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jueves, 2 de enero de 2020

HOMILÍAS PARA EL II DOMINGO DE NAVIDAD Y PARA LA EPIFANÍA DEL SEÑOR. (CICLO A)
 
II DOMINGO DE NAVIDAD (CICLO A)
 
Este domingo es un eco de la fiesta de la Natividad del Señor. Y lo es, además, porque mañana celebraremos la Epifanía.
 
La 1ª lectura del libro del Eclesiástico nos ha hablado hoy de cómo la sabiduría en persona canta a sus propias excelencias. 
 
Antes de manifestarse a los hombres, la sabiduría preexistía ya junto a Dios, se identifica por una parte con la palabra de Dios, presentada en forma de persona, y por otra como una niebla que cubre la tierra, a la manera del espíritu que cubra la superficie del caos al comienzo de la creación.
 
La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría con mayúsculas; no de la del hombre, sino la de Dios.  Es todo un himno del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres.
 
Nosotros, debemos vivir de acuerdo a la sabiduría divina, es decir, vivir de acuerdo a los valores más fundamentales de la vida, con un comportamiento justo, honrado y humanista; en definitiva eso es vivir con sabiduría.
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios, nos hace ver que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo.  Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia.
 
Dios tiene que ser bendecido por nosotros porque previamente Dios ha derramado sobre la humanidad, toda clase de bendiciones espirituales.
 
El Evangelio de san Juan, nos dice lo que es Dios, lo que es Jesucristo y lo que es el hecho de la Encarnación con esa expresión tan inaudita: “el Verso se hizo carne y habitó entre nosotros” La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra.
 
“Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo” (Jn 3,16). Toda la historia de la humanidad, reflejada en la historia de Israel, es una historia de salvación. Con el envío de su Hijo, Dios nos hace el regalo supremo de su Palabra definitiva. Él es su “última Palabra”. “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Puso su tienda entre nosotros, como un vecino más, como un hermano más.
 
Decimos en el Credo: “Por nosotros… se hizo hombre”. Cuando pronunciamos este “por nosotros”, no hemos de entenderlo como referido a una humanidad abstracta, que no existe, sino a cada uno. Hemos de decir: se encarnó por mí, se hizo hombre por mí, para hacerse solidario conmigo, para hacerse mi hermano, mi amigo, mi compañero de viaje. Él pronuncia el nombre de cada persona y piensa en cada uno al verificar el milagro de amor y generosidad de “plantar su tienda entre nosotros”.
 
Frente a la incomprensible generosidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu, san Juan nos presenta el reverso del misterio: el rechazo por parte de su pueblo: “Vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron”
 
Si Dios hubiera venido como Dios ¿quién no lo hubiera recibido? Si el Mesías se hubiera presentado en plan Mesías, ¿quién lo hubiera despreciado? El problema es que no se le conoció. Sabemos la vida de Jesús. Sabemos que no se pareció en nada al Mesías esperado. Sabemos que resultaba desconcertante: que el mismo Juan Bautista llegó a dudar de él… Problema pues de ceguera. Pero problema también de corazón.  Sólo un puñado de “pobres de Yahvé”, el pequeño resto, los sencillos de corazón, lo reconocen y lo escuchan.
 
Hoy, la actitud más frecuente con respecto a Jesús no es el rechazo, sino la indiferencia. Se le da un asentimiento teórico, pero se vive al margen de su mensaje. Incluso muchos “cristianos” ignoran su Palabra. Se “aceptan” dogmas como verdades indispensables, se “cumplen” normas y se “reciben” ritos, pero no se vive pendiente de su Palabra ni en realidad se le sigue.
 
Con respecto a la Palabra de Dios, los hombres de hoy tenemos mayor responsabilidad que los judíos, porque tenemos mayor facilidad de acceso y comprensión. Nosotros tenemos todas las facilidades. Sabemos que quien nos habla es el mismísimo Hijo de Dios. Y ¡nos es tan fácil escucharlo! 
 
Nos duele, y lo consideramos una insensatez, que hijos, nietos o sobrinos no quieran escucharnos y aprovechar la riqueza de nuestra ciencia y de nuestra experiencia. ¿Cuál es la gravedad de nuestra insensatez si no nos acercamos a escuchar la Palabra del mismísimo Dios? ¿La escucho de verdad? Un cristiano tiene que ser un “oyente de la Palabra”. “Mi madre y mis hermanos son -afirma Jesús- los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica”
 
Jesús no ha venido sólo a ofrecernos asombrosas orientaciones para nuestra vida. Los ángeles no cantan: os ha nacido un legislador, sino “os ha nacido un Salvador, Emmanuel” (Dios con nosotros). Jesús se revela como “la fuerza de nuestra fuerza y la fuerza de nuestra debilidad”.
 
Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.  Y asegura: “Sin mí no podéis hacer nada”, pero con Él podemos decir: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.
 
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR. (CICLO A)
 
Estamos celebrando hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, la manifestación de Jesús al mundo.
 

Ya desde muy antiguo, el pueblo de Israel ha esperado el nacimiento del Mesías.  La 1ª lectura, del profeta Isaías nos habla de ese Mesías que tenía que venir.  El pueblo vive en la esperanza de que nazca un día ese Salvador esperado, y esa esperanza se ha hecho ya realidad.   Eso es lo que nos presenta el evangelio de hoy: los paganos, los pueblos que no creían o no conocían a Dios, se ponen en camino hacia Cristo.  Hay 2 posturas ante Cristo que viene: la indiferencia, el miedo, la sospecha, y la otra postura: la búsqueda y la adoración.
 
Existe, pues, la postura de apartarse de Dios o de comprometerse con Dios.  Los magos son esas personas que buscan a Dios, que lo dejan todo y se ponen en movimiento a buscar al Niño que ha nacido, a buscar al Mesías, al Salvador.
 
La fiesta de la Epifanía o de los santos Reyes tiene un profundo significado muy actual y necesario para nuestra vida de cristianos.  Jesús se manifiesta como luz para todas las naciones.  Cristo no ha venido sólo para salvar a un pueblo, sino que se ha hecho hombre para salvar a todos los pueblos de la tierra, a toda la humanidad.
 
La estrella que guía a los magos busca iluminar a todos los pueblos y naciones para que seamos una sola familia.   Constantemente se ha afirmado que el mundo ahora ya no son naciones separadas, sino que es como una gran aldea donde todos participan de la misma suerte, de las mismas noticias y viven los mismos acontecimientos. Pero, si bien es cierto que los medios de comunicación y comercialización han reducido el mundo a una aldea, también es cierto que las fronteras se hacen cada vez más duras, las discriminaciones más absurdas y los individualismos más obstinados.
 
La fiesta de la Epifanía nos invita a abrir nuestra manera de ver el mundo y creer que es posible construir un mundo donde todos vivamos como hermanos.  Donde a nadie veamos como un adversario, sino como un hermano con el cual podemos compartir todo lo que somos y hacemos.  Cristo viene a hacer posible esos nuevos lazos de hermandad entre todos los hombres.
 
La estrella de oriente hizo levantar a los magos de su comodidad y lanzarse a descubrir a Cristo, el nuevo Rey. Esa misma estrella causa terror e irritación a Herodes que siente que sus intereses se ven amenazados. Hoy sucede lo mismo, al escuchar la Palabra de Dios surgen en nosotros deseos por construir un mundo nuevo; pero a la vez hay personas que al escuchar la Palabra de Dios se sienten ofendidos porque ven amenazados sus intereses y su poder.
 
Sin embargo la luz de Cristo sigue brillando para nosotros y para nuestro tiempo.  Toda persona que busca a Jesús y se encuentra con el Niño Dios sabe que Jesús es su salvador y liberador y que nos invita a toda la humanidad a formar una sola familia.
 
Contemplar y seguir la estrella de Belén tendría que hacer que todos nosotros dejáramos atrás el individualismo, ya que si Dios no hace distinción de personas, tampoco nosotros deberíamos de hacerlas.  Hemos de hacer realidad aquello de que “todo hombre, todo ser humano, es mi hermano”.  No existe razón alguna para despreciar a nadie, ni por su raza, ni por su lengua, ni por su religión, ni por su particular cultura, ni por su condición social, ni por ninguna razón. Si Cristo se hace carne humana, si participa de la suerte de todo hombre ¿por qué nosotros vamos a vivir la discriminación y las distinciones absurdas?
 
La estrella de Belén nos ofrece una nueva luz y una nueva propuesta para nuestro mundo herido de gravedad por el individualismo, la injusticia y las divisiones. También hoy, se dirige a la familia humana profundamente marcada por una grave crisis económica y moral, y por las dolorosas heridas de guerras y conflictos y nos invita como hizo con los magos diciéndonos: “Id a Belén”. Si hacemos caso a esta estrella, allí encontraremos a Cristo, nuestra esperanza. Allí encontraremos razones para levantarnos de nuestras caídas y desencuentros, allí fortaleceremos nuestros ideales y nuestras luchas. Contemplar a Cristo, que no dudó en tomar carne para hacerse uno de nosotros, nos animará a descubrir los lazos que unen a toda la humanidad: todos somos hijos de Dios. Nuestro padre es un Dios para todos sin distinciones ni discriminaciones.
 
Día de Epifanía es día para despertar los mejores ideales tanto individuales como colectivos. Es descubrir esa luz que vence a la oscuridad, es reconocer que el cielo está siempre abierto y que hay estrellas para guiar nuestros pasos, que hay ángeles humanos a nuestro lado, que podemos hacernos tiernos como niños, que el mundo puede ser nuevo y que Dios, Padre Bueno, se hace presente en nuestras oscuridades y desconciertos para mostrarnos el rumbo cierto. El día de Epifanía surgen muchas preguntas que deberemos responder con toda sinceridad: ¿Cuáles son mis ideales por los cuáles vale la pena luchar? ¿Cómo estoy abriendo mi corazón a todos los hombres? ¿Cómo lograremos superar las divisiones y los individualismos en que nos ha encerrado este mundo materialista?
 
Nuestro mundo vive alejado de muchas maneras de Dios, pero es necesario que haya una estrella encendida para que aquellos que están en actitud de búsqueda la puedan seguir y encontrar a Cristo.