I DOMINGO DE
CUARESMA (CICLO B)
El primer domingo de
Cuaresma, la liturgia nos dice que Dios quiere destruir el mundo viejo del
egoísmo y del pecado y ofrecernos a los hombres un mundo nuevo de vida plena y
de felicidad sin fin.
La 1ª lectura, del
libro del Génesis, nos ha hablado del diluvio universal. En los tiempos en que ocurrieron estos
hechos, la sociedad en que vivía Noé se había alejado completamente de Dios,
como está pasando ahora. Y, como a muchos les ocurre hoy en día, nada les
parecía pecado.
El pecado es algo
incompatible con Dios y con los proyectos de Dios para el hombre y
para el mundo; por eso, cuando el odio, la violencia, el egoísmo, el orgullo,
la prepotencia llenan el mundo y producen la infidelidad de los hombres, Dios
tiene que intervenir para corregir el rumbo de la humanidad.
En el inicio de nuestro
camino cuaresmal, se nos recuerda que el pecado no es una realidad que pueda
coexistir con esa vida nueva que Dios nos quiere ofrecer. El pecado
destruye la vida y asesina la felicidad del hombre; por eso, tiene que ser
eliminado de nuestra existencia.
En tiempos de
Noé, el agua del diluvio terminó con la vida corrupta contraria al plan de Dios
y surgió una vida renovada, de acuerdo al plan de Dios. Sin embargo, nuestro mundo se halla inundado
por nuevo diluvios, como son el diluvio de la vulgaridad, de la inmoralidad, de
la violencia, de la increencia, y nosotros, como Noé, debemos ser fieles a Dios
para que estos diluvios no se sigan dando y brille la vida nueva que Dios nos
quiere dar.
Esta Cuaresma debe ser
para nosotros un tiempo propicio que debemos aprovechar para: reconocer que
somos pecadores y pedirle perdón a Dios mediante el sacramento de la confesión;
acoger la Palabra de Dios, el Evangelio de Jesús, como Buena Noticia, frente a
las malas noticias que diariamente escuchamos en los Medios de Comunicación;
hemos de intensificar nuestra oración y nuestra asistencia a misa para que
estos días de Cuaresma sean como “el Arca de Noé” que nos lleve a
vivir una vida nueva más cerca de Dios nuestro Padre.
La 2ª lectura, de San
Pedro,
nos ha recordado que, con la muerte y resurrección de Jesús, Dios hace un nuevo
y definitivo pacto con el hombre, un pacto que queda sellado con las aguas del
sacramento del Bautismo. Por este nuevo
pacto, por este sacramento, Dios quiere limpiar el mundo del pecado y de sus
consecuencias, pero quiere que el hombre colabore con Él.
A través del Bautismo,
Dios ha creado una nueva humanidad y somos llamados a nacer a una vida nueva en
Dios a través de la gracia que recibimos en dicho sacramento. A partir del Bautismo somos hijos de Dios y
de esta manera Dios puede actuar en nosotros y hacer una humanidad nueva.
El agua que recibimos en el Bautismo ya no es un agua que destruye, sino
un agua que nos purifica y
regenera. En el
sacramento del Bautismo, Dios pone su gracia, pero a nosotros nos toca dar los
pasos de una vida nueva, demostrar que hemos aceptado este regalo que Dios nos
da viviendo una vida nueva en Cristo.
Pero no pensemos, ni
por un momento, que simplemente por haber sido bautizados ya estamos salvados y
podemos hacer lo que queramos. Después de quedar limpios en el Bautismo,
si caemos en pecado, aún nos queda un camino a seguir: arrepentirnos y
confesar nuestros pecados.
El Evangelio de san
Marcos nos
ha narrado las tentaciones de Jesús en el desierto y la llamada a la
conversión.
Una
vez más, se nos da este tiempo de gracia, tiempo de cuaresma, tiempo de
conversión, un regalo de Dios, una nueva oportunidad para cambiar nuestras
vidas. “Conviértanse y crean en el
evangelio” es el mensaje de Jesucristo.
Quizá
estamos demasiado cansados para plantearnos una vez más -¡y son ya tantas
veces!- eso de la conversión. Sin embargo está en juego algo importante: nuestra
vida, nuestra paz ahora y felicidad para siempre.
Es
normal, que este mensaje oído tantas veces, nos deje un poco tristes, porque
comprobamos nuestras limitaciones, ¡es tan fácil dejarse llevar por esta
sociedad consumista y hedonista!, ahí está siempre la tentación.
Somos tentados a adorar a los ídolos del materialismo y la ambición.
Jesús supo resistirse, supo permanecer fiel a Dios. Sin embargo, la
tentación más grande que podemos tener es dejar pasar esta Cuaresma sin que
pase nada nuevo en nuestra vida. Sin embargo, para
quien quiera intentar superar esta tentación, el tiempo de Cuaresma le abre la
posibilidad de renovar su vida, de renovarse a sí mismo.
Nosotros
hoy pedimos a Dios su ayuda para resistir a la tentación y permanecer fieles,
al Dios Padre que nos quiere a todos como hijos y hermanos.