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martes, 6 de noviembre de 2018

XXXII DOMINGO ORDINARIO
 
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XXXII DOMINGO ORDINARIO
 
 
Las lecturas de este domingo son una invitación a que seamos auténticos, coherentes, personas con una vida interior.  Podemos vivir una vida de apariencias, preocupados por lo que piense la gente, o podemos vivir una vida auténtica, llena de riqueza interior.
 
La 1ª lectura del primer libro de los Reyes nos ofrece el ejemplo de una viuda pobre, sin recursos, sin lo indispensable para comer, pero con una inmensa confianza en Dios.
 
La historia de esta viuda que reparte con el profeta Elías el poco alimento que tiene, nos dice y nos garantiza que la generosidad, el compartir y el ser solidarios no empobrece, sino que nos da vida y vida en abundancia.
 
No podemos vivir una vida de egoísmo, de estar acumulando y guardando y olvidarnos de tantas veces que Dios nos llama a compartir y a ser solidarios con nuestros hermanos más necesitados.
 
Cuando compartimos, con generosidad y amor, aquello que Dios puso a nuestra disposición, no nos hacemos más pobres.  Hay un dicho que ha sido probado un millón de veces: “el dar jamás ha empobrecido a nadie”.  Los bienes compartidos se convierten en fuente de vida y de bendición para nosotros y para todos aquellos que de esos bienes se benefician.
 
Hoy en día, se oye decir que “no me fío de esta o aquella persona”.  No confiamos en las personas porque muchas veces nos han defraudado.  Y esta manera de pensar pareciera que también se la aplicamos a Dios porque confiamos más en las cosas o en nuestras fuerzas que en el mismo Dios.  Solemos decir que con dinero, con influencias, se arreglan todas las cosas y se abren todas las puertas.  Sin embargo, Dios no piensa así.  Dios nos pide lo que tenemos, sea poco o mucho y Él nos da esperanza y plenitud de vida. Si hacemos como esta viuda y confiamos en Dios, Dios nos recompensará con el pan y el aceite que necesitamos para vivir y que jamás se nos acabarán.
 
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos ofrece el ejemplo de Cristo que entregó su vida, lo máximo que uno puede dar, a favor de los hombres.
 
Dios quiere y espera de cada uno de nosotros, más que dinero u otros bienes materiales, que nos pongamos a su servicio, que trabajemos para que todos los hombres se salven, para mejora este mundo.
 
Tenemos que ser uno con Cristo, y esto significa, vivir día a día como Jesús: haciendo de nuestra vida una entrega de amor a los hermanos; luchando contra todas las estructuras que generan injusticias y pecado; participando y colaborando con Cristo para eliminar el pecado del mundo.
 
¡Dios mismo murió por nosotros! ¡Dios mismo lo dio todo por cada uno de nosotros! Si Dios mismo lo dio todo por nosotros, ya no debemos tener miedo de darlo todo por Dios y su Hijo.
 
El Evangelio de san Marcos nos pone el ejemplo de la generosidad humilde de una pobre viuda.
 
Los seres humanos miramos más las apariencias que lo que realmente son las personas, pero Dios mira el corazón.  Para Dios la generosidad de esta viuda no se mira por la cantidad que dio –dos moneditas de poco valor– sino por el desprendimiento que tenía de todo lo que poseía.
 
El valor de una ofrenda no se mide por su cantidad, sino por su relación con lo que tenemos. Da más no quien deposita más, sino quien queda privado de más según su capacidad y posibilidad.
 
Lo fundamental en una ofrenda es su calidad, y ésta se mide por la renuncia que lleva implícita. Para muchas personas la limosna es simplemente dar esa moneda que nada significa para nosotros, esa moneda que nos pesa en el bolsillo.
 
El evangelio de hoy denuncia éste tipo de limosna como hipócrita y corrompida. Y en este sentido se puede afirmar que el cristiano no debe dar limosnas, sino que debe darse a sí mismo, todo entero, por los demás. Por otra parte, suele ser una excusa muy común el decir que no damos “porque no nos sobra dinero, no nos sobra tiempo”, etc. San Marcos nos hace descubrir que, ayer como hoy, los que dan son aquellos que en realidad carecen de dinero y de tiempo. Dar no es un problema de cantidad sino de generosidad.
 
¿Somos personas generosas con las necesidades de los demás o somos egoístas? ¿Cuáles son las excusas que tenemos para dar solamente lo que nos sobra?
 
El valor de las cosas no depende de su tamaño, ni de su brillo, ni del ruido que producen, se mide por la generosidad que las acompaña, la viuda dio todo, los otros las sobras.
 
Que la Eucaristía sea lo que fue para Cristo: un darnos todo a todos.