XXX DOMINGO ORDINARIO
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XXX DOMINGO ORDINARIO
Las lecturas de este domingo son una invitación
a que experimentemos en nosotros la salvación que Dios nos ofrece, como una
cosa real y concreta, para que esa experiencia nos estimule a seguir mejor
al Señor.
La 1ª lectura del profeta Jeremías nos dice que el Dios
en quien creemos no es un Dios insensible y alejado de los dolores y
dificultades de los hombres, sino que es un Dios sensible y atento, que
cuida de sus hijos con amor de padre. A lo largo de nuestra vida, también
experimentamos, como los israelitas, la experiencia de la esclavitud, de la
dependencia, del miedo, de la desesperación, de la decepción.
La primera lectura nos garantiza que no
estamos solos frente a los dramas y sufrimientos; Dios va a nuestro lado y,
con amor de Padre, cuida de nosotros, nos da la mano, nos conduce al encuentro
de la vida eterna y verdadera. A
nosotros nos queda reconocer su presencia (a veces tan discreta que no la notamos)
y, con humildad y sencillez, aceptar su amor.
A veces, estamos tentados de mirar nuestra vida
y la historia de nuestro mundo, con ojos de pesimismo, de miedo y de
desesperación. El terrorismo, los crímenes contra el medio ambiente, las
dificultades económicas, las enfermedades incurables, el hambre, la miseria,
los valores efímeros, parecen pintar de negro nuestro futuro y el futuro de
nuestro planeta. Sin embargo, la Palabra de Dios que hoy se nos propone nos da
confianza: no tengamos miedo, pues Dios camina con nosotros por la historia y,
como un padre lleno de bondad que enseña a su hijo a caminar, nos conducirá de
la mano al encuentro de la vida verdadera.
Hay, ciertamente, un futuro para nosotros, pues
Dios nos ama y camina con nosotros.
La 2ª lectura, de la carta a los Hebreos, presenta a Jesús como
el sumo sacerdote que el Padre llamó y envió al mundo a fin de conducir a los
hombres a la comunión con Dios.
Al presentar a Jesús como el sumo sacerdote,
llamado por el Padre y enviado al mundo para liberar a los hombres del egoísmo
y del pecado y para conducirlos a la comunión con Dios, el autor de la Carta a
los Hebreos nos invita a contemplar la grandeza del amor que Dios nos ofrece.
Hay dos consecuencias, para nuestra vida
concreta, que surgen de la segunda lectura.
La primera, nos lleva a la confianza y a la esperanza: junto a Dios nuestro Padre, tenemos
un intercesor que entiende nuestras dificultades y que, a pesar de nuestros
fallos, sigue apostando por integrarnos en la familia de Dios.
La segunda, nos lleva al compromiso con los hermanos: la solidaridad de Cristo con
nosotros nos invita a la solidaridad con los pequeños, con los últimos, con los
pobres, con aquellos que el mundo rechaza y margina; nos invita a
identificarnos con los sufrimientos y angustias, con las alegrías y esperanzas
de cada hombre o mujer; nos invita a hacer lo que esté a nuestro alcance para
promover a aquellos que son humillados, explotados, incomprendidos, situados al
margen de la vida.
El Evangelio de San Marcos nos presenta el
episodio del ciego Bartimeo.
Bartimeo representa la marginación a la
que una sociedad puede llegar a someter a un ser humano. Bartimeo es para nosotros hoy la imagen de
la desesperanza.
La
desesperanza del que se da por vencido, del que ya no cree en nada ni en nadie,
del que ha perdido la ilusión, del que ha sido tan golpeado por los demás o por
la enfermedad que sólo quiere que lo dejen en paz.
Desesperanza
de muchas personas que se sientan cada día delante de la televisión para ver
pasar la vida de otros, vidas engañosamente felices, de ricos, artistas, famosos
y todo para conseguir que por un momento olvidemos la mediocridad de
nuestras vidas.
Hoy nosotros estamos llamados a levantar a
tanta gente que vive así: una vida de marginación. Tenemos la misión de hacer levantar a la
humanidad y llevarla hasta Jesús. Porque
hay mucha gente que se encuentra al borde del camino.
Al borde del camino quiere expresar que el
ser humano sin Dios es un ser que está al margen de la vida auténtica. ¡Qué
necesitado está nuestro mundo de que todos los hombres reconozcamos que Dios,
que pasa a nuestro lado, tenga compasión de nosotros!, ¡Qué ciego está el
mundo sin Dios!
Al borde del camino de la vida hay mucha gente
que no puede disfrutar de la vida porque están marginados o son pobres; hay
jóvenes que no saben vivir porque creen que la vida se vive al margen de Dios;
hay gente que anda viviendo una vida sin sentido porque no ven el camino, pues
le dieron todos los medios para vivir, pero no les dieron lo más importante: razones
para vivir. Hay tanta gente que son
pobres de cariño, de esperanza, de ilusiones.
Y todas estas personas tienden su mano y nos gritan para que los
escuchemos y les tendamos nuestra mano para ayudarlos.
Pidámosle hoy nosotros a Jesús, como el ciego
Bartimeo: “Maestro, que pueda ver”. Que podamos ver que nuestro mundo no es sólo
esas tristes noticias que a diario vemos en los medos de comunicación; también
hay muchas personas cuyas vidas son un proyecto de amor, bondad y servicio,
aunque esto no sea noticia.
“Maestro, que pueda ver”. Que pueda ver no sólo los defectos de los
demás sino sobre todo las buenas cualidades, valores y virtudes de las personas
con los que convivimos y tenemos que hacerlas felices.
Y que Jesús nos responda: “Anda, tú fe te ha curado”
y que al momento recobremos la vista y lo sigamos por el camino con un nuevo
rayo de luz, de ilusión y de esperanza.