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martes, 21 de agosto de 2018


XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
 
La liturgia de este domingo nos habla de que como personas estamos obligados a tomar decisiones en nuestra vida.  Vivir es tener que decidir.  Podemos decidir bien, pero también podemos decidir mal.  Hemos de aprender a tomar siempre buenas decisiones en nuestra vida. 
 
La 1ª lectura nos muestra a Josué invitando a las tribus de Israel, que estaban reunidas en Siquem, a escoger entre “servir al Señor” o a los falsos dioses o ídolos. 
 
Desde niños nos vemos en la necesidad de escoger: “quieres una naranja o un plátano” le dice la mamá a su hijo y el niño tiene que elegir; pero a medida que vamos creciendo, saber elegir se hace más complicado y difícil.  Cuando llega la adolescencia hay que elegir: bachillerato o formación profesional, seguir estudiando o no; entrar a un grupo de la parroquia o a una pandilla.
 
Más adelante debemos elegir una profesión que nos guste y que nos permita desarrollarnos como personas.  Hay que elegir también entre esta o aquella muchacha para que sea nuestra novia; entre comprar un coche o una moto.  Es decir, nos pasamos la mayor parte de nuestra vida teniendo que elegir, teniendo que tomar decisiones, porque “la felicidad está en escoger la mejor de mis posibilidades y realizarla”. 
 
Hoy también se nos pregunta a nosotros: “¿a quién queréis servir?”  Hay que escoger entre servir a Dios o servir al dinero, al éxito, a la fama, al poder, a la moda. 
 
Como creyentes sabemos que no podemos prescindir de Dios en nuestra vida, que tenemos que confiar plenamente en Él, porque es en Dios en quien vamos a encontrar nuestra realización plena como personas.  Dios no quiere compartir nuestro corazón con los ídolos, por ello, hoy tenemos que preguntarnos: ¿servimos al Señor porque es nuestro Dios o servimos, al mismo tiempo, a los ídolos? 
 
La 2ª lectura de San Pablo a los Efesios, nos habla de la elección que hacen el marido y la mujer, uno del otro, cuando contraen matrimonio. 
 
Al escoger esposo o esposa, la mujer y el hombre tienen que renunciar a todos los demás candidatos y todas las demás candidatas posibles y a todas las personas que por más maravillosas que pudieran ser se encuentre uno en el futuro.   
 
El matrimonio cristiano no puede convertirse en una competición para ver quien tiene más derechos o más obligaciones sino en una comunión de vida de personas que, a ejemplo de Cristo hacen de su vida un compartir y un servicio a todos los hermanos que caminan a su lado. 
 
San Pablo utiliza en la lectura de hoy, una palabra que no podemos absolutizar: “sumisión”.  Esta palabra hay que entenderla y situarla en la época en que fue escrita esta carta.  En aquella época el marido era considerado el dueño y señor de la familia.  Hoy, no podemos seguir manteniendo este tipo de relación de la esposa con el marido.  No podemos discriminar a la mujer, no podemos exigir sumisión de la mujer al marido, ya que hombre y mujer tienen la misma dignidad. 
 
Lo importante es que ambos, marido y mujer, vivan unidos por un amor mutuo a ejemplo del amor de Cristo a la Iglesia. 
 
En el Evangelio de san Juan, Jesús le pregunta a sus discípulos y nos pregunta también hoy a nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos?”. 
 
Jesús hoy nos cuestiona con toda claridad y nos pregunta si estamos dispuestos a seguirlo con todas sus consecuencias y cada uno de nosotros hemos de responder. 
 
No podemos vivir una fe ligth, no podemos servir a Dios y al diablo, no podemos vivir una fe sin exigencias.  No debemos preocuparnos tanto del número de personas que llenan la Iglesia sino de la manera cómo vivimos y damos testimonio de nuestra fe ante el mundo. 
 
Muchos se dicen cristianos pero se quedan en un cristianismo de ritos y tradiciones.  Les parece bonito el bautismo, les parece bonito ver a un niño con la ropa de primera comunión, les parece bonito entrar la novia por el pasillo central de la Iglesia, pero nada más, no hay compromiso. 
 
La fe, cada vez más, va a depender de una decisión personal y no de que me bautizaron cuando era niño.  Será cristiano quien tome la decisión consciente de aceptar y seguir a Jesucristo.  Tenemos que pasar de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por elección. 
 
Hay muchas personas que abandonan su fe porque piensan que les va a ir mejor.  Y tú, ¿también quieres dejar a Jesús? 
 
Si caminamos con Jesús podremos descubrir que son ciertas las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”