HOMILÍAS PARA LA SAGRADA FAMILIA Y SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS. (CICLO A)
LA SAGRADA FAMILIA (CICLO A)
En este último domingo del año celebramos una
fiesta entrañable. En el ambiente de la Navidad tenemos un recuerdo de la
familia de Jesús, María y José en Nazaret. No sabemos muchas cosas de su vida.
Pero una sí es segura: Jesús quiso nacer
y vivir en una familia, quiso experimentar nuestra existencia humana y por
añadidura, en una familia pobre, trabajadora, que tendría muchos momentos de
paz y serenidad, pero que también supo de estrecheces económicas, de
emigración, de persecución y de muerte.
La familia es la promotora y educadora de la fe. Sólo se
puede aprender y asimilar el verdadero amor de Dios, viviéndolo en comunidad, y
la primera y mejor comunidad es la
familia. La familia da la verdadera sustancia de la relación personal con
Dios y con el prójimo; no es sólo el inicio de las relaciones interpersonales
más cercanas como con los parientes, las amistades y el pequeño grupo; sino que
también da el verdadero sentido de la comunidad humana, como en las relaciones
sociales, económicas y políticas.
Jesús encuentra en José y
María el pequeño círculo que lo va haciendo madurar y entender la protección de su Padre Dios. Con ellos
aprende las oraciones de todo judío, las tradiciones y las costumbres, que le
descubren a un Dios que es fiel a su pueblo. Pero al mismo tiempo queda abierto
para la nueva experiencia del amor con los demás, de la universalidad del amor
de su Padre Dios y del verdadero culto y adoración al Señor.
¿Qué sentido de Dios
vivimos en la familia? ¿Hay una verdadera educación y enseñanza del amor de
Dios, de la búsqueda de la hermandad y del sentido de nuestras prácticas
religiosas? ¿Es nuestra familia una oportunidad de encuentro con Dios?
A Jesús se le conoce como “el hijo de José el carpintero”. Como
en todos nuestros pueblos y comunidades aprendería desde pequeño el mismo
oficio de su padre José, y sabría la forma de irse ganando la vida, confiando
en la providencia pero “sudando para
llevar el pan a la mesa”. Sin embargo la migración y el cambio de sistema,
no favorecen ni la convivencia ni la educación para el trabajo.
Los niños y los jóvenes pasan
demasiado tiempo ociosos, solos y sin beneficio. O bien, desde muy pequeños
son obligados a sostener y aportar a las familias, no en compañía de los
padres, sino con riesgos y peligros del trabajo en la calle o en economías
informales. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia
prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la
creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves
daños en el plano psicológico y espiritual.
Los salarios, con su
raquítico aumento frente a la constante inflación, no permiten una sana
educación, una buena alimentación, y un tiempo de eficaz convivencia. Por eso,
se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a
las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su
sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la
persona ¿Cómo vivir más y mejores momentos de relación entre padres e hijos y
aun con la misma pareja? Son fuertes retos que tiene que afrontar toda
familia.
La educación, el ir creciendo de la mano de los
padres, se ha ido perdiendo y va
quedando bajo la responsabilidad de la escuela, de la calle y de los medios de
comunicación. Y aunque hay quienes aportan y ofrecen medios para hacer madurar
la persona, son tan pocos y están tan opacados, que es difícil que lleguen a la
mayoría de los niños y los jóvenes, que frecuentemente se ven sometidos a un
bombardeo y agresiva oferta de pornografía y permisividad que los ahoga y los
induce al alcohol, a la droga y al vida fácil.
No se educa para el amor ni para la
responsabilidad. No se
enseña a tener iniciativas propositivas y planes formativos. No se propicia un
ambiente de servicio y de compartir, sino de competencia, individualismo y gozo
personal. ¿Qué tendríamos que cambiar para educar mejor a los jóvenes y a los
niños?
Nos vemos amenazados,
además, por graves problemas de secuestros, de trata de menores, de
pornografía, de drogadicción y pandillerismo, y optamos por encerrarnos y proteger cuanto podemos a los pequeños,
pero apenas se les ofrece libertad, la
confunden con libertinaje, con corrupción y ambición.
Hoy más que nunca tenemos
que buscar caminos que fortalezcan la familia, la pareja, la relación entre los
hermanos y la convivencia con los demás. El modelo de la Sagrada Familia
aparece como un ideal al que debemos tender: crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.
¿En qué tendremos que poner más atención para mejorar nuestras familias?
¿Buscamos a los hijos como lo hacían María y José?
Pidamos hoy a Dios nuestro
Padre, Él que nos dio en la Sagrada Familia de su Hijo un modelo perfecto para
nuestras familias, que sepamos practicar las virtudes domésticas y estar unidos
por los lazos del amor para que podamos ir un día a gozar con la Sagrada
Familia de las alegrías eternas.
Estamos iniciando un nuevo año civil, el año 2020 y lo hacemos
celebrando hoy la fiesta de Santa María, Madre de Dios y la Jornada Mundial de
la Paz.
Hoy, los sacerdotes del antiguo Israel invocaban en la liturgia, sobre
todo en el año nuevo, la bendición y la paz de Dios sobre todo el pueblo.
Pero nosotros los cristianos tenemos motivos muchos más plenos para
alegrarnos y esperar que Dios bendiga nuestro nuevo año, haciendo prosperar la
paz en torno nuestro. La razón es como
nos ha dicho hoy S. Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de
hacernos hijos suyos”.
El Hijo de Dios se ha hecho hombre en el seno de la Virgen María, para
que nosotros los hombres, seamos hijos adoptivos de Dios. Por eso podemos decir llenos de confianza: Abba,
Padre.
Somos hijos de Dios, no esclavos.
Esa es la mejor perspectiva del año que empieza. A lo largo de sus 12 meses podremos
encontrarnos con dificultades de todo tipo.
Podremos caer enfermos, sufrir, etc.
Pero no estamos solos. ¡Somos
hijos! Pertenecemos a la familia de
Dios. No podemos dejarnos dominar por el
pesimismo o la angustia. Nos ha nacido
Jesús, el Dios-con-nosotros que nos salva.
Y Jesús nos ha enseñado que Dios es Todopoderoso y que lo podemos llamar
Padre.
El recuerdo de la Virgen María, hace aún más agradable esta buena
noticia. Ella, María de Nazaret, una
humilde joven de pueblo, fue elegida de Dios para traer a este mundo al Salvador. Y hoy, 1 de enero, los cristianos le
dedicamos una de las fiestas más solemnes del año, recordando y celebrando su
maternidad: Santa María, madre de Dios.
Hoy también estamos celebrando la Jornada Mundial de la Paz. El tema que este año 2020 ha escogido el
Papa Francisco es: “La
paz como camino de esperanza: diálogo, reconciliación y conversión ecológica”.
1. La paz, camino de esperanza ante los
obstáculos y las pruebas
“Nuestra comunidad humana lleva, en la memoria y en
la carne, los signos de las guerras y de los conflictos que se han producido,
con una capacidad destructiva creciente, y que no dejan de afectar
especialmente a los más pobres y a los más débiles”
2. La paz, camino de escucha basado en la
memoria, en la solidaridad y en la fraternidad
“Muchos
ofrecen en todo el mundo a las generaciones futuras el servicio esencial de la
memoria,
que debe mantenerse no solo para evitar cometer nuevamente los mismos errores… sino
también para que esta, fruto de la experiencia, constituya la raíz y sugiera el
camino para las decisiones de paz presentes y futuras”, sostiene el Papa.
3.
La paz, camino de reconciliación en la comunión fraterna
Se
trata de abandonar el deseo de dominar a los demás y aprender a verse como
personas, como hijos de Dios, como hermanos. “Lo que afirmamos de la paz en el
ámbito social vale también en lo político y económico, puesto que la cuestión
de la paz impregna todas las dimensiones de la vida comunitaria: nunca habrá
una paz verdadera a menos que seamos capaces de construir un sistema económico
más justo”.
4.
La paz, camino de conversión ecológica
La
falta de respeto por la Casa común y la explotación abusiva de los recursos
naturales, hace que necesitemos una conversión ecológica.
5.
Se alcanza tanto cuanto se espera
“La paz no se logra si no se la espera”, indica el Papa y
continúa: “Se trata de creer en la posibilidad de la paz, de creer que el otro
tiene nuestra misma necesidad de paz” La cultura del encuentro entre
hermanos y hermanas rompe con la cultura de la amenaza.