III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)
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III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)
Las lecturas que acabamos de proclamar en este tercer
domingo de Cuaresma son una invitación a corregir nuestra mentalidad. No se trata de hacer más cosas sino de
hacerlas con el espíritu de Dios. Hay
que dejar que Dios nos libere para que nos transformemos en hombres nuevos,
libres de la esclavitud del egoísmo y del pecado, para que en nosotros se
manifieste la vida en plenitud, la vida de Dios.
La 1ª lectura del libro del Éxodo nos recuerda cómo
Dios elige a Moisés para ser el líder que libere a su pueblo de la esclavitud.
La humanidad exige hoy una liberación política, cultura y económica: los
pueblos luchan por su libertad, no queremos hoy dictaduras, aunque sean
disfrazadas de democracias; los pobres luchan para liberarse de la miseria, de
la ignorancia, de la enfermedad; los obreros luchan por el derecho a un trabajo
digno; las mujeres luchan por la defensa de su dignidad; los estudiantes luchan
por un sistema educativo que los prepare bien para desempeñar un papel útil en
la sociedad.
Tenemos que ser conscientes que donde haya una persona que
trabaje por un mundo más justo y más humano, allí está Dios, ese Dios que no
está de brazos cruzados ante las injusticias.
Dios actúa en nuestra vida y en nuestra historia a través de
hombres y mujeres de buena voluntad que aceptan, como Moisés, ser
instrumentos de Dios para mejorar este mundo.
Ante los sufrimientos e injusticias hay que preguntarse: ¿qué
estoy haciendo? ¿Vivimos con la
pasividad de quien cree que ya ha hecho lo suficiente y que ahora les toca a
los demás? O ¿Somos como Moisés que colaboramos con Dios en la construcción de
un mundo más justo y más humano?
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios nos
advierte que cumplir ritos externos y vacíos no es lo importante; lo importante
es estar en comunión con Dios, hacer la voluntad de Dios y vivir de acuerdo a
los planes de Dios.
San Pablo nos dice que en el éxodo, todos cruzaron el mar
rojo y todos se alimentaron de la misma comida y bebida, pero no todos
llegaron a la tierra prometida. El
que todos los cristianos hayan recibido el mismo bautismo y participen de la
misma Eucaristía, puede que tampoco sea suficiente para alcanzar la
salvación.
Los sacramentos no son ritos mágicos que produzcan su efecto
mecánicamente; exigen nuestra colaboración de fe y de vida. El pertenecer a la Iglesia “no es un
seguro de vida”. Lo importante es
como dice Jesús: “escuchar y practicar la Palabra de Dios”.
Hay que dejar de aparentar ser cristiano y optar por ser
cristiano de verdad.
El Evangelio de San Lucas nos ha relatado unos hechos
trágicos que ocurrieron en tiempos de Jesús.
También entonces, como ahora, ocurrían tragedias y catástrofes que
impresionaban a la gente.
La tragedia de los galileos y de los que mueren aplastados
por la torre no es un castigo de Dios.
Las tragedias forman parte de la vida, de la limitación y debilidad del
hombre.
Jesús lo que hace es sacar una enseñanza práctica para la vida
de cada día. Y la enseñanza es la
necesidad urgente de convertirnos porque no sabemos ni el día ni la hora, porque
si no nos convertimos no hay esperanza para después de la muerte.
Jesús quiere que no desaprovechemos este momento de gracia
que se nos concede. Jesús nos invita a
tomarnos la vida con responsabilidad.
Hay personas que piensan que siempre hay tiempo para cambiar, quizás el
año que viene, quizás unos momentos antes de morir me arrepentiré, pediré
perdón y todo arreglado. Pero el tiempo
se nos acaba y no se da ese cambio.
El tiempo pasa y en cualquier momento, nuestra vida llega a
su final por un accidente, una enfermedad mortal, una caída, un ataque al
corazón, etc., y es mejor tener frutos listos para presentarlos al Señor que
ser arrojados al fuego eterno.
Dios nos llama a través de las desgracias, de los
sufrimientos para que cambiemos y hagamos un mundo mejor. Dios nos llama a que nos convirtamos, a que
demos frutos.
Hay que escuchar el grito de alerta de Jesús: “si no os convertís, todos pereceréis
de la misma manera”
No esperemos a que los desastres y desgracias toquen a
nuestra puerta para convertirnos porque podría ser demasiado tarde.
Pidamos al Señor en esta Eucaristía que renueve en nuestros
corazones el deseo de convertirnos, que nos dé fuerzas y ganas para
conseguirlo.