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martes, 3 de septiembre de 2019

XXIII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
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XXIII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
La liturgia de este domingo nos invita a tomar conciencia de que optar por el camino del Reino de Dios no es optar por un camino de facilidad, sino que hay que escoger un camino de renuncia y de entrega de la vida.
 
La 1ª lectura del libro de la Sabiduría nos hace ver que necesitamos pedirle a Dios que nos de su sabiduría para poder tomar decisiones correctas en nuestra vida.
 
Cada día nos sentimos más confundidos porque somos bombardeados por diferentes teorías, retos, caminos diferentes, opiniones diversas y a veces contradictorias, y ante esta perspectiva, muchas veces, no sabemos qué elegir.
 
A veces elegimos, pero manipulados, por los medios de comunicación, por los políticos, por la moda,  por los antivalores que nos quieren imponer, o por ideas de personas que nos rodean.  Con mucha frecuencia, son otros los que nos imponen lo que tenemos que pensar, lo que tenemos que decir, lo que tenemos que hacer, ¿podemos llamar a esto vida plena, realización total, felicidad completa?
 
Para nosotros como creyentes, el criterio para juzgar la validez o no de lo que tenemos que hacer, de la elección que debemos tomar es el Evangelio, aunque muchas veces, el Evangelio está en absoluta contradicción con los antivalores que la sociedad intenta imponernos.  Por eso necesitamos pedirle a Dios que nos envíe su Espíritu para que sea la sabiduría de Dios la que rija nuestras decisiones y nos haga ver la diferencia entre lo agradable a Dios y el pecado.
 
La 2ª lectura de san Pablo a Filemón nos plantea el problema de las clases sociales. 
 
Creer en Jesús, ser cristiano nos convierte a todos en hermanos.  Ya no hay esclavos y libres, opresores y oprimidos, potentados y aplastados, amos y siervos... sólo hay hermanos.  Dios no quiere que veamos a algunas personas como si fuesen de una condición humana inferior a la de los demás.  Todos somos iguales ante Dios.
 
Es cierto  que muchos continúan considerando a las demás personas como si fueran sus esclavos, haciéndoles trabajar más de lo debido y dándoles un sueldo de hambre. Aún podemos ver que muchos compran a su prójimo por unos céntimos. Ante estas situaciones de injusticia la Iglesia no puede guardar silencio. 
 
Es necesario trabajar por lograr una auténtica justicia social, no sólo hablando para lograrla, sino empeñándonos por hacer esto realidad en los diversos ambientes en que se desarrolle la Vida de quienes creemos en Cristo. Entonces recibiremos a nuestro prójimo no como a una persona cualquiera, sino como al mismo Cristo.
 
El Evangelio de san Lucas nos presenta a Jesús diciéndonos cuales son las condiciones para seguirlo.
 
La primera condición que pone Jesús a sus discípulos es un deslinde claro de la familia. La decisión de seguir a Jesús no está supeditada a la familia, ni tiene sus únicas raíces en la familia. Es más, muchas veces la familia ata y condiciona.
 
Es cierto, las familias trasmiten amor, pero a veces las familias trasmiten otros valores muy negativos (incluso odio de unas familias contra otras), que un discípulo de Jesús no puede asumir, ni respetar.
 
Una segunda condición para seguir a Jesús es tomar la cruz.  Un discípulo ha de olvidarse de sí mismo, renunciar a sus intereses y vivir en adelante centrado en Jesús.  Con frecuencia reducimos el tomar la cruz a pequeños sacrificios o a soportar las dificultades propias de nuestro estado de vida. Pero la cruz, verdaderamente entendida, implica la más radical decisión de seguir a Jesús, a pesar de todas las dificultades, en su opción por construir el Reino simbolizado en esos dos maderos: el amor a Dios y el amor al prójimo.
 
No bastan pequeños sacrificios, ni pequeñas abstenciones de gustos y placeres.  Tomar la cruz significa estar dispuestos a afrontar el conflicto, el rechazo y la agresión de una sociedad que aniquila y destruye a todo aquel que se opone a los supuestos valores que nos quiere imponer esta sociedad moderna.
 
La tercera condición es renunciar a las riquezas, a los propios bienes.  Los bienes materiales atraen y esclavizan el corazón humano y lo alejan de la atención a Dios, que debe ser total y absoluta. Para el discípulo de Cristo, el dinero siempre tendrá categoría de medio y nunca de ser un fin en sí mismo para no caer ni en idolatría ni en soberbia.
 
Seguir a Jesús conlleva riesgos y por eso deja muy claras sus condiciones.  Quien se apunte a ser discípulos del Señor tiene que tener muy claro estas condiciones.  Antes de dar el sí, debe medir sus fuerzas, porque Dios no admite cristianos a medias.  Decidirnos a seguir a Jesús es optar por una vida más allá de los sufrimientos, contrariedades y problemas que podamos encontrar.  ¿Estamos dispuestos a seguir a Jesús cumpliendo estas condiciones?