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martes, 19 de marzo de 2019

III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)
 
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III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)

 
Las lecturas que acabamos de proclamar en este tercer domingo de Cuaresma son una invitación a corregir nuestra mentalidad.  No se trata de hacer más cosas sino de hacerlas con el espíritu de Dios.  Hay que dejar que Dios nos libere para que nos transformemos en hombres nuevos, libres de la esclavitud del egoísmo y del pecado, para que en nosotros se manifieste la vida en plenitud, la vida de Dios.
 
La 1ª lectura del libro del Éxodo nos recuerda cómo Dios elige a Moisés para ser el líder que libere a su pueblo de la esclavitud.
 
La humanidad exige hoy una liberación política, cultura y económica: los pueblos luchan por su libertad, no queremos hoy dictaduras, aunque sean disfrazadas de democracias; los pobres luchan para liberarse de la miseria, de la ignorancia, de la enfermedad; los obreros luchan por el derecho a un trabajo digno; las mujeres luchan por la defensa de su dignidad; los estudiantes luchan por un sistema educativo que los prepare bien para desempeñar un papel útil en la sociedad.
 
Tenemos que ser conscientes que donde haya una persona que trabaje por un mundo más justo y más humano, allí está Dios, ese Dios que no está de brazos cruzados ante las injusticias.
 
Dios actúa en nuestra vida y en nuestra historia a través de hombres y mujeres de buena voluntad que aceptan, como Moisés, ser instrumentos de Dios para mejorar este mundo.
 
Ante los sufrimientos e injusticias hay que preguntarse: ¿qué estoy haciendo?  ¿Vivimos con la pasividad de quien cree que ya ha hecho lo suficiente y que ahora les toca a los demás? O ¿Somos como Moisés que colaboramos con Dios en la construcción de un mundo más justo y más humano?
 
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios nos advierte que cumplir ritos externos y vacíos no es lo importante; lo importante es estar en comunión con Dios, hacer la voluntad de Dios y vivir de acuerdo a los planes de Dios.
 
San Pablo nos dice que en el éxodo, todos cruzaron el mar rojo y todos se alimentaron de la misma comida y bebida, pero no todos llegaron a la tierra prometida.  El que todos los cristianos hayan recibido el mismo bautismo y participen de la misma Eucaristía, puede que tampoco sea suficiente para alcanzar la salvación. 
 
Los sacramentos no son ritos mágicos que produzcan su efecto mecánicamente; exigen nuestra colaboración de fe y de vida.  El pertenecer a la Iglesia “no es un seguro de vida”.  Lo importante es como dice Jesús: “escuchar y practicar la Palabra de Dios”.
 
Hay que dejar de aparentar ser cristiano y optar por ser cristiano de verdad.
 
El Evangelio de San Lucas nos ha relatado unos hechos trágicos que ocurrieron en tiempos de Jesús.  También entonces, como ahora, ocurrían tragedias y catástrofes que impresionaban a la gente.
 
La tragedia de los galileos y de los que mueren aplastados por la torre no es un castigo de Dios.  Las tragedias forman parte de la vida, de la limitación y debilidad del hombre.
 
Jesús lo que hace es sacar una enseñanza práctica para la vida de cada día.  Y la enseñanza es la necesidad urgente de convertirnos porque no sabemos ni el día ni la hora, porque si no nos convertimos no hay esperanza para después de la muerte.
 
Jesús quiere que no desaprovechemos este momento de gracia que se nos concede.  Jesús nos invita a tomarnos la vida con responsabilidad.  Hay personas que piensan que siempre hay tiempo para cambiar, quizás el año que viene, quizás unos momentos antes de morir me arrepentiré, pediré perdón y todo arreglado.  Pero el tiempo se nos acaba y no se da ese cambio.
 
El tiempo pasa y en cualquier momento, nuestra vida llega a su final por un accidente, una enfermedad mortal, una caída, un ataque al corazón, etc., y es mejor tener frutos listos para presentarlos al Señor que ser arrojados al fuego eterno.
 
Dios nos llama a través de las desgracias, de los sufrimientos para que cambiemos y hagamos un mundo mejor.  Dios nos llama a que nos convirtamos, a que demos frutos.
 
Hay que escuchar el grito de alerta de Jesús: si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”
 
No esperemos a que los desastres y desgracias toquen a nuestra puerta para convertirnos porque podría ser demasiado tarde.
 
Pidamos al Señor en esta Eucaristía que renueve en nuestros corazones el deseo de convertirnos, que nos dé fuerzas y ganas para conseguirlo.