CORPUS CHRISTI (CICLO C)
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CORPUS CHRISTI (CICLO C)
Celebramos
hoy la fiesta del “Corpus Christi”, la fiesta del Cuerpo y la Sangre del
Señor. Hoy celebramos de un modo
especial, la presencia verdadera, real y substancial de Cristo en la
Eucaristía.
En
la 1ª lectura del libro del Génesis
se nos dice cómo el sacerdote y rey Melquisedec ofrece pan y vino. Melquisedec es un sacerdote –rey de la
justicia– que anuncia la figura de Jesucristo.
En el Antiguo Testamento había dos clases de sacerdocio: el
sacerdocio levítico, que es fiel cumplidor de las normas y de los
sacrificios rituales de animales, y el sacerdocio eterno del orden de
Melquisedec: que en vez de ofrecer sacrificios de animales se ofrece a
sí mismo. La figura de este
rey-sacerdote es el anuncio de un cambio importante en el sacerdocio del pueblo
de Israel y de su culto. El cambio está
en que para relacionarse con Dios no hay que darle cosas en sacrificio, sino la
propia vida, la propia existencia. Esto es lo que hizo Jesucristo entregarse
dando su cuerpo y derramando su sangre.
En
la 2ª lectura de san Pablo a los Corintios
podemos ver uno de los textos más antiguos que nos hablan de la Última Cena: Cristo
entrega su Cuerpo y derrama su Sangre para la salvación del mundo. Deja establecido que se haga lo mismo en
conmemoración suya.
En
el Evangelio de san Lucas hemos escuchado el
relato de la multiplicación de los panes y de los pescados, que es una
prefiguración de la Eucaristía. Cristo
se nos da en comida.
En
el Evangelio de hoy encontramos un clásico problema del ser humano: el
hambre. Hay dos posturas distintas
ante este problema: el desentenderse del problema y la postura del
compromiso ante este problema.
La
primera postura fue la de los apóstoles.
Ellos le dijeron a Jesús: “Despide a la
gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y
comida, porque aquí estamos en descampado”.
Esta
postura la tienen aquellas personas quienes creen que la fe se reduce sólo a
rezar y a recibir la comunión como un acto piadoso individualista. Es la postura de aquellos que adoran a Cristo
presente en la Eucaristía dentro de la custodia, pero no les importa para nada
el hambre de la humanidad. Puede ser que
incluso recen para que los 850 millones de seres humanos que en el mundo
padecen desnutrición, encuentren ayuda y para que los niños que a cada minuto
mueren de hambre, se puedan salvar.
Es
un signo muy preocupante que crezca cada vez más la brecha entre ricos y
pobres y que haya tanta gente empobrecida y tanto dinero en manos de unos
pocos por causa de la corrupción, la injusticia y los “pecados sociales”.
Ante
esta postura de despreocuparnos del hambre en el mundo, Jesús nos dice: “Dadles vosotros de comer” Se trata de enfrentar la
realidad y buscar la solución a las dificultades con la gracia del Espíritu de
Jesús resucitado. Es necesario buscar
soluciones para que el ser humano tenga lo básico para que viva dignamente: alimento,
salud, vestido, vivienda, etc.
Quizás
nos preguntemos: ¿Pero cómo vamos nosotros a solucionar este problema? Los discípulos también le dijeron a
Jesús: “No tenemos más que cinco panes y dos peces”
La
solución no está en dar limosna a quien no tiene qué comer, no se trata dar despensas
ni inventar programas sociales. Se trata
de crear fuentes de trabajo, se trata de crear estructuras que
posibiliten la producción y distribución justa de los recursos de la
tierra para todos los seres humanos y no para unos pocos.
Por
eso les dijo Jesús: “Haced que se
sienten en grupos de unos cincuenta cada uno”. En el mundo antiguo sólo los
hombres libres podían comer sentados; los esclavos debían comer de pie porque
estaban siempre dispuestos a las órdenes de su amo.
Sentarse
por grupos significa trabajar de manera libre y organizada, para hacer realidad
el Milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. El cristiano es aquel que hace la obra de
Jesús.
San
Pablo le hace un fuerte llamado de atención a la comunidad de Corinto por las
eucaristías mal celebradas. No porque
tuvieran errores doctrinales o litúrgicos.
El problema era: “Mientras uno pasa hambre el otro se emborracha”. De esa manera se come indignamente la cena
del Señor. Y ante esto Pablo fue muy
categórico: “el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia
condenación, por no reconocer el Cuerpo de Cristo”. Y cada uno de nosotros forma parte de ese
Cuerpo de Cristo.
Si
queremos seguir a Jesús, debemos vivir del amor solidario, debemos vivir de la
Eucaristía y la Eucaristía nos tiene que impulsar a compartir el pan como lo
hizo Jesús.
La
Eucaristía es el centro y culmen de la vida de la Iglesia y del cristiano.
Pero, para que ello sea verdad, no es suficiente celebrar la Eucaristía como un
mero rito. No basta adorar la Eucaristía como una devoción; el culto cristiano
a la Eucaristía nos remite a la vida, que hemos de vivir entregándola,
derramándola, como ofrenda de amor agradable a Dios, como hizo el Señor. Los
que nos alimentamos del Cuerpo y Sangre de Cristo, estamos llamados a prolongar
la Eucaristía en el mundo; llamados a hacer nuestra existencia eucarística.