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martes, 24 de julio de 2018

XVII DOMINGO ORDINARIO

La liturgia de este domingo nos muestra la preocupación de Dios por saciar el “hambre” de pan, de libertad, de justicia, de paz y de esperanza que tenemos todos los seres humanos. 

La 1ª lectura del segundo libro de los Reyes, nos muestra al profeta Eliseo compartiendo su pan con los necesitados. 

Dios actúa en el mundo a través de la generosidad y del compartir de los hombres.  Así es como el pan llega a los necesitados.  Dios se sirve de los hombres para intervenir en el mundo y para hacer llegar al mundo sus dones. 

Hay en el mundo muchos hombres y mujeres generosos, que sin publicidad, tienen gestos de compartir, de solidaridad, de entrega hacia los más necesitados.  Y es a través de estas personas como Dios manifiesta su misericordia con los necesitados. 

Dios quiere acabar con el hambre del mundo, por ello la primera lectura nos invita a todos al compromiso.  Dios necesita de todos nosotros, de nuestra generosidad y bondad para ir al encuentro de nuestros hermanos necesitados y para ofrecerles vida en abundancia.

Nosotros, como cristianos, estamos llamados a ser como el profeta Eliseo, testigos de ese Dios que quiere compartir con los hombres su “pan” y esto se hará realidad si somos capaces de compartir, de ser generosos, de ser solidarios.  Ser solidarios es pensar en los demás y compartir con ellos lo que somos y tenemos.  Dios nos pide que compartamos, que no seamos egoístas, que nos mostremos solidarios con los que menos tienen. 

Todos tenemos cosas que podemos compartir, sea en lo económico, en lo cultura, en lo religioso.  Siempre vamos a encontrar personas que pasan alguna clase de hambre y se sienten solas.  No siempre es dinero lo que piden, muchas veces es atención, tiempo, compañía, una mano amiga.  No hay que ser rico para compartir. 

La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios, nos da un mensaje de paz, de unidad y de concordia, tan necesarios hoy para nuestra sociedad y nuestro mundo. 

Todos los cristianos formamos el “Cuerpo de Cristo”, Él es la cabeza, nosotros somos los miembros de esa cabeza, es decir, formamos una unidad. Por ello, no tienen sentido las divisiones, las envidias, las rivalidades, los celos, los odios que tantas veces dividen a los hermanos de una misma comunidad. 

El que seamos personas diferentes, que pensemos de diferente manera no nos tiene que llevar a conflictos y divisiones sino a una unidad, construida en el respeto y la tolerancia.  La diversidad es un valor bueno que no debe anular la unidad y el amor a los hermanos. 

Frente a la diversidad de opiniones que pueda haber en la comunidad; frente a los diferentes criterios o formas de ver las cosas; existe algo que no puede faltar y ha de ser compartido por todos: la comprensión, la unidad, la fraternidad y la paz. 

El evangelio de san Juan, nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y de los pescados. 

El hambre que la multitud siente y que Jesús quiere saciar, es un símbolo del hambre de vida que tienen muchas personas.  Los que tienen hambre hoy son los explotados, los que viven en soledad, los que tienen que dejar su tierra y su cultura, los marginados, los niños víctimas de la violencia y de la explotación. 

En nuestro tiempo hay también muchos seres humanos que dejan de existir porque no tienen alimento, no porque no haya qué comer, pues cada año las grandes compañías de alimentos destruyen toneladas de sus productos con el objetivo de hacer subir los precios.  Nuestro planeta tiene capacidad para alimentar al triple de la población actual; pero cuando la riqueza se pone como valor absoluto, no importar sacrificar vidas humanas.  No es posible que en nuestro mundo mientras unos mueren de hambre otros no saben qué hacer con los alimentos que les sobran. 

¿Qué podemos hacer nosotros frente al hambre?  No basta con dar unas cuantas monedas.  Esto, a veces, lo hacemos para tranquilizar nuestra conciencia.  Tenemos que comprometernos en buscar condiciones que brinden una mejor calidad de vida para todos.  Tenemos que poner lo poco o lo mucho que tenemos en las manos de Jesús, es decir, cuando, nuestras manos son la extensión de las manos de Jesús, alcanza para todos y sobra.  ¡Cuidado con no desperdiciar, con no malgastar!