HOMILÍAS PARA EL II DOMINGO DE NAVIDAD Y PARA LA EPIFANÍA DEL SEÑOR. (CICLO A)
II DOMINGO DE NAVIDAD (CICLO A)
Este domingo es un eco de la fiesta de
la Natividad del Señor. Y lo es, además, porque mañana celebraremos la Epifanía.
La 1ª lectura del libro del Eclesiástico nos ha
hablado hoy de cómo la sabiduría en persona canta a sus propias
excelencias.
Antes de manifestarse a los
hombres, la sabiduría preexistía ya junto a Dios, se identifica por una parte
con la palabra de Dios, presentada en forma de persona, y por otra como una
niebla que cubre la tierra, a la manera del espíritu que cubra la superficie
del caos al comienzo de la creación.
La lectura de hoy nos habla de la
Sabiduría con mayúsculas; no de la del hombre, sino la de Dios. Es todo un himno del papel que tiene la
sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres.
Nosotros, debemos vivir de acuerdo
a la sabiduría divina, es decir, vivir de acuerdo a los valores más
fundamentales de la vida, con un comportamiento justo, honrado y humanista; en
definitiva eso es vivir con sabiduría.
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios, nos hace
ver que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por
eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia.
Dios tiene que ser bendecido por
nosotros porque previamente Dios ha derramado sobre la humanidad, toda clase de
bendiciones espirituales.
El
Evangelio de san Juan, nos dice lo que es Dios, lo que
es Jesucristo y lo que es el hecho de la Encarnación con esa expresión tan
inaudita: “el
Verso se hizo carne y habitó entre nosotros”
La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra.
“Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo” (Jn 3,16). Toda la
historia de la humanidad, reflejada en la historia de Israel, es una historia de salvación. Con el
envío de su Hijo, Dios nos hace el regalo supremo de su Palabra definitiva. Él es su “última
Palabra”. “La Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Puso su tienda entre nosotros, como un
vecino más, como un hermano más.
Decimos en el Credo: “Por nosotros… se hizo hombre”. Cuando
pronunciamos este “por nosotros”, no
hemos de entenderlo como referido a una humanidad abstracta, que no existe,
sino a cada uno. Hemos de decir: se
encarnó por mí, se hizo hombre por mí, para hacerse solidario conmigo, para
hacerse mi hermano, mi amigo, mi compañero de viaje. Él pronuncia el nombre
de cada persona y piensa en cada uno al verificar el milagro de amor y
generosidad de “plantar su tienda entre
nosotros”.
Frente a la
incomprensible generosidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu, san Juan nos
presenta el reverso del misterio: el rechazo por parte de su pueblo: “Vino a su casa, pero los suyos no lo
recibieron”
Si Dios hubiera venido
como Dios ¿quién no lo hubiera recibido? Si el Mesías se hubiera presentado en
plan Mesías, ¿quién lo hubiera despreciado? El problema es que no se le
conoció. Sabemos la vida de Jesús. Sabemos que no se pareció en nada al Mesías
esperado. Sabemos que resultaba desconcertante: que el mismo Juan Bautista
llegó a dudar de él… Problema pues de ceguera. Pero problema también de
corazón. Sólo un puñado de “pobres de Yahvé”, el pequeño resto,
los sencillos de corazón, lo reconocen y lo escuchan.
Hoy, la actitud más
frecuente con respecto a Jesús no es el rechazo, sino la indiferencia. Se le da un asentimiento teórico, pero se vive al margen de su mensaje.
Incluso muchos “cristianos” ignoran
su Palabra. Se “aceptan” dogmas como
verdades indispensables, se “cumplen”
normas y se “reciben” ritos, pero no
se vive pendiente de su Palabra ni en realidad se le sigue.
Con respecto a la
Palabra de Dios, los hombres de hoy tenemos mayor responsabilidad que los
judíos, porque tenemos mayor facilidad de acceso y comprensión. Nosotros
tenemos todas las facilidades. Sabemos que quien nos habla es el mismísimo Hijo
de Dios. Y ¡nos es tan fácil escucharlo!
Nos duele, y lo
consideramos una insensatez, que hijos, nietos o sobrinos no quieran
escucharnos y aprovechar la riqueza de nuestra ciencia y de nuestra
experiencia. ¿Cuál es la gravedad de nuestra insensatez si no nos acercamos a
escuchar la Palabra del mismísimo Dios? ¿La escucho de verdad? Un cristiano
tiene que ser un “oyente de la Palabra”.
“Mi madre y mis hermanos son -afirma
Jesús- los que escuchan el mensaje de
Dios y lo ponen en práctica”
Jesús no ha venido sólo
a ofrecernos asombrosas orientaciones para nuestra vida. Los ángeles no cantan:
os ha nacido un legislador, sino “os ha
nacido un Salvador, Emmanuel” (Dios con nosotros). Jesús se revela como “la fuerza de nuestra fuerza y la fuerza de
nuestra debilidad”.
Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados y yo os aliviaré”. Y
asegura: “Sin mí no podéis hacer nada”,
pero con Él podemos decir: “Todo lo
puedo en aquel que me conforta”.
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR. (CICLO A)
Estamos
celebrando hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, la manifestación de
Jesús al mundo.
Ya desde muy
antiguo, el pueblo de Israel ha esperado el nacimiento del Mesías. La 1ª lectura, del profeta Isaías nos habla
de ese Mesías que tenía que venir. El
pueblo vive en la esperanza de que nazca un día ese Salvador esperado, y esa
esperanza se ha hecho ya realidad. Eso
es lo que nos presenta el evangelio de hoy: los paganos, los pueblos que no
creían o no conocían a Dios, se ponen en camino hacia Cristo. Hay 2 posturas ante Cristo que viene: la
indiferencia, el miedo, la sospecha, y la otra postura: la
búsqueda y la adoración.
Existe, pues,
la postura de apartarse de Dios o de comprometerse con Dios. Los magos son esas personas que buscan
a Dios, que lo dejan todo y se ponen en movimiento a buscar al Niño que ha
nacido, a buscar al Mesías, al Salvador.
La fiesta de
la Epifanía o de los santos Reyes tiene un profundo significado muy actual y
necesario para nuestra vida de cristianos.
Jesús se manifiesta como luz para todas las naciones. Cristo no ha venido sólo para salvar a un
pueblo, sino que se ha hecho hombre para salvar a todos los pueblos de
la tierra, a toda la humanidad.
La estrella
que guía a los magos busca iluminar a todos los pueblos y naciones para que seamos
una sola familia. Constantemente se ha afirmado que el mundo ahora ya no son naciones
separadas, sino que es como una gran aldea donde todos participan de la
misma suerte, de las mismas noticias y viven los mismos acontecimientos. Pero,
si bien es cierto que los medios de comunicación y comercialización han
reducido el mundo a una aldea, también es cierto que las fronteras se hacen
cada vez más duras, las discriminaciones más absurdas y los individualismos más
obstinados.
La fiesta de la Epifanía nos invita a abrir nuestra manera de ver el
mundo y creer que es posible construir un mundo donde todos vivamos como
hermanos. Donde a nadie veamos como un
adversario, sino como un hermano con el cual podemos compartir todo lo que
somos y hacemos. Cristo viene a hacer
posible esos nuevos lazos de hermandad entre todos los hombres.
La estrella de oriente hizo levantar a los magos de su comodidad
y lanzarse a descubrir a Cristo, el nuevo Rey. Esa misma estrella causa terror
e irritación a Herodes que siente que sus intereses se ven amenazados. Hoy
sucede lo mismo, al escuchar la Palabra de Dios surgen en nosotros deseos por
construir un mundo nuevo; pero a la vez hay personas que al escuchar la Palabra
de Dios se sienten ofendidos porque ven amenazados sus intereses y su poder.
Sin embargo la luz de Cristo sigue brillando para nosotros y para
nuestro tiempo. Toda persona que busca a
Jesús y se encuentra con el Niño Dios sabe que Jesús es su salvador y liberador
y que nos invita a toda la humanidad a formar una sola familia.
Contemplar y seguir la estrella de Belén tendría que hacer que todos
nosotros dejáramos atrás el individualismo, ya que si Dios no hace
distinción de personas, tampoco nosotros deberíamos de hacerlas. Hemos de hacer realidad aquello de que “todo
hombre, todo ser humano, es mi hermano”.
No existe razón alguna para despreciar a nadie, ni por su raza, ni por
su lengua, ni por su religión, ni por su particular cultura, ni por su
condición social, ni por ninguna razón. Si Cristo se hace carne humana, si
participa de la suerte de todo hombre ¿por qué nosotros vamos a vivir la
discriminación y las distinciones absurdas?
La estrella de Belén nos ofrece una nueva luz y una nueva propuesta
para nuestro mundo herido de gravedad por el individualismo, la injusticia y
las divisiones. También hoy, se dirige a la familia humana profundamente
marcada por una grave crisis económica y moral, y por las dolorosas heridas de
guerras y conflictos y nos invita como hizo con los magos diciéndonos: “Id a
Belén”. Si hacemos caso a esta estrella, allí encontraremos a Cristo,
nuestra esperanza. Allí encontraremos razones para levantarnos de nuestras
caídas y desencuentros, allí fortaleceremos nuestros ideales y nuestras luchas.
Contemplar a Cristo, que no dudó en tomar carne para hacerse uno de nosotros,
nos animará a descubrir los lazos que unen a toda la humanidad: todos somos
hijos de Dios. Nuestro padre es un Dios para todos sin distinciones ni
discriminaciones.
Día de Epifanía es día para despertar los mejores ideales tanto
individuales como colectivos. Es descubrir esa luz que vence a la oscuridad,
es reconocer que el cielo está siempre abierto y que hay estrellas para guiar
nuestros pasos, que hay ángeles humanos a nuestro lado, que podemos hacernos
tiernos como niños, que el mundo puede ser nuevo y que Dios, Padre Bueno, se
hace presente en nuestras oscuridades y desconciertos para mostrarnos el rumbo
cierto. El día de Epifanía surgen muchas preguntas que deberemos responder con
toda sinceridad: ¿Cuáles son mis ideales por los cuáles vale la pena luchar?
¿Cómo estoy abriendo mi corazón a todos los hombres? ¿Cómo lograremos superar
las divisiones y los individualismos en que nos ha encerrado este mundo
materialista?
Nuestro mundo vive alejado de muchas maneras de Dios, pero es necesario
que haya una estrella encendida para que aquellos que están en actitud de
búsqueda la puedan seguir y encontrar a Cristo.