XXXIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
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XXXIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
Celebramos en
este domingo la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Con esta fiesta de hoy, la Iglesia nos propone que
reconozcamos a Cristo como el Señor de nuestras vidas.
La 1ª lectura del segundo libro de
Samuel nos presenta el momento en el que David se convirtió en rey de todo
Israel. Con él, se inició un tiempo de
felicidad, de abundancia, de paz, que quedó en la memoria de todo el Pueblo de
Dios.
La 2ª lectura de san Pablo a los
Colosenses es un himno que celebra la realeza y la soberanía de Cristo sobre toda
la creación. San Pablo le da gracias a
Dios Padre que “nos ha trasladado al
reino del Hijo de su amor”. Esto quiere decir, que ya desde
aquí y ahora nosotros participamos de la dignidad real de Cristo.
Tenemos que ser
y sentirnos hijos e hijas de Dios, y esto significa que tenemos que vivir
de acuerdo con tal dignidad y nobleza y empeñarnos, con todas nuestras fuerzas,
en honrar, respetar y hacer crecer la dignidad de cada persona, y luchar contra
cualquier gesto, acción o palabra que constituya una humillación hacia las
personas por cualquier razón: raza, país, edad, sexo, condición social, etc. Ser y sentirnos hijos de Dios significa vivir
como hermanos.
El Evangelio de san Lucas nos presenta
a Cristo reinando desde la cruz. Vemos
que nuestro rey es un rey distinto a los reyes y gobernantes de este
mundo. Nuestro rey es un rey clavado
en una cruz.
El “salón
del trono” de nuestro Rey es el Calvario.
Tiene por trono la cruz de un condenado a muerte; por corona una de
espinas, por cetro los clavos que lo sujetan en la cruz.
El pueblo
presencia la escena “mirando”. Los
soldados burlándose, dándole a beber vinagre.
Uno de los ladrones, crucificado con Él, insultándolo. El mismo letrero de la Cruz es una burla.
Pero está
también el buen ladrón. Capaz de
reconocer en aquel condenado a muerte, al enviado de Dios. Reconoce que en Jesús, que muere por amor,
que se humilla hasta morir, está la verdadera realeza. Y le pide que se acuerde de él en su
Reino. Muchos no reconocieron a Cristo
como el Hijo de Dios, cuando pasaba curando enfermos y haciendo milagros. Sin embargo el buen ladrón lo reconoce como salvador
cuando Cristo está en la cruz.
Hoy Jesús nos
invita a todos a trabajar por su Reino.
Tenemos que presentar ante el mundo la Palabra de Dios, los valores que
Jesús vivió y ésta es una tarea de todos.
Tenemos que
reconocer que nos cuesta aceptar la Palabra y el estilo de vida del Señor. Nos cuesta ser cristianos responsables
con todas sus consecuencias. Nos cuesta
ser solidarios con los que sufren. Nos
cuesta comprometernos con la justicia, con la paz que son las cosas que nos
acercan al verdadero deseo de Jesús.
Cada uno de
nosotros puede ser constructor del Reino de Dios si trabajamos por la
paz y la justicia, si somos capaces de servir como lo hizo el mismo Jesús, de
perdonar como Él, de luchar por la vida y la fraternidad.
Jesús desde
la cruz nos muestra una actitud de respeto total al hombre, y nos cuestiona
a todos en nuestro estilo de vida.
No avanzaremos hacia una sociedad más humana, si, para lograrla, tenemos
que violar los derechos de los hombres, pisotear su dignidad y destruir incluso
la vida.
Por
ello, el Reino de Dios no se impone a
nadie, se propone. Cuántas veces en
nuestro mundo se impone los poderes políticos y económicos.
Que diferente
es la propuesta que Jesús nos hace de vivir el Reino de Dios a la propuesta de
las revoluciones de este mundo. Las
revoluciones siempre se autoproclaman defensoras de las libertades, de la
justicia, de la verdad y de todo lo bueno que requiere el ser humano para ser
feliz. Pero la gran mayoría de éstas han terminado oprimiendo al mismo ser
humano que dicen defender.
La revolución
marxista que vivió Rusia, una vez que estuvieron en el poder cayó en los mismos
errores por los que habían luchado. Todo aquel que cuestionara el ejercicio del
poder era considerado un enemigo de la revolución y, por lo tanto, debía ser
eliminado.
Los “padres
de la patria”, en cuyas manos quedó el destino de muchos de nuestros
pueblos latinoamericanos después de la independencia, siguieron con la misma
lógica de poder y se convirtieron en los nuevos tiranos.
Las
revoluciones armadas además de no haber logrado el cambio, se convirtieron en
una jauría de lobos hambrientos de dinero y poder, que terminaron oprimiendo a
los mismos pobres por los cuales decían luchar.
Jesús sí ha hecho la más grande de las
revoluciones. La historia nos demuestra
cada día que Jesús tenía razón: ante todo tenemos que cambiar la lógica del
poder que domina, oprime y genera muerte, por la lógica del amor que sirve,
levanta y genera vida.
Pidamos en
esta Eucaristía que nos dé fuerza y coraje para ser capaces de extender su
Reino para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario y más
humano.