V DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)
Estamos ya
en el último domingo de Cuaresma y nos preparamos para vivir intensamente la
Semana Santa, por ello hoy las lecturas nos hablan de todo lo que le va a
suceder a Jesús en los próximos días: su entrega al proyecto de Dios, su
Pasión, muerte y resurrección.
La 1ª
lectura, del profeta Jeremías, es una llamada a la responsabilidad personal para poner de
manifiesto que aunque cambien las cosas, Dios no cambia y mantiene su promesa
de salvación.
Hemos de
ser fieles a Dios y buscar siempre el bien común, hemos de estar siempre atentos a descubrir la
voz de Dios; hemos de estar siempre con la mente y el corazón abiertos para
encontrarnos con Dios tanto en la prosperidad como en la adversidad, en
compañía o en soledad.
Para poder
encontrarnos con Dios no es esencial obedecer leyes, no deberíamos de amar a
Dios porque hay una ley, un mandamiento que nos lo manda, sino que hemos de amar
a Dios por convicción no por imposición.
Hay
personas que creen que el hombre va a ser mejor con nuevas y mejores leyes, con
más estudios, con mayores ingresos económicos, con mayor libertad, etc., y nos
olvidamos que “hecha la ley, hecha la trampa”. Se le ha hecho de todo al ser humano: torturarlo,
perseguirlo, amarlo, llenarlo de cosas, de placeres, y al final descubrimos que
hay una hierba mala que resiste todos los climas y culturas. Necesitamos algo distinto y eso es lo que hoy
nos dice la primera lectura: hay que ir a la raíz, directo al corazón.
El
corazón es la sede
de los pensamientos, decisiones y afectos más profundos y ahí es donde
debemos permitir que entre Dios si de veras queremos acabar con el problema
de mal.
Sólo con un
corazón transformado el hombre será capaz de acoger las propuestas de Dios y de
conducir su vida de acuerdo con esos valores que le aseguran la armonía, la
paz, la verdadera felicidad. No es
cumpliendo leyes como vamos a mejorar, a ser más felices, sino metiendo a Dios
en nuestro corazón.
La 2ª
lectura, de la carta a los Hebreos, nos describe con palabras conmovedoras y
llenas de realismo la oración y la angustia de Jesús.
Jesús s
solidario con todos los hombres, es solidario con todos los instantes de nuestra vida. No estamos solos frente a los
problemas, frente a nuestra fragilidad o debilidad; Cristo nos entiende, camina
a nuestro lado, nos anima cuando no podemos caminar y nos muestra el camino que
nosotros debemos recorrer para vivir esa vida plena que Dios nos quiere
ofrecer.
Jesús nos
enseña que el único criterio de nuestra vida debe ser el amor, esa fue
la única arma que Él utilizó, aunque el amor enfrentado al mundo muchas veces
nos lleve a la muerte, por ello el Señor también nos recomienda la oración. Por la oración el Señor encontró fuerzas para
obedecer, para decir “sí” y hacer los planes de Dios, incluso en los
momentos más difíciles de su vida terrena.
Amor y oración es el camino que nos enseña Jesús para nuestra vida.
El
evangelio de san Juan, nos describe el temor y la angustia de Jesús ante esa hora inevitable
de su muerte.
Jesús es
consciente de que el mundo rechaza a Dios, rechaza a un Dios Padre que
quiere la igualdad y la hermandad de todos sus hijos. El mundo prefiere muchas veces el poder, el
dinero, la explotación de unos hacia otros y por eso Jesús tiene que aceptar la
muerte que le espera pero confiando en Dios Padre.
El dolor,
el sufrimiento y la muerte aparecen ante Jesús y también aparecen ante
nosotros. Todos los seres humanos nos
enfrentamos tarde o temprano ante estas realidades. Nadie puede escapar ni huir del sufrimiento y
de la muerte. Por ello necesitamos que
el Señor nos ilumine para comprender y enfrentar con serenidad el
sufrimiento y la muerte.
La cruz de
Cristo nos dice que Dios quiere que luchemos contra todo aquello que genera
sufrimiento inútil y muerte. Luchar para
que nadie sufra por ser o pensar diferente; luchar para que nadie muera de
hambre o de sed; luchar para que las enfermedades sean vencidas.
Ciertamente
que hay sufrimientos y dolores que no podemos evitar y tampoco podemos evitar
la muerte, es entonces cuando hay que confiar en el amor de Dios, confiar en
que la vida y el amor de Dios es más fuerte que la muerte. Por ello hemos de ver la muerte como una
transformación, como un paso de hacia la vida eterna: “Si el grano de trigo
no muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”.
La muerte
de Jesús ilumina nuestra vida, nos enseña dónde está lo importante, nos impulsa
a tomarnos en serio nuestra vida, nos invita a confiar y a abrirnos a los demás
y especialmente a Dios.