IV DOMINGO ORDINARIO
Las lecturas de este domingo nos hacen
una invitación a escuchar la Palabra de Dios y a evangelizar nuestro mundo.
En la 1ª lectura, del libro del
Deuteronomio,
hemos escuchado la promesa de Dios de enviar profetas que hablaran en su
nombre.
Antes de que surgieran los profetas las
personas que querían conocer la voluntad de Dios recurrían a la hechicería, los
adivinos y a la magia. Por eso Moisés prohíbe
recurrir a esto tipo de cosas para conocer la voluntad de Dios y les
promete de parte de Dios un profeta que hable en nombre de Dios.
La Iglesia tiene el deber de proclamar
la Palabra de Dios, esta es su misión y es también la misión de cada
cristiano; proclamar la Palabra de Dios no es si quiero o no, no es un capricho
es un deber. Pero hemos de ser
fieles a la Palabra de Dios; no podemos atribuir a Dios lo que son sólo
nuestras palabras o nuestras ideologías, o nuestros gustos o nuestras
opiniones.
Hoy día, vivimos inundados de
palabras. Cada día nos despertamos con
las palabras que oímos en la radio o en la televisión o que leemos en los
periódicos. Todo el día oímos
palabras y más palabras. Sufrimos
una inundación verbal. Por eso la
palabra ha perdido su valor, ya no se valora la palabra como antes. Antes alguien decía “te doy mi palabra”
y sabíamos que podíamos confiar en esa persona.
Hoy no, porque hay muchos que usan la palabra para prometer cambios
sociales, prosperidad, trabajo, etc., pero no es verdad, no cumple esa palabra.
La Palabra de Dios siempre se cumple, por ello el verdadero
profeta es aquel que anuncia y denuncia, desde la Palabra de Dios, las
situaciones contrarias al Reino de Dios.
Por ello el verdadero profeta corre el riesgo de no ser escuchado e
incluso ser perseguido. El seguidor
de Jesús sabe que muchas veces no será escuchado, incluso será puesto en
ridículo o perseguido por ser coherente con su fe.
Hemos de preguntarnos: ¿hacemos caso a
la Palabra de Dios que se nos hace presente en nuestra vida de muchas
maneras? ¿Dejamos que nuestra vida se
transforme y se libere por esa Palabra de Dios?
La 2ª lectura, de la primera carta de
San Pablo a los Corintios, es toda una catequesis sobre los diferentes
estados de vida en los que un cristiano puede vivir plenamente su fe.
Todos estamos llamados a seguir a Jesús,
cada uno desde su estado de vida: casado o célibe y desde su vocación.
Los cristianos de Corinto vivían en una
sociedad muy parecida a la nuestra, donde la inmoralidad sexual se
consideraba como algo natural. Incluso había personas que estaban
convencidas que no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio era algo
anormal. Atacaban a los que habían
decidido ser fieles a sus cónyuges y también a los que habían decidido
permanecer solteros. Lo que trataba San Pablo de enseñar a la comunidad
de Corintio, no con su propia autoridad, sino con la autoridad del mismo
Cristo, era que los hombres y las mujeres tienen pleno derecho de elegir
libremente entre ambos estados de vida: matrimonio ó celibato.
Ambos son, igualmente, dones de Dios.
El Evangelio de san Marcos, Jesús libera a un hombre de
un espíritu inmundo.
El mal existe, el espíritu del mal sigue
actuando en nuestro mundo y en nuestra persona. El demonio existe, si no ¿cómo explicar que tres cuartas partes del mundo
muera de hambre?, ¿Cómo explicar el aumento de fabricación de armas para que
los hombres se maten unos a otros?, ¿Cómo explicar que existan narcotraficantes
que venden drogas y se enriquecen con la ayuda de políticos, gobernantes y
policías?, ¿Cómo explicar tantas infidelidades de tantos hombres y mujeres?,
¿Cómo explicar que existan tantos gobernantes corrompidos?, ¿Cómo explicar que los educadores en vez de
enseñar a compartir enseñen a competir?
Jesús ha venido para liberarnos de los
espíritus malignos
que nos rodean y que están en nuestro interior, pero nosotros hemos
de colaborar con Cristo en esta lucha.
Una lucha que se desarrolla primero en nuestro interior cuando las
fuerzas del mal nos acosan, nos envuelven, nos ciegan y hasta nos
derriban. Pero no hemos de olvidarnos
que Dios está a nuestro favor, luchando con nosotros. Si nosotros queremos, el mal será vencido en
nuestro interior si escuchamos la voz del Señor y no endurecemos nuestro
corazón.
Pero también tenemos que luchar contra
las tuerzas del mal solidarizándonos con todos aquellos que se esfuerzan por
crear unas condiciones de vida más justas y fraternas. No basta con hacer el
bien individualmente, hay que unirse a todas aquellas iniciativas que hacen
posible la construcción del reino de Dios.