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lunes, 19 de diciembre de 2022

 

MISA DE NOCHEBUENA (CICLO A)


Queridos hermanos, ya desde hace milenios, nuestros antepasados en la fe rezaban: “Que los cielos destilen el rocío, y las nubes lluevan la justicia. Que se abra la tierra y germine la salvación”. (Is 45, 8). Toda la Creación sufría, gemía: la creación esperaba la Salvación anunciada. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Salvador prometido nació en la Cueva de Belén.

Es, entonces, que los Ángeles anunciaron la Buena Noticia a simples pastores que velaban sus rebaños, no lejos de ahí. Es a ellos que los ángeles harán oír su canto: “Gloria a Dios en lo más Alto del Cielo y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. Os ha nacido hoy un Salvador en la ciudad de David: que es Cristo, el Señor”. (Lc 2, 10-11). ¡Se trata verdaderamente de una Buena Noticia, pues numerosos son los males de los que tenemos necesidad de ser salvados!

Hoy celebramos un hecho: Hace dos mil veintidós años nació un niño, un niño que cambió el rumbo y el curso del mundo. A diferencia de cuando nosotros celebramos nuestro propio cumpleaños, recordamos que nos estamos haciendo más viejos y cada año se añade una velita más al pastel. Pero en Navidad no celebramos el que Jesús sea muy viejo. Nos alegramos porque Dios ha entrado en nuestra vida como un niño recién nacido, en los comienzos de la vida.

En esta noche santa, sólo una imagen y una estampa en el centro de nuestra celebración y de nuestra liturgia. La imagen y la estampa de un pesebre y de un niño. Al igual como los pastores, nos dejamos sorprender por esta imagen y esta estampa, Dos mil veintidós años, dos mil veintidós navidades, ese niño que nace hoy, sigue poniéndose en nuestras manos, confiado, como si nos dijera: “¡Ánimo! No temáis. Sólo soy el ‘Dios con vosotros’, el Dios contigo”.

El niño de Belén nos lleva a contemplar el increíble amor de un Dios que se preocupa por la vida y la felicidad de los hombres y que envía a su propio Hijo al encuentro de los hombres para presentarles un proyecto de salvación – liberación. En ese niño de Belén, Dios nos muestra la radicalidad de su amor por nosotros.

El nacimiento nos presenta la lógica de Dios que no es, como tantas veces, igual a la lógica de los hombres: la salvación de Dios no se manifiesta en la fuerza de las armas, en una autoridad prepotente, en los jefes de gobierno, en los consejos de las empresas, en los salones donde se concentran las estrellas de la moda, el cine o el canto, sino en una cueva de pastores donde brilla la fragilidad, la ternura, la sencillez, la dependencia de un bebé recién nacido. ¿Cuál es la lógica con la que nos presentamos ante el mundo, la lógica de Dios o la lógica de los hombres?

La presencia liberadora de Jesús en este mundo es una “buena noticia” que debería llenar de felicidad a los pobres, a los débiles, a los marginados, al decirles que Dios vino a su encuentro para ofrecerles la salvación – liberación. Hoy es noche buena, el día en que la luz nace en un humilde portal olvidado y reservado para los animales, en donde quizás ni al más mísero se le hubiera ocurrido nacer, solo a Dios se le ocurrió enseñarnos con este acontecimiento.

Hoy celebramos una noche especial, una noche en la cual nos juntamos y contemplamos un pesebre adornado con viejos adornos que recuerdan nuestra vieja fragilidad humana.

Nochebuena de recuerdos, de nostalgia de los seres queridos que ya no están con nosotros, de los amigos ausentes… Que eso y todo en esta noche santa gire en torno al recuerdo de Belén, la casa del pan, del “pan de vida” que hace dos mil veintidós años nos regaló el Padre, del “pan nuestro de cada día” que nos da esta noche, del pan que, dentro de la eucaristía, se nos ofrecerá como banquete; del pan que esta noche nos hace a todos un poco más hermanos, un poco más amigos, un poco más niños, un poco mejores.

Nosotros, los cristianos, tomemos conciencia en esta noche que Cristo no nació hace veintiún siglos, Cristo está naciendo hoy en nuestro pueblo, en nuestro corazón, en la medida en que cada cristiano trate de vivir la integridad el evangelio, la vida cristiana, las consignas de la Iglesia verdadera de Dios, en esa medida cada uno de nosotros es como el apóstol, es como María, es como el pastor que da gloria a Dios, y canta la alegría de haber conocido a Cristo y trata de llevar esa noticia a otros como los pastorcitos de Belén.

Para esto es necesario convertirse sinceramente a Cristo, convertirse al amor que nos visita, hacer eco a la bondad infinita de Dios que nos trae la redención; no rechazarla, no ser tiniebla, ser corazón abierto como una cuna para que nazca Cristo en cada alma esta noche y desde entonces se inunde de luz cada corazón para cantar con los ángeles el anuncio que tenemos que llevar a todos los hombres, a toda la sociedad, a todo el mundo: “Os ha nacido un salvador”.

Hermanos, desde este mensaje de la gloria de Dios, de la paz a los hombres, quiero decirles respaldado por la palabra divina: ¡FELIZ NAVIDAD!

MISA DE NAVIDAD (CICLO A)

En el centro de nuestra eucaristía siempre está Jesús. Él es el corazón de la Iglesia. Hoy de manera especial lo proclamamos. Es más, lo colocamos visiblemente delante de nuestros ojos para verlo, y bendecirlo. Al final de la misa, tendremos la ocasión de besar la imagen del niño Jesús, y reconocer que Dios no deja de visitar a su pueblo.

Hoy, es Navidad.  En Navidad celebramos que Dios, autor de cuanto existe, se nos acerca de tal manera que se hace uno de nosotros y entra en nuestro mundo y en nuestra historia para rescatarnos de la soledad del pecado y de su más terrible consecuencia: la muerte. Jesús nace en Belén para comunicarnos al Espíritu Santo, convocarnos en su Iglesia y hacernos hijos de Dios.

¡Jesús viene para hacernos partícipes de la vida plena y eternamente feliz de Dios!

Jesús, nacido en Belén, se nos ofrece como una luz que ilumina el camino que debemos seguir para superar todos los problemas y los males sociales que padecemos.

En su nacimiento, Jesús experimentó muchas adversidades: la carencia de un lugar para que su Madre lo diera a luz; la amenaza de Herodes, que obligó a su Familia a refugiarse en Egipto. Sin embargo, no se dejó vencer, sino que fue capaz de transformar definitivamente la historia humana con el poder del amor.

Nos decía el evangelio de hoy de san Juan: Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron… Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. 

Navidad es la invitación que nos hace Jesús a optar por la luz.  Y Jesús es la luz verdadera que viene a iluminar a todo hombre. Sin embargo, el mundo en vez de dejarse guiar por la luz de Cristo sigue la lógica de la oscuridad y las tinieblas.

En nuestro mundo sigue habiendo mucha noche, mucha oscuridad. Es el poder de lo mundano, la lógica de la inhumanidad, que se visualiza en la oscuridad que produce: guerras crueles, explotación de personas, empobrecimiento masivo, desesperanza en las gentes.

Es por ello que, hoy igual que hace dos mil veintidós años, podemos exclamar que “la Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció”. Como veis, la navidad no tiene nada de ingenua: sabe del dolor de tantas personas. Este día también los queremos tener presente.

Pero en este día de la Navidad, tenemos que tener un corazón que vive con alegría, porque el mensaje de esta fiesta es el mensaje de la esperanza.  Gracias al nacimiento de Jesús, los hombres estamos salvados, estamos redimidos.  La Navidad debe ser unos días especiales para no andar con prisas y recobrar esos momentos para estar con los hijos, los abuelos, con toda la familia.

También para esta Navidad debemos tener cuatro actitudes para celebrar exitosamente la Navidad.

1. Oración: Darnos tiempo para que baje a nuestro corazón la Palabra hecha carne.  Una bonita forma de rezar estos días, puede ser delante del niño Dios. 

2. Pobreza: descubrámonos como personas, tal y como somos.  Dejemos nuestras máscaras de ser quien no somos y dejemos que Dios nos visite tal como somos.

3. Ternura: cercanía con los demás.  No es posible celebrar a un Dios recién nacido sin que se nos escape una mirada tierna.  Transmitamos esta actitud a los demás.  Navidad es solidaridad y encuentro.

4. Alegría auténtica, de quien se sabe redimido, y de quien sabe que el mundo hoy es más hogar.

Recatemos el verdadero sentido de la Navidad. Lo que dio origen y sustenta la Navidad es el Niño de Belén; sin Él los regalos, aguinaldos, adornos, vacaciones y otras expresiones se vacían de su sentido y finalidad principal. Navidad es el sí de Dios a la vida, a la redención y superación de cada persona, de toda familia y sociedad; el Niño de Belén es la respuesta a los anhelos y preguntas que se hacen y pueden hacerse las personas, es luz ante la oscuridad y confusión, serenidad ante preocupaciones, perdón ante las ofensas, unidad en la división, paz ante la violencia y enfrentamientos.

¡Feliz Navidad! a todos los niños, adolescentes y jóvenes que, en su hambre de superación y de felicidad, las buscan a veces por caminos equivocados; a los padres y madres de familia para que su hogar crezca en el amor. ¡Feliz Navidad! a los gobernantes, dirigentes, comunicadores y líderes de nuestra sociedad para que, desde su servicio, experimenten la alegría de impulsar la justicia y la paz social.

Que el Niño de Belén nazca para vosotros, os proteja y os bendiga a todos.

lunes, 12 de diciembre de 2022

 

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)


Llegamos hoy al último domingo de Adviento y nos encontramos ya en las puertas de la solemnidad de la Navidad del Señor.  La Palabra de Dios nos ha ido preparando durante todo el Adviento para que la Navidad no sea una fiesta vacía y sin sentido, sino que nos sirva para renovar nuestro encuentro y nuestro compromiso con Jesús.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos ha presentado a Ajaz que se niega pedirle una señal a Dios. Ajaz se encuentra entre dos opciones: aliarse con los reyes vecinos o aliarse con Dios.  El profeta Isaías anima a Ajaz a tener fe y no hacer alianzas con nadie. Ajaz no quiere dejarse guiar por Dios, no quiere poner su confianza en Dios, no confía en apoyarse única y exclusivamente en la fe y prefiere buscar apoyos humanos.

También nosotros adoptamos a veces esa postura de Ajaz.  Tenemos miedo, nos angustiamos y nos preocupamos hasta perder la paz. Hay veces que uno, agobiado por los problemas, o por la desesperación, siente que Dios no lo escucha, que Dios no le habla, que Dios no se manifiesta. Y en esos momentos, a veces uno le pide a Dios que le dé una señal.

Otras veces, uno tiene que tomar decisiones muy serias en la vida, y uno también espera, o aguarda una señal de Dios. Pero hay veces que Dios no da esas señales, o por lo menos no da las que nosotros estamos esperando. Otras veces Dios da señales cuando no se las estamos pidiendo.

Hay veces que la preocupación lo lleva a uno a pedir señales, pero hay veces que uno está tan agobiado, que no se atreve a pedir las señales.

¿Y sabéis por qué? Porque uno teme que Dios no vaya a respondernos como nosotros queremos o que no sea del agrado de Dios lo que le estamos pidiendo.

Dios se ha manifestado como el Dios con nosotros, como el que está siempre a nuestro lado; tomados de su mano y sabiendo que va con nosotros en el camino, podemos enfrentarnos a cualquier problema, a cualquier desafío. Tenemos que creer y esperar en Dios; hemos de amar y adorar al Señor Todopoderoso e infinitamente bueno.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos lleva a descubrir que nuestra vocación y el verdadero reto que tenemos como cristianos es llevar a toda persona la Buena Noticia de la Salvación, es decir, todos debemos proclamar el Evangelio. 

Ser apóstoles del Señor, ser cristianos no es una carga, sino una gracia, un verdadero privilegio, ya que Dios nos ha escogido para realizar la obra de la salvación.

Anunciar el Evangelio, tarea que todos debemos hacer, hay que hacerlo con amor y con espíritu de servicio. 

Hoy quizá las palabras valen poco, porque están muy devaluadas, por ello debemos predicar la Buena Nueva, sobre todo, con el ejemplo.  Con una vida comprometida con los más desfavorecidos, con el ejemplo diario de bondad y de amor.

El Evangelio de San Mateo nos ha presentado cómo Dios pide el consentimiento de María y de José para que su Hijo se haga Hombre en su familia.

Dios no hace las cosas sin contar con nosotros.  Para el nacimiento y el cuidado de Jesús fueron imprescindibles José y María.  Dios quiso contar con el “sí” de María al ángel y la aceptación de la misión que le encargaba a san José, aunque éste no entendiera.  Todos los seres humanos somos pieza clave para que los planes de Dios se hagan realidad y no puras fantasías.

El “sí” de la Virgen y de san José permitió que Cristo naciese y se desarrollase.  Hay otros “sí” de otras muchas personas que han colaborado para que el mundo avance en bondad.  Si este mundo no es el que deseamos, el diseñado y querido por Dios, es porque no le hemos dicho “sí” a Dios, porque no hemos arrimado el hombro para que el mensaje de Jesús sea verdaderamente salvador.  No nos quejemos de lo que no hay si no le hemos sabido decir sí a Dios.  Jesús sigue curando dolencias y sufrimientos, sanando y liberando, a condición de que le prestemos nuestros labios, nuestros ojos, nuestros pies y nuestro tiempo.

Algunas personas piensan: “qué importa que uno más o uno menos colabore y participe en la Iglesia”.  A los que piensan así hay que decirles: si la piedra dijese: una piedra no puede levantar una pared, no habría casa.  Si el hombre dijese: Un gesto de amor no puede salvar a la humanidad, no habría justicia, ni paz, ni dignidad, ni felicidad sobre la tierra.

Todos, pues, somos responsables con nuestro sí o con nuestro no de la eficacia, de la utilidad o inutilidad de la venida de Cristo al mundo.

Pidamos a María, madre de Cristo y madre nuestra y a San José que nos preparen para decirle sí a su Hijo Jesús, en esta Navidad y que lo recibamos en nuestra casa y en nuestro corazón.

lunes, 5 de diciembre de 2022

 

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)


El tercer domingo de Adviento se llama el domingo “Gaudete” (Alegraos). Las lecturas nos invitan a llenarnos de alegría por la salvación que Dios nos trae.  Por eso en este tiempo de Adviento decimos: “Ven, Señor Jesús, y sálvanos”.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos presenta una situación de desesperanza y desencanto que vive el pueblo de Israel.  El profeta invita al pueblo a poner la mirada en Dios y a ver cómo hay razones para la esperanza porque Dios mismo intervendrá a favor de su pueblo.

En medio de las dificultades, en medio de las tinieblas que envuelven nuestra vida y la vida del mundo, también, el profeta Isaías, nos invita hoy, a nosotros, a la alegría, a dejar de lado nuestro miedos, a llenar nuestra alma de paz.

Nuestra vida, puede ser una vida vacía y estéril, una vida árida como el desierto.  Podemos sentirnos inútiles, podemos sentir que no tenemos nada que presentarle a Dios.  Podemos tener la sensación de no haber hecho nada que tenga realmente valor para Dios.  Podemos sentirnos como esa tierra seca y estéril.

Hoy nos dice Dios, que si nosotros dejamos que Él actúe en nuestra vida, esa vida seca y estéril la puede transformar como transforma el desierto en un vergel para que no vivamos una vida sin pena ni gloria.

A veces, el miedo, la timidez, el creernos poca cosa, ahogan la grandeza de nuestro corazón, ahogan nuestras más grandes aspiraciones hasta hacernos caer en una vida sin sentido, sin esperanza.  Siempre vamos de prisa, y esto hace que aumenten las enfermedades, los infartos, los complejos, la angustia.  No tengamos miedo, ahí tenemos a nuestro Dios que viene a salvarnos.  No nos angustiemos, tengamos confianza en el amor y en el poder de Dios.  Podemos estar seguros que el Señor viene a salvarnos y a ofrecernos una vida mejor.

La 2ª lectura del apóstol Santiago nos invita a no desesperarnos y a tener paciencia.

Hay muchas personas que diariamente sufren la injusticia, el miedo y se les priva de su dignidad.  El apóstol Santiago nos dice que a pesar del sufrimiento, Dios no nos abandona ni nos olvida, sino que viene a liberarnos.  Hay que esperar en Dios, y hay que esperarlo, no con el corazón lleno de deseos de venganza sino con esperanza y confianza.

Esto no significa que nos quedemos de brazos cruzados, sin hacer nada.  Lo que Dios nos pide es que no dejemos que los sentimientos agresivos y destructivos tomen posesión de nosotros, porque Dios no puede salvar a una persona que su corazón esté dominado por el odio, por el rencor o por el deseo de venganza. Cultivemos la virtud de la paciencia, como el agricultor o como la mujer que tiene que esperar 9 meses hasta que da a luz.

Seamos pacientes porque Dios nos dice que la situación de injusticia y de pecado no tendrá la última palabra.

El Evangelio de San Mateo nos presenta a Juan Bautista, encarcelado por Herodes, por ser fiel al mensaje de Dios, que envía a sus discípulos para preguntarle a Jesús: “Tú, quién eres”.  ¿Eres tú nuestro Salvador?

Cuando el hombre para superar sus angustias, sus preocupaciones ve que no puede hacerlo por sí mismo busca a alguien que lo ayude a liberarse de sus problemas, necesita de alguien que sea capaz de resolver lo que él no puede.

En esta situación de impotencia el hombre busca uno o varios “salvadores” y en ellos pone sus esperanzas, sus ilusiones; estos salvadores se presentan como la solución definitiva a nuestros problemas.  Además la sociedad nos crea necesidades falsas que todavía nos hacen sentirnos más preocupados y necesitados de salvadores.

Tenemos, pues, una serie de necesidades y una serie de salvadores en quienes depositamos, en muchas ocasiones, nuestras esperanzas porque nos han prometido resolver nuestras necesidades, angustias y problemas: nos encontramos con los políticos que prometen resolverlo todo; con los adivinos y lectores de cartas que tienen recetas para todo; con los predicadores protestantes que nos van a curar de todas nuestras enfermedades y vicios.  En otras ocasiones ponemos nuestras ilusiones en cantantes, futbolistas, actores y los convertimos en nuestros ídolos.

Pero todos estos “salvadores” ¿son el verdadero salvador que necesitamos?  El Evangelio de hoy nos da la clave para saber si estos salvadores son el verdadero salvador: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”  ¿Qué respuesta darán los supuestos salvadores de nuestro mundo a esta pregunta?  ¿Acaso pueden responder con la misma firmeza con que respondió Jesús?

Nuestros falsos y pequeños salvadores actuales no pueden salvar al hombre, podrán, quizás, resolver algún problema, pero son incapaces del salvar al hombre.  Sólo Jesús nos puede salvar.

Preparémonos para recibir en la Navidad ya cercana al único que nos salva y que nos llena de alegría, al único que puede romper todas nuestras ataduras que nos impiden realizarnos como auténticas personas: Cristo Jesús.

lunes, 28 de noviembre de 2022

 

II DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)


Las Lecturas de este Segundo Domingo de Adviento nos invitan a vivir el reinado de paz y de justicia que viene a instaurar Jesucristo, el Mesías prometido.

Cristo es el Príncipe de la Paz, Él ya ha venido y nos ha dejado su paz, pero seguimos viviendo tiempos de violencia y terror, de inseguridad y de angustia. Por eso es preciso recordar que la paz, además de ser un don de Dios es tarea de todos, a cada uno nos toca construirla.

La 1ª Lectura del Profeta Isaías nos describe al Mesías y también describe ese ambiente de justicia y de paz que Él vendrá a traernos.

Y el Profeta lo hace con un relato simbólico en que nos presenta a animales      -que por instinto son enemigos entre sí- viviendo en convivencia pacífica: el lobo con el cordero, el leopardo con el cabrito, el novillo con el león... y hasta un niño con la serpiente.

Con esta descripción hecha por Isaías, en la cual nos presenta una situación aparentemente imposible, Dios quiere exigir a los seres humanos a que vivamos en paz. Nos está invitando el Señor a que, a pesar de nuestra naturaleza de pecado, por la que a veces también tendemos a ser opuestos y rivales unos de los otros -como los animales que presenta el Profeta- intentemos vivir en paz y en justicia. Y podremos convivir en paz y en justicia, si recibimos al Mesías, si aceptamos su Palabra, si vivimos de acuerdo a ella.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos invita a formar una comunidad cristiana donde reine el amor, el compartir con los demás, la armonía, la acogida.  Sin embargo, muchas veces, nuestras comunidades cristianas están divididas, se critican los unos a los otros por la espalda, hay agresividad, se discriminan a ciertas personas; algunos se agarran al poder y hacen todo lo que sea para dominar a los demás.

Por eso, San Pablo nos propone hoy algo que, mientras se hace realidad ese mundo ideal que Dios quiere, nosotros podemos hacer: hay que acogernos unos a otros como Cristo nos acoge.  Sin tener en cuenta los gustos, las simpatías o antipatías de los demás.  

Hay que “tener los mismos sentimientos” de Cristo hacia los demás, a pesar de las diferencias que puedan existir.  Tenemos que llegar a ser una sola voz, contribuir a crear una sola comunidad donde todos los creyentes tengamos “una sola alma con un solo corazón”.  Esto es lo que nos pide Dios para que vayamos construyendo el Reino de Dios en este mundo.

El Evangelio de san Mateo nos prestaba hoy a Juan Bautista invitándonos al arrepentimiento y a la conversión.

A veces decimos: yo sería feliz si… pero luego nos decimos: pero no puedo cortar, terminar, salir.  Siempre nos buscamos una excusa, una razón para no ser feliz.  Ciertamente que no podemos cambiar la realidad en que vivimos, por eso Juan Bautista nos dice que aunque no podamos cambiar la sociedad, podemos cambiar nosotros, podemos convertirnos.

Hoy hay muchos que se llaman creyentes en Dios pero no siente la necesidad de la conversión.  Creen que ya son “buenas personas”.  ¿De qué me voy a convertir yo si no hago esto ni lo otro ni...? Creernos buenos nos está impidiendo ser nuevos, descubrir la necesidad de conversión.

Creernos buenos es la postura de los fariseos y saduceos a los que Juan los llama “raza de víboras”. No es que no seas bueno; lo malo es que no seas mejor, que te contentes con la meta alcanzada. No es que no seas bueno, es que no escuchas a Dios que te pide nueva conversión. No es que no seas bueno, es que no dejas que el Espíritu te lleve donde Él quiere.

Jesús no necesita gente buena, necesita personas que se sientan pecadoras, personas necesitadas de conversión. Jesús no viene para los que ya se sienten perfectos. Con ésos Jesús no tiene nada que hacer. Toda esa gente no necesita nada ni a nadie, menos a Jesús. Jesús necesita personas que cuando escuchan las palabras del profeta, conviertan el corazón se les estremezca y reconozcan su necesidad de cambio de vida.

Dios está cerca. Sí. Dios está muy cerca de todos aquellos que se sienten pecadores. Dios está muy cerca de todos aquellos que desean algo nuevo en su vida. Dios está muy cerca de todos aquellos que se agachan para tender la mano a sus hermanos.

Nosotros en este Adviento, ¿buscaremos la verdadera conversión o nos conformaremos con celebraciones y ritos externos para adormilar la conciencia? ¿Seguiremos viviendo en la injusticia y en la mentira?











lunes, 21 de noviembre de 2022

 

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)


Comenzamos un nuevo año litúrgico con el Adviento, este tiempo es un tiempo de esperanza que nos ofrece la Iglesia para prepararnos a celebrar con gozo la Navidad, el nacimiento de nuestro Salvador.

En un mundo como el nuestro, tan marcado por las tensiones, la injusticia o el sufrimiento, y con tanta gente hundida en su oscuridad, Dios sigue renovando sus promesas de justicia y llamándonos a alzar nuestras cabezas, porque se acerca nuestra liberación.

Adviento quiere ser tiempo de gozo y esperanza, pero también tiempo propicio para cambiar de mentalidad, vivir la conversión y dar frutos de justicia.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos dice que hay esperanza para el pueblo, hay esperanza para todos los pueblos de la tierra: llegará la paz de la mano de la justicia, por ello Dios nos pide que trabajemos por la paz para que se instaure la justicia.

Con la venida del Salvador, los instrumentos de guerra serán transformados en instrumento de trabajo y de paz.  Tenemos que trabajar por convertir la industria            -improductiva y agresiva- de la guerra en una industria que construya una sociedad productiva para todos, una sociedad donde el alimento sea un bien para todos.

El profeta Isaías nos invita, pues, a la esperanza y a la fe.  Es la fe y la esperanza de que un día el bien, la justicia y la paz triunfaran sobre el mal.  Y será el Señor quien hará realidad esta profecía.  Por lo tanto, si estamos cansados por noticias tristes: de luchas y enfrentamientos, de guerras y atentados, de secuestros y sufrimientos, es porque “no caminamos bajo la luz del Señor”.

El Adviento nos invita: “a subir a la casa del Señor”, a “preparar los caminos de Dios”, que son caminos de paz y de esperanza.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos decía: ya es hora de despertaros del sueño”…  “dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz

Muchas veces, a pesar de que queremos ser buenos, es posible que el cansancio, la monotonía, la pasividad, la indiferencia nos gane; es posible que dejemos correr las cosas, es posible que ante los problemas metamos la cabeza en un hoyo como hace el avestruz.  Huir de los problemas lo único que hace es que los problemas se hagan más grandes y se compliquen más.  No podemos dejar correr las cosas y que nos olvidemos de los compromisos que un día asumimos con Jesús y su Reino.

Por eso nos dice san Pablo hoy: ¡despertad! Renovad vuestro entusiasmo por los valores del Evangelio; es necesario estar preparados, estar siempre dispuestos, para acoger al Señor que viene.

En el Evangelio de san Mateo, Jesús nos decía: estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. Hay que velar y estar preparado porque vivimos muchas incoherencias en nuestra vida. 

Se descuida la educación ética y moral en la enseñanza, y luego nos extrañamos por la corrupción de la vida pública.  Se incita a la ganancia del dinero fácil, se promueven los juegos de azar, y luego nos lamentamos de que se produzcan fraudes y negocios fraudulentos.

Se educa a los hijos en que no se comprometan con nada y en la búsqueda egoísta de su propio interés y provecho, y más tarde sorprende que se desentiendan de sus padres ancianos. Dejamos que los hijos vean cualquier cosa en televisión, esa televisión que nos describe violentamente muertes y asesinatos, violaciones y agresiones sexuales y luego nos quejamos de que se produzcan violencias domésticas y callejeras, conductas antisociales, y muertes inexplicables.

Cada uno se dedica a lo suyo, ignorando a quien no le sirva para su propio interés o placer inmediato, y luego nos extrañamos de sentirnos terriblemente solos. En nuestras propias familias, nos mostramos hirientes, ofensivos, distantes, desunidos, y luego nos sorprende que no sea posible la reconciliación, el perdón y la paz entre nosotros.

Se exalta el amor libre y se ve como algo normal las relaciones extramatrimoniales, y al mismo tiempo nos molestamos ante el sufrimiento inevitable de los fracasos y rupturas de los matrimonios. Nos alarmamos ante esa plaga moderna de la depresión y el “estrés”, pero seguimos fomentando un estilo de vida superficial, vacío y competitivo. Estos y otros muchos son unos signos de que estamos equivocados, dormidos, vacíos.

Este es precisamente el grito del evangelio, al comenzar un nuevo año litúrgico en este Adviento de: “Despertad. Venced el sueño. Estad en vela”. Nunca es tarde para escuchar la llamada de Jesús a “vivir vigilantes”, despertando de tanta superficialidad y asumiendo la vida de manera más responsable.

Hay que atreverse  a ser diferentes. No actuar como todo el mundo.  Lo que se necesita es que cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez en medio de tanta locura, sentido moral en medio de tanto vacío ético, calor humano y solidaridad en el seno de tanto teoría sin corazón, austeridad en medio de tanta abundancia; justicia ante tanta desproporción de niveles.

¿De qué tengo que despertar? ¿En qué tengo que estar alerta?

lunes, 14 de noviembre de 2022

 

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (CICLO C)


Celebramos en este domingo la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.  Con esta fiesta de hoy, la Iglesia nos propone que reconozcamos a Cristo como el Señor de nuestras vidas.

La 1ª lectura del 2° Libro de Samuel nos habla del rey David.  Fue durante el reinado de David cuando los hebreos experimentaron de manera más efectiva a Dios en medio de su pueblo.  David era el rey pero los bienes que el pueblo recibió en aquellos años hacían sentir a todos que Dios estaba guiando, defendiendo y fortaleciendo a los suyos.

El rey David es el “rey-pastor”.  Habiendo sido él mismo pastor de ovejas en su juventud, David conoció que significa guiar al rebaño pero también qué quiere decir dar la vida por el rebaño o buscar los mejores pastos y las aguas más limpias. La enseñanza de esto es que hay dos maneras de gobernar: hay unos que gobiernan para sí mismos, preocupándose de su gloria, su fama, sus riquezas, su bienestar y nada más. Hay en cambio otros, como David, que tienen por norma gobernar cuidando de los que gobiernan. Y tal es el reinado de Cristo: nuestro rey de hecho ha dado su vida por nosotros.

La 2ª lectura de san Pablo a los Colosenses es un himno que celebra la realeza y la soberanía de Cristo sobre toda la creación.  San Pablo le da gracias a Dios Padre que nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor”.  Esto quiere decir, que ya desde aquí y ahora nosotros participamos de la dignidad real de Cristo.

El Evangelio de san Lucas nos presenta a Cristo reinando desde la cruz.  Vemos que nuestro rey es un rey distinto a los reyes y gobernantes de este mundo.  Nuestro rey es un rey clavado en una cruz.

La fiesta de Cristo Rey es una llamada a servir y no a dominar. Es como un grito a los que ostentan el poder político, económico, intelectual y religioso, para que se preocupen de los demás, especialmente de los pobres y marginados. A trabajar por una sociedad más justa en la que todos estén incluidos.

El reino de Cristo no es como los reinados de este mundo, que con frecuencia se imponen a base del poderío económico, militar o político. Su reino es de servicio, de entrega generosa y desinteresada al bienestar de la humanidad. Reina dando la vida por nosotros desde la cruz.

El trono de Cristo rey: la cruz.  Su corona: las espinas.  Su manto real: la sangre corriendo por su espalda. Y su sentencia: el perdón.  Y nos preguntamos qué tiene que ver la realeza de Cristo con la realeza y el poder de este mundo: porque el poder de Cristo es servicio y no opresión, su riqueza está en desprenderse  y no en robar a los demás, su gobierno es ofrecimiento  y no imposición, su autoridad no le viene de nadie sino que surge del ejemplo y coherencia de su vida, su esplendor y gloria no le viene por el título de rey sino por su humildad y obediencia al Padre.

El Reino de Dios es la utopía de la justicia. Es una utopía porque es algo difícil de conseguir, pero es posible. La justicia no se entiende en la Biblia como el simple pronunciamiento de una sentencia imparcial entre dos personas que están en litigio. La justicia de Dios es el amparo real de los desvalidos, la protección de los débiles, la elevación de los pobres. Un mundo en el que reina la justicia es aquel en el que, desaparecido el egoísmo y la explotación, no hay opresores ni oprimidos; en el que todo se ajusta a la voluntad de Dios.

El Reino de Dios es la utopía de la paz. Las espadas se convertirán en rejas para el arado y del hierro de las lanzas se harán hoces y podaderas. El Reino de Dios viene a anunciar la gran reconciliación entre Dios y los hombres y entre unos hombres con otros.  

El Reino de Dios es la utopía de la vida. Ningún mal aflige tanto al hombre como la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuando los profetas divisan los tiempos mesiánicos, ve en ellos la desaparición de las lágrimas, la prolongación de la vida, la aniquilación de la muerte. Se refiere principalmente a la vida eterna, pero incluyen también la vida temporal. Jesús quiere para todos la vida plena.

El Reino de Dios es la utopía del amor. El proyecto de una humanidad ideal sólo es posible si los hombres abandonan sus tendencias egoístas y se deciden a vivir amándose unos a otros. El amor al prójimo debe ser universal y abarcar a todos, sin discriminar a nadie; ha de ser desinteresado, sin buscar la recompensa, y tan generoso que no tenga más límites que las necesidades ajenas y las posibilidades propias.

¡Qué distintos son los que reinan según los criterios de este mundo! Hay quienes se imaginan reinar por su belleza física, por su musculatura, por sus títulos universitarios, por su habilidad en los negocios, por el cargo que tienen, por su facilidad de palabra para agredir e insultar, por su astucia en el manejo de las armas, por su habilidad en usar las leyes para su conveniencia, por sus influencias y por su amistad con personas importantes. Hay quienes se sienten reyes porque abusan del poder que tienen, sea económico, político, cultural, partidista e incluso religioso.

Pidamos hoy, al Señor, que Él reine en nuestros corazones, para que podamos vivir los valores del Evangelio, los valores del reino: justicia, paz, vida y amor.  ¡Que Dios reine en nuestra vida!

lunes, 7 de noviembre de 2022

 

XXXIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)


Estamos en la penúltima semana del año litúrgico y las lecturas de hoy nos hacen reflexionar sobre el sentido de la salvación y nos dicen que la meta final hacia la que Dios nos conduce es el nuevo cielo y la nueva tierra de felicidad plena y de vida definitiva.

La 1ª  lectura del profeta Malaquías, nos habla del final del mundo y de una especie de juicio final tanto para los injustos como para los justos.  Ese día, el día del Señor, finalmente habrá justicia, esa justicia que recompensará a los buenos y castigará a los malos.

El deseo de la justicia divina ha recorrido toda la historia de la humani­dad desde el origen hasta nuestros días.    El hombre, ante la adversidad siempre ha dirigido sus ojos al cielo pidiendo justicia.  Justicia para los que lo pasan mal, justicia para los explotados de esta tierra,  justicia para los pobres y enfermos, justicia ante la muerte injusta de los buenos. Ese día llegará con la venida última del Señor.  

En la 2ª lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses, escuchábamos como algunos habían dejado de trabajar y San Pablo les dice que quien no trabaje que no coma. El motivo de dejar de trabajar era la proximidad, de la llegada del reino de Dios, del final del mundo.

San Pablo exhorta a los tesalonicense, y a nosotros también, que debemos ser buenos cumplidores en nuestros trabajos. San Pablo nos habla hoy sobre el valor y la dignidad del trabajo. 

Algunos cristianos vivían ociosamente. Y, a pesar de no hacer nada, a pesar de no aportar nada a la comunidad, se entremetían en todo, algo que sigue ocurriendo hoy en día.  Pablo les rogó a todos los miembros de la comunidad, por Cristo nuestro Señor, que trabajaran, que se ganaran la vida. Sabía él que el trabajo, bien hecho, es fuente de paz y alegría.  El trabajo nos dignifica, hace que nos sintamos personas útiles ya que estamos contribuyendo a hacer un mundo mejor.

El trabajo es el medio normal de subsistencia en este mundo pero también es el medio en el cual el ser humano desarrolla las virtudes humanas. La fe cristiana nos enseña a no dejar nuestro trabajo para que lo hagan otros.  La persona que deja el trabajo para el compañero da un mal ejemplo cristiano.

El Evangelio de San Lucas nos habla del fin del mundo.  El fin del mundo es algo que llegará, eso, todos lo sabemos y lo aceptamos, pero lo que no sabemos es cuándo llegará.  Lo que si es cierto es que todos estamos, poco a poco, fabricando ese fin del mundo.

Hoy también debemos nosotros escuchar la advertencia de Jesús    “Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos”.

Hoy hay muchos que nos quieren engañar.  Nos engaña la publicidad que pretende convertir al hombre en un “ser-para-consumir”, y terminamos trabajando para poder comprar cada día más cosas.

Nos engañan los políticos, para quienes el pueblo no es más que un voto cada elección, y el hombre sólo un resignado consumidor de esperanzas no cumplidas, de palabras engañosas.

Nos engaña la ciencia y la técnica asegurándonos que lo van a resolver todo o casi todo a muy breve plazo.  Aunque los médicos sigan sin tener una vacuna realmente eficaz contra algo tan viejo como la gripe.  Es cierto que la ciencia progresa, que muchos problemas se van resolviendo, pero ¿lo resolverá todo?

Nos engañan los medios de comunicación social, tan frecuentemente parciales, vendidos al mejor postor, o incluso transmitiendo falsedades nacidas unas veces de mala voluntad, otras del interés partidista y algunas de la ignorancia.  Y pretenden engañarnos al querer decirnos qué y cómo debemos pensar, razonar, valorar, buscar, entender y hacer.

Nos pretenden engañar la droga, la música, el vídeo, la moda, la astrología, las «escuelas de meditación trascendental», el deporte…, cosas muy sanas muchas de ellas, si permaneciesen en su lugar de “medios de entretenimiento” en lugar de convertirse -como ha sido para muchos- en “fines en la vida”.

Jesús nos dice hoy: “Que nada de todo esto os engañe; nada de todo esto es la salvación del hombre, ni el sentido de su vida, ni su primordial preocupación”. Todas ésas son cosas que deben ponerse en su sitio, no supravalorarlas. Entonces, ¿qué es lo importante? Lo importante es ganar la vida; ganarla de verdad y del todo. Porque hay un engaño muy frecuente: “Creer que” uno está ganando la vida porque gana dinero, fama, poder, prestigio, comodidad, placer.

Jesús no invita hoy a mantenernos firmes en nuestra fe, a pesar de todos estos engaños de felicidad que nos ofrece la sociedad, porque la vida, la verdadera vida solo nos la da Dios.

lunes, 31 de octubre de 2022

 

TODOS LOS SANTOS (CICLO C)

Cada año, el día primero de noviembre, la Iglesia celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Esta es una gran fiesta litúrgica que debe mover nuestra mente y nuestro corazón para comprender y contemplar la santidad como una especial vocación que todos los bautizados hemos recibido de parte de Dios nuestro Señor.

Los santos y santas que la Iglesia celebra este día son todos aquellos hermanos y hermanas en la fe que entendieron perfectamente de qué se trataba la vida cristiana; no se contentaron con un estilo de vida mediocre, sino que, escuchando la invitación del Señor: “Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo” (Lev 19,2), “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48), tomaron la mejor decisión de su vida y, buscando agradar plenamente a Dios poniendo en práctica su Palabra, reprodujeron en sus personas los mismos sentimientos que tuvo Cristo (Cfr. Flp 2,5), llegando al extremo, muchos de ellos, de dar la vida por la causa del Evangelio.

Ellos ya murieron y ahora gozan de la presencia de Dios en la vida eterna, y la Iglesia, una vez que los ha canonizado, los propone como dignos de ser venerados, como ejemplos y como intercesores nuestros. ¿Quién de nosotros no recuerda con cariño y admiración a san Juan Pablo II, santo de nuestro tiempo?

Tengamos en cuenta, además, que junto con los grandes santos de la historia de la Iglesia cuyas fiestas celebramos en días determinados del año, hoy debemos recordar y hacer presente, de manera especial, a aquellos santos y santas que quizá no llegarán nunca a los altares, pero que gozan ya de la presencia de Dios en el cielo, entre ellos, sin duda, familiares y conocidos nuestros.

Los seres humanos, por otra parte, tendemos a imitar a quienes, por su personalidad, virtudes o comportamiento, representan mucho para nosotros; buscamos incluso ser como ellos, porque los hemos conocido felices, triunfadores y realizados en su vocación. Hoy en día necesitamos, con urgencia, hombres y mujeres de extraordinaria virtud, maduros humanamente hablando, santos en su vivencia cristiana, comprometidos en la transformación de la sociedad. ¡Basta ya de resaltar solo la apariencia y la vanidad, el poder y el prestigio! Esto solo nos conduce a una sociedad egoísta en la que lo importante es lo superficial, lo pasajero, lo útil, lo agradable a los sentidos.

Las lecturas bíblicas de esta fiesta expresan algunos aspectos significativos que, sin duda, nos ayudarán a optar por el camino a la santidad. Así el autor del Apocalipsis, hablando de la gran muchedumbre de personas salvadas, afirma con un lenguaje lleno de simbolismos: “Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero, iban vestidos con una túnica blanca; llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz potente: ‘La salvación viene de nuestro Dios…’”. San Mateo, por último, nos propone el camino de las bienaventuranzas como el camino a la santidad: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos…”.

Pidamos a Dios nuestro Señor, en la eucaristía de este domingo, que la santidad siga siendo el adorno de su Iglesia. Y que cada uno de nosotros nos esforcemos no solo en pedir favores a los santos, sino en imitar sus ejemplos y virtudes.

XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)

Las lecturas de hoy son una reflexión sobre la vida, la muerte y la resurrección.  La vida nos enseña que la muerte es compañera de viaje, pero la muerte no es el punto final, sino un punto y seguido, es un paso doloroso, pero un paso hacia Dios nuestro Padre.

La 1ª lectura del segundo libro de los Macabeos nos cuenta la historia de la persecución, tortura y martirio de 7 hermanos por causa de la fe.  Estos hermanos no consintieron renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y prefirieron morir antes que serles infiel a Dios.

Cuando se da la vida por algo, siempre se hace porque, como cristianos, sabemos que la vida aquí en la tierra no lo es todo, sabemos que hay otra vida.

¿Qué sentido tendría nuestra vida, nuestros sueños, nuestras metas tan deseadas, si lo que nos espera es, inevitablemente la muerte?  ¿Cómo puede ser que nuestro destino sea perder todo aquello que amamos? ¿Cómo puede ser que la muerte sea el viaje fatal en dirección hacia la nada?

La fe nos da la certeza de que la vida continúa más allá de esta tierra.  Lo que motivó a los 7 hermanos mártires y lo que motiva a tantos mártires de ayer y de hoy para enfrentar la tortura y la muerte es la certeza de que Dios reserva la vida eterna a aquellos que, en este mundo viven con fidelidad.

Quien cree en la resurrección no puede dejarse paralizar por el miedo, porque el miedo muchas veces nos impide defender los valores en los que creemos.  Quien cree en la resurrección es la persona que puede comprometerse en la lucha por la justicia y por la verdad, porque sabe que la muerte no lo puede vencer ni destruir.

En un mundo en el que lo que es verdad por la mañana, dejar de serlo en la tarde, en que parecen legítimos cualquier medio para alcanzar ciertos fines, la primera lectura de hoy nos cuestiona sobre si somos capaces de defender, con verdad y determinación aquello en lo que creemos; si somos capaces de luchar, aún contra corriente, por los valores verdaderos y auténticos.  ¿Somos capaces de defender lo que creemos hasta la muerte?

La 2ª lectura de san Pablo a los Tesalonicenses nos exhorta a vivir con constancia nuestra fe: una fe expresada en buenas obras. 

Nos pide también que hagamos oración para que el Evangelio sea conocido por todos y que no nos desanimemos si vemos que hay personas que no aceptan el Evangelio, porque como nos dice san Pablo, la fe no la aceptan todos.  Para algunos la fe no es suya porque nunca la han tenido, ni se les ha concedido ese don.  Para otros la fe es algo que tuvieron en algún momento de su vida pero que la dejaron adormecer.  Otros, simplemente no la han cultivado ni la han dejado crecer y se les ha quedado pequeña.

Por eso, alegrémonos nosotros por el don de la fe y haber sido elegidos por el Señor.

El Evangelio de san Lucas nos presenta a unos saduceos que le plantean a Jesús una pregunta capciosa, una pregunta para ridiculizar la creencia en la resurrección.  Basándose en la “Ley del levirato”, por la que el hermano del esposo debía casarse con la viuda si ésta no tenía descendencia, le preguntan a Jesús: Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”.

Jesús afirma la existencia de otra vida después de la muerte.  Pero también nos dice que la vida eterna no es continuación de la actual.

Jesús responde a los saduceos diciendo que no se imaginen la vida eterna según el modelo de la vida actual. La resurrección no debe ser imaginada como la reanimación de un cadáver. La vida eterna no es, una mera prolongación de la vida de este mundo; ya no está sujeta a la muerte. La resurrección es una forma de existencia totalmente nueva y transformada. Se trata de una nueva vida, de la participación plena en la vida de Dios.

Los cristianos estamos llamados a tener un convencimiento total en la existencia de otra vida después de la muerte.

Dios creó la vida y nos la regala.  Lo que Dios ama no puede terminar, no puede tener fin en el tiempo, el amor de Dios ha de vivir para siempre como Él.  Somos sus hijos y por eso nos ha dado a su propio Hijo para que tengamos vida y superemos la muerte.  Dios nos resucitará un día para vivir con Él.

La muerte acaba con nuestra vida biológica, pero no puede terminar con la vida que brota de Dios.  El creador de la vida es más fuerte que la muerte, porque “nuestro Dios, no es un Dios de muertos, sino de vivos”.

Porque Dios es un Dios de vivos, todos nosotros debemos apostar por la vida.  Tenemos que cuidar nuestra vida aquí y la vida en definitiva en el más allá.  Hay que luchar por la vida y esforzarnos por tener una vida digna para nosotros y para todos.  Optar por la vida es, por lo tanto, optar por Dios, es no apoyar los antivalores de muerte que se propagan en nuestro mundo, como la violencia, el odio, la miseria, etc.

Hoy, Jesús nos invita a fortalecer nuestra fe en la resurrección y a creer en un Dios que es Padre y que nos ha dado una vida maravillosa que la continuaremos después de la muerte.