XXIII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XXIII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
La liturgia de este domingo nos invita a tomar
conciencia de que optar por el camino del Reino de Dios no es optar por un camino de facilidad, sino que hay que escoger un
camino de renuncia y de entrega de la vida.
La 1ª lectura del libro de la Sabiduría nos
hace ver que necesitamos pedirle a Dios que nos de su sabiduría para poder tomar decisiones correctas en nuestra vida.
Cada día nos sentimos más
confundidos porque somos bombardeados por diferentes teorías, retos, caminos
diferentes, opiniones diversas y a veces contradictorias, y ante esta
perspectiva, muchas veces, no sabemos
qué elegir.
A veces elegimos, pero manipulados, por los medios de
comunicación, por los políticos, por la moda,
por los antivalores que nos quieren imponer, o por ideas de personas que
nos rodean. Con mucha frecuencia, son otros los que nos imponen lo que tenemos que pensar, lo que tenemos que decir, lo
que tenemos que hacer, ¿podemos llamar a esto vida plena, realización total,
felicidad completa?
Para nosotros como
creyentes, el criterio para juzgar la
validez o no de lo que tenemos que hacer, de la elección que debemos tomar
es el Evangelio, aunque muchas
veces, el Evangelio está en absoluta contradicción con los antivalores que la
sociedad intenta imponernos. Por eso
necesitamos pedirle a Dios que nos envíe su Espíritu para que sea la sabiduría
de Dios la que rija nuestras decisiones y nos haga ver la diferencia entre lo
agradable a Dios y el pecado.
La 2ª lectura de san Pablo a Filemón nos plantea el problema
de las clases sociales.
Creer en Jesús, ser cristiano nos convierte a todos en hermanos. Ya no hay esclavos y libres, opresores y
oprimidos, potentados y aplastados, amos y siervos... sólo hay hermanos. Dios no quiere que veamos a algunas personas
como si fuesen de una condición humana inferior a la de los demás. Todos somos iguales ante Dios.
Es cierto
que muchos continúan considerando a las demás personas como si fueran
sus esclavos, haciéndoles trabajar más de lo debido y dándoles un sueldo de
hambre. Aún podemos ver que muchos compran a su prójimo por unos céntimos. Ante
estas situaciones de injusticia la Iglesia no puede guardar silencio.
Es necesario trabajar por lograr una auténtica
justicia social, no sólo hablando para lograrla, sino empeñándonos por
hacer esto realidad en los diversos ambientes en que se desarrolle la Vida de
quienes creemos en Cristo. Entonces recibiremos a nuestro prójimo no como a una
persona cualquiera, sino como al mismo Cristo.
El
Evangelio de san Lucas nos presenta a Jesús diciéndonos cuales son las condiciones
para seguirlo.
La primera condición que pone Jesús a
sus discípulos es un deslinde claro de
la familia. La decisión de seguir a Jesús no está supeditada a la familia,
ni tiene sus únicas raíces en la familia. Es más, muchas veces la familia ata y
condiciona.
Es cierto, las familias
trasmiten amor, pero a veces las familias trasmiten otros valores muy negativos
(incluso odio de unas familias contra otras), que un discípulo de Jesús no
puede asumir, ni respetar.
Una segunda condición para seguir a Jesús es tomar la
cruz. Un discípulo ha de olvidarse
de sí mismo, renunciar a sus intereses y vivir en adelante centrado en
Jesús. Con frecuencia reducimos el tomar
la cruz a pequeños sacrificios o a soportar las dificultades propias de nuestro
estado de vida. Pero la cruz, verdaderamente entendida, implica la más radical
decisión de seguir a Jesús, a pesar de todas las dificultades, en su opción por
construir el Reino simbolizado en esos dos maderos: el amor a Dios y el amor al prójimo.
No bastan pequeños
sacrificios, ni pequeñas abstenciones de gustos y placeres. Tomar la cruz significa estar dispuestos a
afrontar el conflicto, el rechazo y la agresión de una sociedad que aniquila y
destruye a todo aquel que se opone a los supuestos valores que nos quiere imponer
esta sociedad moderna.
La tercera condición es renunciar a las riquezas, a los
propios bienes. Los bienes
materiales atraen y esclavizan el corazón humano y lo alejan de
la atención a Dios, que debe ser total y absoluta. Para el discípulo de Cristo,
el dinero siempre tendrá categoría de medio y nunca de ser un fin en sí
mismo para no caer ni en idolatría ni en soberbia.
Seguir a Jesús
conlleva riesgos y por eso deja muy claras sus condiciones. Quien se apunte a ser discípulos del Señor
tiene que tener muy claro estas condiciones.
Antes de dar el sí, debe medir sus fuerzas, porque Dios no admite
cristianos a medias. Decidirnos a seguir
a Jesús es optar por una vida más allá de los sufrimientos, contrariedades y
problemas que podamos encontrar.
¿Estamos dispuestos a seguir a Jesús cumpliendo estas condiciones?