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martes, 30 de julio de 2019

XVIII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
 
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XVIII DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
La liturgia de este domingo nos interroga acerca de la actitud que tomamos frente a los bienes de este mundo. Los bienes de este mundo no pueden ser el dios que dirija nuestra vida.
 
La 1ª lectura del Libro del Eclesiastés, nos decía que todo es “vana ilusión”.  ¿Para qué tanto esfuerzo y tanto agotamiento? ¿Para qué luchar tanto si todo lo dejaremos aquí?, ¿para qué tanto esfuerzo y desasosiego si no somos felices ni nuestro corazón descansa tranquilo?
 
¡Hay personas que no tienen tiempo para disfrutar de la vida! Y la gran ironía de la vida es que su trabajo no les obtiene ningún provecho, otros lo disfrutan.
 
Es muy triste que haya hombres que trabajan para que otros disfruten las ganancias. Esta es una actitud muy frecuente en nuestras vidas y así solemos decir: “todos mis esfuerzos son para dejarles un porvenir a mis hijos” o decimos: “sólo me importa el futuro de los míos”.  El libro del Eclesiastés nos advierte y nos dice que todos esos esfuerzos son vana ilusión porque en muchas ocasiones los hijos malgastan las herencias y los nietos terminan siendo pobres.  Este es el peligro de subordinar todo al trabajo y a las ganancias.
 
Los bienes materiales no dan sentido a nuestra vida.  Dios es el único que llena el “vacío” que no pueden llenar los bienes de la tierra.
 
San Pablo, en la 2ª lectura, en su carta a los Colosenses nos aconsejaba buscar los bienes del cielo donde está Cristo esperándonos para premiarnos si nuestra vida ha sido buena. 
 
No nos apeguemos demasiado a las cosas terrenas porque cuando llegue nuestra hora, cuando el Señor decida llamarnos, lo dejaremos todo aquí. Hemos de luchar por aquellos bienes que no se terminan con la muerte; por los bienes que sí podemos “llevar con nosotros”.
 
El Evangelio de san Lucas nos ha presentado la parábola del “rico insensato”
 
El evangelio de hoy cuestiona fuertemente algunos de los fundamentos sobre los que se construyen nuestra sociedad.  El capitalismo salvaje que, por amor al dinero, esclaviza y obliga a trabajar hasta el agotamiento (y por sueldos miserables) a hombres, mujeres y niños continúa presente en muchos países.
 
Muchos trabajadores, probablemente, pasan la vida esclavos del trabajo y de los bienes, que no nos dejan tiempo ni disponibilidad para las cosas importantes: Dios, la familia, el prójimo.  Muchas veces, el mercado del trabajo, no nos da otra posibilidad (si no producimos lo que la empresa ha planificado, otro ocupará nuestro lugar).  Otras veces, somos esclavos del trabajo porque queremos serlo.  Cuántas personas deciden no tener hijos, para dedicarse a una carrera de éxito profesional que los haga ricos antes de los 40 años.
 
En un país en donde a muchas familias el dinero no les alcanza para comprar el alimento necesario; en donde muchos mueren porque no tienen dinero para curarse las enfermedades más sencillas, en un ambiente en donde con frecuencia vemos que la justicia se compra con dinero, es fácil que nos suenen  atrayentes frases como: “El dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla,”  o “poderoso caballero es Don Dinero.”
 
Con frecuencia pensamos que “el dinero abre todas las puertas”, pero Jesús y la experiencia nos aseguran que la vida, la felicidad y las cosas que verdaderamente valen no se compran con dinero. 
 
¡Cuántas familias divididas a causa de las herencias!  ¡Cuánta corrupción social por un puñado de monedas!  ¡Cuánta esclavitud, prostitución y drogadicción, para que unos cuantos amasen fortunas!
 
El riesgo de quien vive disfrutando de sus bienes es olvidar su condición de hijo de Dios y de hermano de todas las personas. Su condena es ir cargando sobre sus hombros el pesado fardo que ha amasado pero que terminará oprimiéndole el corazón y pasará a otras manos. Como el burro del aguador que se muere de sed llevando sobre sus lomos los cántaros de agua. Si la riqueza no se comparte, corrompe el corazón, lo atrofia y lo hace infeliz.
 
La vida de una persona sólo tiene sentido si se hace rico ante Dios, por eso Jesús nos pide hoy que busquemos sobre todo el Reino de Dios y su justicia, que seamos solidarios y compartamos las riquezas para que nuestras manos no estén vacías cuando nos presentemos al final de nuestra vida ante Dios.