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lunes, 12 de diciembre de 2022

 

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO A)


Llegamos hoy al último domingo de Adviento y nos encontramos ya en las puertas de la solemnidad de la Navidad del Señor.  La Palabra de Dios nos ha ido preparando durante todo el Adviento para que la Navidad no sea una fiesta vacía y sin sentido, sino que nos sirva para renovar nuestro encuentro y nuestro compromiso con Jesús.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos ha presentado a Ajaz que se niega pedirle una señal a Dios. Ajaz se encuentra entre dos opciones: aliarse con los reyes vecinos o aliarse con Dios.  El profeta Isaías anima a Ajaz a tener fe y no hacer alianzas con nadie. Ajaz no quiere dejarse guiar por Dios, no quiere poner su confianza en Dios, no confía en apoyarse única y exclusivamente en la fe y prefiere buscar apoyos humanos.

También nosotros adoptamos a veces esa postura de Ajaz.  Tenemos miedo, nos angustiamos y nos preocupamos hasta perder la paz. Hay veces que uno, agobiado por los problemas, o por la desesperación, siente que Dios no lo escucha, que Dios no le habla, que Dios no se manifiesta. Y en esos momentos, a veces uno le pide a Dios que le dé una señal.

Otras veces, uno tiene que tomar decisiones muy serias en la vida, y uno también espera, o aguarda una señal de Dios. Pero hay veces que Dios no da esas señales, o por lo menos no da las que nosotros estamos esperando. Otras veces Dios da señales cuando no se las estamos pidiendo.

Hay veces que la preocupación lo lleva a uno a pedir señales, pero hay veces que uno está tan agobiado, que no se atreve a pedir las señales.

¿Y sabéis por qué? Porque uno teme que Dios no vaya a respondernos como nosotros queremos o que no sea del agrado de Dios lo que le estamos pidiendo.

Dios se ha manifestado como el Dios con nosotros, como el que está siempre a nuestro lado; tomados de su mano y sabiendo que va con nosotros en el camino, podemos enfrentarnos a cualquier problema, a cualquier desafío. Tenemos que creer y esperar en Dios; hemos de amar y adorar al Señor Todopoderoso e infinitamente bueno.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos lleva a descubrir que nuestra vocación y el verdadero reto que tenemos como cristianos es llevar a toda persona la Buena Noticia de la Salvación, es decir, todos debemos proclamar el Evangelio. 

Ser apóstoles del Señor, ser cristianos no es una carga, sino una gracia, un verdadero privilegio, ya que Dios nos ha escogido para realizar la obra de la salvación.

Anunciar el Evangelio, tarea que todos debemos hacer, hay que hacerlo con amor y con espíritu de servicio. 

Hoy quizá las palabras valen poco, porque están muy devaluadas, por ello debemos predicar la Buena Nueva, sobre todo, con el ejemplo.  Con una vida comprometida con los más desfavorecidos, con el ejemplo diario de bondad y de amor.

El Evangelio de San Mateo nos ha presentado cómo Dios pide el consentimiento de María y de José para que su Hijo se haga Hombre en su familia.

Dios no hace las cosas sin contar con nosotros.  Para el nacimiento y el cuidado de Jesús fueron imprescindibles José y María.  Dios quiso contar con el “sí” de María al ángel y la aceptación de la misión que le encargaba a san José, aunque éste no entendiera.  Todos los seres humanos somos pieza clave para que los planes de Dios se hagan realidad y no puras fantasías.

El “sí” de la Virgen y de san José permitió que Cristo naciese y se desarrollase.  Hay otros “sí” de otras muchas personas que han colaborado para que el mundo avance en bondad.  Si este mundo no es el que deseamos, el diseñado y querido por Dios, es porque no le hemos dicho “sí” a Dios, porque no hemos arrimado el hombro para que el mensaje de Jesús sea verdaderamente salvador.  No nos quejemos de lo que no hay si no le hemos sabido decir sí a Dios.  Jesús sigue curando dolencias y sufrimientos, sanando y liberando, a condición de que le prestemos nuestros labios, nuestros ojos, nuestros pies y nuestro tiempo.

Algunas personas piensan: “qué importa que uno más o uno menos colabore y participe en la Iglesia”.  A los que piensan así hay que decirles: si la piedra dijese: una piedra no puede levantar una pared, no habría casa.  Si el hombre dijese: Un gesto de amor no puede salvar a la humanidad, no habría justicia, ni paz, ni dignidad, ni felicidad sobre la tierra.

Todos, pues, somos responsables con nuestro sí o con nuestro no de la eficacia, de la utilidad o inutilidad de la venida de Cristo al mundo.

Pidamos a María, madre de Cristo y madre nuestra y a San José que nos preparen para decirle sí a su Hijo Jesús, en esta Navidad y que lo recibamos en nuestra casa y en nuestro corazón.

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