su felicidad, ¿qué han hecho? María, después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador, se pone en camino y marcha aprisa junto a su prima, que necesita en estos momentos de su cercanía, de su ayuda: este es uno de los rasgos más característicos del cristiano, lo primero que nos va a pedir ese hijo suyo es acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia.

Hay una manera humana y cristiana de vivir que debemos recuperar en nuestros días y consiste en “acompañar a vivir” a quien lo necesite, a quien se encuentre hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de toda alegría y esperanza de la vida. Cuántos viven así.

María no va a la montaña en busca de su felicidad, va a ayudar a su prima, que la necesita y en esa ayuda encuentra la felicidad profunda del espíritu, el ser feliz.  El compartir genera alegría. El compartir en verdad produce un efecto de satisfacción y de alegría que viene directamente de Dios. Y tal vez, el no compartir nos empequeñece, nos desasosiega, nos avergüenza.

María en su visita a Isabel  nos dice que solo se puede ser alegre ayudando a quienes nos necesitan, en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros. Por eso, no pretendamos ser felices solos.

Aprovechemos estas fiestas para crear solidaridad y generosidad entre todos los que convivamos. 

Antes de entrar a celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios, es bueno que miremos a María, protagonista de la Navidad, para imitarla.  Hemos de imitar a la Virgen en su fidelidad a la voluntad de Dios. Hemos de imitar a la Virgen en su disponibilidad para servir a todos. Hemos de imitar a la Virgen en su dicha, en su alegría

Sigamos los pasos de María y con seguridad que alguien nos dirá: “feliz tu porque has creído en  el mensaje de hoy”

lunes, 6 de diciembre de 2021

 

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)

El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el

Cada año, este tercer domingo de Adviento nos invita a la alegría.  Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido este domingo como el Domingo “Gaudete”.  En este domingo, ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca.

La 1ª lectura del profeta Sofonías, nos invita a la alegría.  La causa de esa alegría es que el Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.

Cuando nos pesan los problemas, las preocupaciones o los sufrimientos no es fácil tener serenidad, tranquilidad, paz y mucho menos alegría.  Sin embargo, la palabra de Dios, a medida que nos vamos acercando a la Navidad insiste en que vivamos en alegría.  Alegría fundada en el nacimiento de Jesucristo y en la certeza que Dios nos ama y está cercano a nosotros.

Hemos de sentir alegría porque Dios ha perdonado nuestras culpas y nuestras penas; porque “ha expulsado a tus enemigos.  Los enemigos que tenemos dentro de nosotros mismos y los de fuera: pasiones, seducciones, vicios, complejos y miedos.

Pareciera que el futuro no nos invita mucho al optimismo.  No tenemos garantía de que las cosas vayan a ir mejor.  Pero sí tenemos garantía de que Dios quiere salvar a este mundo y esta garantía hace que no perdamos la confianza y que nos pongamos en las manos de Dios para superar nuestros miedos, nuestros temores. 

Quizás nos preguntamos, en muchas ocasiones, ¿qué será de mí? ¿Qué será de mis hijos, de este mundo?  A nosotros nos corresponde confiar en Dios porque Dios se ha enamorado apasionadamente de ti.  Y aunque no seamos dignos de su amor, no importa.  Dios te ama.  Puedes olvidarte de Él, pero Él no se olvida de ti.  Dios te ama.  Por eso hay que estar alegres.

La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses, insiste en que debemos estar alegres y nos invita una y otra vez: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”.

Las razones profundas de esa alegría es la presencia del Señor Jesús, y la alegría es fruto de la fe; es reconocer cada día su presencia de amistad, es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. Es descubrir cómo actúa Dios en nuestras vidas, oculto en la profundidad de los acontecimientos de cada día. Es tener la certeza que aunque todo falle, Él siempre permanece fiel a su amor. Es saber que jamás nos abandonará y dirigir nuestra mirada hacia Él.

Se hace uno de nosotros porque nos ama, se entrega en la cruz porque nos ama, resucita por amor. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. El cristiano jamás debería estar triste porque ha encontrado la razón de su vida, el tesoro escondido, la perla preciosa: El Señor Jesús que nos ama infinitamente hasta dar la vida por nosotros, y cuyo amor nunca nos faltará.

El Evangelio de san Lucas nos presentaba la pregunta que la gente le hacía a Juan Bautista: “¿qué debemos hacer?” La respuesta que nos da Juan es actuar con generosidad y con justicia.

Solemos pensar que la sociedad sería más justa y humana si los demás cambiaran.  Pensamos que las injusticias, los abusos de todo tipo, los hacen otros, pero no nosotros.

Cada uno de nosotros, hemos de asumir nuestra responsabilidad personal ante las injusticias.  Todos hemos de practicar la justicia y el amor. 

Nuestra familia, nuestra comunidad, nuestro país cambiará con la ayuda de todos.  No podemos estar siempre echándole la culpa de todo lo que pasa a los demás.  No podemos seguir diciendo que la sociedad está mal por culpa sólo de los políticos.  No olvidemos que somos ciudadanos y por lo tanto nosotros los hemos elegido y es nuestra responsabilidad exigir que actúen con honestidad.

Por desgracia, cada vez más vemos que en la sociedad lo importante no son las personas, sino la función que ejercen.  Vemos a la persona como una pieza más del engranaje: en el  trabajo es un empleado, en el consumo un cliente, en la política un voto, en el hospital un número de cama.

Las palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias, del egoísmo, de esta situación en que vivimos, está en nuestro corazón.  Si pusiéramos en práctica lo que nos dice hoy Juan el Bautista: compartir lo que cada uno tenemos con los necesitados, ¿qué pasaría?  Pues que este mundo y nuestro pueblo experimentarían una profunda revolución social, seguramente la revolución social más efectiva que se haya dado en la historia.

“¿Qué podemos hacer?”  Es hora de actuar. No podremos quitar todo el mal del mundo, pero podemos empezar a limpiar un poco nuestra vida.

lunes, 29 de noviembre de 2021

 

II DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)

Estamos en el segundo domingo de Adviento, tiempo que la Iglesia lo dedica a prepararnos a encontrarnos con Dios en nuestra vida.  La liturgia de este domingo es una llamada a la conversión, es decir, a que eliminemos todos los obstáculos que impiden la llegada del Señor a nuestro mundo y especialmente al corazón de los hombres.

La 1ª lectura del libro de Baruc nos ha descrito la ciudad de Jerusalén vacía y triste porque sus habitantes no están allí, sino en el exilio.  Pero el profeta invita a Jerusalén a alegrarse porque sus hijos desterrados volverán a la ciudad conducidos por Dios.

Hoy también hay mucha gente exiliada de la Iglesia, son todos aquellos que se han alejado de Dios.  El Adviento es un tiempo especial para que todas esas personas que viven bajo la esclavitud del pecado, alejados de Dios, vuelvan a recobrar la libertad, vuelvan a su tierra que es la Iglesia, y así recobren de nuevo la libertad de los hijos de Dios.

Hay que romper todas esas cadenas que nos atan al pecado, al vivir alejados de Dios y recorrer ese camino de regreso a Dios, a la Iglesia, un camino que está lleno de la bondad y de la ternura de Dios, por ello Dios va a allanar el camino para que podamos regresar  a la alegría y a la libertad de los hijos de Dios.  Por ello, examinémonos para ver cuáles son las esclavitudes que todavía nos tienen aprisionados y que nos impiden acoger al Señor que viene a nuestra vida y rompamos con esas ataduras.

La 2ª lectura de san Pablo a los Filipenses nos habla de la alegría y de la esperanza que San Pablo tiene en la comunidad cristiana de los Filipenses.

Los cristianos formamos una gran comunidad que es la Iglesia, somos miembros de una gran familia extendida por todo el mundo.  Esto es una gran verdad.  Pero también es verdad que no todos viven con alegría su pertenencia a esa comunidad que es la Iglesia, ni todos se sienten gozosos de ser miembros de esa gran familia de Dios.

A veces en nuestras comunidades cristianas hay divisiones, hay murmuraciones, hay luchas de poder, deseos de manipular por intereses egoístas; hay personas que no aceptan a otras personas, que no se hablan.  ¿Cómo podremos hacer que el Señor venga a nuestra comunidad si estamos divididos y distanciados?

Hemos de superar todas esas barreras, todas esas divisiones, para que todos los alejados sientan la necesidad y la alegría de pertenecer a esta comunidad de Hijos de Dios y así, todos podamos acoger con alegría la venida del Hijo de Dios.

El Evangelio de san Lucas nos presenta la figura de Juan el Bautista, el precursor de Jesús.  El profeta que anuncia la venida del Mesías y que nos invita a la conversión del corazón para poder recibir y reconocer a Cristo.

Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor”.  Y esta voz sigue resonando en el desierto de nuestro corazón, en el desierto de nuestras relaciones rotas,  en el desierto de nuestra convivencia desgastada, en el corazón de nuestros rencores y miserias.   La voz de Dios que se manifiesta a través de nuestra conciencia sigue ahí, llamándonos a una vida nueva, invitándonos a dejar las actitudes que  matan y destruyen.   

Todos deseamos  realizarnos en esta vida.  Todos buscamos la felicidad o al menos la posibilidad de vivir con alegría y paz.   En el mundo encontramos muchas ofertas,  sólo Dios nos ofrece una oferta que es capaz de llenar todos nuestros deseos de felicidad.   Sólo Dios nos ofrece vivir la vida como relación que día a día se hace en la alegría del encuentro entre dos que se aman.   Esa relación y ese encuentro implican necesariamente cambiar de vida,  cambiar nuestras actitudes.   Un cambio que comienza por volvernos a Dios.  Volver toda nuestra mente y nuestro cuerpo hacia Él.  Recuperar la conciencia de que somos sus hijos.   Gozar de la confianza que da el sabernos amados por Él.  

Hay que escuchar la voz de Dios para dejarnos corregir por Él cuando nos desviamos del camino.

Convertirnos a Dios significa esto, comenzar a considerar a Dios como alguien importante en nuestras vidas,  no como al juez que nos condena en cuanto caemos en el pecado, sino como el Padre cariñoso que nos invita a levantarnos una y otra vez, y nos impulsa a colaborar con Él para que este mundo sea cada día un poco más humano, más fraterno, más solidario.  

Y si Dios es alguien importante eso significa que tenemos que dedicarle tiempo para escuchar su palabra, tiempo para encontrarnos con Él en la oración y en la eucaristía,   tiempo para reflexionar sobre nuestras actitudes y en qué estamos fundamentando nuestra vida. E intentar allanar la montaña de nuestro egoísmo y levantar el valle tenebroso de nuestra tristeza:   Dios está viniendo ahora y siempre a cada uno de nosotros, detrás de cada palabra, detrás de cada acontecimiento, esperando siempre el momento para que le abramos nuestro corazón y unirse a nosotros en un abrazo de amor que no termine nunca.

Reavivemos en nosotros en este tiempo de Adviento, el deseo de encontrarnos con el Señor, el deseo de cambiar aquellas actitudes nuestras que le impiden darnos su alegría y su paz.  

lunes, 22 de noviembre de 2021

 

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)

En este día, primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico, un nuevo año cristiano, antes de empezar el año civil.  Adviento significa “llegada”. 

El Adviento es un tiempo de preparación para recordar la primera venida, es decir, el nacimiento de Jesús en Belén; pero también sirve para prepararnos a la segunda y definitiva venida al final de los tiempos de Jesús, nuestro Señor.  Dios vino a nuestra historia en Belén, viene a nosotros en cada momento de nuestra vida, y vendrá al final de los tiempos.

La 1ª lectura de profeta Jeremías, nos recuerda que Dios cumple sus promesas.  “Dios no se olvida de su pueblo; el Señor cumplirá su promesa y suscitará un Salvador que impondrá justicia y derecho sobre la tierra”.

El ambiente en el que vivimos potencia, tantas veces, el miedo, el desengaño, la negatividad, la inseguridad, el pesimismo, que por ello, la primera lectura nos invita a la esperanza. 

No es el hombre el que puede fabricar el futuro, sino que el futuro, nos es dado por Dios.  Dios es el Dios del futuro, el que estará siempre al lado nuestro, compartiendo nuestras experiencias, buenas y malas.  Aunque uno pueda pensar a veces que no hay futuro, que todo se ve muy negro, Dios es el único que es capaz de abrirnos caminos y encontrarnos una salida ante cualquier situación desesperada.  Dios pues nos asegura hoy que vendrán tiempos mejores, en los que podremos vivir en paz y en prosperidad.

La 2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, nos decía: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo”

El amor es una dimensión fundamental para encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se pone él como el centro de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como personas que tienen sus propias iniciativas, sino como instrumentos para conseguir lo que uno se propone.  La persona egoísta nunca podrá tener un encuentro personal con otros seres humanos porque no reconoce a los demás como personas, como iguales. Si no se puede encontrar con los demás, tampoco con Jesús.

Sin embargo, la persona que ama está viendo al otro como una persona distinta de uno mismo y distinta de los demás objetos, la está reconociendo como un igual con el que se puede relacionar de tú a tú. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que se ama, sin amor no hay encuentro personal.

La santidad a la que nos invita san Pablo es a vivir en el amor.  No se trata de hacer cosas extraordinarias ni raras sino de vivir la vida animada por el amor para que nos podamos encontrar con los demás y con el mismo Dios.

El Evangelio de san Lucas, nos presenta unos signos catastróficos para anunciar la venida de Dios.

Nos decía el evangelio: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.” Cristo viene a liberarnos de los males que nos afligen, viene a salvarnos, a sacarnos de las situaciones a las que nos ha llevado nuestro propio pecado y de las que no podemos salir por nosotros mismos. Eso es motivo de esperanza.

El Señor también nos invita a la vigilancia, una actitud muy propia para este tiempo de Adviento.  Ante la venida de Jesús, el evangelio nos dice: Tened cuidado: no se os embote la mente  Esto quiere decir que los problemas de la vida, los vicios no nos desvíen del camino.  Debemos hace un buen uso de las cosas y tener confianza en el Señor para que las preocupaciones no nos esclavicen.

Esta actitud es una llamada también de atención no para vivir intranquilos, con ansiedad, sino que es una invitación a estar conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos, de lo que somos; a vivir responsablemente; a estar dispuestos a recibir a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida, pues Él está esperando cualquier momento para entrar en nuestra vida y ocupar el centro.

Debemos huir de la tristeza, ya que Cristo es nuestra esperanza. Por eso nuestros miedos, nuestros males, la inseguridad de cara al futuro, el miedo a la muerte, el malestar que nos produce la conducta de alguien querido, la soledad que nos encoge el corazón, el sufrimiento por el mal que nos rodea y nuestro sufrimiento; todo esto, Jesús lo acoge con afecto y ternura y lo vive con nosotros. Vivamos el presente con confianza y esperemos con fe el futuro. Así viviremos conscientemente y prepararemos nuestro corazón para recibir al Señor.

Cristo viene a nuestro encuentro, pero sólo nos encontraremos con Él en la medida en que nosotros salgamos a buscarlo.

lunes, 15 de noviembre de 2021

 

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (CICLO B)

Con esta fiesta de Jesucristo Rey del Universo concluimos el presente Año Litúrgico, para comenzar el próximo domingo con el Adviento, en preparación para la Navidad.  La fiesta de hoy es como un resumen del año, un resumen de todo lo que hemos celebrado y vivido los cristianos durante todo el año.

La 1ª lectura del profeta Daniel, anuncia que Dios va a intervenir en el mundo, para eliminar la crueldad, la ambición, la violencia, la opresión que marcan la historia de los reinos humanos.

Muchos gobiernos de este mundo están basados en el poder y son generadores de explotación, de miseria, de violencia.  Esta forma de gobernar, será tarde o temprano destruida, ya que el reino del mal no será eterno porque Dios intervendrá en la historia para destruir las fuerzas de muerte que impiden al hombre alcanzar la libertad, la paz y una vida plena.  Dios espera y desea unos gobiernos y una forma de gobernar más humana, más cercana al pueblo.

La 2ª lectura del libro del Apocalipsis, nos presenta Jesús como el principio y el fin de todas las cosas. 

En este mundo, hay unas pocas personas que son importantes, que tienen infinidad de privilegios, sin embargo, la mayoría de las personas que formamos parte de un pueblo, de una nación somos considerados como la mano de obra, los que no cuentan, los que no tienen derechos, los que no son escuchados.  Para Dios, todos somos importantes, porque nos ha convertidos a todos los seres humanos en reyes, es decir, hijos de Dios y herederos del Reino de Dios.

En el Evangelio de san Juan, Pilato le pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”  Efectivamente Jesús es rey, pero no como los reyes de este mundo.

Lo que diferencia el reino de Cristo de los otros reinos o repúblicas de este mundo es la manera de gobernar.  El Reino de Dios no gobierna por la fuerza sino por la verdad. Los gobernantes de este mundo tienen que usar muchas veces las medias verdades e incluso las mentiras para atraerse a los ciudadanos. Otras veces tienen que consentir a los ciudadanos siguiendo simplemente las encuestas de la opinión pública, sin preocuparse si las decisiones contribuyen a la realización de la persona humana y de la paz social.

Poder hacer lo que a cada uno le da la gana es considerado como signo de un país libre. Jesús, en cambio, dijo: “la verdad os hará libres”. Él vino para dar testimonio de la verdad. Decir la verdad delante de las autoridades religiosas y civiles llevó a Jesús a la muerte.

La verdad que Jesús nos anuncia no es algo que se puede aprender en la Universidad o en los libros. Es más bien su propia persona.

El problema de nuestra cultura es que ha renunciado a la verdad o la identifica simplemente con la opinión de la mayoría o con lo que se dice en la televisión.  Muchas veces no importa la verdad de las personas, ni la verdad de las cosas, sino que el sistema funcione aunque sea a base de mentiras.  Esto fue lo que hizo Pilato, lavarse las manos ante el problema de la verdad de la inocencia de Jesús.  Para Pilato, no importaba la verdad, lo que importaba era conservar su cargo, complacer a los judíos.

Cuantos gobiernos hay que se apoyan en la violencia de las armas, y se apoyan en la violencia de sus mentiras para gobernar.  Las mentiras de muchos gobernantes hacen que muera mucha gente.  Cuantos pueblos hay que sufren el terror de los que en nombre de la paz y la democracia mueren por defender su libertad; cuantos países subdesarrollados, en nombre de la libertad de mercado, son mantenidos en la pobreza y la miseria; cuantas naciones, en nombre de la globalización de la economía son sometidos a condiciones comerciales que acaban con la soberanía y la libertad de las naciones pobres.

Nosotros, como cristianos, tenemos que estar a favor de la verdad y esto supone y exige estar en total desacuerdo con la mentira.  No podemos ser neutrales.

La fuerza de la verdad, sin embargo, se impone por sí sola. Por eso los creyentes reconocemos a Jesús como nuestro único Señor, como nuestro único Rey. 

Por todo esto y de esta manera el Reino de Dios no es de este mundo y Jesús no es rey como los de este mundo. No porque no tenga nada que decir acerca de los problemas de esta tierra, sino porque tiene mucho que decir; y porque para que su reinado se establezca plenamente en él, este mundo tiene mucho que cambiar, este mundo tiene que convertirse en ese otro mundo posible y necesario que desean los que tienen hambre y sed de justicia.

Jesús nunca buscó el éxito, su muerte en la cruz no fue un fracaso, sino la manifestación del amor de Dios Padre que hace que nosotros nos convirtamos en ciudadanos del Reino de Dios.  Un Reino de verdad, de justicia, de amor, de gracia y de paz.

lunes, 8 de noviembre de 2021

 

XXXIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Estamos acabando el año litúrgico, y las lecturas nos hablan del final de los tiempos, del final del mundo. 

La 1ª lectura del profeta Daniel nos muestra al pueblo judío que no goza de paz porque está siendo perseguido y en estas circunstancias el profeta Daniel les anuncia que Dios va a intervenir para liberar al pueblo fielEn su tiempo, el pueblo de Israel, sufría persecución, muerte y derrota por la persecución de los reyes de Persia.

Hoy, nosotros, sufrimos también desgracias y desesperanzas en esta sociedad moderna, donde a veces perdemos las ilusiones y hasta las mismas esperanzas, y nos dan ganas de echarlo todo a rodar, cuando vemos cómo la inmoralidad y la falta de honestidad nos las imponen en los mismos hogares, a través de la televisión, jugando con nuestros instintos y pasiones y  destruyendo la moral de nuestros hijos, niños y jóvenes; cuando vemos que grupos fuertes de narcotraficantes imponen su ley de muerte con la venta de drogas, enfrentándose y amordazando a los mismos gobiernos, que nosotros hemos elegido para que nos administren con honestidad y justicia y para que nos defiendan; cuando vemos también y sufrimos tantas injusticias, sintiéndonos impotentes y derrotados, como aquel pueblo de Israel ante la persecución a muerte de sus reyes.

Hay personas, hoy en día, que son “perseguidos” por ser fieles a los valores cristianos, y si acaso no son perseguidos sangrientamente, sí, muchas veces no son tomadas en cuenta estas personas o son motivo de risa, de marginación o de rechazo.

La lectura de hoy nos dice que Dios no abandona a aquellas personas que le son fieles y que la victoria final será para aquellos que se mantienen fieles a Dios y que siguen su camino.  Tenemos que ser muy conscientes que Dios no nos va a abandonar y que el justo, es decir, el que ha permanecido fiel a Dios despertará para la vida eterna; los otros, los que no han sido fieles a Dios despertarán para la tribulación perpetua.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos, nos recuerda que Jesús vino al mundo para liberar al hombre del pecado, para hacernos hombres justos.

Cuando en nuestra vida tomamos decisiones equivocadas, que incluso nos pueden apartar de Dios, Él no nos abandona.  Todo el mal que, a veces, hay en nuestra vida, en nuestro interior, no tiene la última palabra.  La última palabra es siempre el amor misericordioso de Dios, un amor que siempre está buscando nuestra salvación.

Que no seamos nosotros quienes hagamos inútil o estéril la muerte de Jesús, sino que avivemos nuestra fe en el Señor y la esperanza en su perdón. Porque Jesucristo vino al mundo para cumplir una única misión: salvar y liberar a los hombres de su pecado.

El Evangelio de san Marcos nos habla del fin del mundo.

El Evangelio de hoy nos invita a pensar en el futuro, a pensar en el destino final de la humanidad y de nuestra historia, a pensar el destino final de cada uno de nosotros.  ¿Hacia dónde vamos?  ¿Qué pasará al final de los tiempos?  A veces, hacernos estas preguntas nos da miedo y por eso no pensamos mucho en el final de los tiempos.

La ciencia nos dice que esta tierra con todos los seres vivos y el universo entero llegará un día en que desaparecerán.  El Sol, dicen los científicos, en sus últimos años de vida, aumentará de tamaño y se comerá la Tierra, después explotará quedando sólo un pequeño resto de materia que se irá apagando poco a poco.  Y como el Sol todas las demás estrellas del universo, irán apagándose y desapareciendo.  Esto pasará dentro de miles de millones de años.  Quizás la humanidad haya desaparecido mucho antes, y desde luego cada uno de nosotros ya no existirá. Por eso nos preguntamos ¿cuál es nuestro destino? ¿Desaparecer? 

El Señor, anticipándose a los descubrimientos de los científicos también nos predijo que el cielo y la tierra pasarían, pero nos dijo que sus Palabras, sus promesas permanecerán para siempre.  Al final, nuestro destino no es desaparecer para siempre sino encontrarnos con el Señor.  El Dios que nos dio la vida es el mismo que también estará presente al final de la historia.  Por eso todos los días de nuestra vida, se nos invita a confiar en Dios, a confiar en su Palabra, a confiar en su promesa de vida eterna.

Confiar en el Señor no es solamente para consolarnos a la hora de la muerte, sino que hemos de confiar en el Señor porque sabemos que al final de la vida nos vamos a encontrar con Él cara a cara, pero ya desde ahora nos encontramos también con Dios todos los días en cada acontecimiento de la vida.

Si Dios está al final de la vida, lo está también ahora y aquí, por eso tenemos que saber descubrir a Dios en el sufrimiento, sintiendo a Dios solidarios con nosotros e invitándonos a resistir al mal.  Tenemos que descubrir a Dios también en las alegrías dejando que brote en nosotros la alabanza y el agradecimiento a Dios.  Tenemos que vivir la vida sabiendo que Dios está a nuestro lado en lo bueno y en lo malo.  Dios está aquí queriendo encontrarse con nosotros, queriendo que ya desde ahora vivamos la alegría de ese encuentro definitivo que tendremos con Él en la vida eterna.