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martes, 19 de noviembre de 2019

XXXIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
 
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XXXIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
Celebramos en este domingo la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.  Con esta fiesta de hoy, la Iglesia nos propone que reconozcamos a Cristo como el Señor de nuestras vidas.
 
La 1ª lectura del segundo libro de Samuel nos presenta el momento en el que David se convirtió en rey de todo Israel.  Con él, se inició un tiempo de felicidad, de abundancia, de paz, que quedó en la memoria de todo el Pueblo de Dios. 
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Colosenses es un himno que celebra la realeza y la soberanía de Cristo sobre toda la creación.  San Pablo le da gracias a Dios Padre que nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor”.  Esto quiere decir, que ya desde aquí y ahora nosotros participamos de la dignidad real de Cristo.
 
Tenemos que ser y sentirnos hijos e hijas de Dios, y esto significa que tenemos que vivir de acuerdo con tal dignidad y nobleza y empeñarnos, con todas nuestras fuerzas, en honrar, respetar y hacer crecer la dignidad de cada persona, y luchar contra cualquier gesto, acción o palabra que constituya una humillación hacia las personas por cualquier razón: raza, país, edad, sexo, condición social, etc.  Ser y sentirnos hijos de Dios significa vivir como hermanos.
 
El Evangelio de san Lucas nos presenta a Cristo reinando desde la cruz.  Vemos que nuestro rey es un rey distinto a los reyes y gobernantes de este mundo.  Nuestro rey es un rey clavado en una cruz.
 
El “salón del trono” de nuestro Rey es el Calvario.  Tiene por trono la cruz de un condenado a muerte; por corona una de espinas, por cetro los clavos que lo sujetan en la cruz.
 
El pueblo presencia la escena “mirando”.  Los soldados burlándose, dándole a beber vinagre.  Uno de los ladrones, crucificado con Él, insultándolo.  El mismo letrero de la Cruz es una burla.
 
Pero está también el buen ladrón.  Capaz de reconocer en aquel condenado a muerte, al enviado de Dios.  Reconoce que en Jesús, que muere por amor, que se humilla hasta morir, está la verdadera realeza.  Y le pide que se acuerde de él en su Reino.  Muchos no reconocieron a Cristo como el Hijo de Dios, cuando pasaba curando enfermos y haciendo milagros.  Sin embargo el buen ladrón lo reconoce como salvador cuando Cristo está en la cruz.
 
Hoy Jesús nos invita a todos a trabajar por su Reino.  Tenemos que presentar ante el mundo la Palabra de Dios, los valores que Jesús vivió y ésta es una tarea de todos. 
 
Tenemos que reconocer que nos cuesta aceptar la Palabra y el estilo de vida del Señor.  Nos cuesta ser cristianos responsables con todas sus consecuencias.  Nos cuesta ser solidarios con los que sufren.  Nos cuesta comprometernos con la justicia, con la paz que son las cosas que nos acercan al verdadero deseo de Jesús.
 
Cada uno de nosotros puede ser constructor del Reino de Dios si trabajamos por la paz y la justicia, si somos capaces de servir como lo hizo el mismo Jesús, de perdonar como Él, de luchar por la vida y la fraternidad.
 
Jesús desde la cruz nos muestra una actitud de respeto total al hombre, y nos cuestiona a todos en nuestro estilo de vida.  No avanzaremos hacia una sociedad más humana, si, para lograrla, tenemos que violar los derechos de los hombres, pisotear su dignidad y destruir incluso la vida.
 
Por ello,  el Reino de Dios no se impone a nadie, se propone.  Cuántas veces en nuestro mundo se impone los poderes políticos y económicos.
 
Que diferente es la propuesta que Jesús nos hace de vivir el Reino de Dios a la propuesta de las revoluciones de este mundo.  Las revoluciones siempre se autoproclaman defensoras de las libertades, de la justicia, de la verdad y de todo lo bueno que requiere el ser humano para ser feliz. Pero la gran mayoría de éstas han terminado oprimiendo al mismo ser humano que dicen defender.
 
La revolución marxista que vivió Rusia, una vez que estuvieron en el poder cayó en los mismos errores por los que habían luchado.  Todo aquel que cuestionara el ejercicio del poder era considerado un enemigo de la revolución y, por lo tanto, debía ser eliminado.
 
Los “padres de la patria”, en cuyas manos quedó el destino de muchos de nuestros pueblos latinoamericanos después de la independencia, siguieron con la misma lógica de poder y se convirtieron en los nuevos tiranos.
 
Las revoluciones armadas además de no haber logrado el cambio, se convirtieron en una jauría de lobos hambrientos de dinero y poder, que terminaron oprimiendo a los mismos pobres por los cuales decían luchar.
 
Jesús sí ha hecho la más grande de las revoluciones.  La historia nos demuestra cada día que Jesús tenía razón: ante todo tenemos que cambiar la lógica del poder que domina, oprime y genera muerte, por la lógica del amor que sirve, levanta y genera vida.
 
Pidamos en esta Eucaristía que nos dé fuerza y coraje para ser capaces de extender su Reino para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario y más humano.